11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

dispersarnos.

Nunca compartí la versión maligna de que la paciencia con que mi padre

manejaba la pobreza tenía mucho de irresponsable. Al contrario: creo que eran

pruebas homéricas de una complicidad que nunca falló entre él y su esposa, y

que les permitía mantener el aliento hasta el borde del precipicio. Él sabía que

ella manejaba el pánico aun mejor que la desesperación, y que ése fue el

secreto de nuestra supervivencia. Lo que quizás no pensó es que a él le aliviaba

las penas mientras que ella iba dejando en el camino lo mejor de su vida. Nunca

pudimos entender la razón de sus viajes. De pronto, como solía ocurrir, nos

despertaron un sábado a medianoche para llevarnos a la agencia local de un

campamento petrolero del Catatumbo, donde nos esperaba una llamada de mi

padre por radioteléfono. Nunca olvidaré a mi madre bañada en llanto, en una

conversación embrollada por la técnica.

—Ay, Gabriel —dijo mi madre—, mira cómo me has dejado con este cuadro

de hijos, que varias veces hemos llegado a no comer.

Él le respondió con la mala noticia de que tenía el hígado hinchado. Le

sucedía a menudo, pero mi madre no lo tomaba muy en serio porque alguna vez

lo usó para ocultar sus perrerías.

—Eso siempre te pasa cuando te portas mal —le dijo en broma.

Hablaba viendo el micrófono como si papá estuviera ahí y al final se aturdió

tratando de mandarle un beso, y besó el micrófono. Ella misma no pudo con sus

carcajadas, y nunca logró contar el cuento completo porque terminaba bañada

en lágrimas de risa. Sin embargo, aquel día permaneció absorta y por fin dijo en

la mesa como hablando para nadie:

—Le noté a Gabriel algo raro en la voz.

Le explicamos que el sistema de radio no sólo distorsiona las voces sino que

enmascara la personalidad. La noche siguiente dijo dormida: « De todos modos

se le oía la voz como si estuviera mucho más flaco» . Tenía la nariz afilada de sus

malos días, y se preguntaba entre suspiros cómo serían esos pueblos sin Dios ni

ley por donde andaba su hombre suelto de madrina. Sus motivos ocultos fueron

más evidentes en una segunda conversación por radio, cuando le hizo prometer a

mi padre que regresaría a casa de inmediato si no resolvía nada en dos semanas.

Sin embargo, antes del plazo recibimos desde los Altos del Rosario un telegrama

dramático de una sola palabra: « Indeciso» . Mi madre vio en el mensaje la

confirmación de sus presagios más lúcidos, y dictó su veredicto inapelable:

—O vienes antes del lunes, o ahora mismo me voy para allá con toda la

prole.

Santo remedio. Mi padre conocía el poder de sus amenazas, y antes de una

semana estaba de regreso en Barranquilla. Nos impresionó su entrada, vestido de

cualquier modo, con la piel verdosa y sin afeitar, hasta el punto de que mi madre

crey ó que estaba enfermo. Pero fue una impresión momentánea, porque en dos

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!