11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

el tren pasaba dando alaridos, y las muchachas que se bañaban en las aguas

heladas saltaban como sábalos a su paso para turbar a los viajeros con sus tetas

fugaces.

En la población de Riofrío subieron varias familias de aruhacos cargados con

mochilas repletas de aguacates de la sierra, los más apetitosos del país.

Recorrieron el vagón a saltitos en ambos sentidos buscando dónde sentarse, pero

cuando el tren reanudó la marcha sólo quedaban dos mujeres blancas con un

niño recién nacido, y un cura joven. El niño no paró de llorar en el resto del

viaje. El cura llevaba botas y casco de explorador, una sotana de lienzo basto con

remiendos cuadrados, como una vela de marear, y hablaba al mismo tiempo que

el niño lloraba y siempre como si estuviera en el púlpito. El tema de su prédica

era la posibilidad de que la compañía bananera regresara. Desde que ésta se fue

no se hablaba de otra cosa en la Zona y los criterios estaban divididos entre los

que querían y los que no querían que volviera, pero todos lo daban por seguro. El

cura estaba en contra, y lo expresó con una razón tan personal que a las mujeres

les pareció disparatada:

—La compañía deja la ruina por donde pasa.

Fue lo único original que dijo, pero no logró explicarlo, y la mujer del niño

acabó de confundirlo con el argumento de que Dios no podía estar de acuerdo

con él.

La nostalgia, como siempre, había borrado los malos recuerdos y

magnificado los buenos. Nadie se salvaba de sus estragos. Desde la ventanilla del

vagón se veían los hombres sentados en la puerta de sus casas y bastaba con

mirarles la cara para saber lo que esperaban. Las lavanderas en las play as de

caliche miraban pasar el tren con la misma esperanza. Cada forastero que

llegaba con un maletín de negocios les parecía que era el hombre de la United

Fruit Company que volvía a restablecer el pasado. En todo encuentro, en toda

visita, en toda carta surgía tarde o temprano la frase sacramental: « Dicen que la

compañía vuelve» . Nadie sabía quién lo dijo, ni cuándo ni por qué, pero nadie lo

ponía en duda.

Mi madre se creía curada de espantos, pues una vez muertos sus padres había

cortado todo vínculo con Aracataca. Sin embargo, sus sueños la traicionaban. Al

menos, cuando tenía alguno que le interesaba tanto como para contarlo al

desay uno, estaba siempre relacionado con sus añoranzas de la zona bananera.

Sobrevivió a sus épocas más duras sin vender la casa, con la ilusión de cobrar por

ella hasta cuatro veces más cuando volviera la compañía. Al fin la había vencido

la presión insoportable de la realidad. Pero cuando le oy ó decir al cura en el tren

que la compañía estaba a punto de regresar, hizo un gesto desolado y me dijo al

oído:

—Lástima que no podamos esperar un tiempecito más para vender la casa

por más plata.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!