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Columna<br />
Por Isabel Estrada<br />
“Ay, de aquel que se resigna”<br />
Vuelvo de la India. Inútil intentar describir todo; por demasiados<br />
sensaciones, visiones, emociones. Pero me concentraré<br />
en aquello, que allí adonde vaya, miro, veo, siento,<br />
sufro: el mundo animal. Por lo tanto y por ser la razón por<br />
la cual trabajo y escribo en este momento esta columna,<br />
allá voy.<br />
De niña mi madre nos leía por las noches a Kipling. Mis<br />
sueños se poblaban entonces de monos, elefantes, camellos,<br />
cobras, pájaros parlanchines, pavos reales y vacas amigables.<br />
De grande soñé con visitar ese país para reencontrarme<br />
con los personajes que habían poblado mi infancia.<br />
Mi visita a Jaipur coincidió con el Festival mas importante<br />
de la India: El Festival de la Luz, Diwali. La ciudad entera se<br />
preparaba para celebrar.<br />
A poco de introducirme entre las caóticas calles del centro<br />
una enorme masa gris, llamo mi atención. Era un elefante, y<br />
esperaba paciente en un semáforo, entre bocinazos y estruendos.<br />
Su cabeza estaba cubierta por pintura amarilla. Sus<br />
patas, peladas . No tuve el coraje de mirar sus ojos.<br />
Haciendo equilibrio, una madre mono, con un pequeño en<br />
la panza, se balanceaba curioseando lo que miles de personas<br />
organizaban trepadas a los andamios... para festejar.<br />
Mi mirada volvió a la calle. Entre el incesante hormigueo,<br />
mis entrenados ojos empezaron a ver… perros. Alli estaban.<br />
El primero, al que le faltaba una pata, me recordó a<br />
mi adorado Angelito. Mas allá, me concentré en una masa<br />
negra y opaca al que le faltaba un ojo. Pensé con optimismo<br />
que mi Topacio vivía feliz sin ellos. Delante mío, cruzó una<br />
perra flaca con las ubres colgando, seguramente en busca<br />
de alimento para sus bebés, escondidos quien sabe en que<br />
rincón de ese bullicioso aglomerado. La cuenta siguió hasta<br />
que me rendí, emocionalmente agotada. Bajé la mirada con<br />
horror. Eran miles. Pero lo que más llamó mi atención es<br />
que casi sin excepción, todos yacían inmóviles. En el cordón<br />
de la vereda o en mitad de la calle. Sobre el capot de un<br />
auto y por todos lados. Dormían? Carecían de fuerzas de-<br />
Foto | Clara de Estrada<br />
bido a la desnutrición? Los pocos que circulaban, lo hacían<br />
lentamente. La tristeza y la desesperación eran infinitas.<br />
Me fue imposible detectar- tan solo una- cola flameando,<br />
moviéndose con alegría. Se distinguir en un animal el sufrimiento<br />
y la desesperanza. Si.. la desesperanza. Pero poco<br />
sabía hasta el momento acerca de la la resignación. Las dos<br />
últimas noches de mi estadía, los fuegos artificiales se prolongaron<br />
durante toda la noche. Toda. Yo imaginaba camellos,<br />
elefantes, monos y a todos mis adorados protagonistas<br />
de “Cuentos de la Selva” junto a los miles y miles de perros<br />
que yacían en las calles, huyendo despavoridos hacia..<br />
donde? Lo mismo sucedía en todo el país, averigué.<br />
“Ay!, de aquel que se resigna”, decía George Sand..<br />
María Ortiz Byrne<br />
Diseñadora de Indumentaria y Profesora de<br />
Historia del Traje en FADU UBA.<br />
mariaortizbyrne.com.ar