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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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mitades separadas le ganaría al conservatismo unido y armado.

Nuestra Gaceta Literaria apareció en esos malos días. A los mismos que

teníamos y a impreso el primer número nos sorprendió su presentación

profesional de ocho páginas de tamaño tabloide, bien formado y bien impreso.

Carlos Martín y Carlos Julio Calderón fueron los más entusiastas, y ambos

comentaron en los recreos algunos de los artículos. Entre ellos, el más importante

fue uno escrito por Carlos Martín a solicitud nuestra, en el cual planteaba la

necesidad de una valerosa toma de conciencia en lucha contra los mercachifles

de los intereses del Estado, de los políticos trepadores y de los agiotistas que

entorpecían la libre marcha del país. Se publicó con un gran retrato suy o en la

primera página. Había un artículo de Convers sobre la hispanidad, y una prosa

lírica mía firmada por Javier Garcés. Convers nos anunció que entre sus amigos

de Bogotá había un gran entusiasmo y posibilidades de subvenciones para

lanzarlo en grande como un periódico intercolegial.

El primer número no había alcanzado a distribuirse cuando el golpe de Pasto.

El mismo día en que se declaró turbado el orden público, el alcalde de Zipaquirá

irrumpió en el liceo al frente de un pelotón armado y decomisó los ejemplares

que teníamos listos para la circulación. Fue un asalto de cine, sólo explicable por

alguna denuncia matrera de que el periódico contenía material subversivo. El

mismo día llegó una notificación de la oficina de prensa de la presidencia de la

República de que el periódico había sido impreso sin pasar por la censura del

estado de sitio, y Carlos Martín fue destituido de la rectoría sin anuncio previo.

Para nosotros fue una decisión disparatada que nos hizo sentir al mismo

tiempo humillados e importantes. El tiraje del periódico no pasaba de doscientos

ejemplares para una distribución entre amigos, pero nos explicaron que el

requisito de la censura era ineludible bajo el estado de sitio. La licencia fue

cancelada hasta una nueva orden que no llegó nunca.

Pasaron más de cincuenta años antes de que Carlos Martín me revelara para

estas memorias los misterios de aquel episodio absurdo. El día en que la Gaceta

fue decomisada lo citó a su despacho de Bogotá el mismo ministro de Educación

que lo había nombrado —Antonio Rocha— y le pidió la renuncia. Carlos Martín

lo encontró con un ejemplar de la Gaceta Literaria en el que habían subray ado

con lápiz rojo numerosas frases que consideraban subversivas. Lo mismo habían

hecho con su artículo editorial y con el de Mario Convers y aun con algún poema

de autor conocido que se consideró sospechoso de estar escrito en clave cifrada.

« Hasta la Biblia subrayada en esa forma maliciosa podría expresar lo contrario

de su auténtico sentido» , les dijo Carlos Martín, en una reacción de furia tan

notoria que el ministro lo amenazó con llamar a la policía. Fue nombrado director

de la revista Sábado, que en un intelectual como él debía considerarse como una

promoción estelar. Sin embargo, le quedó para siempre la impresión de ser

víctima de una conspiración de derechas. Fue objeto de una agresión en un café

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