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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Se restauraban con estos viejos ingredientes los bonitos muebles de ocasión que Juana<br />

de la Motte admiraba en este instante. Fingret, viendo que su cliente podía notar las<br />

operaciones de sus empleados y opinar menos favorablemente acerca de lo que deseaba<br />

adquirir, cerró una puerta vidriera que daba al patio, diciendo que lo hacía para que el<br />

polvo no molestase a madame.<br />

—Sobre éste, madame... —y se detuvo.<br />

—La condesa de la Motte-Valois —aclaró indolentemente Juana.<br />

Pareció que el título sonaba bien, y Fingret se metió la llave en el bolsillo, diciendo:<br />

—Nada hay aquí de lo que conviene a madame, pero tengo cosas nuevas y magníficas.<br />

No crea la señora condesa que la casa Fingret no tiene también tan bellos muebles como<br />

el tapicero del rey. Dejad todo esto, madame, y tened la amabilidad de ver mi otro<br />

comercio.<br />

Juana enrojeció, pues lo que había visto allí le parecía demasiado bello, tan bello, que<br />

no esperaba poder adquirir nada, pero halagada por las suposiciones de Fingret, temía<br />

que éste comprendiese que sus medios no eran muchos, y se disgustó por no haberse<br />

anunciado como una simple burguesa. Pero de todo error un espíritu hábil saca una<br />

ventaja.<br />

—Nada nuevo, monsieur; yo no quiero nada nuevo.<br />

—¿Madame quizá tenga algún apartamento que amueblar?<br />

—Vos lo habéis dicho, monsieur, un apartamento.<br />

—Maravilloso. Que madame escoja —ofreció Fingret, astuto como un mercader de<br />

París, el cual no cifra su amor propio en vender nuevo o viejo mientras pueda ganar en<br />

la operación.<br />

—Ese pequeño moblaje, por ejemplo —pidió la condesa.<br />

—No tiene más que diez piezas.<br />

—La habitación es mediana.<br />

—Es nuevo, como puede ver.<br />

—Nuevo..., pero de ocasión.<br />

—Sin duda —repuso Fingret, riendo—, pero así como está vale ochocientas libras.<br />

El precio estremeció a la condesa. ¿Cómo confesar que la heredera de los Valois se<br />

contentaba con un mueble de ocasión y que no podía pagar ochocientas libras?<br />

—Pero yo no os hablo de comprar. ¿Cómo queréis que compre muebles tan viejos? No<br />

se trata más que de alquilar y todavía...<br />

Fingret hizo una mueca porque insensiblemente el cliente perdía valor. No era un<br />

mueble nuevo, ni siquiera un mueble de ocasión lo que quería comprar, sino alquilarlo.<br />

—¿Vos desearíais este mueble floreado y por un año?<br />

—No, por un mes; es un amigo de provincias al que tengo que alojar.<br />

—Será cien libras por mes —dijo el maestro Fingret.<br />

—Supongo que os estáis burlando, porque si saco la cuenta, a los ocho meses el mueble<br />

sería mío.<br />

—De acuerdo, señora condesa.<br />

—¿Entonces?<br />

—Entonces sería vuestro y no mío, y yo no tendría que hacerlo restaurar, y todo eso<br />

cuesta dinero.<br />

Juana de la Motte reflexionaba. «Cien libras por un mes es mucho, pero hay que<br />

razonar: será demasiado caro para un mes, y entonces devuelvo los muebles, dejando<br />

una buena opinión al tapicero, o en un mes puedo comprar un mueble nuevo. Y pensaba<br />

emplear cinco o seiscientas libras; hagamos las cosas en grande y gastemos cien<br />

escudos»

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