11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Tampoco al país le iba mejor. Acosado por la oposición feroz de la reacción

conservadora, Alfonso López Pumarejo renunció a la presidencia de la

República el 31 de julio de 1945. Lo sucedió Alberto Lleras Camargo, designado

por el Congreso para completar el último año del periodo presidencial. Desde su

discurso de posesión, con su voz sedante y su prosa de gran estilo, Lleras inició la

tarea ilusoria de moderar los ánimos del país para la elección de un nuevo titular.

Por intermedio de monseñor López Lleras, primo del nuevo presidente, el rector

del liceo consiguió una audiencia especial para solicitar una ay uda del gobierno

en una excursión de estudios a la costa atlántica. Tampoco supe por qué el rector

me escogió para acompañarlo a la audiencia con la condición de que me

arreglara un poco la pelambre desgreñada y el bigote montuno. Los otros

invitados fueron Guillermo López Guerra, conocido del presidente, y Álvaro Ruiz

Torres, sobrino de Laura Victoria, una poeta famosa de temas atrevidos en la

generación de los Nuevos, a la cual pertenecía también Lleras Camargo. No tuve

alternativa: la noche del sábado, mientras Guillermo Granados leía en el

dormitorio una novela que nada tenía que ver con mi caso, un aprendiz de

peluquero del tercer año me hizo el corte de recluta y me talló un bigote de

tango. Soporté por el resto de la semana las burlas de internos y externos por mi

nuevo estilo. La sola idea de entrar en el palacio presidencial me helaba la

sangre, pero fue un error del corazón, porque el único signo de los misterios del

poder que allí encontramos fue un silencio celestial. Al cabo de una espera corta

en la antesala con gobelinos y cortinas de raso, un militar de uniforme nos

condujo a la oficina del presidente.

Lleras Camargo tenía un parecido poco común con sus retratos. Me

impresionaron las espaldas triangulares en un traje impecable de gabardina

inglesa, los pómulos pronunciados, la palidez de pergamino, los dientes de niño

travieso que hacían las delicias de los caricaturistas, la lentitud de los gestos y su

manera de dar la mano mirando directo a los ojos. No recuerdo qué idea tenía

yo de cómo eran los presidentes, pero no me pareció que fueran todos como él.

Con el tiempo, cuando lo conocí mejor, me di cuenta de que tal vez él mismo no

sabría nunca que era más que nada un escritor extraviado.

Después de escuchar las palabras del rector con una atención demasiado

evidente, hizo algunos comentarios oportunos, pero no decidió mientras no

escuchó también a los tres estudiantes. Lo hizo con igual atención, y nos halagó

ser tratados con el mismo respeto y la misma simpatía con que trataba al rector.

Le bastaron los dos últimos minutos para que nos lleváramos la certidumbre de

que sabía más de poesía que de navegación fluvial, y que sin duda le interesaba

más.

Nos concedió todo lo solicitado, y además prometió asistir al acto de clausura

del año en el liceo, cuatro meses después. Así lo hizo, como al más serio de los

actos de gobierno, y se rió como nadie con la comedia de astracán que

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!