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Excodra XXXIX: Los griegos

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13<br />

Al comprender que sólo Nausica era capaz de tañer la lira que los<br />

dioses habían grabado en su espalda, Odiseo adoró los pies de la joven,<br />

acomodó su rostro al empeine y luego besó con morosa ternura cada<br />

uno de los dedos. Al cabo, con un gemido de viejo fauno emprendió la<br />

navegación por la doble vereda de sus piernas dejando en una, como<br />

un caracol, un rastro de saliva, y en la otra, como un jardinero, un camino<br />

de lajas que evocaba los dientes de Nausica descubiertos por la<br />

risa. Así alcanzó el vergel, aspiró la fragancia de la fortuna, posó sus labios<br />

en los labios y plantó la lengua con la que, ante la dulce boca, le<br />

murmuró los diez nombres secretos de sus pies.<br />

Al oír los nombres de los dedos sus pies, Nausica sintió que una corriente<br />

la alcanzaba y la recorría hasta disolverla como una fragancia.<br />

Persistió en el aire y supo en ese instante. Olvidó toda reserva. Olvidó<br />

todo miedo y no le importó la ira de los dioses. La bella Nausica subió a<br />

la nave del errante y, sujeta al mástil de su deseo, entró con él al laberinto<br />

de las sirenas. Como Odiseo antes escuchó su música y las agudas<br />

notas del dolor y del placer. De la vida y de la muerte. Escuchó la voz<br />

honda del mar adentro y la fragua de la espuma sobre las olas. Para su<br />

boca sólo la sal tenía sentido. Sólo el viento lo tenía para sus velas y navegó<br />

hasta que el arrebato de las aguas arrojó a ambos, náufragos y<br />

desnudos, a la playa de los juegos.<br />

14<br />

Al atardecer, a la hora en que el sol aviva rojos y violetas en el cielo<br />

y las olas desmoronan con estruendo su espuma sobre la playa, las muchachas<br />

de compañía de Nausica hallaron finalmente a su princesa. La<br />

vieron junto al viejo náufrago. Ambos, desnudos y sucios de arena y sal,<br />

yacían como muertos. Con grandes aspavientos llegaron donde ellos y<br />

enseguida comprobaron que dormían con una sonrisa de felicidad en<br />

sus labios.<br />

Algo más serenas, se confabularon y, con la ayuda de cuatro esclavos,<br />

llevaron a los dos plácidos durmientes al gineceo. <strong>Los</strong> bañaron con<br />

mimo y delicadeza sin que ninguno de los dos diera muestras de querer<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 43 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>

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