REVISTA MUNDO PLURAL NOVIEMBRE

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26.11.2019 Views

Mundo Plural Guía básica de política exterior para navegantes desorientados Considerando que las recientes elecciones en Argentina implicarán una "nueva orientación" en materia de política exterior, es pertinente realizar algunas breves apreciaciones no tanto sobre el curso del mundo actual sino sobre aquellos ―clásicos‖ que, más allá de la irrupción de nuevos temas (reales e ilusorios), permanecen en la escena donde interactúan los Estados. En primer lugar, hay que separar lo potencial de lo que es. En clave contingente, Argentina es uno de los países-continentes del mundo, y por sus condiciones en relación con la población, los recursos, el territorio, su cultura, sus capacidades materiales e inmateriales, etc., está llamada a alcanzar un rango de potencia media, es decir, un actor con capacidad para proyectar influencia y poder a nivel regional y más allá también, como asimismo ser portador de un grado ostensible de deferencia por parte de los demás Estados. Pero Argentina no es una potencia media: es un actor cuyas condiciones de alta viabilidad y desarrollo (relativos) no guardan relación con su jerarquía o posición internacional. Dicho de otra manera, no hay relación entre sus condiciones extraordinarias para el crecimiento y el desarrollo y el estado declinante de su poder nacional, un concepto que desafortunadamente hace años dejó de utilizarse y que abarca todos los circuitos que implican el avance de un país (político, económico, social, tecnológico, militar, espacial, energético, etc.). Considerando el incierto curso del mundo y la ausencia de régimen entre Estados, vamos a requerir poder nacional, tanto en las ideas pero sobre todo en los hechos. Esta condición o estatus internacional por alcanzar lleva a que la política exterior se halle imposibilitada de estar por encima de la política o situación interior, por tanto, no sea la principal y verdadera política del país (Spengler sostenía que la política exterior era la verdadera política de un país, porque reflejaba el ordenamiento y coherencia de la política interna). Mientras el frente doméstico se mantenga fragmentado, débil o sin lograr resultados en cuanto a mover ascendentemente el poder nacional, la política externa solo será un hecho formal, cosechará indiferencia y también podría ser un evento que coloque al país en una situación comprometida. En segundo lugar, toda política exterior que intente serlo, es decir, proyecte al país al mundo con el fin de lograr seguridad y ganancias hacia dentro, deberá fundarse en un diagnóstico real y preciso sobre lo que sucede en el mundo. Un buen diagnóstico incrementará sensiblemente las posibilidades de una inserción internacional efectiva; por el contrario, un diagnóstico sesgado, ideologizado o improvisado implicará una inserción defectiva, yerro que no solo hará perder oportunidades capitales, sino dejar al país en una situación de aislamiento y vulnerabilidad. Aunque este último punto pueda parecer una obviedad, el diagnóstico exige un nivel profesional de escala y una dosis de realismo que no siempre fue un sitio común en Argentina, donde tradicionalmente existió un apego al moralismo y al multilateralismo en materia de relaciones entre Estados, incluso en tiempos de confrontación con otro Estado, como en 1982, cuando el propio canciller argentino (un abogado) estaba convencido de que la ONU, es decir, el marco jurídicoinstitucional, inclinaría la situación favorablemente a la Argentina, convicción que acabó chocando con la realidad que supone el interés y el poder. Debemos recordar que para la corriente realista en las relaciones internacionales la moral no

es su objeto de estudio. En los términos de Hans Morgenthau: ―El realismo político se rehúsa a identificar las aspiraciones morales de una nación en particular con las leyes que gobiernan el universo. Es el concepto de interés definido en términos de poder lo que nos salva de los excesos morales y la torpeza política‖. Otro realista, Edward H. Carr, es más ―conciliador‖ aunque igualmente contundente: ―Cualesquiera que sean los principios morales en juego, siempre habrá una cuestión de poder imposible de expresar en términos de moralidad‖. El diagnóstico necesariamente debe partir del firme reconocimiento del estado anárquico que predomina en las relaciones entre Estados, es decir, no existe a escala mundial una autoridad centralizada que, como sucede hacia dentro de los países, delimite el poder de aquellos. En la "arena" internacional las leyes e instituciones están restringidos por el poder y capacidades de los Estados. En términos más sencillos, no existe ningún ―número telefónico‖ policial internacional o ―vigilante nocturno‖, como sostiene John Mearsheimer, al que un Estado pueda acudir y aguardar que llegue la autoridad supraestatal en el caso de encontrarse en una situación comprometida ante otro Estado o alianza de Estados: o bien retrocede en tal situación y se aviene a la voluntad de la otra parte, o bien tendrá que "arreglárselas solo", contando únicamente con sus capacidades, con su autoayuda y eventualmente con sus alianzas con otro u otros Estados, si es que las tiene. Más aún, sus esperanzas en las organizaciones intergubernamentales podrían rápidamente difuminarse, si por la decisión de algunos de sus miembros preeminentes las mismas quedaran paralizadas o, peor todavía, la entidad multilateral decidiera que la responsabilidad de lo ocurrido es suya, es decir, del que solicita auxilio. En cuarto lugar, es necesario y conveniente que alguna vez se trabaje, en paralelo incluso con el desarrollo de escenarios favorables, con las "hipótesis de fracaso", es decir, con aquellos contextos en principio propicios o atractivos para los intereses del país, pero que acaban convirtiéndose en lo que nunca esperábamos, precisamente por considerar únicamente cursos favorables. Por caso, la globalización siempre fue apreciada como posibilidad y solución, nunca como un régimen de poder, es decir, un fenómeno no neutro, que mantenía propósitos relativos con ganancias de otros a expensas del quebrantamiento de aquellos activos nacionales de protección. Un caso muy reciente que solamente fue contemplado en clave de hipótesis de éxito fue el acuerdo Unión Europea-Mercosur. El anuncio ―tenemos acuerdo, señor presidente‖ por parte del canciller argentino no solo informaba, sino que daba por seguro su concreción. Pero el solo hecho de considerar que semejante acuerdo, si finalmente llegara a aprobarse (algo ya complejo), supone tiempo y prácticamente un cambio socioeconómico cultural de producción, aquella hipótesis debería ser acompañada de la necesaria hipótesis de fracaso o, al menos, de mínimos de cautela. Otro caso que nunca fue contemplado desde ―escenarios de frustración‖ fue la UNASUR, una entidad sobre la que hasta se consideró se llegaría a superar o moderar el ―sacrosanto‖ principio de no intervención en América Latina, el lugar jurídico preeminente en la región, hecho que nos proporciona una idea del fuerte patrón soberanista que predomina. Hoy la UNASUR no solo fracasó, sino que dejó de existir por las fuertes diferencias que existían entre sus miembros. En otros términos, sobre todo en relación con ―procesos nuevos‖ que suceden a escala global, es imperativo trabajar desde lo propio, no importando aquellas cuestiones o ―imágenes‖ que son impulsadas desde afuera con fines de poder soterrados bajo una pátina de atractivos que prácticamente vuelve anatemático todo

Mundo Plural<br />

Guía básica de política exterior<br />

para navegantes desorientados<br />

Considerando que las recientes elecciones<br />

en Argentina implicarán una "nueva orientación"<br />

en materia de política exterior, es pertinente<br />

realizar algunas breves apreciaciones<br />

no tanto sobre el curso del mundo actual sino<br />

sobre aquellos ―clásicos‖ que, más allá de la<br />

irrupción de nuevos temas (reales e ilusorios),<br />

permanecen en la escena donde interactúan<br />

los Estados.<br />

En primer lugar, hay que separar lo potencial<br />

de lo que es. En clave contingente, Argentina<br />

es uno de los países-continentes del mundo,<br />

y por sus condiciones en relación con la población,<br />

los recursos, el territorio, su cultura, sus<br />

capacidades materiales e inmateriales, etc.,<br />

está llamada a alcanzar un rango de potencia<br />

media, es decir, un actor con capacidad para<br />

proyectar influencia y poder a nivel regional y<br />

más allá también, como asimismo ser portador<br />

de un grado ostensible de deferencia por parte<br />

de los demás Estados.<br />

Pero Argentina no es una potencia media: es<br />

un actor cuyas condiciones de alta viabilidad y<br />

desarrollo (relativos) no guardan relación con<br />

su jerarquía o posición internacional. Dicho de<br />

otra manera, no hay relación entre sus condiciones<br />

extraordinarias para el crecimiento y el<br />

desarrollo y el estado declinante de su poder<br />

nacional, un concepto que desafortunadamente<br />

hace años dejó de utilizarse y que abarca<br />

todos los circuitos que implican el avance de<br />

un país (político, económico, social, tecnológico,<br />

militar, espacial, energético, etc.). Considerando<br />

el incierto curso del mundo y la ausencia<br />

de régimen entre Estados, vamos a requerir<br />

poder nacional, tanto en las ideas pero sobre<br />

todo en los hechos.<br />

Esta condición o estatus internacional por alcanzar<br />

lleva a que la política exterior se halle<br />

imposibilitada de estar por encima de la política<br />

o situación interior, por tanto, no sea la principal<br />

y verdadera política del país (Spengler<br />

sostenía que la política exterior era la verdadera<br />

política de un país, porque reflejaba el ordenamiento<br />

y coherencia de la política interna).<br />

Mientras el frente doméstico se mantenga<br />

fragmentado, débil o sin lograr resultados en<br />

cuanto a mover ascendentemente el poder nacional,<br />

la política externa solo será un hecho<br />

formal, cosechará indiferencia y también podría<br />

ser un evento que coloque al país en una<br />

situación comprometida.<br />

En segundo lugar, toda política exterior que<br />

intente serlo, es decir, proyecte al país al mundo<br />

con el fin de lograr seguridad y ganancias<br />

hacia dentro, deberá fundarse en un diagnóstico<br />

real y preciso sobre lo que sucede en el<br />

mundo. Un buen diagnóstico incrementará<br />

sensiblemente las posibilidades de una inserción<br />

internacional efectiva; por el contrario, un<br />

diagnóstico sesgado, ideologizado o improvisado<br />

implicará una inserción defectiva, yerro<br />

que no solo hará perder oportunidades<br />

capitales, sino dejar al país en una situación<br />

de aislamiento y vulnerabilidad.<br />

Aunque este último punto pueda parecer una<br />

obviedad, el diagnóstico exige un nivel profesional<br />

de escala y una dosis de realismo que<br />

no siempre fue un sitio común en Argentina,<br />

donde tradicionalmente existió un apego<br />

al moralismo y al multilateralismo en materia<br />

de relaciones entre Estados, incluso en tiempos<br />

de confrontación con otro Estado, como<br />

en 1982, cuando el propio canciller argentino<br />

(un abogado) estaba convencido de que la<br />

ONU, es decir, el marco jurídicoinstitucional,<br />

inclinaría la situación favorablemente<br />

a la Argentina, convicción que acabó<br />

chocando con la realidad que supone el interés<br />

y el poder.<br />

Debemos recordar que para la corriente realista<br />

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