25.09.2019 Views

Excodra XXXIX: Los griegos

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

EXCODRA<br />

REVISTA DE LITERATURA<br />

(Y OTRAS ARTES)<br />

Nº 39<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong><br />

REVISTA EXCODRA<br />

2019


Edición: © Revista <strong>Excodra</strong>.<br />

Imagen portada: © Adrián Arnau.<br />

La autoría de los textos e imágenes de la revista pertenece a cada uno de sus respectivos autores.<br />

Dirección Revista <strong>Excodra</strong>: Rubén Darío Fernández.<br />

Revista <strong>Excodra</strong>. Número <strong>XXXIX</strong>, <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>. Septiembre, 2019.<br />

ISSN: 2014­1998.<br />

http://excodra.wixsite.com/excodra<br />

excodra@excodraeditorial.com


ÍNDICE<br />

Contenidos<br />

Página<br />

EXCODRA <strong>XXXIX</strong>: LOS GRIEGOS 3<br />

EDITORIAL 5<br />

PROSA 9<br />

Esquilo: Prometeo encadenado 9<br />

Antonio Tello: El sueño de Homero 39<br />

Ovidio: Mitología griega: Medea 46<br />

Antonio Maura: Templos y olivos 59<br />

Eurípides: Mitología griega: Dionysos 62<br />

Fran Norte: ¿Por qué fascina la Antigua Grecia? 65<br />

Homero: Canto X. La Ilíada 69<br />

Aarón Reyes: El concepto de arte en el mundo griego 83<br />

Aristóteles: Fragmento inicial de Ética a Nicómaco 89<br />

Antón Rei: Polis D. C. 94<br />

Hesíodo: Teogonía ­ Inicio y Edades de la Humanidad 102<br />

POESÍA 106<br />

Píndaro: Oda Primera: A Gerón, Rey de Siracusa 106<br />

José Luis Zerón Huguet: Asterión 113<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 1 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Heráclito: Fragmentos 115<br />

Juan Trigo: Órbita y óbito 117<br />

Safo: Oda a Venus + Fragmentos 119<br />

Mª Engracia Sigüenza: Utopías 121<br />

ARTES VISUALES 123<br />

Macu Jordá 124<br />

Adrián Arnau 140<br />

DeAngel 156<br />

Jorge Egea 172<br />

Riccardo Ricci 186<br />

COLABORADORES 195<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 2 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


EXCODRA<br />

REVISTA DE LITERATURA<br />

(Y OTRAS ARTES)<br />

Nº 39<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong><br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 3 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 4 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


EDITORIAL<br />

Querido lector, con este nuevo número nos acercamos a Grecia,<br />

pero a la Antigua Grecia, la cual es una de nuestras cunas culturales<br />

desde hace ya, ni más ni menos, que los alrededores de dos mil quinientos<br />

años, cultura que llevó en sí muchas épocas y facetas diversas<br />

dentro de ella. Aquí veremos unas cuantas. Fue un tiempo realmente<br />

singular, pleno de búsqueda para tratar de orientar el devenir próspero<br />

de una sociedad, fue un tiempo mitológico, trágico, filosófico, poético,<br />

político: una verdadera explosión intelectual en el mundo antiguo.<br />

Pero dejemos que sean ellos mismos quienes nos hablen a modo de<br />

introducción, y aquí os ponemos unas cuantas líneas de autores <strong>griegos</strong><br />

representativos y luego en el interior se irán intercalando con los autores<br />

del día de hoy, pues es un número sobre los <strong>griegos</strong> y de los <strong>griegos</strong>,<br />

donde escucharemos su voz tanto como las voces contemporáneas.<br />

Esperamos que os resulte agradable la mezcla del pasado con el presente.<br />

Disfrutad del número.<br />

HOMERO: Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres,<br />

y con ella la ira, que encruelece hasta al hombre sensato cuando<br />

más dulce que la miel se introduce en el pecho y va creciendo como el<br />

humo.<br />

HESÍODO: Y he aquí que se esparcen innumerables males entre los<br />

hombres, y llenan la tierra y cubren el mar; noche y día abruman las<br />

enfermedades a los hombres, trayéndoles en silencio todos los dolores<br />

porque el sabio Zeus les ha negado la voz.<br />

HERÓDOTO: Persuadido, pues, de la inestabilidad del poder humano,<br />

y de que las cosas de los hombres nunca permanecen constantes en el<br />

mismo ser, próspero ni adverso, haré, como digo, mención igualmente<br />

de unos estados y de otros, grandes y pequeños.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 5 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


HERÁCLITO DE EFESO: También es ley obedecer la voluntad de uno.<br />

Somos y no somos.<br />

EMPÉDOCLES DE ACRAGANTE: <strong>Los</strong> seres nacen y perecen, en la medida<br />

en que una mezcla determinada de los elementos es susceptible de producirse<br />

y disociarse, pero si partimos de las raíces no hay nacimiento ni<br />

muerte, porque ellas son inmortales. Nacimiento y muerte son conceptos<br />

vulgares y falsos. La vida no es un paréntesis entre dos lapsos de<br />

nada.<br />

JENÓFANES DE COLOFÓN: Y no ocuparte de las luchas de titanes, gigantes<br />

y centauros, invenciones de la gente del pasado, ni de violentas<br />

refriegas, temas en los que nada hay de provecho.<br />

LEUCIPO: Ninguna cosa sucede sin razón, sino que todas suceden por<br />

una razón y por necesidad.<br />

DEMÓCRITO: Por más que las posibilidades de combinación sean infinitas<br />

y que nos dé la impresión de que son azarosas, una determinada<br />

colisión de átomos producen necesariamente el mismo efecto. De ahí<br />

que afirmen que nada ocurre azarosamente. El hombre es un mundo en<br />

miniatura.<br />

SÓCRATES: A la manera que un maestro de gimnasia, al ver un hombre,<br />

cuya constitución quiere conocer para juzgar de su salud y de la<br />

fuerza y de la buena disposición de su cuerpo, no se contenta con examinar<br />

sus manos y su cara, sino que le dice: «desnúdate, te suplico, y<br />

descúbreme tu pecho y tu espalda, para que pueda juzgar de tu estado<br />

con más certidumbre»; en igual forma tengo deseos de observar contigo<br />

la misma conducta respecto a nuestra indagación, y después de haber<br />

conocido tus sentimientos sobre lo bueno y lo agradable, es preciso que<br />

yo te diga: mi querido Protágoras, descúbrete más, y dime lo que piensas<br />

de la ciencia.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 6 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


PLATÓN: Cuando los injustos son ricos pueden reparar cualquier delito<br />

y librarse de los males del más allá. Incluso se puede persuadir a los<br />

dioses. Para ser como perros de rebaño, no como lobos que devoren a<br />

las ovejas, los guardianes no deben contar con bienes privados, salvo de<br />

primera necesidad, y harán sus comidas en común.<br />

ARISTÓTELES: La necesidad envuelve la idea de algo inevitable, y con<br />

razón, porque es lo opuesto al movimiento voluntario y reflexivo. Además,<br />

cuando una cosa no puede ser de otra manera de como es, decimos:<br />

es necesaria que así sea. Y esta necesidad es, en cierta manera, la<br />

razón de todo lo que se llama necesario. Efectivamente, cuando el deseo<br />

no puede conseguir su objeto a consecuencia de la violencia, se dice<br />

que ha habido violencia, hecha, o padecida. La necesidad es por consiguiente<br />

a nuestros ojos aquello en cuya virtud es imposible que una<br />

cosa sea de otra manera.<br />

PERICLES: Cuando los tiranos parecen besar ha llegado el momento<br />

de echarse a temblar.<br />

SÓFOCLES: Pregúntale, en efecto, si el muerto encerrado en esa tumba<br />

ha de aceptar de buen grado esas ofrendas de aquella por quien fue<br />

indignamente degollado, que le cortó la extremidad de los miembros<br />

como a un enemigo y que enjugó sobre su cabeza las manchas del asesinato.<br />

¿Crees que esa muerte puede ser expiada con libaciones? No, jamás,<br />

eso no es posible. Por eso, no hagas nada. Corta la extremidad de<br />

tus trenzas. ¡He aquí las mías, las de esta desgraciada! Es poca cosa,<br />

pero no tengo más que esto.<br />

EURÍPIDES: <strong>Los</strong> hechos están escritos por mi mano, mis amigas, mataré<br />

a mis hijos en cuanto tenga ocasión y me iré de esta tierra, así que<br />

ningún retraso pueda favorecer que otras manos más hostiles los asesinen<br />

por mis actos, pues todos los caminos los conducen a su muerte.<br />

¡Vamos, ármate, mi corazón! ¿Por qué retrasar más estos terribles actos<br />

que son necesarios? ¡Vamos, mi mano de piedra, empuña la espada,<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 7 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


empúñala y simplemente anticipa lo que es de por sí la meta de la vida!<br />

Y que no sea con cobardía, no recuerdes cuánto amabas a tus niños,<br />

cómo los trajiste al mundo. Por este corto día, olvida que son tus niños,<br />

o lo lamentarás. Sabes que aunque los mates por lo menos fueron queridos<br />

y los querías. Desgraciada mujer…<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 8 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


PROSA<br />

Prometeo encadenado<br />

Esquilo 1<br />

Aparecen La Fuerza y La Violencia, Hefesto y Prometeo.<br />

LA FUERZA: Ya estamos en el postrer confín de la tierra, en la región<br />

escita, en un yermo inaccesible. Impórtate, pues, Hefesto, cuidar<br />

de las órdenes que te dio padre: amarrar a este alborotador del pueblo<br />

al alto precipicio de esas rocas con invencibles trabas de diamantinos<br />

lazos. Pues hurtó su atributo, el fulgurante fuego, universal artífice, y lo<br />

entregó a los mortales, razón es que de tal culpa satisfaga a los dioses,<br />

porque así aprenda a llevar de buen grado la dominación de Zeus, y a<br />

dejarse de aficiones filantrópicas.<br />

HEFESTO: Fuerza y violencia, cumplido está por vuestra parte el decreto<br />

de Zeus, y nada os embaraza ya. Cobarde ando yo para encadenar<br />

en este precipicio que azotan las tormentas a un dios de mi propia sangre;<br />

puesto que fuerza me es tal osadía, que es grave cosa acudir con tibieza<br />

a los mandatos de padre. Mal que a los dos pese, Prometeo, hijo<br />

magnánimo de la consejera Temis, te ataré con broncíneos e indisolubles<br />

nudos a este risco apartado de toda humana huella, donde jamás<br />

llegará a ti figura ni voz de mortal alguno, sino que, tostado de los lucientes<br />

rayos del sol, mudarás las rosas de la tez. Vendrá la noche, ansiada<br />

de ti, y te ocultará la luz con su estrellado manto; de nuevo enjugará<br />

el sol el rocío de la mañana; pero el dolor del presente mal te<br />

abrumará sin tregua, que aún no ha nacido tu libertador. ¡He aquí lo<br />

que te has granjeado con tu filantrópica solicitud! Dios como eres, sin<br />

temer la cólera de los dioses, honraste a los mortales más de lo debido,<br />

1 Traducción de Fernando Segundo Brieva y Salvatierra, 1883.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 9 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


y en pago guardarás esta desapacible roca, en pie derecho, sin dormir,<br />

sin tomar descanso, y vano será que lances muchos lamentos y gemidos<br />

que son recias de mover las entrañas de Zeus, y tirano nuevo siempre<br />

duro.<br />

LA FUERZA: ¡Ea, basta! ¿A qué es vacilar y lamentarse en balde?<br />

¿Cómo no abominas al dios más aborrecido de los dioses, a quien entregó<br />

tu atributo a los mortales?<br />

HEFESTO: ¡Son tan poderosos la sangre y el trato!<br />

LA FUERZA: Concedo. Mas ¿cómo te será dado desobedecer los<br />

mandatos de padre? ¿No temes más esto?<br />

HEFESTO: Siempre fuiste sin misericordia y lleno de ferocidad.<br />

LA FUERZA: No es remedio lamentable. No te canses, pues, necio,<br />

en lo que nada aprovecha.<br />

HEFESTO: ¡Oh, maniobra aborrecidísima!<br />

LA FUERZA: ¿Por qué la detestas? Que de cierto que tu arte no tiene<br />

culpa de los males presentes.<br />

HEFESTO: Con todo ello, así a otro cualquiera le hubiese tocado en<br />

suerte, que no a mí.<br />

LA FUERZA: Todo es dado a los dioses menos el imperio; sólo Zeus<br />

es libre.<br />

HEFESTO: Lo conozco, y nada tengo que replicar.<br />

LA FUERZA: ¿Por qué, pues, no te das prisa a rodearle la cadena?<br />

No te vea padre reacio.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 10 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


HEFESTO: Prontas están las esposas, que se pueden ver.<br />

LA FUERZA: Tómalas, pues; martíllalas junto a las manos con toda<br />

tu fuerza y clávalas a la roca.<br />

HEFESTO: Ya está terminada esa faena, y bien pronto.<br />

LA FUERZA: Remacha más; aprieta, que nunca se afloje; que es<br />

diestro en encontrar salidas aun de lo imposible.<br />

HEFESTO: Sujeto queda este brazo indisolublemente.<br />

LA FUERZA: Y ahora este otro; sujétale con la anilla; firme, porque<br />

aprenda que es un buscador de ardides menos diestro que Zeus.<br />

HEFESTO: Si no es él, nadie con razón podría quejarse de mí.<br />

LA FUERZA: Híncale duro en medio del pecho el fiero diente de diamantina<br />

cuña.<br />

HEFESTO: ¡Ay, Prometeo, cómo lloro tus trabajos!<br />

LA FUERZA: ¿De nuevo andas vacilando y lloras a los enemigos de<br />

Zeus? ¡Que no te lastimes de ti algún día!<br />

HEFESTO: Estás viendo ante tus ojos espectáculo horrendo de ver.<br />

LA FUERZA: Estoy viendo a ése llevar su merecido. Conque échale<br />

una cadena a los costados.<br />

HEFESTO: Fuerza me es hacerlo; no porfíes más.<br />

LA FUERZA: Pues todavía te mandaré más, y te apretaré con mis voces.<br />

Ve por debajo y átale fuerte las piernas.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 11 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


HEFESTO: Hecho está ya, y no en mucho tiempo.<br />

LA FUERZA: Remacha ahora los clavos en los agujeros de los grillos,<br />

firme, que es severo el veedor de esta obra.<br />

HEFESTO: Cual es tu rostro, así habla tu lengua.<br />

LA FUERZA: Tú ablándate, mas no me des en cara con la arrogancia<br />

y aspereza de mi condición.<br />

HEFESTO: Pues ya tiene ceñidas a los miembros las cadenas, marchemos.<br />

LA FUERZA: Insoléntate aquí ahora, y robando sus atributos a los<br />

dioses, aplícalos a los seres de un día. ¿Quiénes serán los mortales para<br />

aliviarte tus penas siquiera un punto? Con falso nombre te llaman Prometeo<br />

los bienaventurados, pues tú mismo necesitas un Prometeo para<br />

saber con qué traza te desenredarás de este artificio.<br />

Vanse La Fuerza y La Violencia y Hefesto.<br />

PROMETEO: ¡Oh divino éter, y alígeras auras, y fuentes de los ríos,<br />

y perpetua risa de las marinas ondas; y tierra madre común, y tú, ojo<br />

del sol omnividente, yo os invoco! Vedme cuál padezco, dios como soy,<br />

por obra de dioses. Contemplad cargado de qué oprobios lucharé por<br />

espacio de años infinito. ¡Tal infame cadena tuvo para mí el nuevo rey<br />

de los felices! ¡Ay, que lamento el mal presente y también el futuro!<br />

¿Cuándo asomará el término de mis penas? Mas, ¿qué digo? Cuanto ha<br />

de suceder, bien lo sé de antemano: ningún mal inesperado me avendrá.<br />

Forzoso me es llevar mi destino lo mejor que pueda, como quien<br />

conoce que el rigor del Hado es invencible. Con todo ello, ni puedo hablar<br />

de mis desdichas, ni soy poderoso a callarlas. Sin ventura yo, que<br />

dispensando favores a los mortales, sufro ahora el yugo de este suplicio.<br />

Tomé en hueca caña la furtiva chispa, madre del fuego; lució, ma­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 12 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


estro de toda industria, comodidad grande para los hombres; y de esta<br />

suerte pago la pena de mis delitos, puesto al raso y en prisiones. ¡Ay de<br />

mí! ¿Qué rumor, qué invisible perfume me envuelve con sus alas? ¿Es<br />

divino o mortal, o uno y otro? ¿Viene a esta postrera roca de espectador<br />

de mis males, o qué quiere en fin? ¡Miradme encadenado, dios infeliz,<br />

enemigo de Zeus, hecho el odio de cuantos pisan su estancia, por<br />

mi extremado amor a los mortales! ¡Ah! ¿Qué ruido de aves oigo otra<br />

vez junto a mí? Susurra el aire con el leve meneo de sus alas. Cuanto se<br />

me acerca póneme espanto.<br />

Aparecen Las Oceánides en un carro alado.<br />

CORO: Nada temas, que amiga viene a ese risco esta bandada con<br />

acelerado aleteo. A duras penas persuadí el ánimo de padre; mas, al<br />

fin, las veloces auras me han traído. El eco del golpeado hierro penetró<br />

en lo profundo de mis antros; hízome vencer mi tímida modestia, y sin<br />

calzar corrí a ti en este alado carro.<br />

PROMETEO: ¡Ay!, hijas de la fecunda Tetis, hijas del padre Océano,<br />

que se revuelve en torno a la tierra con incansable curso; ved, considerad<br />

qué guardia tan poco envidiable haré en la cima de este precipicio,<br />

aprisionado con tales cadenas.<br />

CORO: Viéndote estoy, Prometeo, y una nube de temerosas lágrimas<br />

cubre mis ojos al contemplar tu cuerpo consumido en esas rocas entre<br />

afrentosos y diamantinos hierros. Nuevos timoneles rigen el Olimpo;<br />

Zeus manda a su gusto con desaforadas leyes; lo que ayer era grande,<br />

desaparecido es hoy de ante nuestra vista.<br />

PROMETEO: ¡Y si me hubiese arrojado en las entrañas de la tierra,<br />

en lo profundo del caliginoso imperio, común hospedaje de los muertos,<br />

en el inmenso Tártaro, después que me aherrojó con estas bárbaras<br />

e indisolubles cadenas! De esa suerte, ni dios, ni otro ninguno de los se­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 13 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


es, se recrearía en mis males; pero ahora, ¡desdichado!, juguete de los<br />

vientos, soy con mi padecer regocijo de mis enemigos.<br />

CORO: ¿Cuál de los dioses será tan fiero de corazón que se recree<br />

en estas lástimas? ¿Quién no se dolerá de tus males, si no es Zeus? El<br />

que airado siempre, siempre recio de condición, oprime al celeste linaje,<br />

y que no cederá mientras no sacie su encono, o por ventura alguno<br />

con cualquiera industria no le arranque un poder difícil de arrebatar.<br />

PROMETEO: Y en verdad que, afrentado y todo como estoy con estas<br />

viles cadenas que amarran mis miembros, todavía el rey de los bienaventurados<br />

habrá necesidad de mí, porque le haga parar mientes en<br />

una su nueva resolución que le ha de privar del cetro y sus honores. Y<br />

no me ablandará con encantadas y melosas frases, ni por temor a fieros<br />

y amenazas se lo he de descubrir, en tanto que no me suelte de estos<br />

ásperos hierros y me dé satisfacción de este ultraje.<br />

CORO: ¡Siempre temerario! ¡Ni aun en estos acerbos pesares desmayas<br />

un punto! Pero eres demasiado suelto de lengua. Temo por tu suerte,<br />

y penetrante temor conturba mi ánimo. ¿Cuándo te verás en el puerto<br />

tocando al término de tus desdichas? Que el hijo de Cronos es de natural<br />

adusto y duro de corazón.<br />

PROMETEO: Sé que es áspero, y que hace ley de su arrogancia; mas<br />

algún día será blando de entrañas cuando de esta misma suerte sea<br />

tundido por la desdicha, y entonces bajará su indomable orgullo y, solícito<br />

cual yo, vendrá a mi amistad y concierto.<br />

CORO: Descúbrenoslo todo; cuéntanos en qué delito te cogió Zeus<br />

para castigarte tan afrentosa y cruelmente. Habla, si no ha de apenarte<br />

su relato.<br />

PROMETEO: Doloroso me es de referir; dolor, callar; de cualquier<br />

modo, desdicha. Luego que nació el odio en los inmortales, alzóse la<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 14 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


discordia entre ellos. Quiénes querían derribar a Crono del trono, y que<br />

Zeus reinase; quiénes, al contrario, esforzábanse porque jamás llegase a<br />

imperar sobre los dioses. En este trance, en vano yo, con mejor consejo,<br />

traté de persuadirlos; no lo conseguí. Despreciando los hijos del cielo y<br />

de la tierra, los titanes, con altanero ánimo, industria y maña, jactábanse<br />

de alcanzarlo sin fatiga por sólo la fuerza. Pero ya mi madre Temis,<br />

la tierra, un solo ser con multitud de nombres, habíame profetizado, y<br />

no una vez sola, que no con fuerzas y violencias se había de alcanzar la<br />

victoria, mas con la astucia. Tal les mostré con razones, y ni aun se dignaron<br />

mirarme. En resolución, puesto en esto, me pareció lo mejor tomar<br />

conmigo a mi madre y acudir de grado al deseo de Zeus. Gracias a<br />

mí, los caliginosos senos del profundo Tártaro encierran hoy al antiguo<br />

Crono y a sus defensores. Y ahora, ese tirano de los dioses, favorecido<br />

por mí con tales servicios, con esta fementida paga me corresponde:<br />

que es achaque de la tiranía no fiarse de los amigos. A lo que me demandabais,<br />

porque así me afrenta, yo os satisfaré. Tan pronto como el<br />

nuevo señor se sentó en el paterno trono, luego repartió entre los dioses<br />

a cada cual su merced, y ordenó el imperio; mas para nada tuvo<br />

cuenta con los míseros mortales; antes bien, imaginaba aniquilarlos y<br />

crear una nueva raza. Ninguno le salió al paso en sus intentos, si no es<br />

yo. Yo me arresté; yo libré a los mortales de ser precipitados hechos<br />

polvo en el Orco profundo. Por esto me veo ahora abrumado con tan<br />

fieros tormentos, dolorosos de sufrir, lastimosos de ver. Movíme a piedad<br />

de los hombres, y no soy tenido por digno de ella, mas tratado sin<br />

misericordia. ¡Espectáculo ignominioso para Zeus!<br />

CORO: De férreas entrañas será y hecho de dura roca quien no se<br />

ablande con tus quebrantos. ¡Quién no los hubiese visto, que en el alma<br />

me duele verlos!<br />

ver.<br />

PROMETEO: Cierto que para los amigos debo de estar miserable de<br />

CORO: Pero ¿no fuiste más allá con tus propósitos?<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 15 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


PROMETEO: Por mí han dejado los mortales de mirar con terror la<br />

muerte.<br />

CORO: ¿Y qué remedio encontraste contra ese fiero mal?<br />

PROMETEO: Hice habitar entre ellos la ciega esperanza.<br />

CORO: Grande bien es ese que dispensaste a los mortales.<br />

PROMETEO: Pues sobre esto, además, puse el fuego en sus manos.<br />

CORO: ¿Y ahora poseen el esplendente fuego los seres de un día?<br />

PROMETEO: Y que de él aprenderán muchas artes.<br />

CORO: ¡Y por esos crímenes te trata Zeus tan afrentosamente! ¡Y ni<br />

aun te rebajan un punto de pena! Pero ¿no hay señalado término alguno<br />

a tu aflicción?<br />

PROMETEO: Ningún otro, sino cuando a él le parezca.<br />

CORO: ¿Y cuándo le parecerá? ¿Cuál es tu esperanza? ¿No ves que<br />

la has errado? Mas decir que erraste, a mí no me es grato y a ti ha de<br />

dolerte. Dejemos esto, y busca alguna salida a tus desventuras.<br />

PROMETEO: Cómodo es a quien tiene el pie fuera de males dar consejos<br />

y advertencias al que los pasa. Todo eso ya lo sabía yo. De voluntad<br />

erré, de voluntad, no lo negaré. Favoreciendo a los mortales, me<br />

buscaba trabajos, mas no podía imaginarme que con tal suplicio me había<br />

de consumir en esta altiva roca, teniendo por morada el solitario<br />

yermo de este monte. Pero no lloréis mis males presentes. Echad pie a<br />

tierra y escuchad las desdichas que me amenazan, porque lo sepáis<br />

todo hasta el fin. Venid, venid es lo que os pido; doleos ahora con<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 16 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


quien se duele; que el infortunio, vagando en torno nuestro, ahora se<br />

acerca a uno, añora a otro.<br />

CORO: No lo dices a esquivas, Prometeo. Con leve planta dejo el ligero<br />

carro y el éter, pura región de las aves, y desciendo a este escarpado<br />

risco; que deseo oír todas tus cuitas.<br />

Aparece el Océano en un dragón alado.<br />

OCÉANO: A ti vengo, Prometeo, haciendo una larga jornada en este<br />

alado monstruo, que rijo sin otro freno que mi voluntad. Porque ten entendido<br />

que me duelo de tus desgracias. A ello me obliga la sangre; así<br />

lo juzgo; pero, fuera del parentesco, no hay quien tenga en mi amistad<br />

más parte que tú. Ya veras tú cómo es verdad esto que digo, y que no<br />

está en mi genio hablar vano y lisonjero de favores. Conque anda: dime<br />

en qué se te puede favorecer. Jamás podrás decir que hubo para ti un<br />

amigo más firme que el Océano.<br />

PROMETEO: ¡Bah! ¿Qué es esto? ¿También tú vienes de espectador<br />

de mis males? ¿Cómo te has atrevido a dejar la corriente de tu nombre<br />

y tus nativos y roqueros antros para venir a la tierra madre del hierro?<br />

¿Llegaste a mí curioso de mi suceso, o compasivo de mis desdichas?<br />

¡Contempla, pues, un espectáculo! ¡Mira a este amigo de Zeus, que le<br />

ayudó a afirmar su tiranía, de qué rigores se ve oprimido!<br />

OCÉANO: Viéndote estoy, Prometeo, y siquiera seas tan avisado, todavía<br />

quiero aconsejarte lo que te estará mejor. Reconócete, y, pues<br />

que hay nuevo tirano entre los dioses, muda tú también de procederes.<br />

Porque si así lanzas ásperos y punzantes dicterios, con estar Zeus sentado<br />

tan alto y tan lejos de ti, de modo pudiera oírte que el rigor del presente<br />

mal le tuvieras por juego. Conque deja esa arrogancia, desdichado,<br />

y aplícate al remedio de tu miseria. Quizá te parezca que esto que<br />

digo son vejeces; pero estos premios vienen, Prometeo, de una lengua<br />

demasiado jactanciosa. Tú no eres nada humilde, ni cedes a los males;<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 17 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


antes quieres sobre los presentes traerte otros. Mas, si te aprovechas de<br />

mis lecciones, no darás coces contra el aguijón, considerando que reina<br />

un monarca duro y nada sujeto a dar razón de sus obras. Y ahora parto,<br />

y probaré si puedo librarte de estos males. Tú aquiétate, y no seas demasiado<br />

atrevido de lengua, pues ¿no sabes, discreto por extremo como<br />

sin disputa eres, que el castigo marca la lengua temeraria?<br />

PROMETEO: Dígote que eres feliz, porque después de haber osado<br />

tomar parte conmigo en mis penas, aún estás sin que Zeus te culpe.<br />

Mas déjalo ya; no te dé cuidado. En manera alguna le persuadirías, que<br />

no es blando de persuadir. Y tú ándate con tiento, mirando bien no te<br />

acarree algún daño esta jornada.<br />

OCÉANO: Mejor consejero eres de los demás, con mucho, que no de<br />

ti propio; con hechos, no con palabras, lo atestiguo. Pero no me estorbes<br />

que corra solícito. Me precio, me precio, sí, de que Zeus me otorgará<br />

la gracia de alzarte esta pena.<br />

PROMETEO: Gracias, te lo agradezco, y nunca jamás dejaré de agradecértelo;<br />

porque en verdad que no omites diligencia. Pero no te molestes,<br />

pues cuando quisieras procurar algo por mí, cansaríaste en balde,<br />

sin aprovecharme nada. Conque estate quieto y hurta el cuerpo al<br />

peligro, que, ya que soy desdichado, no quisiera por ello que a más que<br />

a mí alcanzasen mis desdichas. Cierto que no. Ya me traspasa el infortunio<br />

de mi hermano Atlante, que está a pie firme manteniendo en ambos<br />

hombros la columna del cielo y la tierra; abrumadora pesadumbre.<br />

Ya me lastimo viendo derribado por victoriosa fuerza al terrígena habitador<br />

de los cilicios antros, espantable monstruo de cien cabezas; a Tifón<br />

el impetuoso, que hizo frente a los dioses. Silbaba muerte por sus<br />

horrendas fauces; terrífico fulgor centelleaban sus ojos, como si hubiese<br />

de derrocar al empuje de su brazo la tiranía de Zeus; pero el dardo que<br />

jamás duerme vino sobre él. Respirando fuego descendió el rayo, y derribóle<br />

de su arrogante jactancia. Herido en las entrañas mismas, abrasado<br />

por la llama, asombrado del trueno, cayó aquel poderoso valor. Y<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 18 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


ahora yace allá cuerpo inútil, tendido junto a la angostura del mar y<br />

aprisionado bajo las raíces del Etna, de cuyas altas cumbres, donde Hefesto<br />

forja el hierro candente, romperá un día ríos de fuego que devoren<br />

con fieras mandíbulas los abundosos y dilatados campos de Sicilia.<br />

Tal cólera vomitará Tifón con insaciable e ígneo torbellino de ardientes<br />

saetas, aun carbonizado por el rayo de Zeus. Mas a ti no te falta experiencia,<br />

ni necesitas de mis lecciones. Guárdate a ti mismo como sabes,<br />

que yo apuraré esta mi suerte hasta tanto que el ánimo de Zeus no<br />

aplaque su cólera.<br />

OCÉANO: ¿No conoces, pues, Prometeo, que las razones son médicos<br />

del ánimo enfermo?<br />

PROMETEO: Si a tiempo se trata de calmar el corazón, no si se quiere<br />

reducirle por fuerza cuando el furor le hincha.<br />

OCÉANO: Pero en intentarlo y procurarlo, ¿qué mal ves tú que<br />

haya?, dime.<br />

PROMETEO: Un trabajo excusado y una vana simplicidad.<br />

OCÉANO: Déjame que enferme de ese achaque, que lo mejor para el<br />

sabio es no parecerlo.<br />

PROMETEO: Tendríase por mía tu culpa.<br />

OCÉANO: Claro se ve que con esa respuesta me despides.<br />

PROMETEO: Porque no sea que el dolerte de mí te ponga en enemistad…<br />

OCÉANO: ¿Con quien acaba de sentarse en el omnipotente trono,<br />

por ventura?<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 19 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


PROMETEO: Guarda que alguna vez no se acede su ánimo.<br />

OCÉANO: Maestro es en verdad tu infortunio, Prometeo.<br />

PROMETEO: Marcha, pues. Tórnate y mantente en esos pensamientos.<br />

OCÉANO: Díceslo a quien se apresura a ponerlo por obra; que ya<br />

esta cuádruple ave surca con sus alas la dilatada región del éter, querenciosa<br />

de echarse a descansar en su establo.<br />

Vase.<br />

CORO: ¡Ay, Prometeo, acongójanme tus fieras desdichas! ¡Un raudal<br />

de lágrimas brota de mis piadosos ojos, y baña mis mejillas con sus húmedas<br />

fuentes! ¡Infelices hazañas son éstas! Reinando con sólo la ley<br />

de su albedrío, muestra Zeus su soberbio poder a los antiguos dioses.<br />

Ya toda esta región rompe en tristes gemidos, y lloran tu antigua y<br />

magnífica grandeza y la de tus hermanos, y se duelen de tus lastimosas<br />

desdichas cuantos mortales habitan el vecino suelo de la sagrada Asia;<br />

y las vírgenes de la Cólquida, intrépidas en la pelea; y la caterva escita<br />

que en los postreros términos de la tierra ciñen la laguna Meotis; y la<br />

flor de la belicosa Arabia; y quienes sobre el Cáucaso mantienen escarpada<br />

fortaleza: fiera gente que brama de furor entre las agudas lanzas.<br />

Tan sólo a otro dios había yo visto antes afligido de esa suerte con el<br />

tormento de ligaduras que jamás se cansan. Al titán Atlante, que soporta<br />

sin respiro sobre sus espaldas la inmensa pesadumbre del poderoso<br />

polo de los cielos. En tanto que a sus pies vocean las ondas marinas<br />

chocando unas con otras, gime el líquido abismo, brama debajo de la<br />

tierra el caliginoso seno del Orco, y las fuentes de los ríos, de sagradas<br />

linfas, lloran su miserable angustia.<br />

PROMETEO: No imaginéis que callo de desdeñoso ni de arrogante,<br />

sino que dentro, en el corazón, me devora la pena viéndome así trata­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 20 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


do. Pues ¿quién otro que yo repartió a esos dioses nuevos todas sus<br />

preeminencias? Mas callemos esto, que sería contarlo a quienes lo saben,<br />

y oíd los males de los hombres, y cómo de rudos que antes eran,<br />

hícelos avisados y cuerdos. Lo cual diré yo, no en son de queja contra<br />

los hombres, sino porque veáis cuánto los regaló mi buena voluntad.<br />

Ellos, a lo primero, viendo, veían en vano; oyendo, no oían. Semejantes<br />

a los fantasmas de los sueños, al cabo de siglos aún no había cosa que<br />

por ventura no confundiesen. Ni sabían de labrar con el ladrillo y la<br />

madera casas halagadas del sol. Debajo de tierra habitaban a modo de<br />

ágiles hormigas en lo más escondido de los antros donde jamás llega la<br />

luz. No había para ellos signo cierto, ni del invierno, ni de la florida primavera,<br />

ni del verano abundoso en frutos. Todo lo hacían sin tino, hasta<br />

tanto que no les enseñé yo las intrincadas salidas y puestas de los astros.<br />

Por ellos inventé los números, ciencia entre todas eminente, la<br />

composición de las letras, y la memoria, madre de las musas, universal<br />

hacedora. Yo fui el primero que unció al yugo las bestias fieras, que<br />

ahora doblan la cerviz a la cabezada, para que sustituyesen con sus<br />

cuerpos a los mortales en las más recias fatigas. Y puse al carro los caballos<br />

humildes al freno, ufanía de la opulenta pompa. Ni nadie más<br />

que yo inventó esos otros carros de alas de lino que surcan los mares.<br />

¡Y después que tales industrias inventé por los hombres, no encuentro<br />

ahora, mísero yo, arte alguno que me libre de este daño!<br />

CORO: ¡Extraño a no dudar es el que padeces! Apartado de tu buen<br />

consejo, andas irresoluto. Como un mal médico que enferma, así desmayas<br />

tú y no aciertas a dar con qué medicinas puedas curarte.<br />

PROMETEO: Escucha lo que resta, y más admirarás aún: qué industrias<br />

y salidas ideé. Y, sobre todo, esto: ¿caían enfermos? Pues no había<br />

remedio ninguno, ni manjar, ni poción, ni bálsamo, sino que se consumían<br />

con la falta de medicinas antes que yo les enseñase las saludables<br />

confecciones con que ahora se defienden de todas las enfermedades. Yo<br />

instituí además los varios modos de adivinación, y fui el primero que<br />

distinguió en los sueños cuáles han de tenerse por verdades; y diles a<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 21 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


conocer los oscuros presagios, y las señales que a las veces salen al paso<br />

en los caminos. Y definí exacto el vuelo de las aves de corvas garras;<br />

cuáles son favorables, cuáles adversas; qué estilos tiene cada cual de<br />

ellas; qué amores, qué odios, qué compañías entre sí. Y qué lustre y color<br />

necesitan las entrañas, si han de ser aceptas a los dioses, y la hermosa<br />

y varia forma de la hiel y el hígado. Y, en fin, echando al fuego<br />

los grasientos muslos y el ancho lomo, puse a los mortales en camino<br />

de arte dificilísimo, y abríles los ojos, antes ciegos, a los signos de la llama.<br />

Tal fue mi obra. Pues, y las preciosidades, ocultas a los hombres en<br />

el seno de la tierra: el cobre, el hierro, la plata y el oro, ¿quién podría<br />

decir que los encontró antes que yo? Nadie, que bien lo sé, si ya no quisiere<br />

jactarse temerario. En conclusión, óyelo todo en junto. Por Prometeo<br />

tienen los hombres todas las artes.<br />

CORO: No te cuides ahora de ellos fuera de lugar y te abandones a<br />

ti propio en el infortunio, que yo tengo buena esperanza de que aún<br />

has de ser, suelto de esas cadenas, no menos poderoso que Zeus.<br />

PROMETEO: No tiene decretado todavía que eso suceda el destino,<br />

que todo lo consuma, sino que después de abrumado de males y tormentos<br />

infinitos, entonces escaparé de estas prisiones. Y la industria<br />

puede mucho menos que el hado.<br />

CORO: Pero... y el timón del hado, ¿quién lo rige?<br />

PROMETEO: La trimorfe parca y las memoriosas erinias.<br />

CORO: ¿Y es Zeus menos poderoso que ellas?<br />

PROMETEO: Cierto que sí. No podría esquivar la fortuna que le está<br />

deparada.<br />

CORO: ¿Pues qué le espera a Zeus más que reinar por siempre?<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 22 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


PROMETEO: Eso no podrías tú llegar a saberlo. No me aprietes a<br />

instancias.<br />

CORO: Sagrado secreto debe ser el que ocultas.<br />

PROMETEO: Hablad de otro asunto. En manera ninguna es tiempo<br />

de publicarlo, antes ha de ocultarse todo lo más posible; que, como le<br />

guarde, yo escaparé de estos inmerecidos lazos y miserias.<br />

CORO: Que nunca jamás Zeus, que gobierna todas las cosas, tenga<br />

que oponer su poder a mi voluntad. Que nunca jamás ande yo tibia en<br />

acercarme a los dioses con piadosas ofrendas de sacrificados bueyes,<br />

junto a la inagotable corriente de mi padre el Océano. Ni de palabra le<br />

ofenda, antes bien, manténgase en mí siempre firme este propósito y no<br />

desfallezca nunca. Dulce es caminar una larga vida entre fundadas esperanzas,<br />

en tanto que se apacienta el alma con nuevos deleites; pero,<br />

al contemplarte acabado por tormentos sin número, me estremezco de<br />

horror. Piadoso en demasía fuiste con los mortales, Prometeo, sin temor<br />

de Zeus y siguiendo sólo tu natural impulso. Y bien, ¡mira cuál ingrata<br />

es la recompensa! ¿Quién de los seres de un día será tu amparo?<br />

¿Quién tu escudo? ¿Pues no conocías la menguada flaqueza que a<br />

modo de un sueño embarga a la ciega raza de los hombres? Jamás los<br />

consejos de los mortales prevalecerán contra la ordenación de Zeus.<br />

Esto me enseña la contemplación de tus fieros infortunios. ¡Cuán diverso<br />

me suena este canto de aquel de himeneo que cantaba en rededor de<br />

tu baño y lecho con ocasión de tus bodas, cuando, persuadida mi hermana<br />

Hesione de tus presentes, tomástela por esposa y compañera de<br />

tálamo!<br />

Sale Io.<br />

IO: ¿Qué tierra es ésta? ¿Qué gente? ¿A quién diré que estoy viendo<br />

azotado por la tormenta entre los lazos de esas rocas? ¿Por qué delito<br />

te acabas en esos rigores? Díme adónde del mundo llega errante esta<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 23 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


sin ventura. ¡Ay, ay! ¡Mísera yo! Otra vez el tábano me aguija; el espectro<br />

del terrígena Argos. ¡Oh tierra, aléjale de mí! En viendo a ese pastor<br />

de cien ojos, tiemblo de espanto. Ya se acerca con traidora mirada. Ni<br />

aun después de muerto le esconde la tierra. Tornado a mí de lo profundo<br />

de los infiernos, me da caza y háceme vagar errante y hambrienta<br />

por la playa arenosa, mientras la música y encerada fístula deja oír su<br />

adormecedora cantilena. ¡Ay! ¿Adónde, ¡oh dolor!, adónde me arrastran<br />

estas carreras sin término? ¿En qué me hallaste culpada, hijo de<br />

Crono, que así me amarras al yugo de estas congojas? ¿En qué? ¡Ah! ¡Y<br />

de esta suerte acosas a esta mísera con el furioso aguijón de ese tábano<br />

que me aterra y enloquece! Abrásame con tu rayo, o sepúltame bajo la<br />

tierra, o hazme pasto de los monstruos marinos. No rechaces mis votos,<br />

señor. Harto me ha probado ya este correr sin rumbo y sin tener ni por<br />

dónde sepa cómo me libraré de estos dolores.<br />

CORO: ¿Oyes el clamor de la bicorne virgen?<br />

PROMETEO: ¿Pues cómo no oír a la doncellita a quien hostiga furioso<br />

tábano, a la Inaquea? Ella encendió en amores el corazón de Zeus y,<br />

aborrecida de Hera, es ejercitada bien a su pesar con carreras dilatadísimas.<br />

IO: ¿De dónde sabes tú el nombre de mi padre? Díselo a esta apenada.<br />

¿Quién eres tú, desventurado; quién eres tú que con tanta verdad<br />

hablas de sus trabajos a esta sin ventura? ¿Tú, que has mentado el divino<br />

azote que me punza con aguijón furioso y me consume? ¡Ay de mí,<br />

que perseguida por el airado encono de Hera llego hambrienta y desatentada<br />

con violentos saltos! ¿Quiénes habrá entre los desdichados<br />

que padezcan cual yo padezco? Pero dime claro y sin rebozo: ¿qué me<br />

espera aún que sufrir? ¿Qué socorro, qué remedio hay contra mi mal?<br />

Muéstramelo si lo sabes. Descúbreselo a la mísera virgen errante.<br />

PROMETEO: Yo te diré claro todo cuanto deseas saber; no envolviéndolo<br />

en enigmas, sino en puridad. Como es justo abrir la boca entre<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 24 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


amigos. Ante tus ojos tienes al que dio el fuego a los mortales, a Prometeo.<br />

IO: ¡Oh tú, que te mostraste auxilio común de los hombres, mísero<br />

Prometeo; ¿por qué razón padeces esos ultrajes?<br />

PROMETEO: Poco ha que acababa su relación lastimosa.<br />

IO: Así, pues, ¿no me concederías a mí también la gracia...?<br />

diga.<br />

PROMETEO: Di cuál es la que pides; que no habrá cosa que yo no te<br />

IO: Dime quién te encadenó a ese risco.<br />

PROMETEO: El decreto de Zeus y la mano de Hefesto.<br />

IO: Mas ¿por qué delito estás cumpliendo esa pena?<br />

PROMETEO: Tan sólo con lo que te he indicado te basta.<br />

IO: Muéstrame a lo menos, siquiera, cuándo llegará el término del<br />

errante correr de esta sin ventura.<br />

PROMETEO: Mejor que saberlo te es ignorarlo.<br />

IO: No; no me ocultes lo que aún tengo que padecer.<br />

PROMETEO: Pero no te envidio el presente.<br />

IO: En fin, ¿por qué tardas en decírmelo todo?<br />

PROMETEO: No es mala voluntad de mi parte, sino que temo herirte<br />

el corazón.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 25 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


IO: No mires por mí más de lo que yo quisiera.<br />

PROMETEO: ¿Lo quieres? Fuerza será hablar. Escucha, pues.<br />

CORO: Todavía no. Dame a mí también parte en tus mercedes. Sepamos<br />

primero por ésta la historia de sus dolores, sus fieros infortunios.<br />

Las pruebas por que le resta pasar tú se las revelarás después.<br />

PROMETEO: A ti te toca, Io, venir en lo que desean, por varias razones,<br />

y más por hermanas de tu padre. Que es dulce empleo plañir y llorar<br />

nuestras desdichas, allí donde hemos de arrancar lágrimas de quien<br />

las escucha.<br />

IO: No sé cómo pueda negarme a vosotros; sabréis, pues, cuanto deseáis.<br />

Y, sin embargo, ¡cuál me aflige contar de dónde vinieron sobre<br />

esta desdichada esa tempestad que desató la mano de los dioses y la<br />

horrenda transformación de mi rostro! De continuo revoloteaban los<br />

sueños durante la noche en mi virginal retiro, y me decían con blandas<br />

razones: "¡Oh felicísima doncella!, ¿a qué tanto guardar tu doncellez,<br />

cuando te es dado conseguir la mejor de las bodas? Zeus arde por ti herido<br />

del dardo del deseo; contigo quiere partir los placeres de Cipria.<br />

Ea, niña, no vayas tú a desdeñar el lecho del padre de los dioses. Marcha<br />

al fértil prado de Lerna, junto a los rebaños y establos de tu padre,<br />

y calma el deseo de los divinos ojos." Tales sueños me asaltaban una, y<br />

otra, y otra noche, hasta que por fin me determiné, ¡infeliz!, a revelar a<br />

mi padre las nocturnas visiones. Él envió más de una vez a consultar los<br />

oráculos de Delfos y Dodona por averiguar qué haría o qué diría que<br />

fuese grato a los dioses. Pero los enviados tornaban con respuestas ambiguas,<br />

oscuras y dificilísimas de interpretar. Por último, llegó a Inaco<br />

un oráculo claro y terminante, que sin rodeos decía y ordenaba que me<br />

arrojase de casa y de la patria, y me dejase correr errante, suelta y libre<br />

hasta los postreros confines de la tierra. Donde no, que Zeus lanzaría el<br />

encendido rayo y aniquilaría a todo su linaje. Las palabras de Loxías<br />

vencieron a mi padre; echóme de casa; me cerró las puertas. Bien a su<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 26 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


pesar fue; bien al mío; pero, mal de su grado y todo, Zeus hacíale ceder<br />

y tascar el freno. Al punto altérase mi razón y mi faz; asoman en mi<br />

frente estos cuernos que veis y, picada por el aguijón de punzante tábano,<br />

de un salto furioso me lanzo en las sabrosas Cerneas aguas y en<br />

el collado de Lerna. Un pastor hijo de la tierra me persigue, el implacable<br />

Argos, y sus ojos sin número rastrean mis huellas. Privado él de la<br />

vida por improvisa y súbita muerte, así y todo, yo siempre en este correr<br />

sin tregua, de región en región, aguijada del furioso tábano y acosada<br />

por el látigo de los dioses. Ya sabes mis sucesos. Ahora, si puedes<br />

decirme el resto de mis males, habla. Mas no por compasivo me diviertas<br />

con engañosas razones, que no hay tan aborrecible peste como la<br />

compostura de la frase.<br />

CORO: Basta, basta; detente. ¡Ay! Jamás pude pensar, jamás, que<br />

llegase a mis oídos relación tan extraña. Calamidades, tormentos, dolorosos<br />

de sufrir, dolorosos de mirar. Terrores que como dardo de dos filos<br />

me traspasan y hielan el alma. ¡Oh destino, destino! Me estremezco<br />

de horror, Io, al considerar tu triste historia.<br />

PROMETEO: Pronto te angustias y llenas de espanto. Espera que sepas<br />

lo que falta.<br />

CORO: Habla, explícate. Modo de alivio es para quien padece saber<br />

de antemano qué le aguarda que sufrir todavía.<br />

PROMETEO: Queríais lo primero oír de su boca la relación de sus<br />

desventuras. Fácilmente habéis alcanzado de mí vuestra demanda. Escuchad<br />

ahora lo demás: los rigores con que aún ha de afligir a esta doncellita<br />

la mano de Hera. Y tú, hija de Inaco, graba mis palabras en tu<br />

memoria y sabrás el término de tu camino. De aquí vuelve hacia donde<br />

el sol asoma y atraviesa esos incultos campos que jamás sintieron en<br />

sus entrañas la reja del arado. Llegarás a los escitas, gente nómada, de<br />

certeras flechas, que en lo alto de sus bien dispuestos carros viven bajo<br />

tejidas chozas. No te acerques a ellos, sino atraviesa la comarca, ende­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 27 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


ezando tus pasos por las ásperas orillas que baten las ondas mugidoras.<br />

A mano izquierda habitan los cálibes, forjadores del hierro; húyelos,<br />

que son feroces y nada hospitalarios. Luego llegarás al río Hibristes,<br />

que no niega su nombre. No le pases, que no es bueno de pasar, hasta<br />

que no toques en el Cáucaso, el más elevado de los montes, de cuyas<br />

sienes mismas arroja el río la hirviente violencia de sus aguas. Fuerza<br />

será entonces que ganes sus empinadas cumbres, vecinas de los astros,<br />

y desciendas a la banda del mediodía. Allí hallarás a las amazonas, guerrera<br />

gente aborrecedora de los hombres, que algún día se asentarán en<br />

Temiscira, a las orillas del Termodonte, donde avanza en el mar la horrenda<br />

quijada Salmidesia, enemiga huéspeda de los navegantes, madrastra<br />

de sus naves. De muy buena voluntad te enseñarán el camino.<br />

Tocarás después en el istmo Cimerio, junto a la misma angosta entrada<br />

de la laguna Meotis, cuyo estrecho fuerza será también que con intrépido<br />

corazón le salves. Grande memoria de tu paso quedará por siempre<br />

entre los mortales, y de tu nombre el estrecho se llamará Bósforo. Con<br />

esto habrás dejado Europa y te hallarás en el suelo de Asia. Pero ¿no os<br />

parece que aquel tirano de los dioses es igual de violento en todo? Es<br />

dios, quiere unirse a esta mortal, y la pone a este correr sin descanso.<br />

¡Cruel galán encontraste, niña! Que la relación que acabas de oír no te<br />

imagines que es ni siquiera el proemio de tus desventuras.<br />

IO: ¡Ay de mí!<br />

PROMETEO: ¡Otra vez gemir y suspirar! ¿Pues qué harás cuando conozcas<br />

el resto de tus males?<br />

CORO: ¿Por ventura queda aún mal alguno que la anuncies?<br />

PROMETEO: Sí; un mar desencadenado de crueles dolores.<br />

IO: ¡A qué es ya vivir! ¿Y al punto no me arrojaré de esta escarpada<br />

roca, de modo que me estrelle contra el suelo y descanse de todas mis<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 28 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


penas? Mejor es morir de una vez que padecer malamente por todos los<br />

días de la vida.<br />

PROMETEO: Mal podrías tú llevar mis trabajos. ¡A mí el destino no<br />

me deja morir! Siquiera la muerte sería el fin de mis sufrimientos; mas<br />

ahora no hay término a mis males mientras Zeus no caiga de la tiranía.<br />

IO: ¿Pues acaso es posible que Zeus caiga jamás del imperio?<br />

PROMETEO: Paréceme que te alegrarías de ver ese desastre.<br />

IO: ¿Y cómo no, yo que tan miserablemente estoy padeciendo por su<br />

causa?<br />

PROMETEO: Bien puedes tener por cierto que eso ha de suceder.<br />

IO: ¿Quién le despojará del tiránico cetro?<br />

PROMETEO: El a sí propio, con sus desatentadas resoluciones.<br />

IO: ¿Cómo? Explícate, si no hay mal en ello.<br />

PROMETEO: Hará boda tal que algún día le duela.<br />

IO: ¿Con diosa o con mortal? Dímelo, si se puede decir.<br />

PROMETEO: ¿Y a qué? No se debe hablar de esto.<br />

IO: ¿Será derribado del trono por su esposa?<br />

PROMETEO: Ella parirá un hijo más fuerte que su padre.<br />

IO: ¿Y no habrá para él medio de esquivar este infortunio?<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 29 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


PROMETEO: Ninguno, a no ser que yo, libre de estas cadenas…<br />

IO: ¿Y quién será el que te libre a despecho de Zeus?<br />

PROMETEO: Uno de tus descendientes. Así está decretado.<br />

IO: ¿Qué has dicho? ¿Que un hijo mío te ha de sacar de males?<br />

PROMETEO: Cierto. Tu tercer descendiente después de otras diez<br />

generaciones.<br />

IO: Todavía no está muy fácil de alcanzar tu vaticinio.<br />

PROMETEO: No busques más ya la averiguación de tus desdichas.<br />

IO: No me niegues ahora el bien, después de habérmelo ofrecido.<br />

PROMETEO: De los dos secretos te revelaré uno u otro.<br />

IO: ¿De cuáles dos? Muéstramelos y dame a elegir.<br />

PROMETEO: Doy. Elige, pues, y te diré o los dolores que aún te esperan,<br />

o quién ha de libertarme.<br />

CORO: Concédenos que obtengamos de ti ambos favores. No desestimes<br />

mis ruegos. Sepa ella por ti el término de su errante carrera; yo,<br />

el nombre de tu libertador, que lo ansío.<br />

PROMETEO: Pues que tanto lo deseáis, no me negaré a deciros nada<br />

de lo que pedís. Primero a ti, Io, te contaré el errante curso de tu agitada<br />

carrera. Grábalo bien en las tablillas de tu memoria. Después que<br />

hayas pasado el río confín de ambos continentes, hacia las encendidas<br />

puertas orientales por donde el sol asoma, atravesado ya el estrépito<br />

del hundimugiente mar, llegarás a los gorgoneos campos de Cistene.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 30 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Allí habitan las hijas de Forco. De ellas, tres son las antiguas doncellas<br />

de rostro de cisne, con un único ojo y un diente común, a las cuales jamás<br />

visitó el sol con sus rayos ni en la noche la serena luna. No lejos están<br />

las otras tres hermanas, aladas, de cabellera de serpientes: las Gorgonas<br />

a los humanos aborrecibles. Ningún mortal, en viéndolas, podría<br />

retener en su pecho el aliento de la vida. Con esto ya te digo de qué has<br />

de guardarte. Mas atiende a otro temeroso espectáculo. Huye los grifos<br />

de corvo pico, mudos canes de Zeus. Huye también los Arimaspos, guerreros<br />

de un solo ojo, incansables jinetes que pueblan las orillas del aurífero<br />

Pluto. No te acerques a ellos. Llegarás después a la postrera tierra<br />

que baña el río etíope, cerca del nacimiento del sol; habitación de un<br />

pueblo negro. Sigue serpeando las riberas del río hasta la catarata donde<br />

el Nilo precipita de lo alto de los montes Biblios la corriente de sus<br />

sabrosas y venerandas aguas. Él te encaminará a la tierra triangular que<br />

ciñe con sus brazos, y allí, en fin, tú y tus hijos fundaréis colonia dilatada.<br />

Tal es el decreto del destino. Ahora, si en esto hay algo de oscuro<br />

para ti y que no alcances, vuelve a preguntar y apréndelo bien, que más<br />

vagar tengo que quisiera.<br />

CORO: Si algo te queda o te olvidaste de decir sobre su triste historia,<br />

dilo; mas, si lo hablaste todo, concédenos a nuestra vez la merced<br />

que te hemos pedido. Acuérdate de ella.<br />

PROMETEO: Io ha oído ya el término y remate de su peregrinación;<br />

mas, porque vea que no me ha escuchado en vano, yo le diré qué trabajos<br />

ha sufrido antes de llegar aquí, dándole este testimonio de mis palabras.<br />

Dejaré multitud de sucesos, y voy al término mismo de tus errantes<br />

aventuras. Cuando llegaste a los molosios campos y a la empinada<br />

Dodona donde está la vatídica sede de Zeus Tesprocio, y, ¡extraño prodigio!,<br />

las agoreras encinas de quienes fuiste saludada claro y sin enigmas,<br />

como quien había de ser ínclita esposa de Zeus: si es que hay en<br />

esto cosa que pueda lisonjearte. De allí, picada del tábano, te lanzaste<br />

siguiendo la costa, hasta el ancho golfo de Rea, de donde retrocediste,<br />

siempre acongojada por tus furiosos saltos. Y sabe que, en la futura<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 31 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


edad, aquel marino seno se llamará mar Ionio para perpetuo monumento<br />

de tu paso. Sírvate esto para que conozcas que ve mi espíritu<br />

más que a primera vista parece. Lo que aún queda, decirlo he por igual<br />

a todas vosotras, volviendo sobre el hilo de mi primer discurso. Hay<br />

una ciudad en la extrema región de Egipto, Canopo, a la boca misma<br />

del río, junto a las arenas que acarrean sus aguas. En ella te volverá<br />

Zeus la razón acariciándote con serena mano; tan sólo con tocarte. Y<br />

parirás al negro Épafo, así dicho del modo de ser engendrado, el cual<br />

cogerá los frutos de cuanta tierra riega el Nilo en su dilatada corriente.<br />

Su quinta generacion, femenil linaje de cincuenta doncellas, bien a su<br />

pesar tornará a Argos huyendo de incestuosas bodas con sus primos.<br />

Ellos, abrasados de deseo, como halcones en persecución de palomas,<br />

acosaránlas codiciosos de unas bodas que jamás debieron pretender.<br />

Un dios las defenderá, y la tierra pelasgia recibirá los sangrientos cuerpos<br />

de sus perseguidores. Audaz matanza los acechará en la noche hiriéndolos<br />

con femeniles manos. Cada esposa hundirá en la garganta del<br />

esposo agudo hierro de dos filos, y le arrancará la vida. ¡Tal venga Venus<br />

para mis enemigos! Mas el amor ablandará a una de las desposadas<br />

para que no dé muerte a quien comparte su lecho; su resolución flaqueará,<br />

y, puesta a escoger, antes querrá ser motejada de cobarde que<br />

no de sanguinaria. De ella nacerá en Argos regia estirpe. Pero el recorrer<br />

por sus puntos estos sucesos largo discurso pediría. Con todo ello<br />

diré que de esta semilla brotará un hombre arrojado, por sus flechas famoso,<br />

que me librará de estos tormentos. Tal es el oráculo que me reveló<br />

la titania Temis, mi antigua madre. Cómo y cuándo, eso ni podría reducirse<br />

a breve espacio, ni tú ganarías con saberlo.<br />

IO: ¡Ah! ¡Ay de mí, ay de mí! ¡Otra vez el delirio! Insano furor enciende<br />

y enajena mi alma. El tábano me punza con aguijón ardentísimo.<br />

Estremecido de terror, el corazón palpita con rudo golpear dentro<br />

del pecho; giran mis ojos en sus órbitas; el furioso viento de la rabia me<br />

arrastra; mi lengua no obedece, y turbado el pensamiento en vano lucha<br />

con las ondas de mi acerbo infortunio.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 32 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Vase.<br />

CORO: ¡Qué sabio que era, qué sabio, el primero que en su mente<br />

pensó, y con su lengua proclamó, que casarse entre iguales es el mejor<br />

partido, y que quien vive de sus manos no ha de codiciar bodas ni con<br />

el regalado de la fortuna ni con el ensoberbecido de su linaje! Jamás,<br />

jamás, ¡oh Parcas!, me vea yo en el lecho de Zeus. Jamás me una por<br />

esposa a ninguno de los celestiales. Me estremece ver a la casta virgen<br />

Io tan fieramente atormentada por Hera con las crueles penas de un correr<br />

sin descanso. Una boda igual nada de temible tiene para mí; no la<br />

temo. Pero ¡que jamás se fije en mí la inevitable mirada de un dios poderoso!<br />

¡Luchar sin lucha; camino sin salida! No sé qué sería de mí,<br />

porque no alcanzo cómo había de esquivar la resolución de Zeus.<br />

PROMETEO: Y con todo ello ese Zeus, puesto que de ánimo tan<br />

arrogante, todavía alguna vez ha de ser humilde. Un himeneo se dispone<br />

a celebrar que ha de derribarle del poder, y derrumbar su trono, y<br />

desaparecerle de los que ahora le contemplan. Entonces se cumplirá en<br />

sus ápices la imprecación que lanzó su padre Crono al caer de su secular<br />

imperio. Y contra este desastre, fuera de mí, ninguno de los dioses<br />

podría mostrarle remedio cierto. Yo lo sé y de qué modo. Estése, pues,<br />

en su trono muy sosegado y seguro; confíese en el tronante estampido<br />

que retumba en las alturas; vibre en su diestra el rayo ígneo; que todo<br />

ello de nada le servirá para no haber de caer con ignominiosa e irreparable<br />

caída. Tal contendiente va a buscarse, invencible monstruo que<br />

encontrará un fuego más poderoso que el rayo, y un estampido que<br />

asorde el trueno, y hará saltar hecha astillas la lanza de Poseidón, el tridente,<br />

azote que alborota el mar y sacude la tierra. Cuando se estrelle<br />

contra su desgracia entonces aprenderá cuánto va de imperar a ser esclavo.<br />

CORO: Sin duda haces predicciones de tus deseos para con Zeus.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 33 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


digo.<br />

PROMETEO: Lo que ha de cumplirse, y yo deseo, eso es lo que pre­<br />

CORO: ¿Y acaso es de esperar que a Zeus le venza alguien?<br />

PROMETEO: Y aún han de abrumar su cerviz trabajos más pesados<br />

que estos míos.<br />

CORO: ¿Cómo no temes soltar esas palabras?<br />

PROMETEO: ¿Y qué habrá que haga temer a quien por su sino no<br />

puede morir?<br />

CORO: Mas pudiera enviarte Zeus aflicciones más dolorosas que éstas.<br />

PROMETEO: Hágalo, pues. Todo lo espero.<br />

CORO: Sabios los que doblan su rodilla ante Adrastrea.<br />

PROMETEO: Ruega, reverencia, adula siempre al que manda. Para<br />

mí, Zeus, menos que nada me importa. Haga, mande como quiera en<br />

este breve tiempo; que no imperará mucho sobre los dioses. Mas he<br />

aquí a su correo, al ministro del nuevo tirano. De seguro que viene a<br />

anunciarme alguna cosa nueva.<br />

Sale Hermes.<br />

HERMES: A ti, embajador, lleno de hiel, pecador contra los dioses,<br />

que entregas sus honores a los seres de un día; a ti, ladrón del fuego, a<br />

ti es a quien me dirijo. Padre manda que digas qué bodas son esas por<br />

las cuales ha de caer del imperio. Y esto sin enigmas, antes explicándolo<br />

punto por punto. No me obligues a segundo viaje, Prometeo, que<br />

bien ves que no es con estos modos como Zeus se ablanda.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 34 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


PROMETEO: Gravemente hablado está el discurso y lleno de arrogancia,<br />

como del ministro de los dioses. Nuevos sois; como nuevos<br />

mandáis, y creéis habitar fortaleza que el dolor no ha de asaltar nunca.<br />

Pues ¿no sé yo de dos tiranos que han caído de ella? Y todavía he de<br />

ver al tercero, al que ahora manda, y bien pronto, y con mayor ignominia.<br />

¿Parécete que tiemblo a los nuevos dioses; que, menguado, he de<br />

bajarme a ellos? Muy lejos estoy de eso. Vuelve pies atrás por el camino<br />

que viniste, pues nada de lo que quieres averiguar has de saber.<br />

HERMES: Con esos fieros te acarreaste ya esta desgracia.<br />

PROMETEO: Ten por cierto que no trocaría yo mi desdicha por tu<br />

servil oficio; que juzgo por mejor servir a esta roca que no ser dócil<br />

mensajero de Zeus tu padre. Así es razón que con ultrajes se responda a<br />

quien nos ultraja.<br />

HERMES: Paréceme que te recreas con tu presente fortuna.<br />

PROMETEO: ¡Que me recreo! ¡Que no viera yo recrearse así a todos<br />

mis enemigos! Y a ti entre ellos.<br />

HERMES: Pues qué, ¿a mí también me culpas de tus infortunios?<br />

PROMETEO: En una palabra: yo abomino a todos esos dioses que,<br />

colmados por mí de beneficios, tan inicuamente me pagan.<br />

HERMES: Ya veo que grave dolencia te hace perder la razón.<br />

PROMETEO: Adolezca yo si es dolencia odiar a los enemigos.<br />

HERMES: Dichoso serías intolerable.<br />

PROMETEO: ¡Ay de mí!<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 35 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


HERMES: Palabra es esa que Zeus no conoce.<br />

PROMETEO: Pero el tiempo va envejeciendo y enseñándolo todo.<br />

HERMES: Y, sin embargo, todavía no has aprendido tú a ser prudente.<br />

PROMETEO: Cierto, que entonces no te dirigiera yo la palabra, siervo.<br />

HERMES: ¿No piensas decir nada de lo que padre desea?<br />

PROMETEO: Y en verdad que debiéndole tanto debiera corresponder<br />

al beneficio.<br />

HERMES: ¿Te burlas de mí como si fuese un niño?<br />

PROMETEO: Pues qué, ¿no eres tú un niño, y aun más cándido todavía,<br />

si esperas que has de saber algo de mí? No hay tormento ni artificio<br />

con que Zeus me reduzca a hablar si antes no suelta estas afrentosas<br />

cadenas. Por tanto, que caiga sobre mí la llama abrasadora y la nieve<br />

de cándidas alas; que rujan los truenos habitadores de las entrañas<br />

de la tierra; que todo se conmueva y se confunda todo, que nada me<br />

doblará para que declare a cuyas manos ha de caer Zeus de su tiranía.<br />

HERMES: Considera tú si eso puede remediarte.<br />

PROMETEO: De antes está todo ello visto y determinado.<br />

HERMES: Ante los males presentes resuélvete, temerario; resuélvete<br />

a pensar cuerdo una vez siquiera.<br />

PROMETEO: En vano me importunas exhortándome; como si hablases<br />

a las ondas del mar. Que jamás se te ponga en mientes que por te­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 36 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


mor a sentencias de Zeus me he de hacer de ánimo femenil y he de tenderle<br />

las manos como una mujer, suplicando a ese aborrecidísimo que<br />

me suelte de estas cadenas. Lejos de mí eso.<br />

HERMES: Mucho he hablado, lo sé, y que hablaré en vano, porque<br />

tu corazón no se mueve ni ablanda con ruegos, antes como potro recién<br />

puesto al yugo, así tú tascas el freno y te resistes violento y forcejeas<br />

contra las riendas. Pero en vano sacas fuerzas de tu necio consejo; menos<br />

que nada puede la pertinacia del desaconsejado. Considera qué<br />

tempestad y grande ola de males caerá sobre ti sin remedio de no rendirte<br />

a mis razones. Hará padre saltar en pedazos esa áspera cumbre<br />

con la fulmínea llama en medio del estampido del trueno, y sus despojos<br />

cubrirán tu cuerpo y te estrecharán con pesados y roqueros brazos.<br />

Después de largo espacio de tiempo volverás a la luz; pero el can alado<br />

de Zeus, el águila carnicera, vendrá a ti, convidado importuno, todos<br />

los días, y voraz te arrancará la carne a pedazos y se cebará con el negro<br />

manjar de tu hígados. Y no esperes el fin de este suplicio hasta que<br />

un dios no se preste a sustituirte en tus trabajos, y quiera bajar a la oscura<br />

morada de Hades y a las caliginosas profundidades del Tártaro.<br />

Conque así, determina. No es esto fingida baladronada, sino dicho muy<br />

de veras; que la boca de Zeus no sabe decir mentira, y todas sus palabras<br />

se cumplen. Mira bien, pues, en derredor tuyo, y reflexiona y no<br />

tengas nunca la arrogancia por mejor que la prudencia.<br />

CORO: Parécenos que Hermes no habla fuera de propósito, pues<br />

que te exhorta a deponer tu pertinacia y seguir la sabia cordura. Escúchale,<br />

que es vergonzoso para un sabio aferrarse en su falta.<br />

PROMETEO: Ése ha vociferado su embajada a quien ya la sabía.<br />

Pero en que un enemigo padezca malamente bajo el poder de su enemigo<br />

no hay afrenta. ¡Caiga, pues, sobre mí el afilado rizo del fuego;<br />

conmuévase el éter con el estampido del trueno y el huracán de los<br />

vientos desatados; que la tormenta sacuda la tierra en la raíz misma de<br />

sus hondos cimientos; que invadan las olas del mar con bárbara furia<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 37 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


los celestes caminos de los astros; que arrastre mi cuerpo el irresistible<br />

torbellino de la necesidad hasta el fondo del negro Tártaro! ¡Cómo<br />

quiera no podría darme la muerte!<br />

HERMES: ¡Ésas son las palabras y razones que es posible oír de los<br />

mentecatos! ¿Qué le falta a tu demencia? ¿Por ventura a tratarte mejor<br />

se calmarían tus furores? Pero, a lo menos, vosotras, que os doléis de<br />

sus miserias, alejaos de estos lugares al punto. El horrendo rugir del<br />

trueno os dejaría atónitas.<br />

CORO: Díme, aconséjame cualquiera otra cosa, y serás obedecido;<br />

pero esas palabras que has pronunciado no las puedo tolerar. ¿Cómo?<br />

¡Tú me mandas rendir culto a la cobardía! En los males que haya de padecer,<br />

con él quiero entrar a la parte; que yo aprendí a odiar a los traidores,<br />

y no hay ruindad que más me repugne que ésa.<br />

HERMES: Pues acordaos de lo que a tiempo os he advertido, y,<br />

cuando os asalte el mal no acuséis, a la fortuna ni digáis jamás que<br />

Zeus os hirió con improviso golpe. En verdad que no, sino vosotras mismas,<br />

que a ciencia cierta, y no a deshora ni con cautela, seréis cogidas<br />

por vuestra locura en la red del infortunio, de la cual nadie se desenvuelve.<br />

Vanse Hermes y las Oceánidas.<br />

PROMETEO: Ya las palabras son obras. La tierra se agita, y el eco<br />

del trueno ruge en sus hondas entrañas, y las inflamadas vueltas del<br />

rayo fulguran en el aire, y el polvo se levanta en revuelto torbellino, y<br />

los ímpetus todos de los vientos se desatan, y en encontrados soplos se<br />

chocan con porfiada pelea, y el mar y el aire se encuentran y confunden.<br />

Contra mí a no dudar, y de parte de Zeus, viene esta furia poniendo<br />

espanto. ¡Oh deidad veneranda de mi madre! ¡Oh éter, que haces girar<br />

la luz común para todos, viéndome estáis cuán sin justicia padezco!<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 38 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


El sueño de Homero<br />

Antonio Tello<br />

I<br />

Aproximaciones a los mitos <strong>griegos</strong><br />

1<br />

La Odisea es uno de esos libros fundacionales acerca de la naturaleza<br />

de la condición humana. Como tal son muchas las lecturas que propone,<br />

pero su piedra angular la constituye la peripecia del extranjero<br />

que viaja de regreso a su patria. Es así que Ítaca deviene metáfora de la<br />

felicidad en la medida que representa su tierra y su hogar, el punto de<br />

un horizonte cuya distancia, hasta entonces, lo extranjerizaba del mundo<br />

impidiéndole reconocerse y ser en un lugar y en un corazón en los<br />

que su alma pudiera reinar.<br />

Mil peligros, adversidades y tentaciones ha de superar Odiseo antes<br />

de que su determinación lo conduzca hasta su isla, donde cabe inferir<br />

que, finalmente, se reencontró con su alma gemela y fue feliz. Pero<br />

¿qué hubiese sucedido si Odiseo no se hubiese atado al mástil de su<br />

nave –al mástil de su propio sueño, como escribo en Sílabas de arena–,<br />

para resistir el canto de las sirenas? ¿Qué hubiera pasado si sus hombres<br />

no se hubieran encerado los oídos y, oyendo sus gritos desesperados,<br />

lo hubiesen soltado? Hubiera sucedido que no sólo no hubiera<br />

oído, como sugiere Kafka, la música de los dioses, sino que habría perecido<br />

y con él sus amigos y nunca hubiera alcanzado Ítaca. ¿Qué hubiera<br />

sucedido si Penélope no hubiera estado a la altura de Odiseo, tejiendo y<br />

destejiendo su espera; si, incapaz de resistir su soledad, hubiera derribado<br />

el árbol al cual estaba enraizada para impresionar a sus pretendientes?<br />

De haber sucedido esto, Homero no hubiera escrito ese libro<br />

maravilloso que es La Odisea e Ítaca no sería hoy una metáfora de la felicidad<br />

sino una pequeña e ignorada isla del Egeo. También cabría pre­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 39 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


guntarse que, si bien el poeta alcanzó a escribir tal libro ¿qué otros no<br />

pudo hacer?<br />

2<br />

Cabe la posibilidad de que Odiseo nunca regresara a Ítaca. Entonces<br />

¿quién era el hombre que desembarcó en la isla llevando en sus ojos y<br />

su mirada los ecos de la guerra, los ayes de agonía, el sonido de las velas<br />

batidas por el viento, el golpe de los remos y el tajo de la quilla en<br />

el mar? ¿Quién era aquel a quien la música del desfiladero y las voces<br />

de las mujeres amadas habían agravado las notas de su corazón? Quizás<br />

sólo Argos, el viejo perro, reconoció al hombre que, herido por la<br />

rueda de la fortuna, regresaba a Ítaca con el nombre de Odiseo, y lo<br />

festejó.<br />

3<br />

Teseo y Odiseo atravesaron sus propios laberintos con igual suerte,<br />

pero distinto compromiso. Aquél sedujo a Ariadna y con su hilo umbilical<br />

se internó en los secretos pasadizos hasta alcanzar la luz. Dicen que<br />

Teseo mató al Minotauro a puñetazos. Sin embargo, dudo del héroe<br />

que olvida sus promesas o engaña a quien las hace. Por esto sospecho<br />

que Teseo nunca supo ni le interesó saber si lo que oyó en el laberinto<br />

eran los aullidos de una bestia o los gemidos de un hombre.<br />

Odiseo, que soñaba con oír el canto de las sirenas y conocer la música<br />

de los dioses, se hizo atar al mástil de su nave y así atravesó el desfiladero<br />

de las mujeres­pájaro. Fue así como descubrió la secreta música<br />

del Olimpo. Con su arrojo y su sincero deseo de saber, Odiseo enmudeció<br />

para siempre a las sirenas y, como sugiere Kafka, reivindicó ante los<br />

dioses la soberanía del hombre.<br />

Odiseo afrontó su aventura para conocer. Teseo, para huir.<br />

4<br />

Al detenerse y mirar los sillares del muro, comprendió que nunca<br />

encontraría la salida. Las palabras y frases repetidas conformaban el laberinto.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 40 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


5<br />

Una tarde, después de haber transitado desde el alba los inextricables<br />

pasajes de su prisión, el Minotauro se preguntó cómo sería el laberinto<br />

de los hombres.<br />

6<br />

¿La leyenda del Minotauro en el laberinto es el mito de la bestia que<br />

llevamos dentro?<br />

7<br />

¿Y si el hilo de Ariadna no era un hilo sino el rastro de su perfume?<br />

8<br />

Una tarde, después de haber caminado hasta el agotamiento por los<br />

idénticos pasajes del laberinto, caí y sentí el frío del suelo en el rostro.<br />

Al cabo, mis ojos descubrieron el pulular de diminutos insectos, gusanos<br />

y otros seres adaptados a la esterilidad de la piedra. Para ellos<br />

parecía no haber semejanzas en el universo, todo era distinto y único, y<br />

su fragorosa exploración alimenticia los justificaba en su existencia. Incluso<br />

los signos devorándose entre sí en los intersticios del muro eran<br />

parte de la misma actividad. Apilé entonces unas piedras sueltas y no<br />

sin dificultad trepé y lo que vi desde lo alto fue, quizás como ellos, un<br />

paisaje incomprensible extendiéndose entre el alba y el ocaso.<br />

9<br />

Dédalo y Kafka imaginaron el laberinto. También el destino de sus<br />

prisioneros, cuyas dispares naturalezas aluden a los días que vivieron.<br />

El Minotauro lleva consigo la poética del mito. Gregorio Samsa la prosa<br />

del insecto en un tiempo sin dioses.<br />

10<br />

Las sirenas cantan con las voces deglutidas de sus víctimas.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 41 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


11<br />

Kafka se hace (nos hace) una pregunta inquietante. ¿Y si Odiseo se<br />

taponó los oídos con cera y nunca oyó el canto de las sirenas? De ser<br />

así, Odiseo habría engañado a los dioses y a las sirenas haciéndoles<br />

creer que había oído la música secreta y resistido a ella socavando así<br />

para siempre el poder divino. Pero, de ser así cabe otra pregunta. ¿Qué<br />

no oyó Odiseo mientras atravesaba el desfiladero pretendiendo desafiar<br />

la locura con que los dioses castigaban a los mortales que oían su música?<br />

Quizás nada o acaso apenas un rumor sordo y continuo, como de<br />

mar o de cielo lejano. En este supuesto, me atrevo a pensar que Odiseo<br />

fue, antes que Homero, el primer poeta que llegó a los aledaños del silencio<br />

y descubrió que las almas de los hombres son voces de la eternidad.<br />

He aquí la naturaleza del lenguaje.<br />

12<br />

Mientras cruzaba el desfiladero y oía el canto de las sirenas, Odiseo<br />

se estremeció de tal modo que el mástil, al cual se hallaba sujeto, dejó<br />

en su espalda curtida por el sol y la sal las huellas indelebles del roble<br />

del que estaba hecho.<br />

Más tarde, cuando Nausica acarició esa espalda con un dedo de su<br />

pie, oyó dentro de sí un tañido de placer tan profundo que la hizo temblar<br />

de gozosa emoción. En los nueve días siguientes, incapaz de resistirse<br />

a la atracción de lo oído, Nausica siguió acariciando la espalda del<br />

viejo Odiseo con cada uno de los dedos de sus pies como si tañera una<br />

lira que sólo ella era capaz de ver y de oír. Después continuó con cada<br />

uno de los dedos de las manos siempre sacando notas de placer distintas<br />

hasta que, al completarse los días y los dedos, ambos amantes se<br />

elevaron y reconocieron en un sutil, sensual y persistente tañido.<br />

Ignoro qué notas obtuvo la bella Nausica de la espalda de Odiseo,<br />

porque, a pesar de su destreza para el relato, él no quiso o no supo contar<br />

lo que ambos habían oído durante esas caricias. Quizás el mutismo<br />

de Odiseo se debiera a que la música de los argomantes ­los navegantes<br />

de Eros­, como la música de los dioses, es inaudible para los otros.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 42 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


13<br />

Al comprender que sólo Nausica era capaz de tañer la lira que los<br />

dioses habían grabado en su espalda, Odiseo adoró los pies de la joven,<br />

acomodó su rostro al empeine y luego besó con morosa ternura cada<br />

uno de los dedos. Al cabo, con un gemido de viejo fauno emprendió la<br />

navegación por la doble vereda de sus piernas dejando en una, como<br />

un caracol, un rastro de saliva, y en la otra, como un jardinero, un camino<br />

de lajas que evocaba los dientes de Nausica descubiertos por la<br />

risa. Así alcanzó el vergel, aspiró la fragancia de la fortuna, posó sus labios<br />

en los labios y plantó la lengua con la que, ante la dulce boca, le<br />

murmuró los diez nombres secretos de sus pies.<br />

Al oír los nombres de los dedos sus pies, Nausica sintió que una corriente<br />

la alcanzaba y la recorría hasta disolverla como una fragancia.<br />

Persistió en el aire y supo en ese instante. Olvidó toda reserva. Olvidó<br />

todo miedo y no le importó la ira de los dioses. La bella Nausica subió a<br />

la nave del errante y, sujeta al mástil de su deseo, entró con él al laberinto<br />

de las sirenas. Como Odiseo antes escuchó su música y las agudas<br />

notas del dolor y del placer. De la vida y de la muerte. Escuchó la voz<br />

honda del mar adentro y la fragua de la espuma sobre las olas. Para su<br />

boca sólo la sal tenía sentido. Sólo el viento lo tenía para sus velas y navegó<br />

hasta que el arrebato de las aguas arrojó a ambos, náufragos y<br />

desnudos, a la playa de los juegos.<br />

14<br />

Al atardecer, a la hora en que el sol aviva rojos y violetas en el cielo<br />

y las olas desmoronan con estruendo su espuma sobre la playa, las muchachas<br />

de compañía de Nausica hallaron finalmente a su princesa. La<br />

vieron junto al viejo náufrago. Ambos, desnudos y sucios de arena y sal,<br />

yacían como muertos. Con grandes aspavientos llegaron donde ellos y<br />

enseguida comprobaron que dormían con una sonrisa de felicidad en<br />

sus labios.<br />

Algo más serenas, se confabularon y, con la ayuda de cuatro esclavos,<br />

llevaron a los dos plácidos durmientes al gineceo. <strong>Los</strong> bañaron con<br />

mimo y delicadeza sin que ninguno de los dos diera muestras de querer<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 43 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


salir del placentero sueño que los embargaba. Esto causó mucha gracia<br />

a las muchachas, quienes contenían sus risas y soltaban grititos de complicidad.<br />

La más atrevida hasta tomó en sus manos el sexo abatido de<br />

Odiseo, lo exploró y hasta lo probó con la puntita de su lengua, como<br />

quien prueba una comida que presume picante, para regocijo del resto.<br />

Fue entonces cuando otra las llamó y les cuchicheó algo que les provocó<br />

una sofocada exclamación.<br />

Sacaron a Nausica y a Odiseo del agua perfumada con pétalos de<br />

rosa y los acostaron. Mientras unas se ocupaban de acicalar a la princesa,<br />

otras, sin dejar de murmurar y dar grititos de picardía, rasuraron el<br />

recio torso y el pubis del navegante, sombrearon sus ojos, dieron rubor<br />

a sus labios, dibujaron el perfil de dos naves en sus pectorales con sendas<br />

estrellitas en sus pezones, le untaron el cuerpo con aceite de sándalo<br />

y, finalmente, le pintaron de rojo las uñas de los pies. Entre risitas,<br />

las otras, antes de perfumar el cuerpo de la bella con la afortunada fragancia<br />

de las princesas, le colocaron en el rostro y en las axilas el vello<br />

rasurado del navegante.<br />

Cuando salieron de los aposentos tapándose la boca para no despertarlos<br />

con sus risas, las muchachas alcanzaron a ver cómo una vieja y<br />

un joven efebo se abrazaban amorosamente.<br />

II<br />

El sueño de Homero<br />

1<br />

Hace unos años, en una cueva de Corfú, la isla jónica que algunos<br />

identifican con la mítica Esqueria de los feacios, una expedición arqueológica<br />

griega halló un rollo del siglo I a. C., que contenía el apunte<br />

de un sueño tenido siete siglos antes por un aedo llamado Ὅμ ηρος,<br />

Homero. Algunos homeristas han creído ver en este documento la prueba<br />

de la existencia del poeta al cual se le atribuyen La Ilíada y La Odisea,<br />

pero la mayoría y más rigurosa crítica filológica pone en duda su<br />

autenticidad.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 44 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Abunda en esta duda el hecho de que salvo los personajes protagonistas<br />

del relato, acaso Odiseo y Nausica, todo lo demás parece alejado<br />

del tono y el estilo de quién o quiénes contribuyeron al relato de la guerra<br />

o guerras de Ilión y de las peripecias del astuto héroe que reinaba<br />

en Ítaca. No obstante, el texto, sea auténtico o apócrifo, nos enseña<br />

cuánto pierden los poetas por los resquicios que deja la vida.<br />

2<br />

No puedo asegurar si fue una visión o un sueño. Tampoco si era yo<br />

o eran mis ojos los que se hallaban emboscados detrás de unos matorrales,<br />

que crecían en las dunas próximas a la playa de la isla de los juegos.<br />

Allí, un hombre fuerte, de cabellos canos y piel curtida, y una muchacha<br />

de piernas largas y suaves y rodillas brillantes, jugaban desnudos,<br />

se perseguían, abrazaban y entraban y salían del agua. A esa hora<br />

en que el cielo se ruboriza por la marcha del sol, la brisa salada y azul<br />

que viene del mar me trajo la risa cristalina de la joven y la voz añosa<br />

del hombre, pero no sus palabras, que las olas con su batir rompían antes<br />

de que llegaran a mis oídos. Por largo rato los observé y supe que<br />

en ese ocaso eran felices. De pronto sentí frío. Me cubrí con el himation<br />

y al volver los ojos los amantes ya no estaban. Se habían desvanecido<br />

como se desvanecen los sueños y yo estaba solo en algún lugar de una<br />

playa sometida al ruido del mar.<br />

AT<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 45 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Mitología griega: Medea<br />

Ovidio 2<br />

FÁBULA PRIMERA<br />

§ Jasón y Medea §<br />

Ya la nave Argos 3 había conducido a los de Tesalia por diferentes<br />

mares; ya habían visto a Finéo 4 , aquel Príncipe desgraciado, pasando<br />

una postrada y triste vejez después de haber perdido la vista; ya los hijos<br />

de Bóreas habían ahuyentado a las Harpías 5 , que con tanta crueldad<br />

atormentaban al viejo; cuando en fin, después de haber padecido muchos<br />

trabajos en todo el discurso del viaje, llegaron estos héroes con su<br />

caudillo Jasón a las orillas del Faso 6 . Luego que desembarcaron se presentan<br />

al Rey, y le piden el vellocino de oro 7 en que Frixo había sido<br />

conducido a la Cólquide.<br />

Este Príncipe, con la idea de desanimarlos y echarlos de sí, les dijo<br />

lo que debían hacer para adquirir aquel rico depósito y les hizo ver todos<br />

los riesgos a que debían exponerse. Entre tanto, Medea, su hija, se<br />

2 Traducción de Francisco Crivell, Las Metamorfosis, 1805.<br />

3 Fue la primera nave que surcó los mares: el piloto que la dirigía se llamaba Tifis, y los que la<br />

montaron con Jasón para la expedición de la conquista del vellocino de oro, se llamaron de ella<br />

Argonautas, que quiere decir los que navegaban en la nave Argos.<br />

4 Es diverso del otro Finéo que en las bodas movió el tumulto contra Perséo; fue Rey de Tracia ,<br />

hijo de Agenor, y por la atrocidad de haber hecho sacar los ojos a sus hijos , le cegó Bóreas, y a<br />

esto aluden las expresiones de que pasaba una triste vejez.<br />

5 Eran unos monstruos con rostro de mujer, orejas de oso, cuerpo y alas de buitre con garras en<br />

las manos y pies, y que con un continuo flujo del vientre lo ensuciaban todo, y robaban los manjares<br />

de las mesas: eran tres, y se llamaban Aello, Ocipete y Celeno, a las cuales Cetes y Calais,<br />

hijos de Bóreas, ahuyentaron de la casa y mesa de su cuñado Finéo.<br />

6 Río de la Cólquide, en el cual fue transformado por Tetis un Príncipe de este nombre.<br />

7 Era la piel de un carnero, en el cual los dos hermanos Heres y Frixo, huyendo de la muerte que<br />

les preparaba Creteo, fueron arrebatados por los aires, y atravesaron la parte o estrecho del mar<br />

que se llama el Helesponto, de Eles, que turbada con el ímpetu de las olas no se pudo sostener<br />

en el carnero; cayó en el mar y se ahogó. Frixo, su hermano, arribó a la Cólquide, donde sacrificó<br />

a Júpiter el carnero, y colgó en un árbol el vellón de oro, que fue objeto y causa de la expedición<br />

de Jasón.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 46 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


enamora de Jasón. Y después de luchar por mucho tiempo sin poder<br />

vencer con reflexiones la inclinación que la arrastraba; “En vano, se<br />

dijo, te resistes, Medea; algún Dios se opone a tu tranquilidad; los ocultos<br />

movimientos que agitan tu corazón te son desconocidos; pero si no<br />

me engaño, esto es lo que llaman amor, o se parece mucho a ello. Pues<br />

a no ser así, ¿cómo me habían de parecer demasiado duras las leyes<br />

que mi padre ha impuesto a este héroe? Ellas lo son en efecto. ¿Por qué<br />

temo tanto su muerte? ¿Por qué me alarma el riesgo que corre este extranjero?<br />

¿Cuál puede ser la causa de un temor tan excesivo? ¡Infeliz!<br />

Apaga si puedes el fuego que has concebido en tu corazón virginal.<br />

¡Ah! si yo pudiera sería mucho mas sabia. Pero una nueva violencia me<br />

arrebata aun contra mi voluntad; el amor me aconseja una cosa, y el<br />

entendimiento me persuade otra. Veo lo mejor; lo apruebo, y sin embargo<br />

me dejo arrastrar de lo más malo. Insensata ¡cuál es tu ceguedad!<br />

¿Una Princesa de tu clase debe amar así a un extranjero? ¿Estoy<br />

yo destinada a seguir un marido a desconocidos países? ¿No hallaré,<br />

pues, en el Reino de mi padre otro amante digno de mi afecto? De<br />

cuenta de los Dioses está su vida o muerte: viva en efecto; a lo menos<br />

bien puedo pedirles por su vida sin amarle. ¿Qué delito ha cometido<br />

para verse expuesto a tantos riesgos? ¿A quién, sino es una fiera, no inclinará<br />

su juventud, nobleza y gallardía? Y cuando le faltara todo esto,<br />

¿quién no se movería al ver el aire noble y gracioso que brilla en su persona?<br />

¡Ah! yo me siento demasiado interesada por él.<br />

Sin mi auxilio, o será devorado por las llamas que vomitan los toros,<br />

contra quienes debe pelear, o vencido por el número de los enemigos<br />

que han de nacer de los dientes de la serpiente que le obligarán a sembrar,<br />

después que triunfe de ella; o en fin será presa de aquel horrible<br />

dragón que guarda el vellocino de oro. Si yo llego a mirar tal espectáculo,<br />

¿no me persuadiré, o que he nacido de una tigre, o que tengo el<br />

corazón más duro que un bronce y que las rocas? ¿Por qué, pues, no<br />

me resuelvo a verle morir, y a hacer a mis ojos cómplices de su muerte?<br />

¿Por qué, pues, no enciendo fuego para que muera abrasado, por qué<br />

no animo contra él los toros, los soldados que salgan de la tierra, y al<br />

vigilante dragón ? No, ¡justos Dioses! permitid que logre cosas más li­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 47 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


sonjeras. Pero yo no debo desearlas, puesto que puedo hacerlas 8 . ¿Mas<br />

le he de entregar el reino de mi padre por salvar a un desconocido, que<br />

viéndose libre tal vez me abandonará, se embarcará sin llevarme consigo,<br />

e irá a entregar a otra su corazón y mano, quedando yo en un continuo<br />

tormento? ¡Ah! perezca Jasón, puesto que puede cometer esta ingratitud<br />

posponiéndome a otra. Pero no demuestra tal cosa su rostro ni<br />

la nobleza de su ánimo, ni la gracia de su belleza: no, no tengo que temer<br />

en engaño ni olvido de mis beneficios; la generosidad es inseparable<br />

de las almas como la suya. Además yo quiero que antes comprometa<br />

su palabra, y le haré que jure por los Dioses: y en tal caso, ¿qué temor<br />

tendré con tal seguridad? Vamos pues sin mas tardanza a socorrerle.<br />

Jasón, que se reconocerá deudor mío, se unirá a mí con solemne<br />

matrimonio: sí, serás celebrada y aplaudida del pueblo por todas las<br />

ciudades de la Grecia, que te mirarán como a su libertadora. ¿Pero he<br />

de abandonar a mi hermana, hermano, padre, Dioses y patria? Y ¿qué<br />

he de hacer? cuando mi padre es un cruel, mi hermano 9 aun niño, la<br />

tierra bárbara; y por lo qué toca a mi hermana 10 obro según sus deseos.<br />

Algún grande Dios está dentro de mí; lo que voy a dejar no es tan grande<br />

ni interesante como lo que determino seguir, que es la gloria de haber<br />

librado la juventud griega, mejorar de Reino y de Corte, trocando la<br />

mía por otra, en que, según la fama, florecen la cultura y las artes, y<br />

poseeré al amable Jasón, que prefiero a todos los bienes del universo: si<br />

yo soy su esposa, mi felicidad igualará a la de los Dioses. No ignoro los<br />

riesgos que se corren en el mar; sé que se encuentran escollos; que la<br />

cruel Caribdis vuelve a vomitar las olas que ha sorbido; que Escila con<br />

sus perros ladradores de un modo horrible, causa terror y espanto en el<br />

mar de Sicilia. Pero teniendo yo lo que amo, y asida a los brazos de Jasón,<br />

atravesaré sin miedo los vastos mares; y si temiere algo, serán solo<br />

los peligros de mi esposo. ¡Infeliz! ¿con qué le llamas tu esposo? ¿con<br />

que cubres tus delitos con el nombre sagrado de Himenéo? Considera<br />

antes el horrible crimen que meditas, y evítale mientras puedas”.<br />

8 Por la eficacia de sus encantos.<br />

9 Llamábase Absirto [nuestro Apsirto].<br />

10 Se llamaba Chalciope, que estaba declarada por Jasón por la conexión de estar casada con Trixo,<br />

cuyos hijos recibieron auxilios y otros miramientos de Jasón.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 48 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Cuando Medea acabó de hacer todas estas reflexiones, el pudor, la<br />

razón y la piedad se presentaron ante su agitado espíritu, y ya salía desarmado<br />

el amor. Su pasión ya no tenía la misma violencia, y se sentía<br />

animada de un valor y fuerza que no conocía un momento antes: cuando<br />

habiendo salido a ofrecer un sacrificio a la Diosa Hécate 11 , cuyo templo<br />

estaba en la espesura de un opaco bosque, tuvo la desgracia de encontrar<br />

a Jasón. Como una chispa casi apagada en la ceniza se enciende<br />

al menor soplo, y se hace capaz de ocasionar los mayores incendios, el<br />

amor de Medea, a quien sus reflexiones habían debilitado, volvió a tomar<br />

nueva fuerza a la vista del joven héroes; y por fortuna, puede decirse<br />

que nunca estuvo más hermoso que aquel día, y aún se podría disculpar<br />

la pasión que le tenía. Luego que le descubrió, le mira con tanta<br />

atención, teniendo clavados en él los ojos, como si fuera la primera vez<br />

que lo veía: tan ciega estaba, que le parecía divino su semblante, y no<br />

se apartaba de él un punto. Después que la habla el extranjero, le alarga<br />

la mano, e implora rendido su auxilio prometiéndola ser su esposo.<br />

“Bien sé, le respondió la Princesa, derramando algunas lágrimas, el partido<br />

que debiera tomar; pero si falto a mi deber, no es porque ignore<br />

sus rigurosas leyes: el amor sólo puede servirme de disculpa: serás libre<br />

con mi ayuda; mas no te olvides de tus promesas”. “Sí, la dijo Jasón, yo<br />

te prometo una eterna fidelidad: juro por Diana, a quien reverencian en<br />

este país: por el sol, de quien desciendes 12 : por este Dios que nos ve, y<br />

que alumbra el universo; y por los riesgos de que me libertas, que nada<br />

será capaz de separarme de ti”. Asegurada Medea por los juramentos<br />

de Jasón, le dio al momento algunas yerbas encantadas, enseñándole el<br />

uso que había de hacer de ellas, con lo que se retiró contento a su casa.<br />

§ Jasón roba el vellocino de oro §<br />

En el día siguiente, cuando la roja aurora hacía retirar a las estrellas,<br />

concurría el gran tropel al campo de Marte, colocándose sobre las<br />

11 Deidad, a quien invocaban en los encantos, y que era la misma que Proserpina con el renombre<br />

de Hécate, y no solamente la invocaban para los encantos, sino también a las Furias, a las Parcas,<br />

y a otras deidades del Erebo.<br />

12 Era hija de Eeta, que lo fue del Sol y de Persa, y reinó en Colcos.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 49 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


eminencias y colinas que le cercaban. Sentóse en medio de la asamblea<br />

el Rey vestido de púrpura, y con el brillante cetro de marfil en la mano.<br />

Luego que se colocaron todos, sacan los toros con pies de metal, echando<br />

fuego por las narices diamantinas, con el que hacían arder las yerbas<br />

de alrededor. El fuego salía de sus narices con un ruido semejante al de<br />

un horno encendido, o de la cal cuando se la echa agua. Jasón sin embargo<br />

se presenta ante estos brutos. <strong>Los</strong> toros que le ven acercarse, le<br />

presentan sus cuernos calzados de hierro, le miran con furor, escarban<br />

la tierra con sus pies hendidos, llenan el aire de polvo y humo, y le hacen<br />

resonar con espantosos bramidos. <strong>Los</strong> Argonautas se pasman de<br />

miedo; pero el intrépido Jasón embiste a los dos monstruos sin sentir el<br />

fuego que respiraban: tal era el poder de los encantos de Medea. Este<br />

heroico joven, después de halagarlos algún tiempo con la mano, los<br />

amansó de tal modo, que les obligó a llevar el yugo, y a atar un campo<br />

que jamás se había cultivado. Llénase de pasmo todo el concurso, y los<br />

Argonautas animaban a su caudillo con sus vítores repetidos.<br />

Arado ya el campo, Jasón tomó en un morrión los viperinos dientes,<br />

y los sembró en los surcos. Como antes había tenido cuidado de untarlos<br />

con las yerbas encantadas que Medea le había dado, se ablandaron<br />

en poco tiempo, y de ellos nacieron y crecieron nuevos cuerpos. Pero<br />

así como el infante no sale del útero materno hasta que está formado, y<br />

con la debida perfección en todos sus miembros, así aquellos hijos de la<br />

tierra no aparecieron hasta ser hombres perfectos; y lo que es más de<br />

admirar, salieron enteramente armados. <strong>Los</strong> capitanes <strong>griegos</strong>, que vieron<br />

qué enristraban las lanzas contra Jasón, se asustaron en extremo; y<br />

aun la misma Medea, que le había asegurado de este ataque, se amedrentó<br />

a la vista de tantos enemigos que combatían contra uno solo;<br />

una palidez mortal apareció en su rostro, y la sangre se heló en sus venas.<br />

Como temía que los encantos que había empleado para sacarle de<br />

aquel riesgo no fuesen bastante poderosos, pronunció algunas palabras<br />

mágicas, y se valió de todos los secretos de su arte. Entre tanto Jasón,<br />

arrojando una pesada piedra en medio de los enemigos, se vuelven inmediatamente<br />

unos contra otros; y estos hijos de la tierra caen heridos<br />

mutuamente, y mueren en una guerra social. <strong>Los</strong> Griegos al punto dan<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 50 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


el parabién a su caudillo, y no se cansan de abrazarle. Bien hubieras<br />

querido, Medea, ostentar con iguales caricias el gozo que te causaba<br />

una victoria tan inesperada, pero te detienen el pudor y la modestia; y<br />

le hubieras abrazado, a no perder tu opinión; pero bien siente tu corazón<br />

esta alegría, dando gracias a tus encantos y a los Dioses autores de<br />

ellos.<br />

Para salir victorioso de tantos riegos, sólo quedaba a Jasón vencer al<br />

dragón que guardaba el vellocino de oro. Este monstruo, singular por la<br />

cresta que tenía en la cabeza, y por sus tres lenguas; temible por los<br />

agudos dientes de que estaba armado, velaba noche y día en guarda del<br />

vellocino de oro. Después que este héroe derramó sobre él el jugo de algunas<br />

yerbas, y pronunció tres veces unas palabras que tenían la virtud<br />

de adormecer, y aun de calmar las olas irritadas, y detener los impetuosos<br />

ríos en medio de su curso, el sueño se enseñoreó por la primera vez<br />

de sus ojos; y aprovechando Jasón tan feliz momento, se apoderó del<br />

vellocino de oro. Soberbio con este rico despojo, y aún más con la conquista<br />

de Medea, con cuyo socorro había salido de tantos riesgos, se<br />

embarcó con ella, y llegó con felicidad a Yolcos 13 .<br />

FÁBULA SEGUNDA<br />

§ Esón remozado §<br />

Toda la Tesalia tomó parte en el suceso del viaje de los Argonautas:<br />

todos dieron gracias a los Dioses por su feliz arribo; ofrecieron sacrificios;<br />

inmolaron un gran número de víctimas, cuyas astas estaban doradas,<br />

y los altares exhalaban por todas partes el olor del incienso que se<br />

quemaba en ellos. Sólo Esón faltó a las fiestas que se celebraron en esta<br />

ocasión. Caduco ya, y con el pie en la sepultura, no pudo tomar parte<br />

en la alegría pública. Su hijo Jasón, movido de verle en tal estado, habló<br />

a Medea en estos términos: “Yo sé, amada esposa, que me salvaste<br />

la vida, y que los beneficios que te debo exceden a lo que puede imagi­<br />

13 Ciudad de Tesalia y patria de Jasón.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 51 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


narse. Con todo tengo que pedirte una nueva gracia, y es que quitando<br />

de mis años juveniles alguna parte, la transfieras a mi padre 14 siempre<br />

que puedan hacerlo tus encantos; pero, ¿cómo no podrán cuando nada<br />

se resiste a este arte?”. Las lágrimas que derramaba al hacerla esta súplica<br />

conmovieron a Medea, reparando en el amor del hijo para su padre,<br />

pero se acordó de Eetas 15 a quien había abandonado, sin profesarle<br />

por eso el amor que veía en su esposo. “¿Qué maldad has proferido?<br />

¿Crees, pues, amado esposo que puedo yo por razón alguna transferir a<br />

quien quiera una parte de tu vida? Ni Hécate me ha dado poder para<br />

tanto, ni, aunque así fuera, sabes lo que pides. Procuraré hacerte una<br />

gracia mayor que la que me suplicas. Voy a emplear todos mis desvelos<br />

en renovar la vida de un padre que amas, sin acortar la tuya; y espero<br />

lograrlo si la Diosa Hécate favorece mi empresa”.<br />

Tres noches faltaban para que acabase de llenar la luna; mas después<br />

que llegó esta época, y alumbró la tierra en toda su plenitud, salió<br />

Medea de su casa sola en el profundo silencio de la media noche con<br />

un manto tendido, descalza de un pie, y con el cabello esparcido sobre<br />

los hombros, que también llevaba descubiertos. Reinaba en la tierra un<br />

profundo silencio: los hombres, aves y fieras gozaban de la dulzura del<br />

sueño: ningún viento agitaba las hojas ni espinales. El aire estaba sereno<br />

y tranquilo, y sólo los astros brillaban en el cielo. Medea se volvió<br />

tres veces a él tendiendo sus brazos; y habiendo rociado otras tantas<br />

sus cabellos con agua de río, y dado tres clamores, se puso de rodillas,<br />

e hizo esta súplica:<br />

“Oh Noche, fiel confidenta de los más ocultos misterios: astros que<br />

suplís con la luna la luz del día; y tú, triforme Hécate 16 , a quien confío<br />

todos mis secretos, y cuya protección siempre he experimentado favorable:<br />

vosotros encantos, artes mágicas; y tú, tierra, que provees a los que<br />

las ponen en uso de yerbas y plantas poderosas; vosotros, en fin, aire,<br />

viento, montes, ríos, lagos, Dioses de los bosques y de la Noche, asistidme<br />

todos: con cuyo favor he hecho retroceder cuando he querido los<br />

14 En realidad era hacerle más viejo y caduco, añadiéndole a su vida los que se quitasen a la de Jasón,<br />

lo cual prueba que se equivocó en lo que pedía, pues en ello no se hacía beneficio a Esón.<br />

15 Padre de Medea.<br />

16 La llama así por sus tres nombres de Luna, Diana y Proserpina.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 52 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


íos hacia su nacimiento; vosotros dais a mis encantos la virtud de calmar<br />

las agitadas olas, de mover las borrascas y tempestades, de desterrar<br />

las nubes y levantarlas, de contener la violencia impetuosa de los<br />

vientos, y aflojarles las riendas a mi arbitrio, de romper la garganta a<br />

las serpientes y víboras, de arrancar los árboles y las rocas de sus asientos,<br />

de conmover los bosques y montes; en fin de hacer bramar la tierra,<br />

y obligar a los manes a salir de sus sepulcros. A ti también, oh poderosa<br />

Luna, te hago descender del cielo, a pesar del ruido con que hacen<br />

resonar el aire por auxiliarte cuando está eclipsada. Yo pongo pálida<br />

a la Aurora y al carro inflamado del sol, de quien desciendo.<br />

Vosotros también, poderosos encantos, embotasteis la impetuosidad<br />

de las llamas que vomitaban los toros, y sujetasteis sus cuellos al corvo<br />

arado. Vosotros hicisteis que los hijos de la serpiente 17 moviesen una<br />

cruel guerra contra sí mismos, en la que perecieron con sus propias armas;<br />

y vosotros por último hicisteis que adormecido el dragón que le<br />

guardaba, robase mi esposo el Vellocino de Oro, y lo llevase victorioso<br />

a Grecia. Yo necesito ahora de algunas yerbas, con cuya virtud se pueda<br />

reanimar una cansada vejez, y espero que la tierra no me las niegue;<br />

porque no en vano resplandecen los astros con tanta claridad, ni en<br />

vano veo descender del cielo ese carro tirado por dos dragones”.<br />

Descendió en efecto un carro, en el cual subió Medea; y después de<br />

haber halagado a los dragones que le conducían, y tomado con sus manos<br />

las riendas, se elevó sobre los aires. Después de haber atravesado el<br />

valle de Tempe, se detuvo en los sitios en que había yerbas propias<br />

para sus encantos. Las cogió en el monte Osa, en el Pelión, en el Otris,<br />

en el Pindo y en el Olimpo 18 . Parte de ellas arrancaba con sus raíces ya<br />

experimentadas, y de otras sólo cortaba las hojas. En las riberas del Epideno<br />

y Anfriso recogió muchas que la agradaron. También contribuyeron<br />

con otras el río Enipéo, las orillas del Peneo y Esperquio, y las juncosas<br />

playas del Bebe. Cogió también las eficaces yerbas de Antedón,<br />

no conocidas aun, sin embargo de la transformación de Glauco 19 . En<br />

fin, después de haber empleado nueve días y otras tantas noches en re­<br />

17 <strong>Los</strong> que nacieron de sus dientes sembrados en la tierra.<br />

18 Montes famosos en la fábula, y que los Gigantes pusieron unos sobre otros para hacer la guerra<br />

a Júpiter.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 53 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


correr en el carro todos los sitios en que encontraban estas plantas, volvió<br />

a Yolcos. <strong>Los</strong> dragones no habían tenido en este tiempo otro alimento<br />

que el olor que exhalaban las yerbas, y no obstante se despojaron<br />

de la piel de su dilatada ancianidad. De vuelta Medea no entró en<br />

el palacio de su esposo, cuya compañía evitó; y parándose cerca de la<br />

puerta, construyó dos aras de césped en un sitio descubierto: la de la<br />

derecha para Hécate, y la de la izquierda para Hebe, Diosa de la juventud.<br />

Las rodeó de verbena 20 y ramas árboles; y habiendo cavado dos pequeños<br />

hoyos, cuya tierra dejó en los bordes, degolló una oveja negra,<br />

y derramó la sangre en ellos: después de haber pronunciado algunas<br />

depreciaciones, y echado un poco de vino en uno de estos hoyos, y leche<br />

caliente en el otro, invocó los Dioses de la tierra, y también a Plutón<br />

y Proserpina, para que no separasen el alma de los viejos miembros<br />

de Esón.<br />

Después de haber aplacado a las tales Deidades con una larga y mal<br />

articulada súplica, mandó traer ante el altar a Esón, que estaba como<br />

cadáver con el peso de sus años; e infundiéndole con sus encantos un<br />

profundo sueño, con que le dejó como muerto, le tendió sobre las yerbas<br />

que había recogido y mandó retirar a Jasón y a cuantos le acompañaban,<br />

temiendo que su presencia profanase los misterios. Luego que se<br />

retiraron atónitos, empezó a correr Medea alrededor de los altares<br />

como una furiosa Bacante; mojó después dos hacas hendidas que tenía<br />

en la mando en los hoyos que había hecho, las encendió en la llama de<br />

los altares, y purificó al anciano Esón tres veces con fuego, tres con<br />

agua, y tres con azufre. Durante estas ceremonias hervían las yerbas,<br />

cuya virtud era la más poderosa, en una olla de metal, que ya estaba<br />

cubierta de espuma blanca. Esta composición estaba hecha de raíces cogidas<br />

en los valles de Tesalia, de simientes, de flores y plantas ácidas y<br />

corrosivas. Había añadido piedras traídas de las extremidades del<br />

Oriente; arena de la que el mar deja en la playa en su reflujo; rocío que<br />

la Luna esparce sobre las yerbas durante la noche; la carne y alas de un<br />

19 Quien de pescador fue convertido en Dios del mar por la eficacia de las tales yerbas, cuyo solo<br />

tacto le hizo saltar al mar como pez, y Neptuno le colocó en el número de sus Tritones.<br />

20 Era rito litúrgico el enramar las aras con verbena; y así lo dio a entender Terencio en la Andria<br />

en aquel verso Ex ara hine sume verbena.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 54 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


mochuelo; las entrañas del ambiguo lobo que se suele ver convertido<br />

en hombre; la tierna concha de una joven tortuga del río Cinipe, el hígado<br />

del vividor ciervo; el pico y la cabeza de una corneja que había vivido<br />

novecientos años. Después de haber preparado a Esón este específico,<br />

compuesto de las drogas ya dichas y otras mil, lo meneó con una<br />

rama de olivo, revolviendo todo de arriba abajo. A poco tiempo se reverdeció<br />

el tal ramo brotando hojas, y cargándose de aceitunas. La espuma<br />

que la violencia del fuego arrojaba del caldero, y caía en la tierra,<br />

reverdecía la seca yerba, y hacía brotar las flores.<br />

Viendo Medea que su medicamento se hallaba en este estado, abrió<br />

la garganta de Esón con una espada desenvainada; y haciendo salir<br />

sangre que contenían sus venas, las llenó por la herida y boca del licor<br />

que acababa de preparar; y al punto que se introdujo en el cuerpo del<br />

viejo, su barba y cabeza canas empezaron a ponerse negras, las arrugas<br />

desaparecieron de su rostro, recuperó la gentileza y vigor, y transportado<br />

de admiración se encontró remozado y en el mismo estado en que<br />

hacía memoria se vio cuarenta años antes.<br />

§ Pelias degollado por sus hijas engañadas por Medea §<br />

Baco que había visto desde el alto Olimpo tan maravilloso prodigio,<br />

enterado de que sus nodrizas podían volverse a la edad juvenil, logró<br />

este don de Medea. Y para continuar sus engaños, fingió estar mal con<br />

su esposo, y fue a pedir asilo a Pelias 21 en su palacio. Como este Príncipe<br />

se hallaba ya agobiado con los años, la recibieron las hijas, de quienes<br />

se burló Medea socolor de amistad. Para engañarlas mejor, sólo les<br />

habla de la ingratitud de Jasón; encarecía los beneficios que le había<br />

hecho, refiriéndolas también que había remozado a Esón. Se detuvo<br />

mucho tiempo en la relación y circunstancias de una operación tan maravillosa.<br />

Las hijas, que no dudaron dispensase igual favor a su padre,<br />

se lo pidieron con muchas instancias, prometiéndola una recompensa<br />

proporcionada a tan importante servicio. Quedó en silencio Medea por<br />

21 Hermano de Esón, a quien había confiado éste el Reino para que se le restituyese a Jasón en llegando<br />

a la edad competente; y no queriendo después hacerlo, Medea se finge enemistada con su<br />

marido, y por fin quita la vida a Pelias.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 55 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


un corto tiempo, como que dudaba; y con una gravedad fingida dejó<br />

suspenso los ánimos de las suplicantes, pero las prometió por último<br />

ejecutar la que deseaban. Para que tuviesen mayor confianza de que les<br />

haría este beneficio, pidió que la trajesen el carnero más viejo del rebaño,<br />

para hacer con él la experiencia de su remedio. Inmediatamente<br />

traen uno tan flaco y consumido que apenas podía sostenerse. Medea le<br />

degüella, le extrae la poca sangre que circulaba por sus venas, y le pone<br />

a cocer con las yerbas que había preparado. Al punto se le cayeron los<br />

cuernos, y se observó que iba deponiendo todas las demás señales de la<br />

vejez: y aún se le oyó balar en medio del caldero como bala un tierno<br />

cordero, y un momento después se le vio, con grande admiración de<br />

toda la asamblea, salir, brincar, y buscar las ubres para mamar. Admiradas<br />

las hijas de Pelias de este prodigio, hicieron a Medea nuevas instancias<br />

para obligarla a aplicar a su padre el mismo remedio. Con todo<br />

tardó tres días en satisfacerlas. La noche del cuarto puso en una vasija<br />

un poco de agua con algunas yerbas de ninguna eficacia. Después, habiendo<br />

adormecido con sus encantos al Rey y sus guardias, hizo venir a<br />

sus hijas; y luego que las tuvo alrededor de la cama las dijo: “Sin deteneros,<br />

desenvainad una espada, y sacadle toda la sangre para substituirle<br />

en su lugar otra nueva. La vida y la edad de vuestro padre está en<br />

vuestras manos; su salud depende de vosotras. Si confiáis en mis promesas,<br />

si tenéis algún amor a vuestro padre, no dudéis un momento en<br />

tributarle este piadoso deber. Sacadle con el cuchillo la vejez, y extraedle<br />

la sangre corrompida”. Este discurso animó a las Princesas; y<br />

para ser piadosas, se hacen impías, y creyéndolo beneficio, cometen la<br />

maldad de degollar a su padre, descargando en su garganta cuchilladas<br />

a tientas, y con la cara vuelta hacia atrás, porque no se atrevía a mirarlo.<br />

Pelias, aunque nadando en su sangre, y lleno de heridas su cuello,<br />

se esforzó a incorporarse y salir de la cama; y viéndose rodeado de tantos<br />

aceros: “¿Qué hacéis, hijas? Las dice tendiéndolas los brazos. ¿Qué<br />

ciego furor os mueve a quitar la vida a vuestro padre?” Al oír estas palabras<br />

desfallecieron su ánimo y sus manos. Iba proseguir hablando Pelias,<br />

y Medea le cortó la voz y la garganta, y echó su cuerpo en la caldera<br />

que estaba hirviendo.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 56 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


No se hubiera librado Medea del castigo que merecía su crueldad, a<br />

no haberse escapado por los aires en su carro tirado por los alados dragones.<br />

Pasó inmediatamente sobre el Pelión, mansión antigua de Filira<br />

22 , madre del Centauro Quirón; después sobre el Otris, donde en otro<br />

tiempo había habitado el anciano Cerambo, quien habiéndose retirado<br />

al Parnaso en el diluvio de Deucalión, fue convertido en ave por las<br />

Ninfas de este monte. Dejó a la izquierda a Pitane, ciudad de Eolia, en<br />

cuyas cercanías estaba la figura del aquel dragón que transformado en<br />

roca, y al bosque de Ida, en el cual Baco, para ocultar el robo que había<br />

hecho su hijo 23 transformó en ciervo un becerro que había hurtado.<br />

§ Medea incendia el palacio de Jasón §<br />

Atravesó Medea en seguida el país donde el padre de Corito 24 estaba<br />

enterrado, y los anchos campos que Mera 25 , convertida en perra, intimidó<br />

en otro tiempo con sus ladridos. También encontró al paso la ciudad<br />

de Coa, donde reinaba Eurípilo, y donde algunas mujeres fueron convertidas<br />

en vacas, cuando Hércules pasaba con las que había hurtado a<br />

Gerión; la isla que está consagrada a Apolo 26 y la ciudad de Yaliso, célebre<br />

por los Telchines, sus habitantes, que infestaban cuanto veían, y<br />

que Júpiter los anegó en las ondas de su hermano 27 ; la antigua ciudad<br />

de Cea, donde Alcidamas debía ver cierto día con admiración a su hija<br />

convertida en paloma; el lago de Hirie, y el valle de Tempe, célebre por<br />

el canto de un cisne cuya aventura es como sigue:<br />

Filio, por agradar al hijo de Hirie, domesticaba aves y leones para<br />

hacerle presente de ellos. Con este objeto combatió con un toro fiero, y<br />

le venció; pero viendo que todos sus cuidados eran inútiles, y que era<br />

22 Hija del Océano, y amada por Saturno, con quien fue aprehendida por Rea, su mujer, en adulterio;<br />

y huyendo de rubor, después de haber parido al Centauro, fue transformada en el arbusto<br />

llamado Texo.<br />

23 Tioneo, que robó el becerro de que habla a unos pastores.<br />

24 Parece fue Paris, que le hubo en Enone antes del robo de Elena.<br />

25 Perra de Icario, que tenía este nombre, la que con sus ladridos indicó a Erigone la muerte de su<br />

padre asesinado por unos pastores.<br />

26 Isla del mar Mediterráneo, consagrada al sol, célebre en otro tiempo por la famosa estatua del<br />

Coloso.<br />

27 Neptuno, que reinaba en el mar.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 57 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


imposible ganar su amistad, le negó el toro cuando con mayor instancia<br />

se lo pedía. Viéndose el joven desairado, le dijo con desprecio: “Sentirás<br />

inútilmente algún día no haber accedido a mis instancias”. Y se precipitó<br />

de un alto peñasco. Todos los que se hallaban presentes creyeron<br />

que había muerto despeñado; pero se sostuvo en el aire convertido en<br />

cisne. Su madre Hirie, que lo creía difunto, derramó tantas lágrimas,<br />

que de ellas se formó el lago de su nombre. Cerca de allí estaba la ciudad<br />

de Pleurone, donde Combe, hija de Ofias, se transformó en ave<br />

para huir y libertarse de las heridas de sus hijos.<br />

De allí pasó Medea por cerca de la isla de Caleurea, consagrada a<br />

Latona, famosa por haber sido convertidos en aves su Rey y Reina 28 .<br />

Dejando a su derecha el monte Cileno, en el cual Menefronte 29 había<br />

formado el designio de tener acceso con su madre, a manera de las más<br />

crueles fieras; descubrió a lo lejos a Cefison llorando la desgracia de su<br />

nieto, a quien Apolo había transformado en lobo marino; y el alcázar<br />

de Eumelo 30 , donde todos estaban de luto por la Princesa su hija, que<br />

había sido convertida en ave. Finalmente llegó a Corinto, ciudad célebre<br />

por haber sido poblada desde el principio del mundo por hombres<br />

nacidos milagrosamente de los hongos que llovieron. Aquí fue donde<br />

habiendo sabido que Jasón había casado con Creusa, hija de Creonte,<br />

con ignominia suya, la hizo perecer con el vestido y corona envenenados<br />

que le regaló; ambos mares vieron arder el palacio, quedando abrasado<br />

el padre con su hija; dio de puñaladas a los dos hijos que tuvo de<br />

Jasón, y habiendo vuelto a subir en su carro para evitar con una precipitada<br />

fuga el justo castigo de sus maldades, llegó a Atenas, ciudad que<br />

te vio volar en otro tiempo, justísimo Fineo, y a ti viejo Perifa, y no menos<br />

observó tus nuevas alas, oh nieta de Polipemón 31 . Egeo 32 la recibió;<br />

y poco contento con haberla concedido una franca hospitalidad, se casó<br />

con ella; digno de vituperio en este solo hecho.<br />

28 Ceix y Alcione, Reyes de Trachina, en la isla de Calaures, que fueron convertidos en halcones,<br />

como se verá adelante en la fábula de esta transmutación.<br />

29 Un poeta incestuoso con su propia madre, por lo que ambos fueron convertidos en perros.<br />

30 Fue hijo de Admeto, Rey de Tesalia, y la hija transformada en ave se llamó Antea.<br />

31 Tres transformaciones de Fineo, Peifa y Polipemón en aves.<br />

32 Rey de Atenas y padre de Teseo.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 58 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Templos y olivos<br />

Antonio Maura<br />

La tarde se pone sobre los olivos. <strong>Los</strong> oblicuos rayos del sol trazan<br />

los garabatos de sus ramas. La noche se aproxima lentamente con su<br />

reguero de sombras y olvido. ¿Qué fue de aquellos que vivieron en estas<br />

tierras? ¿A dónde fueron sus voces? Apenas los huesos desnudos de<br />

sus templos en lo alto de las colinas les recuerdan y nos hablan de ellos,<br />

de los antiguos <strong>griegos</strong>: sus dioses, sus leyendas, sus héroes, sus sabios,<br />

sus poetas. Dejaron su impronta en barro, mármol y bronce, en textos<br />

hábil y sabiamente articulados, que todavía hoy leemos y releemos hasta<br />

exprimir sus últimos jugos. Todo lo que pensamos y decimos tiene su<br />

origen en aquellos hombres y mujeres hoy desaparecidos, pero presentes<br />

en la penumbra que inunda el valle y ahoga los olivos en la oscuridad.<br />

Las imponentes ruinas son vestigios de sus edades, de sus orígenes<br />

titubeantes, de su soberbio esplendor, de su agostamiento doloroso y<br />

fecundo. Son las ruinas de sus templos, de sus estatuas, de sus pensamientos.<br />

Y con esos escombros nos hemos construido, hemos levantado<br />

nuestras ciudades y articulado nuestra visión del mundo, hemos elaborado<br />

nuestras imágenes y nuestros sueños. Si la vieja Grecia aún existe<br />

es porque nosotros somos sus herederos. Heredamos sus mitos y leyendas<br />

porque con ellos hemos diseñado nuestras emociones y ensueños.<br />

Heredamos sus pensamientos, sus palabras que reproducimos en una<br />

interminable variación musical, acompañando sus ritmos, sus reflexiones,<br />

sus cadencias. Heredamos sus búsquedas y sus hallazgos. Su amor<br />

por las cosas y por los seres, su aura que, como un aroma, se eleva hasta<br />

el espacio inalcanzable, más allá de las estrellas.<br />

Heredamos su sabiduría, pero permanecemos aún en la ignorancia.<br />

Nos retorcemos como sus estatuas tardías, y todavía no hemos aprendi­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 59 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


do a dar nombre a nuestras ansias. Somos herederos y huérfanos de vosotros,<br />

antiguos <strong>griegos</strong>, que diseñasteis un mundo en el que aún estamos<br />

atrapados. Encontramos en los números la sacralidad de la naturaleza<br />

y del mundo pitagórico. En nuestra arquitectura y en nuestras<br />

composiciones musicales la proporción áurea, que formalizó Euclides e<br />

imaginó Platón. En la estructura de la materia las porciones impenetrables<br />

que sugirió Demócrito. En la voracidad del tiempo los aforismos de<br />

Heráclito. En la grandeza del Universo, en sus límites inabordables, los<br />

versos de Parménides. En nuestros arrebatos amorosos los poemas de<br />

Safo y Alceo. En el recuento de nuestras pasiones las largas estrofas homéricas.<br />

Las columnas de vuestros templos nos han perseguido durante siglos<br />

como vestigios de un tiempo que ya no nos pertenece. Vuestras palabras<br />

las hemos repetido tantas veces que ya no sabemos si son nuestras<br />

o apenas meros recuerdos. Vuestras emociones, como las volutas de los<br />

capiteles, se han enredado a nuestros cuerpos, a nuestros sentimientos.<br />

Ya nada nos pertenece, nada nos es propio. Todo os lo debemos. Hasta<br />

nuestros sueños que antes fueron vuestros. Y nuestras vidas son una<br />

larga prolongación de las vuestras. En vosotros descubrimos que somos<br />

hombres y que lo humano es un ámbito del que nunca lograremos escapar.<br />

Hombres porque procedemos de instancias más altas, o tal vez telúricas,<br />

hombres porque nos interpretamos con vuestras palabras, porque<br />

pisamos la tierra, porque nos lamentamos. El diseño de nuestras vidas<br />

fue ya elaborado por vosotros, antiguos <strong>griegos</strong>, nuestros contemporáneos.<br />

Es tan imponente vuestro legado que sólo me queda inclinarme<br />

ante vosotros como ante un dios: ante vuestra grandeza, ante la<br />

hermosura de vuestros gestos, de vuestras ideas.<br />

Grecia: fuiste la nave que surcó las aguas de la antigüedad y nos<br />

condujo a nuestra modernidad descreída e indiferente. Durante siglos<br />

elaboramos nuestros sistemas filosóficos, nuestro arte siguiendo vuestros<br />

modelos. Y todo aquello se apagó, cayó en el olvido. Tuvimos que<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 60 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


quemar al dios para recrearnos en sus cenizas. El dios eráis vosotros.<br />

Las cenizas son sólo nuestras.<br />

Escribo desde la distancia del tiempo y del espacio, en la otra orilla<br />

atlántica, donde aún se escucha el rumor de vuestras danzas sagradas<br />

como las que aquí ejecutan los negros venidos de África. Ellos, que no<br />

guardaron vuestras palabras, ahora hacen girar sus cuerpos en saltos y<br />

piruetas que dedican a sus dioses y orixás como vosotros lo hicisteis en<br />

las fiestas dedicadas a Dionisos. Sus bailes se asemejan en su vitalidad<br />

a los vuestros. Tal vez sean como los remotos atlantes, vuestros hermanos,<br />

que habitaron en esa isla inmensa, o continente, que describió Critias<br />

en aquel diálogo inacabado de Platón.<br />

El sol se ha puesto sobre el campo de los olivos. En lo alto ya brillan<br />

las estrellas y emerge una luna enrojecida sobre los muñones abandonados<br />

de los templos. Grecia, la antigua civilización de la que procedemos,<br />

duerme. Todo yace ya en la noche, en la larga noche de los sentidos,<br />

donde apenas borbotean sueños como ecos. Las antiguas voces se<br />

apagaron, pero no sus escritos, sus brotes de sabiduría, sus esculturas<br />

de bronce, su pintura policromada, sus ágoras y templos. Grecia vive<br />

aún en la noche inmensa.<br />

AM<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 61 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Mitología griega: Dionysos<br />

Eurípides 33<br />

Cuando el sabio encuentra ocasión oportuna, no es difícil que hable<br />

bien. Voluble es tu lengua como de hombre sagaz, pero insensatas tus<br />

palabras. El atrevido, como sea poderoso y elocuente, perjudica más<br />

que aprovecha si le falta el juicio. Este dios nuevo, de quien tú te burlas,<br />

ha de ser tan grande en la Hélade, que yo no puedo expresarlo. Dos<br />

dioses, ¡oh joven!, son los principales entre los hombres: Deméter (la<br />

Tierra es, llámala como quieras), que les da alimentos secos, y en segundo<br />

lugar, y distinto de ella, el hijo de Sémele, que inventó el llamado<br />

licor de la uva y quiere divulgarlo entre los mortales, librándolos de<br />

dolores en sus infinitas miserias cuando de él se hartan, y entregándoles<br />

al sueño, olvido de los males cotidianos. Ningún otro filtro es tan<br />

poderoso para desterrar sus cuidados. Con este mismo dios se hacen libaciones<br />

a los demás, para que, intercediendo él, sean dichosos. ¿Te<br />

ríes de que Zeus lo haya guardado en su muslo? Te lo explicaré de la<br />

mejor manera. Después que lo libró del fuego fulmíneo y llevó al Olimpo<br />

al recién nacido, quiso Hera expulsarlo del cielo; pero Zeus se valió<br />

de cierta astucia, digna de un dios. Cortando parte del aire que rodea a<br />

la tierra, lo transformó en Dionysos y lo dio en rehenes a Hera para evitar<br />

disputas, y después dijeron los hombres que acabó de formarse criado<br />

en el muslo de Zeus, alterando la palabra por el motivo indicado, y<br />

fingieron esa fábula. Es dios adivino, porque el mismo desorden y la locura<br />

que produce ayudan a profetizar. Cuando se apodera de nosotros<br />

nos obliga a predecir lo futuro, haciéndonos perder la razón. También<br />

se asemeja a Ares, que aterra a los ejércitos armados puestos en orden<br />

de batalla, antes de acometer con la lanza; también ese furor es obra de<br />

Dionysos. Algún día le veréis en las rocas de Delfos danzando con antorchas<br />

en su peñasco de dos puntas, y vibrando y sacudiendo el báquico<br />

ramo. No dudes que será grande en la Hélade. Obedéceme, pues,<br />

33 Traducción de Eduardo de Mier, Las Bacantes, 1921.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 62 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Penteo; no creas que el mandar vale algo entre los hombres, ni, si lo<br />

crees (vana es tu opinión), te tengas por sabio; acoge al dios en tus dominios,<br />

y ofrécele libaciones, y celebra bacanales, y corona tu cabeza.<br />

Dionysos no incita a las mujeres a ser deshonestas, al contrario, según<br />

la naturaleza de cada uno, enseña siempre en todo la continencia. Considera<br />

que, aun en las bacanales, la que es casta no se pervierte. ¿Ves?<br />

Tú gozas cuando vienen muchos a tus puertas y ensalza la ciudad el<br />

nombre de Penteo, y él, a mi parecer, gozará también cuando le tributen<br />

honores. Así, yo y Cadmo, a pesar de tus burlas, nos coronaremos<br />

de hiedra y danzaremos, ancianos los dos y de cabellos blancos, y por<br />

mi parte no resistiré al dios arrastrado por tus consejos. Deliras de la<br />

manera más desdichada, y no hay remedio que pueda sanarte, y si no<br />

empleas los indicados, cierta es tu ruina.<br />

[…]<br />

Al fin conocerá a Dionysos, hijo de Zeus, dios de los más sensibles, y<br />

al mismo tiempo muy benévolo con los mortales.<br />

[…]<br />

Suyo es guiar en las fiestas a los coros, infundir la alegría al son de<br />

las flautas y disminuir los cuidados cuando el licor de la uva circula en<br />

la mesa de los dioses, o cuando la copa invita al sueño a los mortales en<br />

los festines en que abunda la floreciente hiedra.<br />

[…]<br />

Que en sus conciliábulos circulan copas llenas, y que, huyendo unas<br />

de otras, se dejan abrazar de los hombres, pretextando, es verdad, que<br />

son ménades que celebran sagradas fiestas.<br />

[…]<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 63 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


¡Oh Tebas! en donde se crió Sémele, corónate de hiedra; florece,<br />

florece, con la verde férula de bellos racimos, y adórnate, según los ritos<br />

de Dionysos, con hojas de encino o de abeto y con vestidos manchados<br />

de pieles de ciervas, mezclándolos con blanca lana; mezcla tu piedad<br />

cogiendo las férulas lujuriosas, que luego toda la tierra celebrará<br />

con danzas a Bromio, que lleva sus tropas al monte, al monte, en donde<br />

se halla femenil muchedumbre furiosa obra de Dionysos, y olvidada de<br />

sus lanzaderas y sus telas.<br />

E<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 64 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


¿Por qué fascina la Antigua Grecia?<br />

Fran Norte<br />

Siempre me he hecho esta pregunta, bueno, desde muy joven, cuando<br />

empecé a oír los nombres de complejos que latían desde el psicoanálisis<br />

con sangre de Edipo, Electra y demás, que hacían referencia a mitos<br />

y tragedias griegas, me llamaba muchísimo la atención. Luego me<br />

atrapó en seguida el que del teatro de la Antigüedad, el proveniente de<br />

la Grecia Clásica, tenga en él las bases nuestro teatro moderno, me fascinó<br />

Eurípides y sobre todo sus Medea y Hécuba. Después vinieron todos<br />

los mitos y Homero y la filosofía, vino Aristóteles, vinieron Platón y<br />

Sócrates, después indagué en los Presocráticos, con una abducción tremenda<br />

por el universo intelectual que emanaba de Heráclito.<br />

Por qué me dejaba tan maravillado todo aquello, no podía entenderlo,<br />

pero con el tiempo fui vislumbrando que era por tratarse de uno de<br />

nuestros orígenes más lejanos, ese punto en que nos íbamos desprendiendo<br />

de nuestra salvajidad. Me entusiasmaba esa mezcla de perfección<br />

desde su escultura y arquitectura y pensamientos en la literatura<br />

dada en tiempos tan remotos, pero tan certeros, orbitando alrededor de<br />

los dos mil setecientos años de distancia, con lo salvaje, con lo primitivo<br />

aún respirando cerca, sintiendo que fue allí donde nació Occidente,<br />

bajo, después lo vi, el influjo y transpiración de Oriente, pues son indivisibles,<br />

en realidad, con el Mediterráneo como puente entre evoluciones<br />

separadas pero con un fluir constante entre ambas ramificaciones<br />

de la evolución cultural de la Humanidad, fluir de tradiciones, fluir de<br />

palabras, fluir de costumbres, fluir de técnicas, de materias primas y<br />

elaboradas y de materias exóticas a dos bandas, fluir de personas, de<br />

seres humanos, de genes curtidos a lo largo de los siglos en ambientes<br />

geográficos y sociales muy distintos. Egipto, Mesopotamia, Fenicia y<br />

Creta, y Persia después, formaron e instruyeron a la Antigua Grecia, y<br />

en sus mitos lo reflejan.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 65 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Y en esta época, entre los siglos XV a II a. C., y en esta zona geográfica,<br />

Grecia, incluyendo a Creta, se cuajó el inicio de la civilización moderna<br />

occidental, sus principales valores culturales. Grecia era muy diferente<br />

a nuestra actualidad y a la vez muy parecida, como origen,<br />

como germen, semilla de nuestras raíces, dando los primeros pasos en<br />

los primeros escalones de nuestra estructura cultural actual.<br />

Se da, tal vez, esta fascinación, porque en la Grecia de la Antigüedad<br />

se fueron cruzando lo salvaje y lo civilizado incesantemente. En esa<br />

época, regida por los mitos religiosos primero y después a la par con el<br />

uso de la razón para explicar el mundo, el universo, la vida, la existencia,<br />

la relación con los demás y con la Naturaleza, en según qué conjunto<br />

de individuos, en según qué tribus, qué núcleos de población, aún se<br />

realizaban sacrificios humanos, en otros, se daba el canibalismo, y en<br />

todos, la esclavitud, que era la base de su progreso, para la construcción<br />

y la ganadería, la pesca y la agricultura, para poder hacer labores<br />

cotidianas con humanos a los que se les creía inferiores o sometidos,<br />

capturados después de guerrear, o salvajes en estado puro secuestrados<br />

de mil sitios desde los bosques. Herramientas parlantes, les llamaban a<br />

los esclavos. En la Grecia de la Antigüedad, y en las sociedades conocidas<br />

por ese entonces, de lo que sabemos de ellas, el sistema esclavista<br />

estaba a la orden del día. En realidad, hasta hace no muchos años aún<br />

seguía existiendo, y en según qué zonas, lo sigue, de manera velada,<br />

pero eso es otra historia.<br />

Hablamos de un cruce, de un encuentro que es una separación, entre<br />

lo salvaje que aún pervivía y lo civilizado que nacía en las ciudades,<br />

sus polis, sus Ciudades­Estado, entre la creencia en mitos para explicar<br />

el mundo y domeñar a la población con una humanidad más visceral,<br />

gobernada básicamente por los impulsos de supervivencia más brutales,<br />

considerados a día de hoy, y el discurso tejido y abrazado por la indagación,<br />

la exploración, la curiosidad, el raciocinio, el intento de conseguir<br />

la armonía, basado en el intelecto y la palabra, en aquel tiempo y<br />

con otra cara a la de nuestro presente, mucho más violenta, pero be­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 66 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


iendo del ansia de saber, de comprender la vida y de poder transmitirla,<br />

de dejarla por escrito y enseñarla, con gran proporción de humanos<br />

aún en estado casi salvaje teniendo aún ellos el punto de animalidad a<br />

flor de piel. <strong>Los</strong> sacrificios de animales, para satisfacer y honrar a los<br />

dioses o festejar, eran costumbre y rutina. De los sacrificios humanos,<br />

hay noticias de su realización, y aún los grecorromanos posteriores los<br />

hacían. Era un mundo increíble a nuestros ojos de hoy. Serpenteaban<br />

allí los saberes que llegaban de Oriente y aún se alimentaban más en su<br />

seno, siempre ávidos de sabiduría, se desarrollaron y ampliaron los conocimientos<br />

en política, moral, astronomía, arquitectura, escultura, literatura,<br />

filosofía, historia, comercio, matemáticas, medicina, semilla de<br />

nuestro tiempo sembrada en un campo donde lo ancestral y el progreso<br />

viajaban juntos y muy cerca, totalmente entrelazados. Era todo diferente<br />

pero todo similar a nuestro presente. Era más brutal pero el brillo de<br />

la calma quería nacer. La bestialidad y la armonía social en competición<br />

por la subsistencia, por la permanencia en la vida, luchando ambos<br />

como modo predominante de existir.<br />

Es mágico verlo, aunque así desde lejos, con nuestros ojos del hoy,<br />

con todo lo que habremos perdido de ellos tras pasar por encima suya<br />

Roma y la Edad Media y su oscurantista cristiandad, filtro básico de todos<br />

los textos que nos han llegado, pues nosotros poseemos, básicamente,<br />

la selección de textos <strong>griegos</strong> que hicieron en la cristiandad; es<br />

mágico verlo, decía, y poder darnos cuenta de cómo hemos ido evolucionando,<br />

transitando por el tiempo, y de cómo hace casi tres mil años<br />

comenzamos a ser como ahora somos, casi a machetazos de razón en la<br />

selva del existir y del persistir, del perdurar, del acomodarnos a nuestro<br />

entorno y de acomodarlo a él a nosotros, estando en Grecia a mitad de<br />

camino entre lo caótico y lo armónico, entre la luz y la oscuridad del intelecto,<br />

entre la superstición y la razón. En la Grecia de la Antigüedad<br />

dábamos nuestros alientos iniciales, y no deja de maravillarme el transcurso<br />

de los años que partieron desde allá en los que hemos sido empujados<br />

por los acontecimientos entre la naturaleza más cruel y ciega, la<br />

nuestra misma de antaño, y la naturaleza menos hostil e indagadora,<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 67 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


que doblegaba a la parte más bestial gobernada por los instintos, el<br />

mito, la superstición y la sinrazón queriendo alejar a la animalidad y a<br />

la ignorancia para preservar más la vida de uno y de su núcleo social,<br />

haciéndolo avanzar. La civilización, oponiéndose a la barbarie, a lo bárbaro<br />

que aún existía, llega desde allí a nuestro occidente, en gran medida,<br />

naciendo en Grecia o canalizándose gracias a ellos con el paso de<br />

los años y el deslizarse del ser humano a través de las geografías. Centro<br />

neurálgico, crucial, en el tiempo, en nuestra Historia, donde convergían<br />

aún lo primitivo y lo que hoy llamamos moderno, para desembocar<br />

siendo nosotros mismos en tal año como en el que estamos, más de<br />

dos milenios después.<br />

FN<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 68 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Canto X. La Ilíada<br />

Homero 34<br />

<strong>Los</strong> príncipes aqueos durmieron toda la noche, vencidos por plácido<br />

sueño; mas no probó sus dulzuras el Atrida Agamenón, pastor de hombres,<br />

porque en su mente revolvía muchas cosas. Como el esposo de<br />

Juno, la de hermosa cabellera, relampaguea cuando prepara una lluvia<br />

torrencial, el granizo ó una nevada que cubra los campos, ó quiere abrir<br />

en alguna parte la boca inmensa de la amarga guerra; así, tan frecuentemente,<br />

se escapaban del pecho de Agamenón los suspiros, que salían<br />

de lo más hondo de su corazón, y le temblaban las entrañas. Cuando fijaba<br />

la vista en el campo teucro, pasmábanle las numerosas hogueras<br />

que ardían delante de Ilión, los sones de las flautas y zampoñas y el bullicio<br />

de la gente; mas cuando á las naves y al ejército aqueo la volvía,<br />

arrancábase furioso los cabellos, alzando los ojos á Júpiter, que mora<br />

en lo alto, y su generoso corazón lanzaba grandes gemidos. Al fin, creyendo<br />

que la mejor resolución sería acudir á Néstor Nelida, el más ilustre<br />

de los hombres, por si entrambos hallaban un medio que librara de<br />

la desgracia á todos los dánaos, levantóse, vistió la túnica, calzó los<br />

blancos pies con hermosas sandalias, echóse una rojiza piel de corpulento<br />

y fogoso león, que le llegaba hasta los pies, y asió la lanza.<br />

También Menelao estaba poseído de terror y no conseguía que se<br />

posara el sueño en sus párpados, temiendo que les ocurriese algún percance<br />

á los aqueos que por él habían llegado á Troya, atravesando el<br />

vasto mar, y promovido tan audaz guerra. Cubrió sus anchas espaldas<br />

con la manchada piel de un leopardo; púsose luego el casco de bronce,<br />

y tomando en la robusta mano una lanza, fué á despertar á Agamenón,<br />

que imperaba poderosamente sobre los argivos todos y era venerado<br />

por el pueblo como un dios. Hallóle junto á la popa de su nave, vistiendo<br />

la magnífica armadura. Grata le fué á éste su venida. Y Menelao, valiente<br />

en el combate, habló el primero diciendo:<br />

34 Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1927.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 69 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


«¿Por qué, hermano querido, tomas las armas? ¿Acaso deseas persuadir<br />

á algún compañero para que vaya como explorador al campo<br />

teucro? Mucho temo que nadie se ofrezca á prestarte este servicio de ir<br />

solo durante la divina noche á espiar al enemigo, porque para ello se<br />

requiere un corazón muy osado.»<br />

Respondióle el rey Agamenón: «Ambos, oh Menelao, alumno de Júpiter,<br />

tenemos necesidad de un prudente consejo para defender y salvar<br />

á los argivos y las naves, pues la mente de Jove ha cambiado, y en la<br />

actualidad le son más aceptos los sacrificios de Héctor. Jamás he visto<br />

ni oído decir que un hombre realizara en solo un día tantas proezas<br />

como ha hecho Héctor, caro á Júpiter, contra los aqueos, sin ser hijo de<br />

un dios ni de una diosa. De sus hazañas se acordarán los argivos mucho<br />

y largo tiempo. ¡Tanto daño ha causado á los aqueos! Ahora, anda, encamínate<br />

corriendo á las naves y llama á Ayax y á Idomeneo; mientras<br />

voy en busca del divino Néstor y le pido que se levante, vaya con nosotros<br />

al sagrado escuadrón de los guardias y les dé órdenes. Obedeceránle<br />

más que á nadie, puesto que los manda su hijo junto con Meriones,<br />

servidor de Idomeneo. Á entrambos les hemos confiado de un modo especial<br />

esta tarea.<br />

Dijo entonces Menelao, valiente en el combate: «¿Cómo me encargas<br />

y ordenas que lo haga? ¿Me quedaré con ellos y te aguardaré allí, ó<br />

he de volver corriendo cuando les haya participado tu mandato?»<br />

Contestó el rey de hombres Agamenón: «Quédate allí; no sea que<br />

luego no podamos encontrarnos, porque son muchas las sendas que<br />

hay á través del ejército. Levanta la voz por donde pasares y recomienda<br />

la vigilancia, llamando á cada uno por su nombre paterno y ensalzándolos<br />

á todos. No te muestres soberbio. Trabajemos también nosotros,<br />

ya que cuando nacimos Júpiter nos condenó á padecer tamaños<br />

infortunios.»<br />

Esto dicho, despidió al hermano bien instruído ya, y fué en busca de<br />

Néstor, pastor de hombres. Hallóle en su pabellón, junto á la negra<br />

nave, acostado en blanda cama. Á un lado veíanse diferentes armas—el<br />

escudo, dos lanzas, el luciente yelmo,—y el labrado bálteo con que se<br />

ceñía el anciano siempre que, como caudillo de su gente, se armaba<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 70 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


para ir al homicida combate; pues aún no se rendía á la triste vejez. Incorporóse<br />

Néstor, apoyándose en el codo, alzó la cabeza, y dirigiéndose<br />

al Atrida le interrogó con estas palabras:<br />

«¿Quién eres tú que vas solo por el ejército y los navíos, durante la<br />

tenebrosa noche, cuando duermen los demás mortales? ¿Buscas acaso á<br />

algún centinela ó compañero? Habla. No te acerques sin responder.<br />

¿Qué deseas?»<br />

Respondióle el rey de hombres Agamenón: «¡Néstor Nelida, gloria<br />

insigne de los aqueos! Reconoce al Atrida Agamenón, á quien Jove envía<br />

y seguirá enviando sin cesar más trabajos que á nadie, mientras la<br />

respiración no le falte á mi pecho y mis rodillas se muevan. Vagando<br />

voy; pues, preocupado por la guerra y las calamidades que padecen los<br />

aqueos, no consigo que el dulce sueño me cierre los ojos. Mucho temo<br />

por los dánaos; mi ánimo no está tranquilo, sino sumamente inquieto;<br />

el corazón se me arranca del pecho y tiemblan mis robustos miembros.<br />

Pero si quieres ocuparte en algo, ya que tampoco conciliaste el sueño,<br />

bajemos á ver los centinelas; no sea que, vencidos del trabajo y del sueño,<br />

se hayan dormido, dejando la guardia abandonada. <strong>Los</strong> enemigos<br />

se hallan cerca, y no sabemos si habrán decidido acometernos esta noche.»<br />

Contestó Néstor, caballero gerenio: «¡Glorioso Atrida, rey de hombres<br />

Agamenón! Á Héctor no le cumplirá el próvido Júpiter todos sus<br />

deseos, como él espera; y creo que mayores trabajos habrá de padecer<br />

aún si Aquiles depone de su corazón el enojo funesto. Iré contigo y despertaremos<br />

á los demás: al Tidida, famoso por su lanza, á Ulises, al veloz<br />

Ayax de Oileo y al esforzado hijo de Fileo. Alguien podría ir á llamar<br />

al deiforme Ayax Telamonio y al rey Idomeneo, pues sus naves no<br />

están cerca, sino muy lejos. Y reprenderé á Menelao por amigo y respetable<br />

que sea y aunque tú te enfades, y no callaré que duerme y te ha<br />

dejado á ti el trabajo. Debía ocuparse en suplicar á los príncipes todos,<br />

pues el peligro que corremos es terrible.»<br />

Dijo el rey de hombres Agamenón: «¡Anciano! Otras veces te exhorté<br />

á que le riñeras, pues á menudo es indolente y no quiere trabajar; no<br />

por pereza ó escasez de talento, sino porque volviendo los ojos hacia<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 71 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


mí, aguarda mi impulso. Mas hoy se levantó mucho antes que yo mismo,<br />

presentóseme y le envié á llamar á aquéllos de que acabas de hablar.<br />

Vayamos y los hallaremos delante de las puertas, con la guardia;<br />

pues allí es donde les dije que se reunieran.»<br />

Respondió Néstor, caballero gerenio: «De esta manera, ninguno de<br />

los argivos se irritará contra él, ni le desobedecerá, cuando los exhorte<br />

ó les ordene algo.»<br />

Apenas hubo dicho estas palabras, abrigó el pecho con la túnica, calzó<br />

los blancos pies con hermosas sandalias, y abrochóse un manto purpúreo,<br />

doble, amplio, adornado con lanosa felpa. Asió la fuerte lanza,<br />

cuya aguzada punta era de bronce, y se encaminó á las naves de los<br />

aqueos, de broncíneas lorigas. El primero á quien despertó Néstor, caballero<br />

gerenio, fué Ulises que en prudencia igualaba á Júpiter. Llamóle<br />

gritando, su voz llegó á oídos del héroe, y éste salió de la tienda y dijo:<br />

«¿Por qué andáis vagando así, por las naves y el ejército, solos, durante<br />

la noche inmortal? ¿Qué urgente necesidad se ha presentado?»<br />

Respondió Néstor, caballero gerenio: «¡Laertíada, de jovial linaje!<br />

¡Ulises, fecundo en recursos! No te enojes, porque es muy grande el pesar<br />

que abruma á los aquivos. Síguenos y llamaremos á quien convenga,<br />

para tomar acuerdo sobre si es preciso fugarnos ó combatir todavía.»<br />

Tal dijo. El ingenioso Ulises, entrando en la tienda, colgó de sus<br />

hombros el labrado escudo y se juntó con ellos. Fueron en busca de<br />

Diomedes Tidida, y le hallaron delante de su pabellón con la armadura<br />

puesta. Sus compañeros dormían alrededor de él, con las cabezas apoyadas<br />

en los escudos y las lanzas clavadas por el regatón en tierra; el<br />

bronce de las puntas lucía á lo lejos como un relámpago del padre Júpiter.<br />

El héroe descansaba sobre una piel de toro montaraz, teniendo debajo<br />

de la cabeza un espléndido tapete. Néstor, caballero gerenio, se<br />

detuvo á su lado, le movió con el pie para que despertara, y le daba prisa,<br />

increpándole de esta manera:<br />

«¡Levántate, hijo de Tideo! ¿Cómo duermes á sueño suelto toda la<br />

noche? ¿No sabes que los teucros acampan en una eminencia de la lla­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 72 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


nura, cerca de las naves, y que solamente un corto espacio los separa<br />

de nosotros?»<br />

De esta suerte habló. Y aquél, recordando en seguida del sueño, dijo<br />

estas aladas palabras:<br />

«Eres infatigable, anciano, y nunca dejas de trabajar. ¿Por ventura<br />

no hay otros aqueos más jóvenes, que vayan por el campo y despierten<br />

á los reyes? ¡No se puede contigo, anciano!»<br />

Respondióle Néstor, caballero gerenio: «Sí, hijo, oportuno es cuanto<br />

acabas de decir. Tengo hijos excelentes y muchos hombres que podrían<br />

ir á llamarlos, pero es muy grande el peligro en que se hallan los<br />

aqueos: en el filo de una navaja están ahora la triste muerte y la salvación<br />

de todos. Ve y haz levantar al veloz Ayax y al hijo de Fileo, ya que<br />

eres más joven y de mí te compadeces.»<br />

Dijo. Diomedes cubrió sus hombros con una piel talar de corpulento<br />

y fogoso león, tomó la lanza, fué á despertar á aquéllos y se los llevó<br />

consigo.<br />

Cuando llegaron al escuadrón de los guardias, no encontraron á sus<br />

jefes dormidos, pues todos estaban alerta y sobre las armas. Como los<br />

canes que guardan las ovejas de un establo y sienten venir del monte, á<br />

través de la selva, una terrible fiera con gran clamoreo de hombres y<br />

perros, se ponen inquietos y ya no pueden dormir; así el dulce sueño<br />

huía de los párpados de los que hacían guardia en tan mala noche,<br />

pues miraban siempre hacia la llanura y acechaban si los teucros iban á<br />

atacarlos. El anciano viólos, alegróse, y para animarlos profirió estas<br />

aladas palabras:<br />

«¡Vigilad así, hijos míos! No sea que alguno se deje vencer del sueño<br />

y demos ocasión para que el enemigo se regocije.»<br />

Dijo, y atravesó el foso. Siguiéronle los reyes argivos que habían<br />

sido llamados al consejo, y además Meriones y el preclaro hijo del anciano<br />

porque aquéllos los invitaron á deliberar. Pasado el foso, sentáronse<br />

en un lugar limpio donde el suelo no aparecía cubierto de cadáveres:<br />

allí habíase vuelto el impetuoso Héctor, después de causar gran<br />

estrago á los argivos, cuando la noche los cubrió con su manto. Acomo­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 73 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


dados en aquel sitio, conversaban; y Néstor, caballero gerenio, comenzó<br />

á hablar diciendo:<br />

«¡Oh amigos! ¿No habrá nadie que, confiando en su ánimo audaz,<br />

vaya al campamento de los magnánimos teucros? Quizás hiciera prisionero<br />

á algún enemigo que ande cerca del ejército, ó averiguara, oyendo<br />

algún rumor, lo que los teucros han decidido: si desean quedarse aquí,<br />

cerca de las naves, ó volverán á la ciudad cuando hayan vencido á los<br />

aqueos. Si se enterara de esto y regresara incólume, sería grande su<br />

gloria debajo del cielo y entre los hombres todos, y tendría una hermosa<br />

recompensa: cada jefe de los que mandan en las naves, le daría una<br />

oveja con su corderito—presente sin igual—y se le admitiría además en<br />

todos los banquetes y festines.»<br />

De tal modo habló. Enmudecieron todos y quedaron silenciosos,<br />

hasta que Diomedes, valiente en la pelea, les dijo:<br />

«¡Néstor! Mi corazón y ánimo valeroso me incitan á penetrar en el<br />

campo de los enemigos que tenemos cerca, de los teucros; pero si alguien<br />

me acompañase, mi confianza y mi osadía serían mayores. Cuando<br />

van dos, uno se anticipa al otro en advertir lo que conviene; cuando<br />

se está solo, aunque se piense, la inteligencia es más tarda y la resolución<br />

más difícil.»<br />

Tales fueron sus palabras, y muchos quisieron acompañar á Diomedes.<br />

Deseáronlo los dos Ayaces, ministros de Marte; quísolo Meriones;<br />

lo anhelaba el hijo de Néstor; ofrecióse el Atrida Menelao, famoso por<br />

su lanza; y por fin, también Ulises se mostró dispuesto á penetrar en el<br />

ejército teucro, porque el corazón que tenía en el pecho aspiraba siempre<br />

á ejecutar audaces hazañas. Y el rey de hombres Agamenón dijo entonces:<br />

«¡Diomedes Tidida, carísimo á mi corazón! Escoge por compañero al<br />

que quieras, al mejor de los presentes; pues son muchos los que se ofrecen.<br />

No dejes al mejor y elijas á otro peor, por respeto alguno que sientas<br />

en tu alma, ni por consideración al linaje, ni por atender á que sea<br />

un rey más poderoso.»<br />

Habló en estos términos, porque temía por el rubio Menelao. Y Diomedes,<br />

valiente en la pelea, replicó:<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 74 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


«Si me mandáis que yo mismo designe el compañero, ¿cómo no<br />

pensaré en el divino Ulises, cuyo corazón y ánimo valeroso son tan dispuestos<br />

para toda suerte de trabajos, y á quien tanto ama Palas Minerva?<br />

Con él volveríamos acá aunque nos rodearan abrasadoras llamas,<br />

porque su prudencia es grande.»<br />

Respondióle el paciente divino Ulises: «¡Tidida! No me alabes en demasía<br />

ni me vituperes, puesto que hablas á los argivos de cosas que les<br />

son conocidas. Pero vámonos, que la noche está muy adelantada y la<br />

aurora se acerca; los astros han andado mucho, y la noche va ya en las<br />

dos partes de su jornada y solo un tercio nos resta.»<br />

En diciendo esto, vistieron entrambos las terribles armas. El intrépido<br />

Trasimedes dió al Tidida una espada de dos filos—la de éste había<br />

quedado en la nave—y un escudo; y le puso un morrión de piel de toro<br />

sin penacho ni cimera, que se llama catetyx y lo usan los jóvenes para<br />

proteger la cabeza. Meriones proporcionó á Ulises arco, carcaj y espada,<br />

y le cubrió la cabeza con un casco de piel que por dentro se sujetaba<br />

con fuertes correas y por fuera presentaba los blancos dientes de un<br />

jabalí, ingeniosamente repartidos, y tenía un mechón de lana colocado<br />

en el centro. Este casco era el que Autólico había robado en Eleón á<br />

Amíntor Orménida, horadando la pared de su casa, y que luego dió en<br />

Escandía á Anfidamante de Citera; Anfidamante lo regaló, como presente<br />

de hospitalidad, á Molo; éste lo cedió á su hijo Meriones para que<br />

lo llevara, y entonces hubo de cubrir la cabeza de Ulises.<br />

Una vez revestidos de las terribles armas, partieron y dejaron allí á<br />

todos los príncipes. Palas Minerva envióles una garza, y si bien no pudieron<br />

verla con sus ojos, porque la noche era obscura, oyéronla graznar<br />

á la derecha del camino. Ulises se holgó del presagio y oró á Minerva:<br />

«¡Óyeme, hija de Júpiter, que lleva la égida! Tú que me asistes en<br />

todos los trabajos y conoces mis pasos, séme ahora propicia más que<br />

nunca, oh Minerva, y concede que volvamos á las naves cubiertos de<br />

gloria por haber realizado una gran hazaña que preocupe á los teucros.»<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 75 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Diomedes, valiente en la pelea, oró luego diciendo: «¡Ahora óyeme<br />

también á mí, invicta hija de Júpiter! Acompáñame como acompañaste<br />

á mi padre, el divino Tideo, cuando fué á Tebas en representación de<br />

los aquivos. Dejando á los aqueos, de broncíneas lorigas, á orillas del<br />

Asopo, llevó un agradable mensaje á los cadmeos; y á la vuelta realizó<br />

admirables proezas con tu ayuda, excelente diosa, porque benévola le<br />

acorrías. Ahora, acórreme á mí y préstame tu amparo. É inmolaré en tu<br />

honor una ternera de un año, de frente espaciosa, indómita y no sujeta<br />

aún al yugo, después de derramar oro sobre sus cuernos.»<br />

Tales fueron sus respectivas plegarias, que oyó Palas Minerva. Y después<br />

de rogar á la hija del gran Jove, anduvieron en la obscuridad de la<br />

noche, como dos leones, por el campo donde tanta carnicería se había<br />

hecho, pisando cadáveres, armas y denegrida sangre.<br />

Tampoco Héctor dejaba dormir á los valientes teucros; pues convocó<br />

á los próceres, á cuantos eran caudillos y príncipes de los troyanos, y<br />

una vez reunidos les expuso una prudente idea:<br />

«¿Quién, por un gran premio, se ofrecerá á llevar al cabo la empresa<br />

que voy á decir? La recompensa será proporcionada. Daré un carro y<br />

dos corceles de erguido cuello, los mejores que haya en las veleras naves<br />

aqueas, al que tenga la osadía de acercarse á las naves de ligero andar—con<br />

ello al mismo tiempo ganará gloria—y averigüe si éstas son<br />

guardadas todavía, ó los aqueos, vencidos por nuestras manos, piensan<br />

en la fuga y no quieren velar porque el cansancio abrumador los rinde.»<br />

Tal fué lo que propuso. Enmudecieron todos y quedaron silenciosos.<br />

Había entre los troyanos un cierto Dolón, hijo del divino heraldo Eumedes,<br />

rico en oro y en bronce; era de feo aspecto, pero de pies ágiles, y el<br />

único hijo varón de su familia con cinco hermanas. Éste dijo entonces á<br />

los teucros y á Héctor:<br />

«¡Héctor! Mi corazón y mi ánimo valeroso me incitan á acercarme á<br />

las naves, de ligero andar, y explorar el campo. Ea, alza el cetro y jura<br />

que me darás los corceles y el carro con adornos de bronce que conducen<br />

al eximio Pelida. No te será inútil mi espionaje, ni tus esperanzas se<br />

verán defraudadas; pues atravesaré todo el ejército hasta llegar á la<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 76 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


nave de Agamenón, que es donde deben de haberse reunido los caudillos<br />

para deliberar si huirán ó seguirán combatiendo.»<br />

Así se expresó. Y Héctor, tomando en la mano el cetro, prestó el juramento:<br />

«Sea testigo el mismo Júpiter tonante, esposo de Juno. Ningún<br />

otro teucro será llevado por estos corceles, y tú disfrutarás perpetuamente<br />

de ellos.»<br />

Con tales palabras, jurando lo que no había de cumplirse, animó á<br />

Dolón. Éste, sin perder momento, colgó del hombro el corvo arco, vistió<br />

una pelicana piel de lobo, cubrió la cabeza con un morrión de piel de<br />

comadreja, tomó un puntiagudo dardo, y saliendo del ejército, se encaminó<br />

á las naves, de donde no había de volver para darle á Héctor la<br />

noticia. Dejó atrás la multitud de carros y hombres, y andaba animoso<br />

por el camino. Y Ulises, de jovial linaje, advirtiendo que se acercaba á<br />

ellos, habló así á Diomedes:<br />

«Ese hombre, Diomedes, viene del ejército; pero ignoro si va como<br />

espía á nuestras naves ó se propone despojar algún cadáver de los que<br />

murieron. Dejemos que se adelante un poco más por la llanura, y<br />

echándonos sobre él le cogeremos fácilmente; y si en correr nos aventajare,<br />

apártale del ejército, acometiéndole con la lanza, y persíguele<br />

siempre hacia las naves, para que no se guarezca en la ciudad.»<br />

Esto dicho, tendiéronse entre los muertos, fuera del camino. El incauto<br />

Dolón pasó con pie ligero. Mas cuando estuvo á la distancia á que<br />

se extienden los surcos de las mulas—éstas son mejores que los bueyes<br />

para tirar de un arado en tierra noval,—Ulises y Diomedes corrieron á<br />

su alcance. Dolón oyó ruido y se detuvo, creyendo que algunos de sus<br />

amigos venían del ejército teucro á llamarle por encargo de Héctor.<br />

Pero así que aquéllos se hallaron á tiro de lanza ó más cerca aún, conoció<br />

que eran enemigos y puso su diligencia en los pies huyendo, mientras<br />

ellos se lanzaban á perseguirle. Como dos perros de agudos dientes,<br />

adiestrados para cazar, acosan en una selva á un cervato ó á una<br />

liebre que huye chillando delante de ellos; del mismo modo, el Tidida y<br />

Ulises, asolador de ciudades, perseguían constantemente á Dolón después<br />

que lograron apartarle del ejército. Ya en su fuga hacia las naves<br />

iba el troyano á topar con el cuerpo de guardia, cuando Minerva dió<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 77 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


fuerzas al Tidida para que ninguno de los aqueos, de broncíneas lorigas,<br />

se le adelantara y pudiera jactarse de haber sido el primero en herirle<br />

y él llegase después. El fuerte Diomedes arremetió á Dolón, con la<br />

lanza, y le gritó:<br />

«Tente, ó te alcanzará mi lanza; y no creo que puedas evitar mucho<br />

tiempo que mi mano te dé una muerte terrible.»<br />

Dijo, y arrojó la lanza; mas de intento erró el tiro, y ésta se clavó en<br />

el suelo después de volar por cima del hombro derecho de Dolón. Paróse<br />

el troyano dentellando—los dientes crujíanle en la boca,—tembloroso<br />

y pálido de miedo; Ulises y Diomedes se le acercaron, jadeantes, y le<br />

asieron de las manos, mientras aquél lloraba y les decía:<br />

«Hacedme prisionero y yo me redimiré. Hay en casa bronce, oro y<br />

hierro labrado: con ellos os pagaría mi padre inmenso rescate, si supiera<br />

que estoy vivo en las naves aqueas.»<br />

Respondióle el ingenioso Ulises: «Tranquilízate y no pienses en la<br />

muerte. Ea, habla y dime con sinceridad: ¿Adónde ibas solo, separado<br />

de tu ejército y derechamente hacia las naves, en esta noche obscura,<br />

mientras duermen los demás mortales? ¿Acaso á despojar á algún cadáver?<br />

¿Por ventura Héctor te envió como espía á las cóncavas naves? ¿Ó<br />

te dejaste llevar por los impulsos de tu corazón?»<br />

Contestó Dolón, á quien le temblaban las carnes: «Héctor me hizo<br />

salir fuera de juicio con muchas y perniciosas promesas: accedió á darme<br />

los solípedos corceles y el carro con adornos de bronce del eximio<br />

Pelida, para que, acercándome durante la rápida y obscura noche á los<br />

enemigos, averiguase si las veleras naves son guardadas todavía, ó vosotros,<br />

que habéis sido vencidos por nuestras manos, pensáis en la fuga<br />

y no queréis velar porque el cansancio abrumador os rinde.»<br />

Díjole sonriendo el ingenioso Ulises: «Grande es el presente que tu<br />

corazón anhelaba. ¡<strong>Los</strong> corceles del aguerrido Eácida! Difícil es que nadie<br />

los sujete y sea por ellos llevado, fuera de Aquiles, que tiene una<br />

madre inmortal. Ea, habla y dime con sinceridad: ¿Dónde, al venir, has<br />

dejado á Héctor, pastor de hombres? ¿En qué lugar tiene las marciales<br />

armas y los caballos? ¿Cómo se hacen las guardias y de qué modo están<br />

dispuestas las tiendas de los teucros? Cuenta también lo que están deli­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 78 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


erando: si desean quedarse aquí cerca de las naves, ó volverán á la<br />

ciudad cuando hayan vencido á los aqueos.»<br />

Contestó Dolón, hijo de Eumedes: «De todo voy á informarte con<br />

exactitud. Héctor y sus consejeros deliberan lejos del bullicio, junto á la<br />

tumba de Ilo; en cuanto á las guardias por que me preguntas, oh héroe,<br />

ninguna ha sido designada para que vele por el ejército ni para que vigile.<br />

En torno de cada hoguera los troyanos, apremiados por la necesidad,<br />

velan y se exhortan mutuamente á la vigilancia. Pero los auxiliares,<br />

venidos de lejas tierras, duermen y dejan á los troyanos el cuidado<br />

de la guardia, porque no tienen aquí á sus hijos y mujeres.»<br />

Volvió á preguntarle el ingenioso Ulises: «¿Éstos duermen mezclados<br />

con los troyanos ó separadamente? Dímelo para que lo sepa.»<br />

Contestó Dolón, hijo de Eumedes: «De todo voy á informarte con<br />

exactitud. Hacia el mar están los carios, los peonios, armados de corvos<br />

arcos, y los léleges, caucones y divinos pelasgos. El lado de Timbra lo<br />

obtuvieron por suerte los licios, los arrogantes misios, los frigios, domadores<br />

de caballos, y los meonios, que combaten en carros. Mas ¿por qué<br />

me hacéis estas preguntas? Si deseáis entraros por el ejército teucro, los<br />

tracios recién venidos están ahí, en ese extremo, con su rey Reso, hijo<br />

de Eyoneo. He visto sus corceles que son bellísimos, de gran altura, más<br />

blancos que la nieve y tan ligeros como el viento. Su carro tiene lindos<br />

adornos de oro y plata, y sus armas son de oro, magníficas, admirables,<br />

y más propias de los inmortales dioses que de hombres mortales. Pero<br />

llevadme ya á las naves de ligero andar, ó dejadme aquí, atado con recios<br />

lazos, para que vayáis y comprobéis si os hablé como debía.»<br />

Mirándole con torva faz, le replicó el fuerte Diomedes: «No esperes<br />

escapar de ésta, oh Dolón, aunque tus noticias son importantes, pues<br />

has caído en nuestras manos. Si te dejásemos libre ó consintiéramos en<br />

el rescate, vendrías de nuevo á las veleras naves á espiar ó á combatir<br />

contra nosotros; y si por mi mano pierdes la vida, no causarás más<br />

daño á los argivos.»<br />

Dijo; y Dolón iba como suplicante, á tocarle la barba con su robusta<br />

mano, cuando Diomedes, de un tajo en el cuello, le rompió ambos tendones;<br />

y la cabeza cayó en el polvo, mientras el troyano hablaba toda­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 79 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


vía. Quitáronle el morrión de piel de comadreja, la piel de lobo, el flexible<br />

arco y la ingente lanza; y el divino Ulises, cogiéndolo todo con la<br />

mano, levantólo para ofrecerlo á Minerva, que preside á los saqueos, y<br />

oró diciendo:<br />

«Huélgate de esta ofrenda, ¡oh diosa! Serás tú la primera á quien invocaremos<br />

entre las deidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia los<br />

corceles y las tiendas de los tracios.»<br />

Dichas estas palabras, apartó de sí los despojos y los colgó de un tamarisco,<br />

cubriéndolos con cañas y frondosas ramas del árbol, que fueran<br />

una señal visible para que no les pasaran inadvertidos, al regresar<br />

durante la rápida y obscura noche. Luego, pasaron adelante por encima<br />

de las armas y de la negra sangre, y llegaron al escuadrón de los tracios<br />

que, rendidos de fatiga, dormían dispuestos en tres filas, con las armas<br />

en el suelo y un par de caballos junto á cada guerrero. Reso descansaba<br />

en el centro, y tenía los ligeros corceles atados con correas á un extremo<br />

del carro. Ulises vióle el primero y lo mostró á Diomedes:<br />

«Ése es el hombre, Diomedes, y esos los corceles de que nos habló<br />

Dolón, á quien matamos. Ea, muestra tu impetuoso valor y no tengas<br />

ociosas las armas. Desata los caballos, ó bien mata hombres y yo me encargaré<br />

de aquéllos.»<br />

Tal dijo, y Minerva, la de los brillantes ojos, infundió valor á Diomedes<br />

que comenzó á matar á diestro y á siniestro: sucedíanse los horribles<br />

gemidos de los que daban la vida á los golpes de la espada, y su<br />

sangre enrojecía la tierra. Como un mal intencionado león acomete al<br />

rebaño de cabras ó de ovejas, cuyo pastor está ausente; así el hijo de Tideo<br />

se abalanzaba á los tracios, hasta que mató á doce. Á cuantos aquél<br />

hería con la espada, Ulises, asiéndolos por el pie, los apartaba del camino,<br />

para que luego los corceles de hermosas crines pudieran pasar fácilmente<br />

y no se asustasen de pisar cadáveres, á lo cual no estaban<br />

acostumbrados. Llegó el hijo de Tideo adonde yacía el rey, y fué éste el<br />

décimotercio á quien privó de la dulce vida, mientras daba un suspiro;<br />

pues en aquella noche el hijo de Eneo aparecíase en desagradable ensueño<br />

á Reso, por orden de Minerva. Durante este tiempo, el paciente<br />

Ulises desató los solípedos caballos, los ligó á entrambos con las riendas<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 80 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


y los sacó del ejército aguijándolos con el arco, porque se le olvidó tomar<br />

el magnífico látigo que había en el labrado carro. Y en seguida silbó,<br />

haciendo seña al divino Diomedes.<br />

Mas éste, quedándose aún, pensaba qué podría hacer que fuese muy<br />

arriesgado: si se llevaría el carro con las labradas armas, ya tirando del<br />

timón, ya levantándolo en alto; ó quitaría la vida á más tracios. En tanto<br />

que revolvía tales pensamientos en su espíritu, presentóse Minerva y<br />

habló así al divino Diomedes:<br />

«Piensa ya en volver á las cóncavas naves, hijo del magnánimo Tideo.<br />

No sea que hayas de llegar huyendo, si algún otro dios despierta á<br />

los teucros.»<br />

Así habló. Diomedes, conociendo la voz de la diosa, montó sin dilación<br />

á caballo; Ulises subió al suyo, aguijóles con el arco y ambos volaron<br />

hacia las veleras naves aqueas.<br />

Apolo, que lleva arco de plata, estaba en acecho desde que advirtió<br />

que Minerva acompañaba al hijo de Tideo; é indignado contra ella, entróse<br />

por el ejército de los teucros y despertó á Hipocoonte, valeroso<br />

caudillo tracio y sobrino de Reso. Como Hipocoonte, recordando del<br />

sueño, viera vacío el lugar que ocupaban los caballos y á los hombres<br />

horriblemente heridos y palpitantes todavía, comenzó á lamentarse y á<br />

llamar por su nombre al querido compañero. Y pronto se promovió<br />

gran clamoreo é inmenso tumulto entre los teucros, que acudían en tropel<br />

y admiraban la peligrosa aventura á que unos hombres habían dado<br />

cima, regresando luego á las cóncavas naves.<br />

Cuando ambos héroes llegaron al sitio en que mataran al espía de<br />

Héctor, Ulises, caro á Júpiter, detuvo los veloces caballos; y el Tidida,<br />

apeándose, tomó los cruentos despojos que puso en las manos de su<br />

amigo, volvió á montar y picó á los corceles. Éstos volaron gozosos hacia<br />

las cóncavas naves, pues á ellas deseaban llegar. Néstor fué el primero<br />

que oyó las pisadas de los caballos, y dijo:<br />

«¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! ¿Me engañaré ó será<br />

verdad lo que voy á decir? El corazón me ordena hablar. Oigo pisadas<br />

de caballos de pies ligeros. Ojalá Ulises y el fuerte Diomedes trajeran<br />

del campo troyano solípedos corceles; pero mucho temo que á los más<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 81 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


valientes argivos les haya ocurrido algún percance en el ejército teucro.»<br />

Aún no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando aquéllos<br />

llegaron y echaron pie á tierra. Todos los saludaban alegremente<br />

con la diestra y con afectuosas palabras. Y Néstor, caballero gerenio, les<br />

preguntó el primero:<br />

«¡Ea, dime, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! ¿Cómo hubisteis<br />

estos caballos: penetrando en el ejército teucro, ó recibiéndolos<br />

de un dios que os salió al camino? Muy semejantes son á los rayos del<br />

sol. Siempre entro por las filas de los teucros, pues aunque anciano no<br />

me quedo en las naves, y jamás he visto ni advertido tales corceles. Supongo<br />

que los habréis recibido de algún dios que os salió al encuentro,<br />

pues á entrambos os aman Júpiter, que amontona las nubes, y su hija<br />

Minerva, la de los brillantes ojos.»<br />

Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Néstor Nelida, gloria insigne de<br />

los aqueos! Fácil le sería á un dios, si quisiera, dar caballos mejores aún<br />

que éstos, pues su poder es muy grande. <strong>Los</strong> corceles por los que preguntas,<br />

anciano, llegaron recientemente y son tracios: el valiente Diomedes<br />

mató al dueño y á doce de sus compañeros, todos aventajados. Y<br />

cerca de las naves dimos muerte al décimotercio, que era un espía enviado<br />

por Héctor y otros teucros ilustres á explorar este campamento.»<br />

De este modo habló; y muy ufano, hizo que los solípedos caballos<br />

pasaran el foso, y los aqueos siguiéronle alborozados. Cuando estuvieron<br />

en la hermosa tienda del Tidida, ataron los corceles con bien cortadas<br />

correas al pesebre, donde los caballos de Diomedes comían el trigo<br />

dulce como la miel. Ulises dejó en la popa de su nave los cruentos despojos<br />

de Dolón, para guardarlos hasta que ofrecieran un sacrificio á Minerva.<br />

<strong>Los</strong> dos héroes entraron en el mar y se lavaron el abundante sudor<br />

de sus piernas, cuello y muslos. Cuando las olas les hubieron limpiado<br />

el sudor del cuerpo y recreado el corazón, metiéronse en pulimentadas<br />

pilas y se bañaron. Lavados ya y ungidos con craso aceite,<br />

sentáronse á la mesa; y sacando de una crátera vino dulce como la<br />

miel, en honor de Minerva lo libaron.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 82 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


El concepto de arte en el mundo griego<br />

Aarón Reyes<br />

“El que es bello es amado, el que no es bello no es amado”. Hesíodo<br />

pone esta afirmación en boca de las musas que cantan en las bodas de<br />

Cadmos y Armonía resumiendo gran parte del concepto que vamos a<br />

desarrollar. La literatura antigua sobre lo bello y la experiencia estética<br />

debe partir de nosotros con un análisis crítico y escrutando con precisión<br />

cada término, cada expresión. Lo bello es kalon, esto es, lo adecuado<br />

35 y por tanto como tal resulta atractivo 36 y displicente. Pero aún así<br />

se trató de un concepto cuyo carácter cognitivo debió ganárselo a pulso<br />

conforme avanzaron los siglos y se fue superando la disociación que<br />

Platón 37 planteaba entre lo bello artístico y la Verdad.<br />

Analizando esta sentencia de que sólo se ama “lo bello”, podemos<br />

entender mejor el respeto que suscitaron en cada momento las imágenes<br />

que se crearon. El medio y el entorno fueron cambiando notoriamente<br />

las necesidades de expresión del kalon. Su forma más apropiada<br />

de expresión fueron las expresiones plásticas con carácter artístico que<br />

podían transmitir a través de las emociones suscitadas un conocimiento<br />

preciso. Sucedió así con Pericles, época en la cual se produce la principal<br />

revolución estética de la Antigüedad al generar un arte por simpatía<br />

35TeogEleg. I, vv. 17-18.<br />

36La inexistencia de una teoría estética en el entorno grecolatino es sumamente interesante por<br />

aportar una variable de disociación, es decir, mientras que en la modernidad el objeto bello puede<br />

estar asociado o no a una idea porque sobre todo es directa su relación con un precepto teórico o<br />

gusto siendo éste el que puede llevar a la idea, en la Antigüedad el objeto bello se encuentra absolutamente<br />

ligado a una idea por lo que se genera una total ausencia de gusto. En este período el objeto<br />

nos lleva a una idea determinada de manera global y ésta viceversa puede llevarnos a un objeto,<br />

siendo así que la emoción se convierte en un medio de transmisión, no en un fin en sí mismo, para<br />

llevar mediante el objeto a la idea una obtención de cognición sobre la misma. De todo ello se deriva<br />

que la belleza no es autónoma y por tanto la experiencia de comunicación vincula siempre la<br />

emoción al conocimiento de una idea. No existe la concepción del “aura” (W. Benjamin, L'opera<br />

d'arte nell'epoca della sua riproducibilità tecnica, Turín 1970) ni de lo “sublime” (I. Kant, De lo<br />

bello y lo sublime) per se, sino por su conocimiento. La ausencia de gusto es palpable ya que de hecho<br />

el término kalon se emplea no como lo bello en sí sino aquello que por su atractivo o cualidad<br />

conveniente lleva a una idea elevada, es lo que suscita la admiración, percibido por vista y oídos<br />

(sentidos) y asimilado por el alma y el carácter (emoción).<br />

37República, X.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 83 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


en el cual se elabora un mensaje para que el receptor se sitúe en el papel<br />

del emisor. Esto supuso una recuperación del signo y el símbolo de<br />

un modo asociativo cuyo principal valedor va a ser el régimen imperial<br />

romano necesitado de un aparato de propaganda fuerte y directo.<br />

Debemos tener en cuenta que desde las elaboraciones artísticas<br />

del siglo V a. C. hasta el gobierno imperial romano existieron vínculos<br />

no sólo formales. Además de los diseños estilísticamente neoáticos,<br />

el estatismo y el equilibrio que encontramos en los relieves de Fidias y<br />

los del Ara Pacis son fruto de la kalokagathía, la búsqueda de transmisión<br />

de un mensaje de Bien y Verdad (ethos) a través de formas bellas<br />

en tanto que adecuadas y resultado de una síntesis atemporal. De ahí<br />

un elemento fundamental de la estética augustea, y es que desde el momento<br />

en el que accede a ocupar el cargo imperial, encontramos que<br />

los retratos de Augusto son atemporales a modo de recurrencia a una<br />

síntesis de su apariencia. Este es, pues, el camino conceptual que vamos<br />

a recorrer ahora.<br />

El primer paso a dar se encuentra en un pasaje de Alcibíades, donde<br />

Sócrates le comenta a un interlocutor en la palestra que un médico o<br />

un profesor saben únicamente aplicar de manera práctica el saber al<br />

cual se refiere su profesión 38 . Es decir, dominan una tekhnè. Sin embargo,<br />

la filosofía sí es, en el pensamiento platónico, un instrumento verdaderamente<br />

útil para el conocimiento del hombre y de su entorno. En<br />

consecuencia, las profesiones derivadas del empleo de una tekhnè están<br />

siempre por debajo del conocimiento auténtico que posee la filosofía y<br />

que permite al hombre, aprovechando otra metáfora platónica, salir de<br />

la caverna.<br />

La idea de tekhnè implica finalidad. Su razón de ser es proporcionar<br />

un objeto, estado o acción determinada 39 . Este argumento de utilidad<br />

es conocido en las fuentes al menos desde el siglo V a. C. y aparece<br />

siempre vinculado a actividades que tienen como fin mejorar o asegurar<br />

la vida en común (política) o las relaciones sociales 40 . En época clá­<br />

38Plat., Alc. 131a.<br />

39R. Bett, “L’utilité des technai” en C. Lévy, B. Besnier y A. Gigandet (eds.), Ars et ratio. Sciences,<br />

art et métiers dans la philosophie hellénistique et romaine, Bruselas, 2003, pág. 33.<br />

40Plat., Prot. 321c-323c.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 84 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


sica poseyó incluso la cualidad de la creación inventiva 41 , hecho éste<br />

que introducía a su vez la posibilidad de que la tekhnè fuera empleada<br />

para el bien o para el mal.<br />

En el pensamiento platónico la tekhnè debe repercutir en el sujeto<br />

42<br />

a fin de que reporte algún tipo de beneficio moral, intelectual o<br />

práctico sobre el mismo 43 . Sin embargo, esta finalidad dependía de<br />

quien ejerciera la tekhnè en cuestión dado que se encontraba capacitado<br />

para aplicarla buscando el bien o el mal. Así, un médico puede curar<br />

pero también es el que conoce el modo de hacer enfermar 44 . Este problema<br />

acerca del buen o mal uso de las technai es el que producía una<br />

dificultad para aceptarlas como fuentes de conocimiento verdadero.<br />

De esto último se deriva a su vez el problema de identificación de<br />

tekhnai en las fuentes. Es un concepto dual que a veces adoptaba una<br />

definición como conocimiento para obtener un fin previsto, y otras veces<br />

se aclara que la obtención de un fin no otorgaba al proceso el valor<br />

de tekhnè 45 . Esta ambigüedad se trasladó, como veremos, al pensamiento<br />

helenístico de la mano de la escuela estoica que asoció la Virtud a<br />

una tekhnè al ser un proceso que permitía llevar una vida justa y verdadera<br />

46 . Gracias a esta asimilación se consolidó la idea de que la verdadera<br />

tekhnè era aquélla que se encaminaba hacia los fines positivos.<br />

Esta evolución conceptual se apoyó en una mayor consideración de la<br />

experiencia individual.<br />

Como puede verse, el desarrollo de esta línea de pensamiento se<br />

tradujo en una separación efectiva entre aquellos que aplicaban una<br />

tekhnè y los que se valían de la misma para una búsqueda de la virtud.<br />

De este modo, se asentó la idea de un bien que podía ser aplicado hacia<br />

uno mismo o hacia la comunidad a pesar de que la parte práctica del<br />

41Sof., Ant. 365.<br />

42Plat., Ion 532c-533d.<br />

43Euthy. 292a.<br />

44HippMin. 367e-368a; 375b-376c.<br />

45R. Bett, “L’utilité des technai…”, op.cit. pág. 36.<br />

46Anécdota graeca Paris 1. 171. Por ello, no debe extrañarnos que varios siglos después un estoico<br />

como Marco Aurelio nos dijera que “no ejecutes ninguna acción al azar ni de otro modo que<br />

con una exacta conformidad con los preceptos del arte”, Med. 4.2, entendiendo por “arte” la technè<br />

como virtud.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 85 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


proceso corriera a cargo de un especialista. Éste se convertía en ejecutor<br />

de la voluntad de bien de otro, al cual correspondía la Virtud.<br />

El arte, pues, es considerado una actividad propia de la tekhnè<br />

que proporciona conocimiento a las cosas bellas 47 aunque no nos permita<br />

acceder a lo bello en sí mismo. De este modo, el artista o artesano<br />

actúa como un especialista de un determinado saber aunque la forma<br />

de construir su producto sea mediante poiésis a la manera de los poetas.<br />

Así, pueden transmitir sus enseñanzas de maestros a discípulos, ya<br />

que la forma de repetición de la actividad es mecánica. Queda en las<br />

manos de los artistas­artesanos el elaborar productos que se opongan al<br />

conocimiento sofista 48 , sea instrumento político o poético 49 , o simplemente<br />

elabore elementos prácticos de la vida diaria 50 .<br />

A partir de esta última idea podemos establecer un cierto criterio<br />

de separación y jerarquía de las artes en el pensamiento platónico. El<br />

principio que permite diferenciar unas de otras es la relación que guardan<br />

con la capacidad de ser medios para el conocimiento de la verdad<br />

(epistèmé). Las artes más elevadas (puras) se vinculan a aspectos diferentes<br />

de la construcción, como la arquitectura, la ingeniería, los astilleros<br />

y los carpinteros 51 . Las otras artes (impuras) son aquellas destinadas<br />

al entretenimiento o a la conjetura empírica, como la adivinación,<br />

la danza, la música, la medicina o la agricultura 52 . Como puede observarse,<br />

mientras las artes puras guardan una estrecha relación entre sí,<br />

las impuras parecen vincularse únicamente por el hecho de satisfacer<br />

experiencias del ser humano.<br />

No obstante, encontramos en la filosofía platónica la idea repetida<br />

de que cualquier arte, pura o impura, debe buscar la excelencia. Ésta<br />

se halla mediante la conjunción de su adecuada finalidad (es decir, que<br />

sirva para algo) y de su elaboración en arreglo a un canon propio de su<br />

especialidad 53 . En este sentido, puede entenderse el Canon que Policle­<br />

47Apol. 22d2.<br />

48Gor. 454a.<br />

49Apol. 22d.<br />

50Euthy. 281a.<br />

51Después de todo, un architecto no es más que un “supercarpintero” en sentido etimológico.<br />

52Philèb. 55d y ss.<br />

53Una norma en suma que fije los preceptos de un arte concreto, Tim. 46 de-e; Fed. 97c y ss.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 86 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


to ejemplificó en su Diadumenos (c. 435 a. C.) y que debía servir como<br />

modelo proporcional para las manifestaciones propias de la tekhnè escultórica.<br />

El modelo es lo que permite establecer en la República una<br />

distancia entre aquellos artistas que indican el camino a la Verdad y<br />

aquellos que la imitan impidiendo un acceso directo a la misma 54 .<br />

El modelo es también una alegoría o una ejemplificación del<br />

modo en el cual el artista contribuye, con su obra parcial, a un conocimiento<br />

más global. Permite conocer la causalidad del mundo 55 al actuar<br />

como una acción demiúrgica 56 . De este modo, la actividad artística,<br />

como tekhnè, no es sólo una acción cuyo juicio deba valorarse en el<br />

producto final sino en la medida en la que participa del orden general<br />

de las cosas (kosmos). Esto llevó a Platón a establecer un segundo tipo<br />

de división entre artes divinas y humanas 57 . En el fondo, no es más que<br />

una división entre las producciones que permiten conocer la realidad y<br />

aquéllas que la imitan.<br />

Si bien es cierto que en esta última idea se profundiza algo más<br />

sobre la experiencia del sujeto respecto al objeto artístico. Quien efectúa<br />

la acción de conocimiento a través del mismo no es quien produce<br />

ese objeto, sino una persona ajena a la elaboración 58 . Por tanto, el receptor<br />

de la experiencia es quien no interviene en la eficiencia del objeto<br />

artístico. Así, éste carece de autonomía puesto que por sí mismo no<br />

contiene más que un modelo. Si a la falta de autonomía se le añade la<br />

necesidad intelectual de interpretar la representación, entonces el objeto<br />

artístico pierde eficiencia y se vuelve pernicioso, como sucede con la<br />

pintura y la retórica.<br />

En la filosofía de Aristóteles pueden evidenciarse los cambios de<br />

los tiempos que le tocó vivir. Una de las diferencias con Platón es la separación<br />

conceptual entre épistemè y tekhnè. Para Aristóteles, un artista<br />

como Policleto puede llegar a alcanzar la excelencia por su labor, que<br />

54Rep. 10, 596b-598b.<br />

55La génesis del mismo en tanto que pasado, y la providencia, como futuro.<br />

56Este principio fue refutado por Anaxágoras, vd. Fed. 98b-99c. Platón recurre con frecuencia<br />

a buscar las causas de los cambios en las huellas que estos dejan y que el ser humano mismo provoca,<br />

Leg. 10. 902e y ss.<br />

57Rep. 10.<br />

58Rep. 1. 341c-e.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 87 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


es el fundido en bronce, el golpe del cincel, pero su labor (su tekhnè)<br />

no puede proporcionar verdad 59 . Este “defecto” se encuentra en la génesis<br />

de un producto que puede ser bueno o malo, es decir, el artista es<br />

el que causa que un trozo de metal o de mármol al que se le aplica una<br />

técnica pueda tener o no excelencia. Esto implica, en conclusión, que la<br />

aplicación de tekhnè por sí sola no garantiza el resultado óptimo del<br />

producto.<br />

Por todo ello, la tekhnè se desvincula de la ciencia, ya que posee<br />

varias premisas de las cuales sólo una es universal. Al mismo tiempo,<br />

sin embargo, debe existir una conexión de una de las dos premisas técnicas<br />

(resultado bueno/resultado malo) y la conclusión final. En cambio,<br />

en el pensamiento científico aristotélico hay dos premisas que pueden<br />

satisfacer el resultado y, por tanto, ninguna de ellas es universal. El<br />

arte, visto así, no puede darse como resultado de premisas verdaderas<br />

ya que como tekhnè no permite discernir, a priori, una buena de otra<br />

errónea.<br />

AR<br />

59Ar., EthNic 6.3. 1139b15-17.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 88 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Fragmento inicial de Ética a Nicómaco<br />

Aristóteles 60<br />

De las morales de Aristóteles, escritos a Nicómaco, su hijo, y por esta<br />

causa llamados nicomaquios.<br />

Argumento del libro primero<br />

En el primer libro inquiere Aristóteles cuál es el fin de las humanas acciones,<br />

porque entendido el fin, fácil cosa es buscar los medios para lo alcanzar;<br />

y el mayor peligro que hay en las deliberaciones y consultas, es el<br />

errar el fin, pues, errado éste, no pueden ir los medios acertados. Prueba<br />

el fin de las humanas acciones ser la felicidad, y que la verdadera felicidad<br />

consiste en hacer las cosas conforme a recta razón, en que consiste la virtud.<br />

De donde toma ocasión para tratar de las virtudes.<br />

En el primer capítulo propone la definición del bien, y muestra cómo<br />

todas las humanas acciones y elecciones van dirigidas al bien, ora que en<br />

realidad de verdad lo sea, ora que sea tenido por tal. Pone asimismo dos<br />

diferencias de fines: unos, que son acciones, como es el fin del que aprende<br />

a tañer o cantar, y otros, que son obras fuera de las acciones, como es el<br />

fin del que aprende a curar o edificar. Demuestra asimismo cómo unas cosas<br />

se apetecen y desean por sí mismas, como la salud, y otras por causa<br />

de otras, como la nave por la navegación, la navegación por las riquezas,<br />

las riquezas por la felicidad que se cree o espera hallar en las riquezas.<br />

Capítulo I<br />

Cualquier arte y cualquier doctrina, y asimismo toda acción y elección,<br />

parece que a algún bien es enderezada. Por tanto, discretamente<br />

definieron el bien los que dijeron ser aquello a lo cual todas las cosas se<br />

60 Traducción de Pedro Simón Abril (1530­1595).<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 89 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


enderezan. Pero parece que hay en los fines alguna diferencia, porque<br />

unos de ellos son acciones y otros, fuera de las acciones, son algunas<br />

obras; y donde los fines son algunas cosas fuera de las acciones, allí<br />

mejores son las obras que las mismas acciones. Pero como sean muchas<br />

las acciones y las artes y las sciencias, de necesidad han de ser los fines<br />

también muchos. Porque el fin de la medicina es la salud, el de la arte<br />

de fabricar naves la nave, el del arte militar la victoria, el de la disciplina<br />

familiar la hacienda. En todas cuantas hay desta suerte, que debajo<br />

de una virtud se comprenden, como debajo del arte del caballerizo el<br />

arte del frenero, y todas las demás que tratan los aparejos del caballo; y<br />

la misma arte de caballerizo, con todos los hechos de la guerra, debajo<br />

del arte de emperador o capitán, y de la misma manera otras debajo de<br />

otras; en todas, los fines de las más principales, y que contienen a las<br />

otras, más perfectos y más dignos son de desear que no los de las que<br />

están debajo de ellas, pues éstos por respecto de aquéllos se pretenden,<br />

y cuanto a esto no importa nada que los fines sean acciones, o alguna<br />

otra cosa fuera dellas, como en las sciencias que están dichas.<br />

Presupuesta esta verdad en el capítulo pasado, que todas las acciones<br />

se encaminan a algún bien, en el capítulo II disputa cuál es el bien humano,<br />

donde los hombres deben enderezar como a un blanco sus acciones<br />

para no errarlas, y cómo éste es la felicidad. Demuestra asimismo cómo el<br />

considerar este fin pertenece a la disciplina y sciencia de la república,<br />

como a la que más principal es de todas, pues ésta contiene debajo de sí<br />

todas las demás y es la señora de mandar cuáles ha de haber y cuáles se<br />

han de despedir del gobierno y trato de los hombres.<br />

Capítulo II<br />

Pero si el fin de los hechos es aquel que por sí mismo es deseado, y<br />

todas las demás cosas por razón de aquél, y si no todas las cosas por razón<br />

de otras se desean (porque desta manera no tendría fin nuestro deseo,<br />

y así sería vano y miserable), cosa clara es que este fin será el mismo<br />

bien y lo más perfecto, cuyo conocimiento podrá ser que importe<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 90 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


mucho para la vida, pues teniendo, a manera de ballesteros, puesto<br />

blanco, alcanzaremos mejor lo que conviene. Y si esto así es, habremos<br />

de probar, como por cifra, entender esto qué cosa es, y a qué sciencia o<br />

facultad toca tratar dello. Parece, pues, que toca a la más propria y más<br />

principal de todas, cual parece ser la disciplina de república, pues ésta<br />

ordena qué sciencias conviene que haya en las ciudades, y cuáles, y<br />

hasta dónde conviene que las aprendan cada uno. Vemos asimismo que<br />

las más honrosas de todas las facultades debajo de ésta se contienen,<br />

como el arte militar, la sciencia que pertenece al regimiento de la familia,<br />

y la retórica. Y pues ésta de todas las demás activas sciencias usa y<br />

se sirve, y les pone regla para lo que deben hacer y de qué se han de<br />

guardar, síguese que el fin désta comprenderá debajo de sí los fines de<br />

las otras, y así será éste el bien humano. Porque aunque lo que es bien<br />

para un particular es asimismo bien para una república, mayor, con<br />

todo, y más perfeto parece ser para procurarlo y conservarlo el bien de<br />

una república. Porque bien es de amar el bien de uno, pero más ilustre<br />

y más divina cosa es hacer bien a una nación y a muchos pueblos. Esta<br />

doctrina, pues, que es sciencia de república, propone tratar de todas estas<br />

cosas.<br />

En el capítulo III nos desengaña que en esta materia no se han de buscar<br />

demonstraciones ni razones infalibles como en las artes que llaman<br />

matemáticas, porque esta materia moral no es capaz dellas, pues consiste<br />

en diversidad de pareceres y opiniones, sino que se han de satisfacer con<br />

razones probables los lectores. Avísanos asimismo cómo esta doctrina requiere<br />

ánimos libres de pasión y sosegados, ajenos de toda codicia y aptos<br />

para deliberaciones, cuales suelen ser los de los que han llegado a la madura<br />

edad. Y así los mozos en edad o costumbres no son convenientes lectores<br />

ni oyentes para esta doctrina, porque se dejan mucho regir por sus<br />

proprios afectos, y no tienen, por su poca edad, experiencia de las obras<br />

humanas.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 91 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Capítulo III<br />

Pero harto suficientemente se tratará desta materia, si conforme a la<br />

subjeta materia se declara. Porque la claridad no se ha de buscar de<br />

una misma suerte en todas las razones, así como ni en todas las obras<br />

que se hacen. Porque las cosas honestas y justas de que trata la disciplina<br />

de república, tienen tanta diversidad y escuridad, que parece que<br />

son por sola ley y no por naturaleza, y el mismo mal tienen en sí las cosas<br />

buenas, pues acontece muchos por causa dellas ser perjudicados.<br />

Pues se ha visto perderse muchos por el dinero y riquezas, y otros por<br />

su valentía. Habémonos, pues, de contentar con tratar destas cosas y de<br />

otras semejantes, de tal suerte, que sumariamente y casi como por cifra,<br />

demostremos la verdad; y pues tratamos de cosas y entendemos en<br />

cosas que por la mayor parte son así, habémonos de contentar con colegir<br />

de allí cosas semejantes; y desta misma manera conviene que recibamos<br />

cada una de las cosas que en esta materia se trataren. Porque de<br />

ingenio bien instruido es, en cada materia, hasta tanto inquirir la verdad<br />

y certidumbre de las cosas, cuanto la naturaleza de la cosa lo sufre<br />

y lo permite. Porque casi un mismo error es admitir al matemático con<br />

dar razones probables, y pedirle al retórico que haga demostraciones. Y<br />

cada uno, de aquello que entiende juzga bien, y es buen juez en cosas<br />

tales y, en fin, en cada cosa el que está bien instruido, y generalmente<br />

el que en toda cosa está ejercitado. Por esta causa el hombre mozo no<br />

es oyente acomodado para la disciplina de república, porque no está<br />

experimentado en las obras de la vida, de quien han de tratar y en<br />

quien se han de emplear las razones de esta sciencia. A más desto,<br />

como se deja mucho regir por las pasiones de su ánimo, es vano e inútil<br />

su oír, pues el fin de esta sciencia no es oír, sino obrar. Ni hay diferencia<br />

si el hombre es mozo en la edad, o si lo es en las costumbres, porque<br />

no está la falta en el tiempo, sino en el vivir a su apetito y querer<br />

salir con su intención en toda cosa. Porque a los tales esles inútil cita<br />

sciencia, así como a los que en su vivir no guardan templanza. Pero<br />

para los que conforme a razón hacen y ejecutan sus deseos, muy importante<br />

cosa les es entender esta materia. Pues cuanto a los oyentes, y al<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 92 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


modo que se ha de tener en el demostrar, y qué es lo que proponemos<br />

de tratar, basta lo que se ha dicho.<br />

En el capítulo IV vuelve a su propósito, que es a buscar el fin de las<br />

obras de la vida, y muestra cómo en cuanto al nombre de todos convenimos,<br />

pues todos decimos ser el fin universal de nuestra humana vida la felicidad,<br />

pero en cuanto a la cosa discrepamos mucho. Porque en qué consiste,<br />

esta felicidad, no todos concordamos, y así recita varias opiniones<br />

acerca de en qué consiste la verdadera felicidad; después propone el modo<br />

que ha de tener en proceder, que es de las cosas más entendidas y experimentadas<br />

por nosotros, a las cosas más escuras y menos entendidas, porque<br />

ésta es la mejor manera de proceder para que el oyente más fácilmente<br />

perciba la doctrina.<br />

A<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 93 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Polis D. C.<br />

Antón Rei<br />

Con esa llanura vasta de escaso lustre y olivos en lontananza, los habitantes<br />

del sitio donde vivía Iraklis miraban con desapego cuanto pasaba<br />

a su alrededor. Surcaban aquella tierra como lechuzas, sobrevolaban<br />

todo y le llamaban paisaje. No le pusieron nombre definitivo, sino que<br />

usaban datos aproximados que les servían de referencia. “Junto al<br />

meandro ancho”, “en la hondonada”, y así. Incluso el pueblo de casas<br />

bajas y muros toscos adecentados con cal brillante tenía un apelativo<br />

leve que se cambiaba de vez en cuando.<br />

Iraklis Uno cargó una mula, algunos pertrechos y la condujo hasta<br />

un puerto vecino. Tras un mal paso en una taberna, en un hospedaje o<br />

puede que en algo peor, el joven itinerante fue fulminado por la desdicha.<br />

Otro viajero lo importunó con su estilete de bronce, que al poco<br />

rato lo convirtió en homicida. Fin del camino, también de su aportación.<br />

Fueron diez años, puede que nueve, los que cocieron a fuego lento<br />

las ambiciones de Iraklis hijo. El vástago del primero cargó sus cosas en<br />

un hatillo y anduvo un trecho hasta su destino. De nuevo un mesón con<br />

brío, también un lugar con mar. Iraklis Dos temió seguir los pasos de su<br />

tutor si se jugaba a los dados unas monedas con los bribones de aquella<br />

mesa y se giró sobre sobre sus talones.<br />

Volvió a su pueblo cubierto de polvo pero contento de seguir vivo,<br />

con piezas de plata en la faltriquera y algo de pan y cebolla. Cuando los<br />

hombres que compartían su gentilicio volvían de trabajar en el campo,<br />

se sorprendieron al ver su sonrisa por el camino. Acrisio Frutos maldijo<br />

luego en voz alta:<br />

–Cruzarse con el fracaso trae mala suerte –lanzó un buen escupitajo<br />

sobre un pedazo de tierra.<br />

Al cabo de unas generaciones, en ese punto creció un olivo, y de Akrisio<br />

Frutos, sus compañeros e Iraklis Uno jamás se supo. Tampoco que­<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 94 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


dó registro de Iraklis Dos. Pasaron todos por la memoria del pueblo<br />

como una promesa vaga, sin asentarse en ningún momento ni ser grabados<br />

en piedra.<br />

Aquel olivo desvencijado ya había dado varias cosechas de una aceituna<br />

amarga cuando pasó a su lado un rebaño de cabras. Las dirigía un<br />

pastor enjuto bajo un sombrero que le tapaba el rostro, haciendo que<br />

pareciese que su pescuezo no sujetaba nada. Vio que de frente se aproximaba<br />

otro hombre y los dos crujieron los dientes.<br />

Más que mirarse, se olisquearon cuando estuvieron cerca, lo suficiente<br />

para omitir un gruñido. Cuando ambos quedaron a sus espaldas,<br />

éstas se relajaron y el hombre viejo de cara oscura volvió a pensar en<br />

hacer más queso con el producto que daban las cabras.<br />

–Podrías cambiarlas por algo –le sugirió un vecino.<br />

–Por una docena de puercos, ¿quizás? ¿O acaso por tanto vino que<br />

no cupiese en veinte tinajas?<br />

<strong>Los</strong> planes del ganadero y su ensueño causaron hilaridad. Polibio<br />

dijo:<br />

–Prueba a contar historias –insinuaba que era un iluminado.<br />

Así, en el pueblo se sucedían los roces que provocaba el aburrimiento<br />

sumado a un sol de justicia. El calor chamuscaba el suelo y lo obligaba<br />

a dar poco, tensando por el camino el ánimo de la gente y conduciéndola<br />

hacia cálculos deshonestos.<br />

–Si hubiese algo que robar, robaría.<br />

El mantra que circulaba en la atmósfera miserable de aquellos campos<br />

sonaba así, como una amenaza abortada por las limitaciones y por<br />

la falta de arrestos. Entonces algunos elucubraban, creaban otros lugares<br />

en su cerebro y aparecía el mar. Lo hacía repleto de barcos con tripulantes<br />

y las bodegas llenas, quintales de mercancía humana y de productos<br />

metidos en ánforas.<br />

–Suelen aparecer de pronto, sin avisar. Se trata de interceptar los<br />

barcos en una bahía nimia, como un marrajo que acecha a su presa en<br />

una tarde sin sobresaltos.<br />

–No harías eso en la vida, tú temes a la reacción de los dioses.<br />

El protonauta dio un salto bajo una encina.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 95 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


–¿Estás seguro? ¿Es que no has visto mi tripa? –estaba dura, se hinchaba<br />

cada vez más.<br />

–Ni sabes pescar marrajos, ni te ha rozado el salitre; cualquier intento<br />

en ese sentido sería como una losa. Yo por mi parte prefiero reflexionar.<br />

Se hizo un silencio incómodo, pero sonó un capón a doscientos metros.<br />

–En ese caso criaré animales mientras tocamos el arpa –las risas se<br />

solaparon y resultaron rotundas.<br />

Otras alternativas más arriesgadas, o al menos tanto, surgían al mismo<br />

tiempo a escasa distancia. Pasaban por la violencia institucional,<br />

ejercida por polis beligerantes contra las que eran ajenas, aunque de<br />

vez en cuando los dioses les deparaban sorpresas a los soldados desprevenidos,<br />

a comandantes tercos o a la ambición desmedida que desbordaba<br />

a sus dirigentes.<br />

–Las ganas de abuso conducen siempre al desastre, ¡pero sin ellas<br />

todo es tan aburrido! <strong>Los</strong> días son un efecto cíclico que provocó el tedio<br />

–se hizo un inciso– ¿Me pasas más vino aguado?<br />

En cuanto Crátero Fletcher lo tuvo a mano, bebió del cáliz sin miramientos,<br />

con devoción creciente a medida que aquel fluido le desbordaba<br />

la boca. Mientras lo hacía, causaba asco en los asistentes, que imaginaban<br />

a Fletcher cayendo en tromba hasta un estado que oscureciese el<br />

alma.<br />

–Ya no nos queda agua –le sugirieron con elegancia para lograr que<br />

parara.<br />

–Pues dile a Dámaso que traiga más –aquí el esclavo miró a su amo.<br />

Siguió clavado en su sitio.<br />

En vista de la inacción de los responsables de confortarlo, Crátero<br />

desempolvó el camino hacia la barbarie.<br />

–En ese caso lo tomaré solo. Dámaso hosco, acércame todo el vino.<br />

Se sucedieron las insolencias tenues y el invitado al final claudicó.<br />

Cambió su cáliz por unas pasas que fue devorando mientras trazaba<br />

planes contra Tesalia. A ratos le molestaba su espíritu, que recordaba<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 96 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


dócil tras un viaje; en otros le carcomía su devoción, capaz de aplazar<br />

decisiones si así lo dictaba un oráculo.<br />

–Pues yo prefiero incordiar a los epirotas. Hasta he compuesto unos<br />

versos para que sirvan de ejemplo.<br />

El anfitrión, Ptolomeo López, se incorporó levemente, como si lo<br />

ocurrido hasta entonces hubiese sido un preámbulo. Entonces lanzó sus<br />

composiciones del mismo modo en que los peltastas tiraban piedras<br />

usando hondas.<br />

Me gustan las grebas pisoteadas de Epiro<br />

sembrando el campo donde ocurrió todo:<br />

el martirio, la gloria, el pavor y la lejanía.<br />

Qué gruesos son los insultos<br />

oídos en el fragor de este tránsito de alacranes<br />

y qué seboso el triunfo resbaladizo.<br />

Cuando hayan pasado quinientos años<br />

y se transformen en alabastro,<br />

puede que ya no interesen mucho<br />

los hechos que desmembraron a esa ciudad.<br />

–Bravo, fiel compañero de armas, ése es el ímpetu que buscamos en<br />

los que empujan las lanzas. ¿Crees que podremos juntar setecientas<br />

para la próxima?<br />

Mirónides terció desde fuera. Hasta ese instante se había quedado al<br />

margen.<br />

–Olvidáis que en Tesalia tienen escudos de bronce.<br />

Ptolomeo amagó con argumentar, pero le daba rabia opinar lo mismo<br />

que Crátero. Esperó a que éste se pronunciase para observar su<br />

flanco.<br />

–Eso parece, sí… –Crátero contuvo el carácter que había heredado<br />

del viejo Fletcher y posó la mirada en un perro rubio. Trataba de ganar<br />

tiempo para enfadar a su rival Ptolomeo, que lo esperaba impaciente<br />

mientras mordía unos cereales.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 97 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Por un momento los tres convocados se analizaron, dos invitados y<br />

el hombre que estaba en su casa. <strong>Los</strong> tres planeaban una alianza para<br />

atacar Tesalia, pero ninguno se decidía a ser el primero en hablar. De<br />

hacerlo, parecería que le picaba una especie de nerviosismo etéreo, o<br />

de impaciencia, o de algo que se pudiese asociar con el miedo.<br />

–Propongo un brindis por el Egeo. No hay aguas más cristalinas –en<br />

cuanto Crátero alzó su copa, se hizo un silencio aún mayor.<br />

A Ptolomeo le hubiese gustado soltar improperios, pero sería caer en<br />

la trampa. Eso era Crátero Fletcher, un peculiar tramposo que siempre<br />

lanzaba envites. De no ser por sus recursos, le habría tapado la boca<br />

con un gladiolo, lo haría hasta atascarle el gaznate. En todo caso, siguió<br />

el silencio y ni Mirónides se inmutó. Creía que Ptolomeo estaba al límite<br />

de sus fuerzas, que en un instante sucumbiría a los ardides de Crátero.<br />

Al ver que eso no ocurría, él mismo proporcionó un estímulo.<br />

–Por nuestro mar –chocó su copa con la de Fletcher como si ambos<br />

fuesen garantes de la talasocracia.<br />

Un Ptolomeo menguado no tuvo otro remedio que claudicar. Ni atacarían<br />

Tesalia el verano siguiente, ni había logrado imponerse en su<br />

propia casa. Si había otra vez en la que el futuro de aquella polis y sus<br />

vecinos pendiese en parte de sus deseos, lo más juicioso que emprendería<br />

sería volcar cicuta en la copa de Crátero. Se la pondría en el vino sin<br />

rebajar.<br />

Acaso después viniese una consternación animada y pública, con mil<br />

plañideras gimiendo por el cretino.<br />

–Era una bestia inmunda. Guardad el llanto para más tarde.<br />

Se refería al hecho, poco probable, de que viniese un destierro inminente<br />

a resultas de su autoría. El delito se plasma en el alma de quien<br />

lo empuña cuando es por culpa de sentimientos bravos como la ira o el<br />

odio firme, y a Ptolomeo se le notaba como si fuese una cicatriz. Por<br />

eso mismo, las pruebas lo señalaban de una manera tan clara que el<br />

propio Mirónides se postuló para ejecutarlo.<br />

–Has deshonrado la historia de nuestra polis, mereces morir como<br />

Crátero.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 98 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Nada que Ptolomeo López no hubiese escuchado ya. Cuando era joven<br />

le habían untado un sermón similar a un joven guerrero en toda la<br />

cara. Su error fue sobrevivir, evitar que la lengua de hierro y fuego que<br />

recorrió una planicie seca se lo llevase consigo de una tacada. Abandonó<br />

su panoplia junto a una roca y le dio tiempo hasta de alegrarse.<br />

También la familia cantó su regreso con alegría y mató un cordero para<br />

un banquete frugal, sólo que al poco tiempo otros clanes con menos<br />

suerte les reprocharon aquella medida.<br />

–¡Cobarde!<br />

–¡Somos un pueblo sin tradición militar! Tú mismo te deslomabas<br />

cogiendo uvas en vez de luchar con brío.<br />

–¡Es un cobarde, da igual!<br />

La polis se transformó en tribunal sumarísimo del mismo modo que<br />

con frecuencia se travestía de impuestos altos, o de medidas, o de cualquier<br />

norma extraña e impopular. Ese gobierno gerontocrático cercano<br />

a la muerte más que a la vida y a su disfrute había sido más implacable<br />

con aquel hijo, que en la batalla cuando llegó su rival. Fueron tenaces,<br />

y al infractor le borraron la risa que había surgido junto a una roca.<br />

Ahora que lo envolvía una atmósfera similar, el cuerpo de Ptolomeo<br />

ya no temblaba como la vez en que fue testigo de esa desdicha. A fin de<br />

cuentas, nunca había creído en los dioses, y si la muerte llegaba pronto,<br />

su resultado sería el mismo que si cayese rendido tras diez jornadas<br />

agotadoras.<br />

–Sólo me duele saber la fecha. De lo contrario, valoraría el ahorro<br />

de sufrimiento.<br />

En ese punto miró a los suyos con compasión, como apenándose de<br />

que siguiesen vivos mientras la vil cicuta se apoderaba del organismo<br />

de Ptolomeo. Si por él fuera, compartiría su dosis con familiares y extraños,<br />

incluso la extendería a aquellas personas que sin saberlo, se habían<br />

cruzado por su camino en algún momento.<br />

Su última noche le pareció más leve de lo común, pues el insomnio<br />

le resultaba tan cotidiano que las molestias no diferían mucho de lo esperado.<br />

En cambio, le incomodaba perder el tiempo en divagaciones<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 99 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


que no llevaban a ningún sitio y el nerviosismo empeoraba al aproximarse<br />

el día.<br />

Por la mañana, la violencia de la república alcanzó su cenit en forma<br />

de trago y semillas. No hubo intentos expansionistas desde ese instante,<br />

ni aquella polis enana que castigaba con contundencia a sus hijos<br />

díscolos volvió a ser rival para sus vecinos, si es que en algún momento<br />

habían temido su disciplina. Su nombre siguió cubierto de polvo y cascotes<br />

en medio de lobos que la asediaban y proponían tratos cabrones.<br />

Más aristócratas como aquel Ptolomeo o Crátero tuvieron que resignarse<br />

a aceptarlos, ya que las hembras de sus rivales parían sin gran esfuerzo<br />

docenas de hoplitas cubiertos de bronce.<br />

Cuando éstos se perfilaban sobre la línea del horizonte, se avecinaban<br />

tiempos de sinrazón y de cuero. Un nuevo Iraklis propuso medidas<br />

a todos.<br />

–Debemos ser excelentes –Iraklis Novo no concretó.<br />

–Yo soy solvente en mi artesanía, ¿podría servir de algo? –fue la<br />

pregunta de un ciudadano.<br />

Más tarde le contestaron que sí.<br />

Y sin embargo, el comercio no prosperaba y la cerca que constreñía<br />

a los habitantes palidecía entre muestras de aburrimiento y menciones<br />

soeces.<br />

–¡Abajo esta tiranía cutre! ¡Que vuelva el gobierno de los mejores!<br />

Algunos sofistas idolatraron entonces a Crátero, aquél que en los<br />

años fuertes se había propuesto descoyuntar Tesalia. También restauraron<br />

a Ptolomeo y dibujaron otro Mirónides, poniendo en sus labios finos<br />

sentencias arrolladoras.<br />

–¡Con ellos no hubiese pasado! –vociferaban blandiendo antorchas<br />

que consumían brea.<br />

Nacieron un triunvirato póstumo, un nuevo culto y estatuas de mármol.<br />

Lo cierto es que no recordaban nada a los modelos originales, que<br />

se inspiraban en los retratos de algunas polis vecinas. En ellas había hechos<br />

que exagerar, como matanzas en las llanuras o expediciones por<br />

tierra firme, a las que la distancia y el tiempo reconvertían en actos de<br />

envergadura.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 100 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Alcetas Philips dio buena cuenta de estos progresos en el terreno de<br />

la mitología y puso letra a los versos orales, a las historias desdibujadas<br />

que iban surgiendo sobre la marcha. Formaron un evangelio con tres<br />

profetas.<br />

–Nuestro pasado reclama atacar Tesalia. ¡Traigamos más carne y<br />

vino para aplacar a los dioses!<br />

En medio de panegíricos y alabanzas a los ausentes, exégetas como<br />

Philips dieron licencia a una tiranía nueva para medrar. El día de la coronación<br />

de Eusebio, se redoblaron las referencias a Ptolomeo y los<br />

mártires.<br />

–Sin ellos yo no estaría aquí. Debemos honrar su memoria.<br />

La polis del nombre olvidado gritó al unísono:<br />

–¡Viva Eusebio! –y las lanzas apuntaron hacia Tesalia.<br />

AR<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 101 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Teogonía<br />

Inicio y Edades de la Humanidad<br />

Hesíodo 61<br />

En otro tiempo, a Hesíodo enseñaron ellas un hermoso canto, mientras<br />

apacentaba él sus rebaños bajo el Helicón sagrado. Y por lo pronto,<br />

me hablaron a sí esas Diosas, las Musas Olimpiadas, hijas de Zeus tempestuoso:<br />

–“Pastores que dormís al aire libre, raza vil, que no sois más que<br />

vientres: nosotras sabemos decir mentiras numerosas semejantes a las<br />

cosas verdaderas; pero también, cuando nos place, sabemos decir la<br />

verdad”.<br />

Hablaron así las hijas veraces del gran Zeus, y me dieron un cetro,<br />

una rama de verde laurel admirable de coger; y me inspiraron una voz<br />

divina, con objeto de que pudiese yo decir las cosas pasadas y futuras; y<br />

me ordenaron que cantase a la raza de los dichosos Inmortales y a ellas<br />

mismas, que cantara siempre desde el principio hasta el fin.<br />

[…]<br />

Cuando al mismo tiempo nacieron los Dioses y los hombres mortales,<br />

primero los Inmortales que tienen moradas olímpicas crearon la<br />

Edad de Oro de los hombres que hablan. Bajo el imperio de Cronos que<br />

mandaba en el Urano, vivían como Dioses, dotados de un espíritu tranquilo.<br />

No conocían el trabajo, ni el dolor, ni la cruel vejez; guardaban<br />

siempre el vigor de sus pies y de sus manos, y se encantaban con festines,<br />

lejos de todos los males, y morían como se duerme. Poseían todos<br />

los bienes; la tierra fértil producía por sí sola en abundancia; y en una<br />

tranquilidad profunda, compartían estas riquezas con la muchedumbre<br />

de los demás hombres irreprochables.<br />

61 Traducción de Leconte de Lisle, 1918.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 102 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Pero, después de que la tierra hubo escondida esta generación, se<br />

convirtieron en Dioses, por voluntad de Zeus, aquellos hombres excelentes<br />

y guardianes de los mortales. Vestidos de aire, van por la tierra,<br />

observando las acciones buenas y malas, y otorgando las riquezas, porque<br />

tal es su real recompensa.<br />

Después, los habitantes de las moradas olímpicas suscitaron una segunda<br />

generación muy inferior, la Edad de Plata, que no era semejante<br />

a la Edad de Oro ni en el cuerpo ni en la inteligencia. Durante cien<br />

años, el niño era criado por su madre y crecía en su morada, pero sin<br />

ninguna inteligencia; y cuando había alcanzado la adolescencia y el término<br />

de la pubertad, vivía muy poco tiempo, abrumado de dolores a<br />

causa de su estupidez. En efecto, los hombres no podían abstenerse entre<br />

ellos de la injuriosa iniquidad, y no querían honrar a los Dioses, ni<br />

sacrificar en los altares sagrados de los Bienaventurados, como está<br />

prescrito a los hombres por el uso.<br />

Y Zeus Crónida, irritado, los absorbió, porque no honraban a los<br />

Dioses que habitan el Olimpo.<br />

Después de que la tierra hubo escondido esta generación, estos mortales<br />

fueron llamados los Dichosos subterráneos. Están en segunda fila,<br />

pero se respeta su memoria.<br />

Y el Padre Zeus suscitó una tercera raza de hombres parlantes, la<br />

Edad de Bronce, muy desemejante a la Edad de Plata. Al igual de fresnos,<br />

violentos y robustos, estos hombres no se preocupaban sino de in<br />

jurias y de trabajos lamentables de Ares. No comían trigo, eran feroces<br />

y tenían el corazón duro como el acero. Era grande su fuerza, y sus manos<br />

inevitables se alargaban desde los hombros sobre sus miembros robustos.<br />

Y sus armas eran de bronce y sus moradas de bronce, y trabajaban<br />

el bronce, porque aún no existía el hierro negro. Domeñándose entre<br />

sí con sus propias manos, descendieron a la morada amplía y helada<br />

de Edes, sin honores. La negra Tánatos los asió, a pesar de sus fuerzas<br />

maravillosas, y dejaron la espléndida luz de Helios.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 103 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Así las cosas, el orden universal se hubiese perdido; y Eón hubiese<br />

aniquilado la insémine armonía de las estirpes humanas. Pero, ante las<br />

órdenes divinas de Zeus, el de oscura caballera, tomó su tridente cortatierra,<br />

y cortó el pico medio de la cima tesalia. A través del agujero hecho<br />

en la montaña, la extraordinaria inundación se retiró. Y la Tierra,<br />

tras despojarse por altos caminos de la vertiente del diluvio, volvió sobre<br />

su senda. <strong>Los</strong> montes fueron liberados de los torrentes, que eran<br />

transportados a profundidades cavernosas. El Sol lanzó su sediento resplandor<br />

sobre la húmeda faz de la tierra, que se fue secando poco a<br />

poco. Por los cálidos rayos, el cielo volvió a ponerse árido como antes,<br />

libre de los enormes flujos. Y las ciudades fueron construidas de nuevo<br />

por los hombres, con mayor arte. Fueron establecidas sobre pétreos cimientos,<br />

y reedificados los palacios. Las calles de las nuevas ciudades<br />

fueron implantadas en forma de círculo, para los futuros humanos. Y la<br />

Naturaleza volvió a reír, pues de nuevo el aire era surcado por las aves<br />

que vuelan por los alados vientos.<br />

Inmediatamente Eros, labriego del amor, fecundó el mundo silvestre<br />

con el fruto que vuelve a renacer de la siempre fluyente vida, tras colocar<br />

el esperma fecundo del varón en el surco de la hembra. Y la Naturaleza<br />

que nutre a su prole echó raíces: al mezclar con la tierra el fuego y<br />

el agua combinada con aire, modeló un retoño humano compuesto de<br />

cuatro ligamentos. Pero la tristeza de muchas maneras se apoderó de la<br />

vida de los mortales: comenzó el trabajo y no vieron fin los cuidados.<br />

Entonces, Eón le hizo ver a su compañero Zeus, todopoderoso, cómo el<br />

género humano estaba aplastado por los males y privado de la dicha. Es<br />

que el padre aún no había desanudado los hilos del alumbramiento del<br />

vástago ni había arrojado de su fecundo muslo a Baco, que se convertiría<br />

en descanso para las tribulaciones humanas.<br />

Después de que la tierra hubo escondido esta generación, Zeus Crónida<br />

suscitó otra divina raza de héroes más justos y mejores, que fueron<br />

llamados Semidioses en toda la tierra por la generación presente. Pero<br />

la guerra lamentable y la refriega terrible los destruyeron a todos, a<br />

unos en la tierra Cadmeida, delante de Tebas la de las siete puertas, en<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 104 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


tanto combatían por los rebaños de Edipo; y a los otros, cuando en sus<br />

naves fueron a Troya, surcando las grandes olas del mar, a causa de<br />

Helena la de hermosos cabellos, los envolvió allí la sombra de la muerte.<br />

Y el Padre Zeus les dio un sustento y una morada desconocidos de<br />

los hombres, en las extremidades de la tierra. Y estos héroes habitan<br />

apaciblemente las islas de los Bienaventurados, allende el profundo<br />

Océano. Y allí, tres veces por año, les da la tierra sus frutos.<br />

¡Oh, si no viviera yo en esta quinta generación de hombres, o más<br />

bien, si hubiera muerto antes o nacido después! Porque ahora es la<br />

Edad de Hierro. <strong>Los</strong> hombres no cesarán de estar abrumados de trabajos<br />

y de miserias durante el día, ni de ser corrompidos durante la noche,<br />

y los Dioses les prodigarán amargas inquietudes. Entretanto, los<br />

bienes se mezclarán con los males.<br />

H<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 105 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


POESÍA<br />

Oda Primera<br />

Píndaro 62<br />

A GERÓN, REY DE SIRACUSA, VENCEDOR EN LAS CARRERAS DE CABALLOS.<br />

Nada hay mejor que el agua: brilla el oro<br />

como luciente llama en noche oscura<br />

entre las joyas de real tesoro.<br />

¿No ves ¡oh Musa! en la celeste altura<br />

que en medio al solitario firmamento<br />

ninguna estrella como el sol fulgura?<br />

Si celebrar victorias es tu intento,<br />

a la Olímpica lid lleva tu lira;<br />

que otra no habrá más digna de tu acento.<br />

Ella a los vates el cantar inspira<br />

del Tonante en honor; con que resuena<br />

la augusta casa do Gerón respira;<br />

rey que a Sicilia (de ganados llena)<br />

mientras la flor de las virtudes liba,<br />

con cetro bienhechor rige y ordena.<br />

La música dulcísima cultiva,<br />

y, brillante cantor, el arpa hiere<br />

con que el poeta en el festín cautiva.<br />

62 Traducción de Ignacio Montes de Oca, Píticas, 1883.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 106 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Descuelga ya del clavo que la adhiere<br />

a la pared, la cítara de Doria<br />

¡oh Musa! si cantar tu numen quiere<br />

del Alfeo y Ferénico la gloria.<br />

¡Noble bridón! corrió sin acicate<br />

y a los brazos llevó de la victoria<br />

a su dueño, de Pisa en el combate.<br />

¡Ah! Con razón del Rey siracusano,<br />

sus corceles al ver, el pecho late.<br />

Su fama admira el pueblo fuerte y sano<br />

que Pélope de Lidia condujera;<br />

a quien amó Neptuno soberano,<br />

después que en la purísima caldera<br />

volvió a formar su cuerpo Cloto santa<br />

y el hombro de marfil le dio hechicera.<br />

Mil maravillas hay; y al hombre encanta<br />

fábula que de bella se gloría,<br />

más que verdad cuya crudeza espanta.<br />

Tal hermosura da la Poesía<br />

y tanta autoridad, que hace creíble<br />

lo que antes imposible parecía.<br />

Mas la posteridad es infalible<br />

juez. Hable de los Númenes el sabio<br />

sin proferir jamás calumnia horrible.<br />

¡Hijo insigne de Tántalo! el agravio<br />

de repetir antiguas falsedades,<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 107 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


no te hará, no, mi reverente labio.<br />

Cuando, correspondiendo a sus bondades<br />

en Sípilo a banquete sin mancilla<br />

convidó tu buen padre a las deidades,<br />

el dios, cuyo tridente al ponto humilla.<br />

Sobre sus yeguas de oro, enamorado,<br />

te trasportó de Olimpo a la alta silla,<br />

do el tierno Ganímedes fue llevado<br />

por el águila, el néctar delicioso<br />

a propinar a Jove destinado.<br />

Buscábante con rostro congojoso<br />

tu madre y sus amigos por doquiera;<br />

mas todo en vano. Entonces envidioso<br />

vecino, murmuró que en la caldera<br />

hecho pedazos mil, en agua hirviente<br />

tu cuerpo sumergió venganza fiera,<br />

y tus miembros, en mesa irreverente<br />

colocaron los dioses, su apetito<br />

en ti cebando con horrible diente.<br />

Yo blasfemias tamañas no repito.<br />

¿Cómo acusar a un dios de intemperancia?<br />

Es el murmurador siempre maldito.<br />

Si algún mortal se vio desde la infancia<br />

colmado de riquezas y de honores,<br />

por los que habitan la celeste estancia,<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 108 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


ese Tántalo fue; mas de favores<br />

gozar no supo su soberbia loca,<br />

a sus débiles fuerzas superiores;<br />

y sobre su cabeza enorme roca<br />

suspende Jove: aterrador castigo<br />

que a una inquietud eterna lo provoca.<br />

Y esta vida sin techo y sin abrigo,<br />

de la sed y del hambre los tormentos,<br />

y de insomnio sin fin, lleva consigo.<br />

El néctar y ambrosía tuvo alientos<br />

de robar a los dioses inmortales,<br />

y dar como vulgares alimentos<br />

en eterno festín, a sus iguales,<br />

los que inmortal lo hicieron. ¡Loca empresa!<br />

¿Qué se oculta a los ojos celestiales?<br />

Por crimen tal lo arrojan de su mesa<br />

sus divos padres; y sobre él de muerte<br />

la sentencia común, de nuevo pesa.<br />

Su juvenil mejilla apenas vierte<br />

la flor del primer bozo, cuando ansía<br />

a gloriosa doncella unir su suerte;<br />

mas antes de pedir a Hipodamía<br />

al Príncipe de Pisa, a la ribera<br />

del mar, va solitario en noche umbría;<br />

y al que en el ponto bramador impera<br />

con el áureo Tridente, el joven llama;<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 109 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


y el Numen de las aguas salta fuera.<br />

«¡Neptuno (dice), si de Venus ama<br />

tu ardiente pecho los preciosos dones,<br />

¡hoy tus favores sobre mí derrama!<br />

»Ya de Enomao, trece corazones<br />

la lanza atravesó; de su hija el lecho<br />

negando a los espléndidos varones.<br />

»Su férrea punta aparta de mi pecho;<br />

y a Elis volando en rápida cuadriga,<br />

a la victoria llévame derecho.<br />

»Aborrece el peligro y la fatiga<br />

imbele corazón; mas el valiente<br />

que de morir la certidumbre abriga,<br />

»¿cómo será posible que indolente,<br />

sin gloria y sin honor, vejez oscura<br />

en paz inútil a aguardar se siente?<br />

»De la victoria pende mi ventura,<br />

y emprenderé la lid: a mis afanes<br />

el anhelado triunfo tú asegura.»<br />

Dijo: y no fueron súplicas inanes.<br />

Neptuno lo agració con carro de oro<br />

y alados incansables alazanes.<br />

Ganó a Enomao el virginal tesoro,<br />

que seis héroes le dio, de las fulgentes<br />

virtudes, gratos al celeste coro.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 110 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Y hoy día, a funerales esplendentes<br />

cabe su altar y túmulo, a la orilla<br />

concurren del Alfeo extrañas gentes.<br />

De Pélope la prez de lejos brilla<br />

en la Olímpica lid, de ligereza<br />

y de atléticas fuerzas maravilla.<br />

¡Dichoso aquel que ciñe su cabeza<br />

con el lauro del triunfo! De dulzura<br />

vida eterna, y de paz, para él empieza.<br />

Place al mortal felicidad que dura<br />

más que otro galardón. Al caballero<br />

cuyo bridón cual vencedor figura,<br />

con Eólicos himnos tejer quiero<br />

corona triunfal. De altos loores<br />

otro más digno señalar no espero.<br />

¿Quién de los más esplendidos señores<br />

los corceles como él doma robusto,<br />

o conoce del arte los primores?<br />

Tu numen protector, ¡Gerón augusto!<br />

Con tal afán sobre tu gloria vela,<br />

que ordena los sucesos a tu gusto.<br />

Que presto entonaré, tu ardor revela,<br />

Himno más dulce a tu veloz cuadriga,<br />

Si no te deja su eficaz tutela.<br />

De Cronio la región, que el sol abriga,<br />

palabras me dará: flecha volante<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 111 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


me guarda en su carcaj la musa amiga.<br />

Es de mil modos el mortal brillante:<br />

La regia dignidad es la suprema;<br />

no aspires a pasar más adelante.<br />

Conserva hasta la muerte la diadema:<br />

cual la presente, espléndidas victorias<br />

a mis cánticos den sublime tema,<br />

y admire Grecia por doquier mis glorias.<br />

P<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 112 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Asterión<br />

José Luis Zerón Huguet<br />

Llegaste hasta el centro del laberinto<br />

como un extraño dispuesto al abrazo.<br />

Buenos días, inquietud.<br />

Buenas noches, convicción.<br />

Al cabo escarnecido y aclimatado,<br />

imaginaste muros para protegerte<br />

y ventanas para exhibirte<br />

y autopistas para la fuga.<br />

Hubo quien escribió:<br />

lasciate ogni speranza, voi ch´entrate.<br />

Saben los que están poseídos por el lenguaje<br />

que no hay palabras para describir<br />

la extensión intangible,<br />

pero no saben, claro que no, ¿acaso tú lo sabes?,<br />

que somos esclavos herrados a lomos del tigre,<br />

que estáticos o erráticos, nunca podremos alcanzar<br />

la distancia que somos.<br />

Otros fabricaron alas que el fuego consumió.<br />

Y hete aquí en esta encrucijada,<br />

despreciando los límites con la misma inocencia<br />

con que humean las brasas del desastre.<br />

Hete aquí<br />

observándolo todo,<br />

calculándolo todo,<br />

maquillando el espanto<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 113 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


con mirada de sobrevuelo.<br />

Quieres vivir,<br />

seguir viviendo todos los días,<br />

sin barruntar la pudrición.<br />

Quieres vivir<br />

confiando en las ventanas,<br />

en las puertas,<br />

en los pasillos,<br />

Quieres vivir<br />

en los atajos.<br />

deseando el abrazo de otro cuerpo.<br />

Quieres vivir<br />

creyendo en el ahora y el después,<br />

en el sí y en el quizá.<br />

Quieres seguir viviendo<br />

sin saber que tú eres al mismo tiempo<br />

el héroe, el monstruo y el laberinto.<br />

JLZH<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 114 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Fragmentos<br />

Heráclito<br />

Sabio es que quienes oyen, no a mí, sino a la razón, coincidan en<br />

que todo es uno.<br />

[…]<br />

Siendo esta razón eternamente verdadera, nacen los hombres incapaces<br />

de comprenderla antes de oírla y después de haberla oído. Pues<br />

sucediendo todo según esta razón, se asemejan a los carentes de experiencia,<br />

al hacer la experiencia de palabras y obras tales cuales yo voy<br />

desarrollándolas, analizando cada cosa según su naturaleza y explicando<br />

cómo es en realidad. Pero a los demás hombres se les esconde cuanto<br />

hacen despiertos, como olvidan cuanto hacen dormidos.<br />

[…]<br />

Escuchando incapaces de comprender se asemejan a los sordos: de<br />

éstos atestigua el proverbio que estando presentes, están ausentes.<br />

[…]<br />

Malos testigos los ojos y los oídos para los hombres que tienen almas<br />

de bárbaros.<br />

[…]<br />

Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás, pues es penoso y difícil<br />

de encontrar.<br />

[…]<br />

La naturaleza gusta de ocultarse.<br />

[…]<br />

Preciso es saber que la guerra es común; la justicia, contienda, y que<br />

todo acontece por la contienda y la necesidad.<br />

[…]<br />

El camino hacia arriba y hacia abajo, uno y el mismo.<br />

[…]<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 115 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre<br />

alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido<br />

según medida y apagado según medida.<br />

[…]<br />

<strong>Los</strong> buscadores de oro cavan mucha tierra y encuentran poco.<br />

[…]<br />

De cuanto hay vista, oído, ciencia, aquello honro yo ante todo.<br />

[…]<br />

Cambio del fuego todo y de todo el fuego, como del oro las mercancías<br />

y de las mercancías el oro.<br />

[…]<br />

¿Cómo ocultarse de lo que jamás se acuesta?<br />

[…]<br />

No hagamos al buen tuntún conjeturas sobre las más grandes cosas.<br />

[…]<br />

No puedes embarcar dos veces en el mismo río, pues nuevas aguas<br />

corren tras las aguas.<br />

[…]<br />

Nos embarcamos y no nos embarcamos en los mismos ríos, somos y<br />

no somos.<br />

[…]<br />

El hombre se enciende y apaga como una luz de noche.<br />

H<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 116 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Órbita y óbito<br />

Juan Trigo<br />

El Padre, con su magnetosfera de siete millones de kilómetros<br />

Despeina a sus antiguos cripto­amantes<br />

Antes efebos gráciles y bellos, ahora cáscaras de espectro<br />

Tres milenios tras el esplendor heleno<br />

El ocaso es un acto reflejo; va de la mano<br />

Ninguno de nuestros hijos elige su destino<br />

Entre silencios sólo quedan orbes muertos y radiación cósmica<br />

El Padre observa a sus necro­amantes<br />

Sollozantes, murmuran epopeyas con lírica fantasmagórica<br />

Ganimedes todavía tiene tatuados en el tímpano<br />

<strong>Los</strong> ladridos de los perros aullando en vano a las nubes<br />

Arquímedes no consiguió hallar el volumen<br />

De todas las lágrimas de grima que éste derramó por su Padre<br />

Un águila concupiscente de hidrógeno y helio secuestra al joven<br />

Le otorga madrastras y azucenas en el pelo<br />

El Padre perdió la cuenta de sus vástagos<br />

Miasma de esperma en sus sacro­amantes<br />

Electrizante, lanza otra ráfaga al asfalto<br />

Ío fue vigilada por cien ojos de su centinela Argos<br />

Ergo, pena en un panóptico donde la cantinela expía lo que se sufre<br />

Hera la convirtió en una blanca ternera en su estratosfera<br />

Desde su superficie: volcanes y cumulonimbus de azufre<br />

El Padre y Hermes coincidieron en el fugaz perihelio<br />

“Mensajero, tengo un recado y un regalo de ambrosía”<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 117 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


El Progenitor, en un estertor, boceta la geometría sideral<br />

Calcula la fuerza centrípeta de sus meta­amantes<br />

Con un sextante, atrae en su seno a su harén de cristal<br />

Calisto mantuvo sine die su himen sellado<br />

Hasta que el Padre decidió llevarla de cacería de ciervos<br />

Desde que Artemisa tensó el arco al ver su vientre gestado<br />

La Osa Mayor y la Osa Menor son ovarios en el firmamento<br />

Actualmente la ninfa con piel de úrsido respira amoniaco<br />

Es una canica llena de cráteres y arrepentimiento<br />

El Viejo busca su última gran víctima por el foro<br />

Ubica en la platea a la deseada exo­amante<br />

Una infante con piel de mármol y cabellera de vellocino de oro<br />

Europa alberga vida ancestral bajo sus océanos<br />

A vuelapluma escribe sus mil guerras bajo la axila<br />

El Padre, la exilia de sus dominios y sus páramos<br />

Arrastrándola en su grupa como Deus ex Machina<br />

Eones después la profanada Europa en forma de Troika<br />

Escupirá huesos de aceituna sobre Varoufakis<br />

Más de medio centenar más de cerebros de Boltzmann<br />

Amaltea, Himalia, Elara, Pasífae, Sinope, Lisitea, Carme, Ananké,<br />

Leda, Temisto, Metis, Adrastea y Tebe…<br />

Son video­vigiladas por las sondas Voyager<br />

Ante la curiosa mirada de los errantes Cronos y Ares desde la bóveda.<br />

JT<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 118 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Oda a Venus + Fragmentos<br />

Safo 63<br />

Sagrada Venus, cuyo santo numen<br />

En varios pueblos tiene inciensos y aras,<br />

Hija de Jove, y de amorosas tramas<br />

dulce maestra.<br />

Ruégote yo, que no me des tormento<br />

Con duros males, con mortal tristeza:<br />

Tú, que atendiste alguna vez la ardiente<br />

súplica mía,<br />

Y abandonando la dorada casa<br />

De tu gran padre, desde el alto asiento<br />

A mis amores descender soliste<br />

blanda y afable.<br />

Sentada ¡ay de mí! sobre un brillante carro,<br />

Del cual tiraban delicadas aves<br />

Que hendían el aire con las negras alas<br />

rápidamente.<br />

Y tú bañada de una afable risa<br />

Me preguntabas por mi mal piadosa,<br />

Y porque tanto fervorosamente<br />

yo te llamaba.<br />

Porque tan triste en mi dolor gemía;<br />

A quien tentaba enamorar, y quienes<br />

Mal me trataban. «¿Dime quién te agravia<br />

»mísera Sapho?<br />

»Que si te huye, volverá al momento,<br />

»Dará regalos, lejos de admitirlos<br />

»Y amará luego, si de amor no siente<br />

»cándida llama».<br />

63 Traducción de Joseph y D. Bernabé, 1797.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 119 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Ven, pues, ahora, y compasiva acorre,<br />

Líbrame ya de los cuidados graves,<br />

Y favorece los ardientes votos<br />

de este mi ruego.<br />

Fragmentos<br />

1.<br />

Yo te conjuro, por la amistad nuestra,<br />

Que escojas otra de más pocos años,<br />

Pues yo, que mucho con la edad te excedo,<br />

2.<br />

nada te sirvo.<br />

¡Cándida Venus! dulce madre mía,<br />

El tierno amor del adorado joven<br />

Toda me vence; y en mis dulces ansias<br />

dejó la tela.<br />

3.<br />

Yerno feliz: ya coronó himeneo<br />

De tus deseos el ardor sublime:<br />

Y la doncella que quisiste tanto<br />

ya la posees.<br />

4.<br />

Pónteme al frente, amigo,<br />

Y tierno y amoroso,<br />

Despliega, ¡ay de mí! despliega<br />

La gracia de tus ojos.<br />

5.<br />

Con la suave Venus,<br />

En delicioso lecho,<br />

Dormí entre frescas rosas;<br />

Dormí amorosos sueños.<br />

S<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 120 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


Utopías<br />

Mª Engracia Sigüenza<br />

Vuelvo a soñar con Siracusa…<br />

Regreso al santuario de caliza<br />

y penetro en la caverna 64 .<br />

No oigo el estruendo<br />

ni la sangre derramada.<br />

Sólo escucho la voz dulce de los mitos,<br />

las palabras preñadas de futuro.<br />

Vuelvo a la isla de la diosa 65 ,<br />

al corazón griego<br />

donde susurra la fuente 66 enamorada,<br />

donde la antorcha del pasado<br />

alumbra los caminos.<br />

Todo es sueño en Siracusa:<br />

las sombras luminosas,<br />

los huesos dormidos<br />

en la eternidad de las leyendas.<br />

Oh, Siracusa,<br />

laguna de sangre y oro,<br />

osario de sabiduría…<br />

64 Se refiere a la cueva llamada “La oreja de Dionisio” donde, según la leyenda, fue recluido Platón<br />

por orden del tirano Dionisio de Siracusa, y donde se cree que ideó el mito de la caverna.<br />

65 La isla de Ortigia, en el corazón de Siracusa. Siracusa fue consagrada a la diosa Diana.<br />

66 La fuente de Aretusa, en Ortigia. En la mitología griega el dios Alfeo se enamora de la ninfa Aretusa,<br />

pero ésta huye a Ortigia, en Siracusa, y la diosa de la isla la transforma en fuente. Alfeo no<br />

se da por vencido y convertido en río cruza los mares para unir sus aguas a las de la ninfa­fuente.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 121 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


Miro de frente a la Medusa 67 ,<br />

y me entrego sin miedo<br />

a tus sueños de fuego.<br />

MES<br />

67 La Medusa (una cabeza de mujer con cabellera de serpientes) es el símbolo de la isla de Sicilia.<br />

En la mitología griega la Medusa petrificaba a quien se atrevía a mirarla a la cara.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 122 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


ARTES VISUALES


ARTES VISUALES I<br />

Macu Jordá


ARTES VISUALES II<br />

Adrián Arnau


ARTES VISUALES III<br />

DeAngel


ARTES VISUALES IV<br />

Jorge Egea


ARTES VISUALES V<br />

Riccardo Ricci


COLABORADORES<br />

ANTONIO TELLO<br />

Fotografía de Víctor Outomouro<br />

Nacido en Córdoba, Argentina (1945). Poeta, narrador y periodista. En 1975, amenazado<br />

de muerte, abandonó su país exiliándose primero a París y luego a Barcelona.<br />

Actualmente reside en Argentina siendo Coordinador de Área de Literatura y<br />

Pensamiento en la Casa de la Cultura de Río Cuarto y Asesor de Presidencia en Letras<br />

y Bibliotecas, Agencia Córdoba Cultura del Gobierno de la Provincia.<br />

Su extensa obra abarca poesía, novela, cuento y cuento infantil, teatro, ensayo y<br />

biografía.<br />

Es uno de los creadores más audaces e innovadores de la literatura argentina, caracterizado<br />

por un estilo y un universo propios, algunos de cuyos rasgos más notorios<br />

dan a su narrativa y a su poesía una original intensidad.<br />

Su extensa obra incluye poesía, novela, narrativa infantil y juvenil, teatro, biografía<br />

de grandes personajes y una abundante ensayística que aborda la historia, la políti­<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 195 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


ca, la religión, la sociología y la lengua. En este capítulo destacan Extraños en el<br />

paraíso, Historia del siglo XX (2 vols.), Atlas político, Atlas de religiones, Breve historia<br />

de Argentina, Diccionario erótico de voces de España e Hispanoamérica, Diccionario<br />

político. Voces y locuciones y, entre otros, Historia particular de cien palabras.<br />

Buena parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués, griego,<br />

turco, ruso, coreano, tailandés, etc.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 196 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


ANTONIO MAURA<br />

Antonio Maura (Bilbao, 1953). Doctor en Filología por la Universidad Complutense<br />

de Madrid con la primera tesis defendida en España sobre un escritor brasileño: El<br />

Discurso Narrativo de Clarice Lispector (1997). Entre 2005 y 2009 fue director de<br />

la Cátedra de Estudios Brasileños en dicha universidad. Es Miembro<br />

Correspondiente de la Academia Brasileña de Letras (2011). Ha recibido diversas<br />

distinciones y premios por su labor a favor de la cultura brasileña, entre los que<br />

destacan el Premio Machado de Assis (1993) y la Ordem do Rio Branco (1997). Ha<br />

coordinado numerosas revistas y publicado un centenar de artículos y trabajos de<br />

investigación sobre cultura brasileña. Como autor de libros de creación ha<br />

publicado Piedra y cenizas, Voz de humo (Premio Castilla­La Mancha de Novela<br />

Corta en 1989), Ayno y Semilla de eternidad.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 197 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


FRAN NORTE<br />

Fran Norte, nacido en Vilagarcía de Arousa, 1978, es licenciado en Historia por la<br />

Universidad de Santiago de Compostela. Actualmente es profesor en la universidad<br />

y escribe para varios medios on­line sobre todo artículos de historia de la Grecia<br />

Clásica, de la que es especialista. Es autor del libro de relatos Clubs (<strong>Excodra</strong>,<br />

2017), y es su primera publicación en el mundo de la ficción.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 198 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


AARÓN REYES<br />

Aarón Reyes Domínguez es Licenciado en Historia del Arte y Doctor en Historia por<br />

la Universidad de Sevilla. Su formación ha ido siempre vinculada no sólo a la creación<br />

artística, en la cual ha volcado parte de sus propias experiencias, sino en general<br />

hacia la profundización de las emociones humanas. Tras algunas publicaciones<br />

en diversas webs literarias y algún premio en relatos cortos y poesía, ha trabajado<br />

siempre desde la experimentación de nuevos estilos en diversas artes, especialmente<br />

en la fotografía y la literatura. Ha vivido en Roma y en París, ciudad esta última<br />

de especial trascendencia en la vida del autor y donde comenzó a gestar la idea de<br />

escribir una novela por la que desfilasen personajes vacíos en torno a la propia frustración<br />

de vivir. Tras un obligado paréntesis entre los años 2004 y 2008 dedicado a<br />

la investigación histórica de la cual surgieron varias publicaciones científicas al respecto.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 199 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


ANTÓN REI<br />

Escritor nacido en Caracas (1981). Actualmente es Profesor de Historia en Madrid y<br />

acaba de publicar su primera novela “K. y el Alfil Blanco” en <strong>Excodra</strong> Editorial.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 200 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET<br />

Nace en Orihuela el 28 de octubre de 1965. Fue miembro fundador y director de la<br />

revista literaria Empireuma. Su producción poética consta de dos plaquetas:<br />

Anúteba, conjunto de poemas suyos y de Ada Soriano (Ediciones Empireuma,<br />

1987), y (Pliegos de Poesía del Instituto de Cultura Juan Gil­Albert, 1997); Y los<br />

libros Solumbre (Ediciones Empireuma, 1993), Frondas (Ayuntamiento de<br />

Piedrabuena y Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 1999),<br />

El vuelo en la jaula (Cátedra Arzobispo Loazes, Universidad de Alicante, 2004), Las<br />

llamas de los suburbios (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2010),<br />

Ante el umbral (Instituto de Cultura Juan Gil Albert, Diputación de alicante,<br />

Alicante, 2009) y Sin lugar seguro (Ed. Germanía, 2013). Hay poemas suyos en<br />

varias antologías y ha publicado ensayos, artículos, cuentos y poemas en numerosas<br />

revistas nacionales e internacionales. En 2016 la madrileña editorial Polibea<br />

publicó su poemario De exilios y moradas, y este año Perplejidades y certezas en la<br />

editorial Ars Poetica. Ha obtenido, entre otros, los siguientes galardones literarios:<br />

Premio Nacional de Poesía “Nicolás del Hierro”, Ayuntamiento de Piedrabuena<br />

(Ciudad Real), 1999; Premio Nacional de Poesía Ciudad de Callosa, 2000,<br />

Ayuntamiento de Callosa de Segura. Fue finalista del Premio Nacional de Poesía<br />

Miguel Hernández, Fundación Miguel Hernández año 2000. Su libro El vuelo en la<br />

jaula (Universidad de Alicante, Cátedra Arzobispo Loazes) fue seleccionado para el<br />

Premio de la Crítica del año 2004 por los miembros de la Asociación Española de<br />

Críticos Literarios y los componentes del jurado.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 201 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


JUAN TRIGO<br />

Nació el 1 de Agosto de 1982 en Zafra (Badajoz). Pasó su infancia en cuarteles de<br />

la Comunidad Valenciana y después se trasladó de nuevo a Extremadura donde finalizó<br />

sus estudios. Es Ingeniero informático y poeta, de los de la calle, de verso<br />

ágil y certero. El poemario La deuda y la duda (<strong>Excodra</strong> Editorial, 2014) es su primera<br />

obra publicada.<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 202 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


MARÍA ENGRACIA SIGÜENZA<br />

Mª Engracia Sigüenza Pacheco es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación,<br />

en la especialidad de Psicología, por la Universidad de Murcia.<br />

Actualmente se dedica a la orientación educativa y reside en la ciudad de Orihuela.<br />

Ha participado en los siguientes libros colectivos: Arte contra la violencia de<br />

género, Mujeres en el tiempo de Miguel Hernández, Artistas por Miguel Hernández,<br />

Tauromaquia teñida de azul, No hay color: personajes de cine en blanco y negro, y<br />

en las antologías: El libro de plomo: antología poética, Carlos Fenoll: antología<br />

comentada y en la antología del I premio Nacional de Poesía Villa de Madrid.<br />

Publica artículos y poemas en revistas y periódicos (Norte: revista de psiquiatría y<br />

salud mental, Cuadernos del matemático, Opticks magazine, Las afinidades<br />

electivas, Frutos del tiempo o minutocero.es) y ha colaborado en diversas<br />

exposiciones y montajes audiovisuales.<br />

Su poema Utopías resultó finalista con mención Honorífica en el I Premio Nacional<br />

de Poesía Villa de Madrid 2015, y su microrrelato La joven ganó el V Concurso de<br />

microrrelatos románticos convocado por la editorial ACEN.<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 203 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


MACU JORDÁ<br />

Immaculada Jordá i Frasquet. (Macu Jordá).<br />

n. 1965. Cocentaina (Alacant).<br />

Graduada en Diseño Gráfico por la Escola d’Arts i Oficis de Alcoi y en<br />

Procedimentos Pictóricos y Técnicas Murales por «Llotja», Escola d’Art i Disseny, de<br />

Barcelona.<br />

Obra pictórica distribuida por España, Francia, Italia, Alemania, Portugal, Florida<br />

(EEUU) y Japón.<br />

https://www.macujorda.com/<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 204 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


ADRIÁN ARNAU<br />

Su primer contacto con el mundo del arte estuvo en la Escuela de Artes y Oficios de<br />

Castelló, donde se formó como ceramista, hecho remarcable en su trayectoria pues<br />

el trabajo con el barro siempre ha sido la base de su obra, a pesar de que también<br />

trabaja la madera, la piedra y otros materiales como las resinas.<br />

El año 2001 se traslada a Barcelona para ingresar en la Facultad de Bellas artes de<br />

la Universitat de Barcelona donde se especializará en escultura licenciándose en<br />

2006. Posteriormente obtuvo el grado de doctor en historia del arte con una tesis<br />

sobre el escultor J. S. Jassans y su aportación a el Mediterranisme. En esta línea su<br />

investigación, tanto plástica como teórica, ha sido siempre vinculada a una manera<br />

de entender la figuración desde la reinterpretación del lenguaje clásico.<br />

Ha expuesto su obra en museos como el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles,<br />

el Museo Europeo de Arte Moderno, el Museu Frederic Marè y en salas de<br />

exposiciones de España, Italia, Inglaterra y Francia.<br />

El 2011 diseñó la decoración cerámica del pórtico de la iglesia del Salvador de<br />

Castelló de la Plana. Desde el año 2015, su obra esta presente a la colección<br />

permanente del MEAM (Barcelona), donde también se pudo ver dentro de una<br />

exposición que recogía la obra de los mejores escultores figurativos catalanes del<br />

Siglo XX (Un Siglo de Escultura Catalana, en 2013).<br />

Las fotografías de las esculturas fueron tomadas por ‘harnau’.<br />

http://www.adrianarnau.es/<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 205 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


DEANGEL<br />

DeAngel nace en Barcelona (España) en 1966, donde se forma de manera<br />

autodidacta en el mundo de la pintura, con los años realiza incursiones<br />

profesionales en proyectos de fotografía, ilustración, diseño gráfico y<br />

cinematográficos, acabando por dedicarse en exclusiva a la pintura.<br />

Su trabajo se engloba dentro del nuevo realismo"psychorrealismo", paseándose al<br />

unísono por estilos como el naturalismo, el realismo y el hiperrealismo.<br />

Ha expuesto en las principales convenciones de arte y galerías de varios<br />

continentes: Nueva York, Miami, Londres, París, Amsterdam, Basilea, Strabourg,<br />

Salzburg, Glasgow, Nimes, Madrid, Barcelona, Mallorca, etc.<br />

Le han sido otorgados varios premios de dibujo­pintura; y su obra forma parte de<br />

colecciones privadas, de empresas (Colección Lotus­IBM) y de instituciones<br />

culturales (MEAM, Museo Europeo de Arte Moderno, Barcelona).<br />

www.deangel.net<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 206 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


JORGE EGEA<br />

http://www.jorgeegea.com/<br />

<strong>Los</strong> <strong>griegos</strong> 207 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong>


RICCARDO RICCI<br />

Riccardo Ricci nace en 1970 en La Spezia, provincia de Italia.<br />

En 1997 se gradua con Matrícula de Honor en Escultura en la Academia de Bellas<br />

Artes de Carrara y abre su propio estudio cerca de Carrara y de las canteras de<br />

mármol, bajo los Apeninos.<br />

Expone en exposiciones tanto colectivas como personales, simposios y concursos en<br />

Italia (Florencia, Turín, Venecia, Génova, Montecatini Terme, Pietrasanta...) y en el<br />

extranjero (Grecia, Alemania, Suiza, España) recibiendo varios premios. En el<br />

2011, el MEAM (Museu Europeu d'Art Modern) de Barcelona adquiere una de sus<br />

obras de mármol para su colección permanente. Asimismo, en el 2012 y 2013 ha<br />

realizado algunos monumentos de un Maharaji indio para una comunidad hindú de<br />

India y Estados Unidos. Desde 2013 es profesor del curso "Técnicas de mármol y<br />

piedras semipreciosas" en la Academia de Bellas Artes "P. Vannucci "de Perugia.<br />

En 2014 y 2015 la Escuela Internacional Hongyu de Pekín le invita a dar clases de<br />

dibujo y escultura en arcilla.<br />

En 2017 el Museo Municipal de Valdepeñas (España) adquiere otra de sus obras de<br />

mármol para su propia colección.<br />

Paralelamente, colabora con artistas de renombre internacional como Cattelan,<br />

Penone, Vangi, Fabre, Hirst...<br />

Vive y trabaja a caballo entre Carrara y Barcelona.<br />

http://www.riccardori.cci.eu<br />

<strong>Excodra</strong> <strong>XXXIX</strong> 208 <strong>Los</strong> <strong>griegos</strong>


LOS GRIEGOS<br />

NÚMERO <strong>XXXIX</strong><br />

SEPTIEMBRE 2019<br />

REVISTA EXCODRA<br />

http://excodra.wixsite.com/excodra

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!