LA PERLA - John Steinbeck

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caballos de mar se adherían a sus largas hebras. Manchados botetes, lo peces venenosos, se escondían en el fondo de aquel césped, y los polícromos cangrejos nadadores pasaban sobre ellos una y otra vez. En la playa los perros y cerdos hambrientos de la ciudad buscaban incansables algún pez muerto o algún pájaro marino que hubiera arribado con la pleamar. Aunque la mañana estaba tan sólo iniciada, ya se había levantado la bruma engañosa. El aire incierto aumentaba algunas cosas y levantaba otras sobre el horizonte del Golfo de tal manera que
todos los panoramas eran irreales y no podía darse crédito a la vista; mar y tierra tenían las firmes claridades y la vaguedad confusa de un sueño. A esto podría deberse que la gente del Golfo creyese en las cosas del espíritu y de la imaginación pero no confiase en sus ojos acerca de distancias, trazado de contornos o cualquier exactitud óptica. Al otro lado del estuario se veía clara y telescópicamente definido un bosquecillo de mangles, mientras que otro igual a su lado no era más que una difusa mancha verdinegra. Parte de la playa opuesta desaparecía tras un telón brillante con aspecto de agua. No había
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Page 8 and 9: I Kino se despertó casi a oscuras.
Page 10 and 11: las olas mañaneras sobre la playa.
Page 12 and 13: sandalias y salió a ver la aurora.
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Page 22 and 23: Pero Juana había cogido al pequeñ
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Page 26 and 27: parientes desde la puerta. —El do
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Page 54 and 55: evidente esfuerzo, y este tiempo lo
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Page 88 and 89: —, a veces el resultado es una pi
Page 90 and 91: el globo del ojo. Movió la cabeza
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labios y simuló meditar. Por fin e
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otros el tamaño de la perla, y hac
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de una torta de maíz y de largos t
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servilleta, miró el reloj, se leva
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Juana lo miró con ojos de terror.
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—. Es una perla como no se ha vis
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tejado y las ahogadas conversacione
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Pero el cerebro de Kino ardía aún
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uscando a tientas al intruso que oc
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acumulándose en el espíritu de Ju
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Gallos lejanos empezaron a cantar y
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IV Es maravilloso el modo con que u
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al llegar el día, cada uno de ello
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personales. Totalmente al margen de
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mejor fuera distribuir el dinero en
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confeccionado para la boda. El sol
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las ató a los tobillos. Envolvió
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podía callarse. —Antes de que na
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centinela, sin abandonarlo nunca, o
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tenderos se asomaron a verlos pasar
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punto sin que ello le impidiera lle
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exterior. Los ojos del especulador
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tembloroso la gran perla. Luego, co
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que sólo es una curiosidad. Kino e
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vertiginosa rapidez. Los amigos de
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los ojos de Juana, que le devolvier
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indicándole cómo había de usarla
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multitud. Las voces llegaban a él
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él. Podría ser que Kino se hubier
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—¿Qué otra cosa podía hacer? S
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—¿Qué puedo hacer? —gimió Ki
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Juana lo miraba preocupada, pero sa
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Dejó a Coyotito en el suelo, tomó
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—. Kino, ¿me oyes? —Te oigo
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primera hora partiremos. ¿No tendr
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umbral, y desapareció. A Kino le a
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en la carne. Fue golpeado y cayo de
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conservación, vencían la hombría
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terminado. Un hombre muerto en el c
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esta explicación podrá salvarte?
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escondiéndose, atacando y viviendo
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en los brazos y la manta de una man
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costados aire y luz; así Juana y K
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mayor, asumía toda la autoridad—
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—aseguró Kino—. Bien sé que s
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—Si Kino se ha ido por el agua, a
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—La tengo —reveló Kino— y la
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VI El viento soplaba con furia, arr
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animal salía a la vida en su inter
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pareció sentirse a salvo de todo.
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camino. El sol se levanta abrasador
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los ojos de mirarla. —No —recha
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sentada con la inmovilidad de una r
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—No lo sé. Volvió a escuchar, c
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ojos se dirigían al lugar donde ha
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patas del caballo. Veía los pies o
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con él y no había más escapatori
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paquetes que constituían todos sus
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montañas parecían frescas y acoge
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la sombra del parapeto. Llevó la b
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ella. Cuando reemprendieron la marc
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Kino y Juana subían pesadamente po
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arrastraban por el fondo limoso. To
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después de mirar a Juana y a su hi
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Sin oponer objeción alguna, ella l
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Los ojeadores tardaban en aparecer,
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acurrucados como perros y el cabril
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de Coyotito. Luego rozó con suavid
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cuchillo pendiera a su espalda y no
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seguía. Después la otra y al fina
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Silenciosamente desprendió del col
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ojos, que le escocían. El débil l
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se acercó a él en dos zancadas. A
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camino del interior, y no iba Juana
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descendieron de la ciudad al arraba
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mano de él, luego a sus ojos y dij
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JOHN STEINBECK (1902-1968), nació
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más grave, a menudo agresivo en su
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