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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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el orden. Pero el estado de sitio riguroso, con censura de prensa, se impuso. Los

pronósticos eran inciertos. Los conservadores habían gobernado el país desde la

independencia de España, en 1830, hasta la elección de Olay a Herrera un siglo

después, y todavía no daban muestra alguna de liberalización. Los liberales, en

cambio, se hacían cada vez más conservadores en un país que iba dejando en su

historia piltrafas de sí mismo. En aquel momento tenían una élite de intelectuales

jóvenes fascinados por los señuelos del poder, cuy o ejemplar más radical y

viable era Jorge Eliécer Gaitán. Éste había sido uno de los héroes de mi infancia

por sus acciones contra la represión de la zona bananera, de la cual oí hablar sin

entenderla desde que tuve uso de razón. Mi abuela lo admiraba, pero creo que le

preocupaban sus coincidencias de entonces con los comunistas. Yo había estado a

sus espaldas mientras pronunciaba un discurso atronador desde un balcón de la

plaza en Zipaquirá, y me impresionó su cráneo con forma de melón, el cabello

liso y duro y el pellejo de indio puro, y su voz de trueno con el acento de los

gamines de Bogotá, tal vez exagerado por cálculo político. En su discurso no

habló de liberales y conservadores, o de explotadores y explotados, como todo el

mundo, sino de pobres y aligarcas, una palabra que escuché entonces por

primera vez martillada en cada frase, y que me apresuré a buscar en el

diccionario.

Era un abogado eminente, alumno destacado en Roma del gran penalista

italiano Enrico Ferri. Había estudiado allí mismo las artes oratorias de Mussolini y

algo tenía de su estilo teatral en la tribuna. Gabriel Turbay, su copartidario rival,

era un médico culto y elegante, de finos lentes de oro que le infundían un cierto

aire de artista de cine. En un reciente congreso del Partido Comunista había

pronunciado un discurso imprevisto que sorprendió a muchos e inquietó a algunos

de sus copartidarios burgueses, pero él no creía contrariar de palabra ni de obra

su formación liberal ni su vocación de aristócrata. Su familiaridad con la

diplomacia rusa le venía desde 1936, cuando estableció en Roma las relaciones

con la Unión Soviética, en su condición de embajador de Colombia. Siete años

después las formalizó en Washington en su condición de ministro de Colombia en

los Estados Unidos.

Sus buenos tratos con la embajada soviética en Bogotá eran muy cordiales, y

tenía en el Partido Comunista colombiano algunos dirigentes amigos que hubieran

podido acordar una alianza electoral con los liberales, de la cual se habló a

menudo por aquellos días, pero nunca se concretó. También por esa época,

siendo embajador en Washington, corrió en Colombia el rumor insistente de que

era el novio secreto de una estrella grande de Holly wood —tal vez Joan

Crawford o Paulette Godard— pero tampoco renunció nunca a su carrera de

soltero insobornable.

Entre los electores de Gaitán y los de Turbay podían hacer una may oría

liberal y abrir caminos nuevos dentro del mismo partido, pero ninguna de las dos

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