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Excodra XXXIX: Los griegos

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enamora de Jasón. Y después de luchar por mucho tiempo sin poder<br />

vencer con reflexiones la inclinación que la arrastraba; “En vano, se<br />

dijo, te resistes, Medea; algún Dios se opone a tu tranquilidad; los ocultos<br />

movimientos que agitan tu corazón te son desconocidos; pero si no<br />

me engaño, esto es lo que llaman amor, o se parece mucho a ello. Pues<br />

a no ser así, ¿cómo me habían de parecer demasiado duras las leyes<br />

que mi padre ha impuesto a este héroe? Ellas lo son en efecto. ¿Por qué<br />

temo tanto su muerte? ¿Por qué me alarma el riesgo que corre este extranjero?<br />

¿Cuál puede ser la causa de un temor tan excesivo? ¡Infeliz!<br />

Apaga si puedes el fuego que has concebido en tu corazón virginal.<br />

¡Ah! si yo pudiera sería mucho mas sabia. Pero una nueva violencia me<br />

arrebata aun contra mi voluntad; el amor me aconseja una cosa, y el<br />

entendimiento me persuade otra. Veo lo mejor; lo apruebo, y sin embargo<br />

me dejo arrastrar de lo más malo. Insensata ¡cuál es tu ceguedad!<br />

¿Una Princesa de tu clase debe amar así a un extranjero? ¿Estoy<br />

yo destinada a seguir un marido a desconocidos países? ¿No hallaré,<br />

pues, en el Reino de mi padre otro amante digno de mi afecto? De<br />

cuenta de los Dioses está su vida o muerte: viva en efecto; a lo menos<br />

bien puedo pedirles por su vida sin amarle. ¿Qué delito ha cometido<br />

para verse expuesto a tantos riesgos? ¿A quién, sino es una fiera, no inclinará<br />

su juventud, nobleza y gallardía? Y cuando le faltara todo esto,<br />

¿quién no se movería al ver el aire noble y gracioso que brilla en su persona?<br />

¡Ah! yo me siento demasiado interesada por él.<br />

Sin mi auxilio, o será devorado por las llamas que vomitan los toros,<br />

contra quienes debe pelear, o vencido por el número de los enemigos<br />

que han de nacer de los dientes de la serpiente que le obligarán a sembrar,<br />

después que triunfe de ella; o en fin será presa de aquel horrible<br />

dragón que guarda el vellocino de oro. Si yo llego a mirar tal espectáculo,<br />

¿no me persuadiré, o que he nacido de una tigre, o que tengo el<br />

corazón más duro que un bronce y que las rocas? ¿Por qué, pues, no<br />

me resuelvo a verle morir, y a hacer a mis ojos cómplices de su muerte?<br />

¿Por qué, pues, no enciendo fuego para que muera abrasado, por qué<br />

no animo contra él los toros, los soldados que salgan de la tierra, y al<br />

vigilante dragón ? No, ¡justos Dioses! permitid que logre cosas más li­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 47 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>

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