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El portal de las hadas

Los cuentos que integran este libro contienen el sabor de aquellas historias ancestrales capaces de llevarnos a todos -adultos con corazón de niños- a los mundos fantásticos, y retomar allí esas imágenes esenciales. Los cuentos de hadas refieren a una realidad que comparten con los mitos, el mundo de lo inefable, las fuentes de una sabiduría milenaria al alcance de la mano. No se alarme el lector si, luego de leer estos cuentos originales, se recuerda a sí mismo y comienza a hablar con seres diminutos... SOBRE EL AUTOR: Ariel Pytrell es escritor, dramaturgo, poeta y ensayista. Entre otros trabajos, ha publicado poesía: Los olvidos y el Amante Milenario (Mondragón Ediciones), una serie de poemas en inglés en Internacional Library of Poetry (Maryland, EE.UU.); en teatro, es autor y ha dirigido: Caro refugio (Mondragón Ediciones); La tercera máscara, Webs Una antropología urbana, Babel Buenos Aires, La danza del laberinto...

Los cuentos que integran este libro contienen el sabor de aquellas historias ancestrales capaces de llevarnos a todos -adultos con corazón de niños- a los mundos fantásticos, y retomar allí esas imágenes esenciales. Los cuentos de hadas refieren a una realidad que comparten con los mitos, el mundo de lo inefable, las fuentes de una sabiduría milenaria al alcance de la mano. No se alarme el lector si, luego de leer estos cuentos originales, se recuerda a sí mismo y comienza a hablar con seres diminutos... SOBRE EL AUTOR: Ariel Pytrell es escritor, dramaturgo, poeta y ensayista. Entre otros trabajos, ha publicado poesía: Los olvidos y el Amante Milenario (Mondragón Ediciones), una serie de poemas en inglés en Internacional Library of Poetry (Maryland, EE.UU.); en teatro, es autor y ha dirigido: Caro refugio (Mondragón Ediciones); La tercera máscara, Webs Una antropología urbana, Babel Buenos Aires, La danza del laberinto...

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ARIEL PYTRELL<br />

<strong>El</strong> <strong>portal</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>hadas</strong><br />

y otros relatos maravillosos


Ariel Pytrell<br />

<strong>El</strong> <strong>portal</strong> <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>hadas</strong> / Ariel Pytrell ;<br />

dirigido por Marcelo Caballero ; edición<br />

literaria a cargo <strong>de</strong>: Mónica Piacentini<br />

- 1a ed. - Buenos Aires : Pluma<br />

y Papel, 2008.<br />

224 p. : il. ; 23x15 cm.<br />

ISBN 978-987-1021-96-3<br />

1. Narrativa Argentina. I. Marcelo<br />

Caballero, dir. II. Mónica Piacentini,<br />

ed. lit. III. Título<br />

CDD A863<br />

© Ariel Pytrell, 2008<br />

© <strong>de</strong> esta edición: Pluma y Papel<br />

<strong>de</strong> Goldfinger S.A., 2008<br />

Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires<br />

Argentina<br />

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228<br />

e-mail: info@plumaypapel.com<br />

www.<strong>de</strong>lnuevoextremo.com<br />

Director Editorial: Marcelo Caballero<br />

Coordinador <strong>de</strong> Edición: Mónica Piacentini<br />

Imágenes: Silvana Delfino<br />

Diseño interior: m&s estudio<br />

ISBN: 978-987-1021-96-3<br />

Primera edición: marzo 2008<br />

Reservados todos los <strong>de</strong>rechos. Ninguna parte <strong>de</strong><br />

esta publicación pue<strong>de</strong> ser reproducida, almacenada<br />

o transmitida por ningún medio sin permiso<br />

<strong>de</strong>l editor. Hecho el <strong>de</strong>pósito que marca la ley<br />

11.723<br />

Impreso en Argentina - Printed in Argentina


Contenido<br />

Palabras a mi juicio • 9<br />

La pequeña dama <strong>de</strong>l espejo • 13<br />

Los dos caminos • 19<br />

<strong>El</strong> precio <strong>de</strong> la reina • 33<br />

<strong>El</strong> viejo aljibe • 59<br />

Jenny, la hilan<strong>de</strong>ra • 67<br />

Voz <strong>de</strong> nieve • 97<br />

La rama <strong>de</strong> muérdago • 103<br />

La fogata <strong>de</strong> los hermanos • 113<br />

Rizorrojo • 125<br />

Los regalos antiguos • 137<br />

<strong>El</strong> pequeño cofre • 149<br />

La reina <strong>de</strong> <strong>las</strong> hojas • 169<br />

<strong>El</strong> hada <strong>de</strong>l venado • 181<br />

<strong>El</strong> amante <strong>de</strong> la sabiduría • 199<br />

La cortina <strong>de</strong> los dioses • 211<br />

<strong>El</strong> <strong>portal</strong> <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>hadas</strong> • 217


Palabras a mi juicio<br />

C<br />

uentos <strong>de</strong> <strong>hadas</strong> no son necesariamente cuentos<br />

con <strong>hadas</strong> o sobre <strong>hadas</strong>. Los hermanos Grimm,<br />

Hans Christian An<strong>de</strong>rsen, Rudolf Steiner, J. R. R. Tolkien,<br />

Michael En<strong>de</strong> y varios otros, a su manera, ya dieron<br />

cuenta <strong>de</strong> la primera variedad: con <strong>hadas</strong>; otros,<br />

como Ovidio, Edmund Spenser, W. B. Yeats o Andrew<br />

Lang —a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> los mencionados antes—,<br />

escribieron sobre los segundos: sobre <strong>hadas</strong>. <strong>El</strong> libro<br />

que el lector tiene en sus manos contiene relatos que se<br />

podrían encuadrar en la segunda variedad mencionada,<br />

con cierto tratamiento <strong>de</strong> la primera, <strong>de</strong> modo que<br />

aquí no redundaremos en <strong>de</strong>talles para su diferenciación,<br />

pues salta a la vista. Eso sí, discerniremos, aún,<br />

entre un libro <strong>de</strong> cuentos con <strong>hadas</strong> y un mero catálogo<br />

<strong>de</strong> seres maravillosos, presentes en abundancia entre<br />

los estantes <strong>de</strong> <strong>las</strong> librerías mo<strong>de</strong>rnas, con pretensiones<br />

<strong>de</strong> ser mágicos o científicos.<br />

Acaso el autor <strong>de</strong> estos relatos haya logrado fomentar<br />

la creencia secundaria, como lo quería Tolkien y,<br />

como también lo quería Tolkien, montarnos un mundo<br />

secundario, con “la consistencia interna <strong>de</strong> la realidad”.<br />

Lo cierto es que todos nosotros —todos noso-<br />

9


tros— recibimos esos “susurros” que nos mueven hacia<br />

a<strong>de</strong>lante en nuestra propia historia, y nos reflejan un<br />

origen y <strong>de</strong>stino. “Origen” y “<strong>de</strong>stino” son sólo palabras<br />

y, por supuesto, mucho más que puntos extremos;<br />

sobre todo, porque estamos acostumbrados a no percibir<br />

ni siquiera el “viaje” que uniría a ambos puntos.<br />

Es probable que <strong>las</strong> <strong>hadas</strong> sean esas criaturas que<br />

hemos concebido para recordarnos nuestra doble ciudadanía:<br />

la <strong>de</strong>l país <strong>de</strong>l alma, la <strong>de</strong> la comunidad terrestre.<br />

Como los mitos —<strong>de</strong> los que <strong>de</strong>riva—, el universo<br />

<strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>hadas</strong> y <strong>las</strong> otras criaturas maravillosas<br />

portan un misterio que sólo podrá <strong>de</strong>sentrañarse cuando<br />

nos recordamos a nosotros mismos como ciudadanos<br />

<strong>de</strong> ese doble país y, para cuando lo hayamos<br />

<strong>de</strong>scifrado, acaso no haga falta pronunciar muchas<br />

palabras más.<br />

Las <strong>hadas</strong> y su reino tienen algunas virtu<strong>de</strong>s y un<br />

solo <strong>de</strong>fecto. Entre <strong>las</strong> virtu<strong>de</strong>s, po<strong>de</strong>mos mencionar<br />

la intensidad <strong>de</strong> colores, la neblina que nos muestra<br />

<strong>las</strong> siluetas <strong>de</strong> <strong>las</strong> criaturas escurridizas, la certeza que<br />

se encuentra más allá <strong>de</strong> la duda sistemática, <strong>las</strong> superficies<br />

brillantes y espejadas, la ambivalencia y la luminosidad,<br />

la diáfana atmósfera y, muchas veces, la<br />

atmósfera un poco enrarecida.<br />

<strong>El</strong> <strong>de</strong>fecto, bueno… Tal vez el <strong>de</strong>fecto sea el peligro<br />

que todos los viajeros <strong>de</strong>l País Maravilloso refieren <strong>de</strong><br />

manera coinci<strong>de</strong>nte, sobre todo a través <strong>de</strong> ciertas prohibiciones:<br />

aquel reino se rige por otras leyes y, algunas<br />

veces, transgredir<strong>las</strong> pue<strong>de</strong> resultar peligroso. No<br />

se pue<strong>de</strong> entrar en ese mundo —ni salir <strong>de</strong> él— más<br />

que por un solo lugar, tan estrecho y agudo que muy<br />

10<br />

palabras a mi juicio


pocas veces nos damos cuenta <strong>de</strong> que estamos frente<br />

a él. No se pue<strong>de</strong> entrar —tampoco, salir— cuando uno<br />

quiera; en este caso, la paciencia es fundamental (a<br />

pesar <strong>de</strong> todo, es muy probable que muchos no entren<br />

en toda una vida). No se pue<strong>de</strong> “analizar” la sustancia<br />

maravillosa o intentar retener el tiempo en<br />

aquella tierra (esta condición corre tanto para humanos<br />

como para los seres feéricos que la habitan). No<br />

se pue<strong>de</strong> “difundir” sin permiso el viaje al Mundo<br />

Maravilloso, como si fuera una aventura turística. No<br />

se pue<strong>de</strong> “hablar” la lengua que apren<strong>de</strong>mos allí a<br />

poco <strong>de</strong> haber entrado. No se pue<strong>de</strong> “negar” aquella<br />

realidad, sin sufrir uno mismo <strong>las</strong> consecuencias <strong>de</strong><br />

tal negación.<br />

Pero lo más terrible <strong>de</strong> todo es que el corazón que<br />

busca, muchas veces, lo hace sin que el viajero sepa<br />

que ha buscado y golpeado con insistencia la aldaba<br />

<strong>de</strong>l <strong>portal</strong> <strong>de</strong> aquel país; y, entonces, es común que<br />

que<strong>de</strong> atónito frente a la puerta abierta hacia aquella<br />

dimensión, una herida in<strong>de</strong>leble en el telar <strong>de</strong> <strong>las</strong><br />

cosas que existen. ¡Apresúrese a entrar, el buscador!<br />

pues, <strong>de</strong> lo contrario, el <strong>portal</strong> volverá a cerrarse, acaso<br />

con él <strong>de</strong>ntro, y no volverá a abrirse hasta vaya a saber<br />

uno cuánto tiempo. Queda prevenido el lector.<br />

11


<strong>El</strong> perfume <strong>de</strong>l pino —penetrante y húmedo y<br />

seco y, otra vez, húmedo— entraba en la habitación a<br />

través <strong>de</strong> la ventana <strong>de</strong>l cuarto. Lo transportaba la brisa<br />

que soplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el río, como una aproximación<br />

<strong>de</strong> los días <strong>de</strong> otoño. Los rayos <strong>de</strong>l sol también se filtraban<br />

por la ventana y parecían ondas <strong>de</strong> agua que<br />

movían <strong>las</strong> cortinas transparentes con el ritmo íntimo<br />

<strong>de</strong> aquella mañana <strong>de</strong> principios <strong>de</strong>l tiempo frío.<br />

Alana se <strong>de</strong>spertó sobresaltada. Cuando un extremo<br />

<strong>de</strong> la cortina rozó un hombro, abrió los ojos con<br />

un solo movimiento. Se quedó quietecita en la cama,<br />

mirando el sonido en <strong>las</strong> sombras <strong>de</strong> <strong>las</strong> plantas procuanto<br />

más pequeñas<br />

estuvieran <strong>las</strong><br />

pupi<strong>las</strong>, con más<br />

<strong>de</strong>talle le<br />

llegarían los objetos<br />

(lo había leído en<br />

un libro sobre fotografía).<br />

Con sus ojos<br />

ver<strong>de</strong>s, recorrió su<br />

cuello, largo y<br />

terso; vio el juego <strong>de</strong><br />

la luz<br />

La pequeña<br />

dama<br />

<strong>de</strong>l espejo<br />

13


14<br />

yectadas en el techo; escuchando la tibieza <strong>de</strong> esos<br />

rayos que le llevaban el rumor <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> hormigas e<br />

insectos matutinos; sintiendo el movimiento <strong>de</strong> cientos<br />

<strong>de</strong> voces líquidas y luminosas. Alana percibió el<br />

otoño en su cuarto y se estremeció.<br />

De repente, tuvo una sensación inédita. Des<strong>de</strong> la<br />

cama, ella veía el gran espejo oval que mantenía suspendido,<br />

en su habitación, el reflejo enmarcado <strong>de</strong> la<br />

biblioteca. <strong>El</strong>la también alcanzaba a ver reflejados<br />

algunos <strong>de</strong> sus rizos amarillos —todavía más amarillos,<br />

por la caricia <strong>de</strong>l sol tenue— y el paisaje que permitía<br />

ver la ventana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel ángulo. Todo se mecía<br />

afuera. Todo se mecía, se expandía y se contraía,<br />

parecido a un coro que intentaba entonar alguna canción<br />

inaudible.<br />

Alana tuvo el impulso <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la cama. Corrió<br />

con energía <strong>las</strong> cobijas, se sentó en el lecho, apoyó los<br />

pies <strong>de</strong>snudos en el piso <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra tibia, y suspiró.<br />

Tomó un nuevo impulso y se encaminó hasta el espejo.<br />

Allí estaba la imagen <strong>de</strong> ella, que se agrandaba y<br />

ocupaba cada vez más toda la superficie <strong>de</strong>l espejo,<br />

conforme se aproximaba a él.<br />

Alana se acercó lentamente, aún con esa sensación<br />

inédita que palpitaba en la piel, y no dio mayor relevancia<br />

al rugido <strong>de</strong> un avión que, eso sí, había <strong>de</strong>jado<br />

su sombra momentánea en el ambiente. Primero observó<br />

el rostro: seguían allí sus pecas y el inconfundible<br />

lunar cerca <strong>de</strong> la sien. Vio sus ojos ver<strong>de</strong>s más ver<strong>de</strong>s<br />

que el día anterior, pues el reflejo repentinamente<br />

intenso <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong>l sol hizo que sus pupi<strong>las</strong> se achila<br />

pequeña dama en el espejo


cuanto más pequeñas estuvieran <strong>las</strong> pupi<strong>las</strong>, con más <strong>de</strong>talle<br />

le llegarían los objetos (lo había leído en un libro sobre<br />

fotografía). Con sus ojos ver<strong>de</strong>s, recorrió su cuello, largo y<br />

terso; vio el juego <strong>de</strong> la luz en sus orejas, el latido <strong>de</strong> sus<br />

venas en el cuello, <strong>las</strong> flores estampadas <strong>de</strong> su pijama,<br />

que se movía con su respiración. Alana esperaba algo, pero<br />

no sabía qué. Hasta que se dio cuenta, y dio un brinco hacia<br />

atrás por la sorpresa.<br />

Allí, más abajo <strong>de</strong> su cuello, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l estampado <strong>de</strong> su<br />

pijama, moviéndose al compás <strong>de</strong> su respiración, vio <strong>las</strong> dos<br />

protuberancias que formaban <strong>las</strong> pequeñas montañas <strong>de</strong> sus<br />

senos incipientes. Por primera vez, ahora que estaba a punto<br />

<strong>de</strong> cumplir doce años, se dio cuenta <strong>de</strong> que ya no era una<br />

niña <strong>de</strong> torso recto.<br />

Alana recuperó el valor y se aproximó al espejo. Tocó<br />

ambos senos con sus manos y se percató <strong>de</strong> la turgencia <strong>de</strong><br />

aquellos. Al mismo tiempo, se dio cuenta <strong>de</strong> que sus<br />

manos eran más gran<strong>de</strong>s, como si estuvieran expandidas o<br />

como si una parte <strong>de</strong> ella quisiera expandirse a través <strong>de</strong><br />

sus manos. Y, entonces, volvió a sobresaltarse.<br />

Alana había creído ver en el espejo que algo se movía<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. Giró su rostro, pero no vio nada más que<br />

luz en su habitación. Regresó al espejo y dirigió la mirada<br />

a sus ca<strong>de</strong>ras, a sus piernas, a sus pies. Aún parecían <strong>de</strong><br />

niña, no estaba muy marcada su cintura y algunas zonas<br />

<strong>de</strong> su cuerpo todavía conservaban cierta adiposidad. Sintió,<br />

por un momento, una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>cepción. Y, en ese instante,<br />

se sobresaltó <strong>de</strong> nuevo.<br />

Otra vez creyó haber visto que algo se movía en el<br />

espejo, pero la sensación fue mucho más patente que la<br />

15


caran al extremo posible. No obstante, ella sabía que,<br />

cuanto más pequeñas estuvieran <strong>las</strong> pupi<strong>las</strong>, con más<br />

<strong>de</strong>talle le llegarían los objetos (lo había leído en un<br />

libro sobre fotografía). Con sus ojos ver<strong>de</strong>s, recorrió su<br />

cuello, largo y terso; vio el juego <strong>de</strong> la luz en sus orejas,<br />

el latido <strong>de</strong> sus venas en el cuello, <strong>las</strong> flores estampadas<br />

<strong>de</strong> su pijama, que se movía con su respiración.<br />

Alana esperaba algo, pero no sabía qué. Hasta que se<br />

dio cuenta, y dio un brinco hacia atrás por la sorpresa.<br />

Allí, más abajo <strong>de</strong> su cuello, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l estampado<br />

<strong>de</strong> su pijama, moviéndose al compás <strong>de</strong> su respiración,<br />

vio <strong>las</strong> dos protuberancias que formaban <strong>las</strong> pequeñas<br />

montañas <strong>de</strong> sus senos incipientes. Por primera vez,<br />

ahora que estaba a punto <strong>de</strong> cumplir doce años, se dio<br />

cuenta <strong>de</strong> que ya no era una niña <strong>de</strong> dorso recto.<br />

Alana recuperó el valor y se aproximó al espejo.<br />

Tocó ambos senos con sus manos y se percató <strong>de</strong> la<br />

turgencia <strong>de</strong> aquellos. Al mismo tiempo, se dio cuenta<br />

<strong>de</strong> que sus manos eran más gran<strong>de</strong>s, como si estuvieran<br />

expandidas o como si una parte <strong>de</strong> ella quisiera<br />

expandirse a través <strong>de</strong> sus manos. Y, entonces,<br />

volvió a sobresaltarse.<br />

Alana había creído ver en el espejo que algo se<br />

movía <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella. Giró su rostro, pero no vio nada<br />

más que luz en su habitación. Regresó al espejo y dirigió<br />

la mirada a sus ca<strong>de</strong>ras, a sus piernas, a sus pies.<br />

Aún parecían <strong>de</strong> niña, no estaba muy marcada su cintura<br />

y algunas zonas <strong>de</strong> su cuerpo todavía conservaban<br />

cierta adiposidad. Sintió, por un momento, una especie<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cepción. Y, en ese instante, se sobresaltó <strong>de</strong> nuevo.<br />

16<br />

la pequeña dama en el espejo


Otra vez creyó haber visto que algo se movía en el<br />

espejo, pero la sensación fue mucho más patente que la<br />

anterior y también sus oídos mantenían el eco <strong>de</strong> unas<br />

voces que habían acompañado aquel movimiento.<br />

Alana no perdió tiempo al intentar mirar hacia atrás,<br />

sino que sostuvo la mirada en el espejo, justo <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> su hombro izquierdo. Aunque el corazón le latía <strong>de</strong><br />

manera acelerada, mantuvo su mirada ver<strong>de</strong> en la imagen<br />

<strong>de</strong>l espejo. <strong>El</strong> horizonte celeste, que entraba por la<br />

ventana, se espejaba ante ella; los rayos <strong>de</strong>l sol entibiaban<br />

aquella mañana un poco fría; la brisa, que empujaba<br />

el perfume <strong>de</strong>l pino fresco; el perfume, que mecía <strong>las</strong><br />

cortinas transparentes… y allí, con ojos ver<strong>de</strong>s muy<br />

gran<strong>de</strong>s, acaso más gran<strong>de</strong>s que su propio asombro,<br />

una criatura diminuta que la miraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su pequeñez<br />

asombrosa.<br />

Alana no se alarmó esta vez. La pequeña criatura le<br />

sonrió, tenía todo el aspecto <strong>de</strong> una mujer, a excepción<br />

<strong>de</strong> su tamaño. ¡Un hada!, pensó o creyó haber<br />

dicho Alana. <strong>El</strong> hada, que observaba a la niña <strong>de</strong>l<br />

espejo, tenía los ojos ver<strong>de</strong>s, cada vez más gran<strong>de</strong>s,<br />

cada vez más sorprendidos, como si hubieran <strong>de</strong>scubierto<br />

el mundo <strong>de</strong> los humanos, como si el mundo <strong>de</strong><br />

los humanos hubiera sido un remoto reino propio <strong>de</strong><br />

los cuentos que su abuela hada le hubiera relatado<br />

alguna vez. Pero ahora el hada había franqueado el<br />

límite que separaba ambos reinos; ahora había transgredido<br />

su mundo natural, con sus leyes y jerarquías,<br />

y se encontraba en una tierra extraña, en una dimensión<br />

extraña, ante una criatura extraña. Ahora el hada<br />

17


sentía el frío <strong>de</strong> la proximidad <strong>de</strong>l otoño, la oscuridad<br />

<strong>de</strong> lo verdoso, lo artificial <strong>de</strong> los espejos.<br />

<strong>El</strong> hada quiso hablar pero, en cuanto pretendió mover<br />

sus labios rectos y diminutos, <strong>de</strong>sapareció. En un<br />

abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos, se encontró <strong>de</strong> nuevo en el país<br />

<strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>hadas</strong>, en medio <strong>de</strong> <strong>las</strong> flores y el néctar y <strong>de</strong>l<br />

secreto <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> los jardines. Y sintió una profunda<br />

nostalgia por el mundo que acababa <strong>de</strong> visitar, como si<br />

lo hubiera conocido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre. Y el hada retuvo<br />

los ojos ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Alana —más ver<strong>de</strong>s que nunca, por<br />

la repentina intensidad <strong>de</strong> la luz—, que se quedaron<br />

impresos en lo profundo <strong>de</strong> su esencia feérica, para<br />

<strong>de</strong>scubrir que eran, en realidad, un mapa que <strong>de</strong>bía<br />

recordar, si quería regresar al mundo <strong>de</strong> los humanos.<br />

<strong>El</strong>la, el hada, había visto una dama joven en el espejo<br />

y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, guardó esa imagen en su corazón,<br />

que comenzó a latir al ritmo <strong>de</strong> otra naturaleza.<br />

18<br />

la pequeña dama en el espejo


En un momento <strong>de</strong><br />

la charla, en la<br />

confitería <strong>de</strong> la<br />

posada, mientras<br />

reía junto con un<br />

grupo <strong>de</strong> colegas,<br />

lo asaltó la misma sensación, la<br />

misma angustia, que él disipó<br />

<strong>de</strong> inmediato con bromas y<br />

risas. <strong>El</strong> posa<strong>de</strong>ro se acercó al<br />

señor Emeri y le extendió una<br />

bebida. <strong>El</strong> invitado se sorprendió,<br />

aunque los <strong>de</strong>más no<br />

Los dos<br />

caminos<br />

Aquella tar<strong>de</strong>, el señor Emeri llegó primero<br />

que ninguno. Él provenía <strong>de</strong> la ciudad, <strong>de</strong> la bulliciosa<br />

ciudad rugiente <strong>de</strong> automóviles, <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s avenidas,<br />

<strong>de</strong> cielos surcados por aviones enormes, <strong>de</strong> letreros<br />

luminosos, <strong>de</strong> edificios gigantes que perforan el<br />

firmamento, <strong>de</strong> árboles heridos <strong>de</strong> muerte que buscan<br />

alguna brizna ver<strong>de</strong> con sus troncos mutilados, <strong>de</strong> pavimento<br />

que unta y oculta la vida vegetal.<br />

<strong>El</strong> señor Emeri llegó a la casa <strong>de</strong> campo como un<br />

hombre <strong>de</strong> negocios dispuesto a pasar unas cuantas<br />

horas, tal vez dos días, con otros como él en un seminario<br />

que había organizado la empresa en la que trabajaba.<br />

<strong>El</strong> evento prometía ser muy excitante y, cuando<br />

19


comenzaron a llegar sus <strong>de</strong>más colegas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>las</strong> sucursales<br />

<strong>de</strong> varias ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l país, todos se acomodaron<br />

en <strong>las</strong> habitaciones y se distendieron, dispuestos<br />

a pasarla bien.<br />

Al señor Emeri le tocó la habitación con el señor<br />

Sánchez, que venía <strong>de</strong>l sur, y muy pronto se i<strong>de</strong>ntificaron,<br />

pues ya se habían visto en algún otro evento <strong>de</strong><br />

la empresa. No sólo había hombres <strong>de</strong> negocios, también<br />

había mujeres <strong>de</strong> distintas jerarquías en la empresa<br />

y, ya en la confitería <strong>de</strong> la posada, con alguna<br />

bebida en <strong>las</strong> copas, algunos comenzaron a conjeturar<br />

que la señora Ivana Formis daría esa noche la primera<br />

charla <strong>de</strong>l seminario.<br />

<strong>El</strong> señor Emeri era un hombre <strong>de</strong> mediana edad,<br />

soltero, el típico hombre hábil que llegó por su propio<br />

talento a una posición más o menos alta en su<br />

empresa. Se sentía cómodo entre aquellos hombres y<br />

mujeres iguales a él, que veían y planificaban al mundo<br />

igual que él, que tenían la costumbre <strong>de</strong> no per<strong>de</strong>r<br />

tiempo e ir directo a los asuntos, igual que él. Pero<br />

bien es verdad que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un tiempo antes <strong>de</strong> su viaje a<br />

la posada <strong>de</strong>l campo, lo habían sorprendido sentimientos<br />

que creía haber olvidado hace mucho. Sentimientos,<br />

por ejemplo, <strong>de</strong> una profunda <strong>de</strong>solación,<br />

<strong>de</strong> una <strong>de</strong>sconocida angustia que él disipaba casi <strong>de</strong><br />

inmediato al imponerse distintas obligaciones laborales<br />

hasta altas horas <strong>de</strong> la jornada o salidas al cine con<br />

amigos y mujeres <strong>de</strong>sconocidas, o cursos <strong>de</strong> perfeccionamiento<br />

profesional o algún otro notable catálogo <strong>de</strong><br />

activida<strong>de</strong>s.<br />

20<br />

los dos caminos


En un momento <strong>de</strong> la charla, en la confitería <strong>de</strong> la<br />

posada, mientras reía junto con un grupo <strong>de</strong> colegas,<br />

lo asaltó la misma sensación, la misma angustia, que<br />

él disipó <strong>de</strong> inmediato con bromas y risas. <strong>El</strong> posa<strong>de</strong>ro<br />

se acercó al señor Emeri y le extendió una bebida.<br />

<strong>El</strong> invitado se sorprendió, aunque los <strong>de</strong>más no hicieron<br />

<strong>de</strong>masiado caso a la acción <strong>de</strong>l posa<strong>de</strong>ro.<br />

—Yo no he pedido licor —dijo el señor Emeri.<br />

—Ha sido una invitación, señor —aseguró el posa<strong>de</strong>ro<br />

con una sonrisa amable.<br />

—¿De quién? —preguntó el señor Emeri que, en ese<br />

momento, se había sonrojado.<br />

—No puedo <strong>de</strong>círselo, señor —dijo el posa<strong>de</strong>ro—.<br />

Sólo le aseguro que se trata <strong>de</strong> una dama, una dama<br />

que no fue invitada a esta reunión, y que tendría mucho<br />

gusto <strong>de</strong> oír algo <strong>de</strong> usted.<br />

<strong>El</strong> señor Emeri recorrió el salón con la mirada, incluso<br />

miró a los colegas <strong>de</strong>l grupo en el que conversaba.<br />

Por un instante, se le ocurrió que se trataba <strong>de</strong> alguna<br />

broma con la que alguien quería divertirse a su costa,<br />

para ver su reacción: algo que suele hacerse cuando uno<br />

está lejos <strong>de</strong> los fragores cotidianos <strong>de</strong> la ciudad.<br />

—No, no es lo que cree, señor —<strong>de</strong>claró el posa<strong>de</strong>ro,<br />

mientras se alejaba—. No se trata <strong>de</strong> nadie que usted<br />

conozca. Le recomiendo que tome en serio esta invitación.<br />

<strong>El</strong> señor Emeri, que sostenía con una mano la copa<br />

que le había extendido el posa<strong>de</strong>ro, se quedó aturdido<br />

mirando cómo éste se alejaba, pues no había forma <strong>de</strong><br />

21


que el posa<strong>de</strong>ro supiera qué había pensado. Algo<br />

extraño sintió cuando bebió <strong>de</strong> la copa, con<br />

algo <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia y otro poco <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconfianza,<br />

mientras sus ojos, con los que miraba a la bulliciosa<br />

gente <strong>de</strong> negocios <strong>de</strong>l recinto, buscaban <strong>de</strong>senmascarar<br />

al bromista. No bien sus labios tocaron el líquido,<br />

Emeri creyó haber mordido una fruta jugosa, cuyo dulzor<br />

se mezcló con su saliva y se perdió en su sangre.<br />

Cuando terminó <strong>de</strong> beber, más que mareado por el alcohol,<br />

se sintió confuso y algo aturdido.<br />

22<br />

<strong>El</strong> resto <strong>de</strong> ese día sucedió nada más que lo esperable.<br />

Luego <strong>de</strong> la primera charla <strong>de</strong> la señora Formis,<br />

todos se reunieron en la confitería para cenar y, más tar<strong>de</strong>,<br />

la mayoría se internó en <strong>las</strong> habitaciones para dormir<br />

pues, al día siguiente, <strong>de</strong>bían comenzar <strong>las</strong> activida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy temprano. Pero el señor Emeri se<br />

quedó esperando en el sillón, sobre el que se había sentado<br />

luego <strong>de</strong> la cena, so excusa <strong>de</strong> que no podía irse a<br />

dormir aún. Había pedido un café, que nunca tomó, y<br />

se apoltronó a esperar a que todos salieran <strong>de</strong> la confitería,<br />

mientras miraba con atención a cada uno, mientras<br />

buscaba algún indicio <strong>de</strong> burla en el brillo <strong>de</strong> los<br />

ojos <strong>de</strong> sus colegas, mientras los minutos se precipitaban<br />

en la noche. Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que Emeri estaba acostumbrado<br />

a recibir invitaciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconocidos, sobre<br />

todo, mujeres, y pensó muchas veces en muchas mujeres<br />

conocidas en esa reunión y <strong>de</strong>sconocidas, incluso<br />

fantaseó con que la señora Ivana Formis, que era superior<br />

en rango, se había atrevido a insistir, luego <strong>de</strong> aquellos<br />

años pasados <strong>de</strong> romance. Pero <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong>sechalos<br />

dos caminos


a todas esas lucubraciones pues, por alguna extraña<br />

sensación, percibía que este era un caso diferente.<br />

Cuando, por fin, no quedó nadie más que él, por<br />

primera vez observó el sitio. La confitería estaba <strong>de</strong>corada<br />

con sencillez y buen gusto, y se advertía el esmero<br />

por ofrecer cali<strong>de</strong>z. Un hogar crepitante, más o<br />

menos en el centro <strong>de</strong>l salón, teñía <strong>de</strong> naranja <strong>las</strong> sombras<br />

tremulantes que bailaban en el ambiente. Sobre<br />

<strong>las</strong> pare<strong>de</strong>s blancas e irregulares, colgaban cuadros <strong>de</strong><br />

representación bucólica y, a través <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s ventanales,<br />

se veía el exterior iluminado. Las mesas estaban<br />

allí, ocupando todo el salón, con <strong>las</strong> sil<strong>las</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nadas,<br />

tal como <strong>las</strong> habían <strong>de</strong>jado los invitados al<br />

retirarse. Des<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba el señor Emeri, un sector<br />

con sillones y mesas ratonas cerca <strong>de</strong>l hogar, se podía<br />

ver la estancia casi en su totalidad. La barra <strong>de</strong> la confitería,<br />

don<strong>de</strong> estaba la caja registradora, se encontraba<br />

en el otro extremo y aún tenía <strong>las</strong> luces encendidas.<br />

Silencio. Emeri sólo oía el crepitar <strong>de</strong>l fuego <strong>de</strong>l hogar.<br />

Dejó que la mirada atravesara el vidrio grueso <strong>de</strong>l<br />

ventanal y se perdiera en el paisaje nocturno. Algunas<br />

hojas rojizas caían <strong>de</strong> los árboles cercanos y un viento<br />

leve movía en círculos <strong>las</strong> que ya estaban caídas. Por un<br />

instante, sintió que hacía el ridículo al esperar aquello<br />

que ignoraba, pero continuó allí, sentado cerca <strong>de</strong>l<br />

hogar. <strong>El</strong> crepitar <strong>de</strong>l fuego dubitante y el aliento cálido<br />

que le llegaba a intervalos comenzaron a amodorrarlo.<br />

Lo último que Emeri oyó, antes <strong>de</strong> dormirse sentado<br />

en el sillón, fue el chasquido leve <strong>de</strong> la leña cuando, <strong>de</strong><br />

pronto, se quiebra consumida por el fuego.<br />

23


Lo siguiente que oyó Emeri, y que lo <strong>de</strong>spertó sobresaltado,<br />

fue el también leve paso <strong>de</strong> alguien que<br />

parecía entrar en la estancia. Tras sacudirse el estupor<br />

momentáneo, se percató <strong>de</strong> un movimiento en la barra,<br />

unas manos que no reconoció acomodaron algunos<br />

objetos <strong>de</strong>l mostrador y, luego, apagaron <strong>las</strong> luces.<br />

Ahora la penumbra estaba dominada por la luz <strong>de</strong>l<br />

exterior, que se filtraba a través <strong>de</strong> los cristales y hacía<br />

más agudo el otoño <strong>de</strong> afuera; pero esta luz también se<br />

apagó, quizá por <strong>las</strong> mismas manos que habían apagado<br />

<strong>las</strong> <strong>de</strong> la barra <strong>de</strong> la confitería.<br />

La luna agrisada y fría entraba ahora en la habitación.<br />

Cualquier leve sonido se había tornado más evi<strong>de</strong>nte,<br />

pero también el silencio podía percibirse con<br />

niti<strong>de</strong>z pasmosa y no sin un poco <strong>de</strong> inquietud. Emeri<br />

oía su propia respiración y le dio la sensación <strong>de</strong> que,<br />

con él, respiraban los mismos cuadros bucólicos, <strong>las</strong><br />

mismas hojas <strong>de</strong>l exterior, la misma luz tremulante y<br />

lejana <strong>de</strong> la luna.<br />

Nunca más que en ese instante, Emeri se sintió atento<br />

a cualquier movimiento, a cualquier sonido. Y antes<br />

<strong>de</strong> que comenzara a pensar que esa sensación no le<br />

gustaba nada, oyó unos pasos que se acercaban: toc<br />

toc, toc toc, toquiti toc… Las sombras anaranjadas aún<br />

estaban allí, danzando al ritmo <strong>de</strong>l crepitar <strong>de</strong> un fuego<br />

que amenazaba con extinguirse. <strong>El</strong> otoño seguía<br />

allí, tras el ventanal que continuaba mostrando el <strong>de</strong>scenso<br />

<strong>de</strong> algunas hojas carmesí. <strong>El</strong> silencio persistía<br />

allí, con la inquietud <strong>de</strong> lo que no se nombra, con el<br />

latido <strong>de</strong> un corazón ansioso, con la expectación <strong>de</strong> lo<br />

24<br />

los dos caminos


que se anuncia y se calla. Y aquellos pasos —toc toc,<br />

toc toc, toquiti toc— insistían en acercarse al sillón<br />

don<strong>de</strong> Emeri estaba sentado.<br />

La larga sombra anaranjada se <strong>de</strong>tuvo bajo los pies<br />

<strong>de</strong> Emeri. Los ojos <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong> negocios brillaron<br />

en la penumbra. Emeri respiró con dificultad, quiso<br />

hablar, preguntar, sonreír nerviosamente, pero no<br />

pudo más que apretar con sus manos el extremo <strong>de</strong>l<br />

brazo <strong>de</strong>l sillón.<br />

—Bienvenido, querido.<br />

La voz resonó dulce en el salón e hizo vibrar aún<br />

más el fuego y la luz <strong>de</strong>l hogar.<br />

Emeri seguía aferrado a los brazos <strong>de</strong>l sillón, con<br />

los ojos <strong>de</strong>stellantes, como estrel<strong>las</strong> sorprendidas en<br />

la superficie <strong>de</strong> la Tierra.<br />

—¿Qu…? ¿Quién…?<br />

—No preguntes, sólo oye.<br />

Las hojas <strong>de</strong>l otoño se arremolinaron afuera. Una<br />

brisa agitada golpeó el vidrio <strong>de</strong>l ventanal. La luna<br />

penetró todavía más en la estancia e iluminó mejor el<br />

lugar. Emeri pudo ver quién estaba frente a él. La figura<br />

femenina <strong>de</strong>stellaba ella misma una luz anaranjada.<br />

Aunque no se podía <strong>de</strong>cir que era alta y tampoco baja,<br />

aquella mujer sí era muy <strong>de</strong>lgada y hermosa, y parecía<br />

que sus <strong>de</strong>licados pies no terminaban <strong>de</strong> tocar el piso.<br />

Su piel blanca y refulgente se asomaba por el vestido<br />

tenue y vaporoso, y contrastaba con su abundante<br />

cabellera, que se adivinaba <strong>de</strong>l color <strong>de</strong> <strong>las</strong> hojas <strong>de</strong>l<br />

otoño. Y aquellos ojos plateados —¡ay, sí, plateados,<br />

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