Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez
purificaba su hermosura, un collar de fantasía y una flor de fuego vivo en eldescote. Sin embargo, lo que más aprecio ahora en el recuerdo es el modo enque me invitó a su casa sin un mínimo indicio de premeditación, sin quetomáramos en cuenta el signo sagrado de la cruz de ceniza que ambos teníamosen la frente. Su marido, que era práctico de un buque en el río Magdalena, estabaen su viaje de oficio de doce días. ¿Qué tenía de raro que su esposa me invitaraun sábado casual a un chocolate con almojábanas? Sólo que el ritual se repitiótodo el resto del año mientras el marido andaba en su buque, y siempre de cuatroa siete, que era el tiempo del programa juvenil del cine Rex que me servía depretexto en la casa de mi tío Eliécer para estar con ella.Su especialidad profesional era preparar para los ascensos a maestros deprimaria. A los mejor calificados los atendía en sus horas libres con chocolate yalmojábanas, de modo que al bullicioso vecindario no le llamó la atención elnuevo alumno de los sábados. Fue sorprendente la fluidez de aquel amor secretoque ardió a fuego loco desde marzo hasta noviembre. Después de los dosprimeros sábados creí que no podía soportar más los deseos desaforados de estarcon ella a toda hora.Estábamos a salvo de todo riesgo, porque su marido anunciaba su llegada a laciudad con una clave para que ella supiera que estaba entrando en el puerto. Asífue el tercer sábado de nuestros amores, cuando estábamos en la cama y se oyóel bramido lejano. Ella quedó tensa.—Tate quieto —me dijo, y esperó dos bramidos más. No saltó de la cama,como yo lo esperaba por mi propio miedo, sino que prosiguió impávida—:Todavía nos quedan más de tres horas de vida.Ella me lo había descrito como « un negrazo de dos metros y un jeme, conuna tranca de artillero» . Estuve a punto de romper las reglas del juego por elzarpazo de los celos, y no de cualquier modo: quería matarlo. Lo resolvió lamadurez de ella, que desde entonces me llevó de cabestro a través de los escollosde la vida real como a un lobito con piel de cordero.Iba muy mal en el colegio y no quería saber nada de eso, pero Martina sehizo cargo de mi calvario escolar. Le sorprendió el infantilismo de descuidar lasclases por complacer al demonio de una irresistible vocación de vida. « Es lógico—le dije—. Si esta cama fuera el colegio y tú fueras la maestra, yo sería elnúmero uno no sólo de la clase sino de toda la escuela» . Ella lo tomó como unejemplo certero.—Es justo eso lo que vamos a hacer —me dijo.Sin demasiados sacrificios emprendió la tarea de mi rehabilitación con unhorario fijo. Me resolvía las tareas y me preparaba para la semana siguienteentre retozos de cama y regaños de madre. Si los deberes no estaban bien y atiempo me castigaba con la veda de un sábado por cada tres faltas. Nunca paséde dos. Mis cambios empezaron a notarse en el colegio.
Sin embargo, lo que me enseñó en la práctica fue una fórmula infalible quepor desgracia sólo me sirvió en el último grado del bachillerato: si prestabaatención en las clases y hacía yo mismo las tareas en vez de copiarlas de miscompañeros, podía ser bien calificado y leer a mi antojo en mis horas libres, yseguir mi vida propia sin trasnochos agotadores ni sustos inútiles. Gracias a esareceta mágica fui el primero de la promoción aquel año de 1942 con medalla deexcelencia y menciones honoríficas de toda índole. Pero las gratitudesconfidenciales se las llevaron los médicos por lo bien que me habían sanado de lalocura. En la fiesta caí en la cuenta de que había una mala dosis de cinismo en laemoción con que yo agradecía en los años anteriores los elogios por méritos queno eran míos. En el último año, cuando fueron merecidos, me pareció decente noagradecerlos. Pero correspondí de todo corazón con el poema « El circo» , deGuillermo Valencia, que recité completo sin consueta en el acto final, y másasustado que un cristiano frente a los leones.En las vacaciones de aquel buen año había previsto visitar a la abuelaTranquilina en Aracataca, pero ella tuvo que ir de urgencia a Barranquilla paraoperarse de las cataratas. La alegría de verla de nuevo se completó con la deldiccionario del abuelo que me llevó de regalo. Nunca había sido consciente deque estaba perdiendo la vista, o no quiso confesarlo, hasta que y a no pudomoverse de su cuarto. La operación en el hospital de Caridad fue rápida y conbuen pronóstico. Cuando le quitaron las vendas, sentada en la cama, abrió los ojosradiantes de su nueva juventud se le iluminó el rostro y resumió su alegría conuna sola palabra:—Veo.El cirujano quiso precisar qué tanto veía y ella barrió el cuarto con su miradanueva y enumeró cada cosa con una precisión admirable. El médico se quedó sinaire, pues sólo yo sabía que las cosas que enumeró la abuela no eran las que teníaenfrente en el cuarto del hospital, sino las de su dormitorio de Aracataca, querecordaba de memoria y en su orden. Nunca más recobró la vista.Mis padres insistieron en que pasara las vacaciones con ellos en Sucre y quellevara conmigo a la abuela. Mucho más envejecida de lo que mandaba la edad,y con la mente a la deriva, se le había afinado la belleza de la voz y cantaba másy con más inspiración que nunca. Mi madre cuidó de que la mantuvieran limpiay arreglada, como a una muñeca enorme. Era evidente que se daba cuenta delmundo, pero lo refería al pasado. Sobre todo los programas de radio, quedespertaban en ella un interés infantil. Reconocía las voces de los distintoslocutores a quienes identificaba como amigos de su juventud en Riohacha,porque nunca entró un radio en su casa de Aracataca. Contradecía o criticabaalgunos comentarios de los locutores, discutía con ellos los temas más variados oles reprochaba cualquier error gramatical como si estuvieran en carne y huesojunto a su cama, y se negaba a que la cambiaran de ropa mientras no se
- Page 76 and 77: Mi método de entonces era distinto
- Page 78 and 79: La réplica era directa en el códi
- Page 80 and 81: estaba en Nueva York terminando un
- Page 82 and 83: El ladrón tenía una vocación lit
- Page 84 and 85: Sin embargo, desde la primera noche
- Page 86 and 87: Tenía la impresión de que en las
- Page 88 and 89: cuenta del vacío que quedó en su
- Page 90 and 91: embargo, no hubo poder humano ni di
- Page 92 and 93: 3Consumado el desastre de Aracataca
- Page 94 and 95: —¡Pero si y a eres un hombre!Ten
- Page 96 and 97: insoluble. Tenía una devoción cas
- Page 98 and 99: la costa caribe. Nadie se acordó d
- Page 100 and 101: corriente, pero el misterio de la h
- Page 102 and 103: La primera noticia de papá nos lle
- Page 104 and 105: arrabal polvoriento de nuestro Barr
- Page 106 and 107: hijos uno por uno con insecticida d
- Page 108 and 109: roban nada, porque y o misma dejo l
- Page 110 and 111: histórica mi madre me pidió que m
- Page 112 and 113: días rescató el proyecto juvenil
- Page 114 and 115: El gerente se ofuscó. La oficina e
- Page 116 and 117: La verdad es que en las discusiones
- Page 118 and 119: facilidad con que me aprendía de m
- Page 120 and 121: que se planteaban sino por sus expl
- Page 122 and 123: Me pareció una exageración por la
- Page 124 and 125: Lo tomó tan en serio que casi todo
- Page 128 and 129: despidieran. Entonces les correspon
- Page 130 and 131: grata que me permitió conocerlos m
- Page 132 and 133: sin espabilar desde la mañana hast
- Page 134 and 135: donde la policía nos sacó a golpe
- Page 136 and 137: 4Bogotá era entonces una ciudad re
- Page 138 and 139: improvisar respuestas creíbles y c
- Page 140 and 141: Daniel Rozo —Pagocio— se compor
- Page 142 and 143: contrario, se comportaba con una si
- Page 144 and 145: leer todo lo que me cay era en las
- Page 146 and 147: Chauchat. O la tensión insólita d
- Page 148 and 149: improvisé con gritos altisonantes,
- Page 150 and 151: anunciarse en el recreo del almuerz
- Page 152 and 153: partidos de futbol. Un día Ricardo
- Page 154 and 155: el orden. Pero el estado de sitio r
- Page 156 and 157: de Bogotá que estuvo a punto de re
- Page 158 and 159: explicó que los pulmones habían r
- Page 160 and 161: la paz de los muertos con sus aulli
- Page 162 and 163: baño. Amanecí exhausto, pero la r
- Page 164 and 165: representamos en su honor. En la re
- Page 166 and 167: y la infidelidad del esposo, y luch
- Page 168 and 169: Lleras debería convocar a eleccion
- Page 170 and 171: víctimas. Sólo después de public
- Page 172 and 173: la fiesta. Antes de que saliera me
- Page 174 and 175: saber si estaba vivo.Entonces se ac
purificaba su hermosura, un collar de fantasía y una flor de fuego vivo en el
descote. Sin embargo, lo que más aprecio ahora en el recuerdo es el modo en
que me invitó a su casa sin un mínimo indicio de premeditación, sin que
tomáramos en cuenta el signo sagrado de la cruz de ceniza que ambos teníamos
en la frente. Su marido, que era práctico de un buque en el río Magdalena, estaba
en su viaje de oficio de doce días. ¿Qué tenía de raro que su esposa me invitara
un sábado casual a un chocolate con almojábanas? Sólo que el ritual se repitió
todo el resto del año mientras el marido andaba en su buque, y siempre de cuatro
a siete, que era el tiempo del programa juvenil del cine Rex que me servía de
pretexto en la casa de mi tío Eliécer para estar con ella.
Su especialidad profesional era preparar para los ascensos a maestros de
primaria. A los mejor calificados los atendía en sus horas libres con chocolate y
almojábanas, de modo que al bullicioso vecindario no le llamó la atención el
nuevo alumno de los sábados. Fue sorprendente la fluidez de aquel amor secreto
que ardió a fuego loco desde marzo hasta noviembre. Después de los dos
primeros sábados creí que no podía soportar más los deseos desaforados de estar
con ella a toda hora.
Estábamos a salvo de todo riesgo, porque su marido anunciaba su llegada a la
ciudad con una clave para que ella supiera que estaba entrando en el puerto. Así
fue el tercer sábado de nuestros amores, cuando estábamos en la cama y se oyó
el bramido lejano. Ella quedó tensa.
—Tate quieto —me dijo, y esperó dos bramidos más. No saltó de la cama,
como yo lo esperaba por mi propio miedo, sino que prosiguió impávida—:
Todavía nos quedan más de tres horas de vida.
Ella me lo había descrito como « un negrazo de dos metros y un jeme, con
una tranca de artillero» . Estuve a punto de romper las reglas del juego por el
zarpazo de los celos, y no de cualquier modo: quería matarlo. Lo resolvió la
madurez de ella, que desde entonces me llevó de cabestro a través de los escollos
de la vida real como a un lobito con piel de cordero.
Iba muy mal en el colegio y no quería saber nada de eso, pero Martina se
hizo cargo de mi calvario escolar. Le sorprendió el infantilismo de descuidar las
clases por complacer al demonio de una irresistible vocación de vida. « Es lógico
—le dije—. Si esta cama fuera el colegio y tú fueras la maestra, yo sería el
número uno no sólo de la clase sino de toda la escuela» . Ella lo tomó como un
ejemplo certero.
—Es justo eso lo que vamos a hacer —me dijo.
Sin demasiados sacrificios emprendió la tarea de mi rehabilitación con un
horario fijo. Me resolvía las tareas y me preparaba para la semana siguiente
entre retozos de cama y regaños de madre. Si los deberes no estaban bien y a
tiempo me castigaba con la veda de un sábado por cada tres faltas. Nunca pasé
de dos. Mis cambios empezaron a notarse en el colegio.