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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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Lleras debería convocar a elecciones en el nuevo año, y el porvenir se veía

turbio. Los conservadores, que habían logrado tumbar a López, tenían con el

sucesor un juego doble: lo adulaban por su imparcialidad matemática pero

fomentaban la discordia en la Provincia para reconquistar el poder por la razón o

por la fuerza.

Sucre se había mantenido inmune a la violencia, y los pocos casos que se

recordaban no tenían nada que ver con la política. Uno había sido el asesinato de

Joaquín Vega, un músico muy apetecido que tocaba el bombardino en la banda

local. Estaban tocando a las siete de la noche en la entrada del cine, cuando un

pariente enemigo le dio un tajo único en el cuello inflado por la presión de la

música y se desangró en el suelo. Ambos eran muy queridos en el pueblo y la

única explicación conocida y sin confirmar fue un asunto de honor. Justo a la

misma hora estaban celebrando el cumpleaños de mi hermana Rita, y la

conmoción de la mala noticia desbarató la fiesta programada para muchas horas.

El otro duelo, muy anterior pero imborrable en la memoria del pueblo, fue el

de Plinio Balmaceda y Dionisiano Barrios. El primero era miembro de una

familia antigua y respetable, y él mismo un hombre enorme y encantador, pero

también un buscapleitos de genio atravesado cuando se le cruzaba con el alcohol.

En su sano juicio tenía aires y gracias de caballero, pero cuando bebía de más se

transmutaba en un atarván de revólver fácil y con una fusta de jinete en el cinto

para azuzar a quienes le cayeran mal. La misma policía trataba de mantenerlo

lejos. Los miembros de su buena familia, cansados de arrastrarlo a casa cada vez

que se pasaba de tragos, terminaron por abandonarlo a su suerte.

Dionisiano Barrios era el caso contrario: un hombre tímido y maltrecho,

enemigo de broncas y abstemio de nacimiento. Nunca había tenido problemas

con nadie, hasta que Plinio Balmaceda empezó a provocarlo con burlas infames

por su maltrechez. Él lo eludió como pudo, hasta el día en que Balmaceda lo

encontró en su camino y le cruzó la cara con la fusta porque le dio la gana.

Entonces Dionisiano se sobrepuso a su timidez, a su jiba y a su mala suerte, y se

enfrentó a tiro limpio con el agresor. Fue un duelo instantáneo, en el que ambos

quedaron heridos de gravedad, pero sólo Dionisiano murió. Sin embargo, el duelo

histórico del pueblo fueron las muertes gemelas del mismo Plinio Balmaceda y

Tasio Ananías, un sargento de la policía famoso por su pulcritud, hijo ejemplar de

Mauricio Ananías, que tocaba el tambor en la misma banda en que Joaquín Vega

tocaba el bombardino. Fue un duelo formal en plena calle, en el que ambos

quedaron malheridos, y sobrellevaron una larga agonía cada quien en su casa.

Plinio recobró la lucidez casi al instante, y su preocupación inmediata fue por la

suerte de Ananías. Éste, a su vez, se impresionó con la preocupación con que

Plinio rogaba por su vida. Cada uno empezó a suplicar a Dios que no muriera el

otro, y las familias los mantuvieron informados mientras tuvieron alma. El

pueblo entero vivió el suspenso con toda clase de esfuerzos para alargar las dos

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