1-Soy el numero Cuatro - Pittacus Lore
impulso el cuerpo hacia delante y dirijo todos mis poderes al centro mismo del palo, que explota proyectando pequeñas astillas en todas direcciones. No dejo que ninguna de ellas caiga al suelo, sino que las mantengo suspendidas, y su conjunto parece una nube de polvo flotando en el aire. Las atraigo hacia mí y las dejo arder. La madera crepita entre llamas que oscilan y zumban. Las obligo a concentrarse en una lanza de fuego muy compacta que parece haber surgido directamente de las profundidades del infierno. —¡Perfecto! —celebra Henri.
Ha transcurrido un minuto. Los pulmones empiezan a arderme a causa del fuego, de la respiración que sigo aguantando. Pongo todo lo que tengo en la lanza y la arrojo tan fuerte que atraviesa el aire como una bala hasta alcanzar el árbol. Centenares de pequeños fuegos se extienden por las inmediaciones y se extinguen casi al instante. Había esperado que la madera muerta se incendiara, pero no ha sido así. También he dejado caer las pelotas de tenis, que chisporrotean en la nieve, dos metros más allá. —Olvídate de las pelotas —grita Henri—. El árbol. Ve a por él.
- Page 658 and 659: esa misma noche. —¿Qué aspecto
- Page 660 and 661: antes. —¿Cómo sabes que eran mo
- Page 662 and 663: que nos llamó ya no volvió a cont
- Page 664 and 665: su voz se apaga—. Pero en el mism
- Page 666 and 667: —Tenían dos cosas parecidas a co
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- Page 670 and 671: —No tengo ni idea. Ya os he dicho
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- Page 678 and 679: seguramente quedaremos al descubier
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- Page 686 and 687: hacer es guardarnos el secreto. Si
- Page 688 and 689: camioneta. Tenemos que irnos de aqu
- Page 690 and 691: pero los que lo han hecho bastan. H
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- Page 746 and 747: cubierto de sudor, mugre y sangre.
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Ha transcurrido un minuto. Los<br />
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que atraviesa <strong>el</strong> aire como una bala<br />
hasta alcanzar <strong>el</strong> árbol. Centenares de<br />
pequeños fuegos se extienden por las<br />
inmediaciones y se extinguen casi al<br />
instante. Había esperado que la<br />
madera muerta se incendiara, pero no<br />
ha sido así. También he dejado caer<br />
las p<strong>el</strong>otas de tenis, que chisporrotean<br />
en la nieve, dos metros más allá.<br />
—Olvídate de las p<strong>el</strong>otas —grita<br />
Henri—. El árbol. Ve a por él.