JIMÉNEZ URE ANTE LA CRÍTICA (REVISIÓN 2019) SELECCIÓN DE MOISÉS CÁRDENAS
Críticos venezolanos y extranjeros opinan sobre la obra literaria del escritor Alberto Jiménez Ure. Críticos venezolanos y extranjeros opinan sobre la obra literaria del escritor Alberto Jiménez Ure.
El inválido no canta por temor que insulten a su madre, en cuyo caso mataría al ofensor. Uno del corrillo, el que preguntó por qué no cantaba, lo escupe. La escena es repugnante y dolorosa, nos dice el autor. Y asevera que «[…] se aprende a querer a las personas, aun cuando sean piltrafas […]». El tullido da un salto, arremete con un bastón, lanza golpes contra el grupo. Se reúnen la situación límite, rota por la sorpresa de lo inesperado, con el razonamiento caritativo. Ya podemos atrevernos a un diagnóstico que atañe al hombre y al escritor. Pareciera que Alberto JIMÉNEZ URE hubiese estado en la cárcel de sí mismo. La ocultación e inmovilidad provocan la reacción antitética, lo mueven para que salte fuera, péndulo y contrapunto. La externalización no lo sacia. Al sentir los límites de su enfrentamiento con el mundo, exacerba los esfuerzos. La misma batalla da cauce a su escritura, extremosa porque intenta hacerla notoria. La infracción de la normalidad no es una protesta anárquica, sino tensión constante hacia la afirmación de su presencia. Hay rigor de la prosa, como ya lo hemos dicho. Más allá de su talento y cultura, ésta excelencia es precautelar, para decirlo con un venezolanismo forense. Él no puede ofrecer blancos vulnerables, no se lo permite dado que se interna en «terrenos prohibidos» al voltear
cada página, necesita eliminar de antemano las críticas de tipo normativo y externo formal. Un examen exhaustivo extendería estos comentarios más allá de lo tolerable. Pero, no podemos silenciar otras riquezas de su instrumental, la magia simpática. Por ejemplo: cuando el chileno come provoca la masticación del lisiado. Y, también, los detalles que he calificado de simbolistas o preciosistas: la esclava que trae el té, la escritura sobre laminilla de oro. Y toda la saña y desprecio con que se trata fóbicamente a sí mismo por intermedio de los otros (véase cómo gira de pronto 180 grados cuando predica la posibilidad de amar al prójimo aunque sea repugnante) El Escritor (pp. 141-143) ya cerca del final del libro, resume muchos rasgos del autor, algunos ya referidos. Comienza con un impresionante despliegue de conducta infractora, ejecutada en plena calle con o contra una mujer que sirve de objeto. Pero los viandantes no advierten este comportamiento extremoso, pasan sin verlo: «[…] ellos son como piedras […]». El hombre y el escritor necesitan imponerse a la percepción ajena. Dejemos al primero, ya que este lector no tiene jurisdicción sobre la persona, sino, a lo sumo, sobre el escritor. Comienza presentándose como violador. A la hora en que se establece la penumbra vespertina el
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El Escritor (pp. 141-143) ya cerca del final del<br />
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