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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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disposición, una vez que haya salido de aquí, os pediré permiso para gritar: ¡Viva otro<br />

rey!, al que precisamente me gustaría mucho servir si no tuviese ya tan buen señor.<br />

Levantando su vaso, monsieur de La Perouse saludó humildemente al conde de Haga.<br />

—Ese saludo —dijo madame du Barry, sentada a la izquierda del mariscal— lo<br />

compartimos nosotros también. Pero sería preciso que el decano de esta reunión lo<br />

transmitiese al Parlamento.<br />

—¿La proposición se dirige a vos, De Taverney, o a mí? —preguntó el mariscal.<br />

—Yo no lo creo —dijo un nuevo personaje, situado frente al cardenal Richelieu.<br />

—¿Qué es lo que no creéis, monsieur de Cagliostro? —dijo el conde de Haga, fijando<br />

su aguda mirada sobre su interlocutor.<br />

—No creo, señor conde —dijo De Cagliostro, inclinándose—, que monsieur de<br />

Richelieu sea el mayor de nosotros.<br />

—¡Bien dicho! —agregó el mariscal—. Según parece, el más viejo sois vos, De<br />

Taverney.<br />

—Pues tengo ocho años menos que vos. Nací en 1704 —replicó el anciano caballero.<br />

—Infame —exclamó el mariscal—. ¡Revelar mis ochenta y ocho años!<br />

—Pero ¿de verdad tenéis ochenta y ocho años, señor duque? —preguntó De Condorcet.<br />

—Dios mío, sí. El cálculo es fácil de hacer, y por lo mismo es indigno de una persona<br />

que cultiva el álgebra con la fortuna que vos, marqués. Pertenezco al otro siglo, el gran<br />

siglo, como ahora se le llama: nací en 1696. Hermosa fecha.<br />

—¡Imposible! —replicó De Launay.<br />

—Si estuviese vuestro padre aquí, señor gobernador de la Bastilla, no diría que es<br />

imposible. El me tuvo en pensión allí en 1714.<br />

—El decano en este lugar, os lo aseguro —dijo De Favras—, es el vino que el conde de<br />

Haga vierte en este momento en su vaso.<br />

—Un Tokay de ciento veinte años. Tenéis razón, monsieur de Favras —repuso el<br />

conde—. A este Tokay corresponde el honor de brindar por la salud del rey.<br />

—Un instante, señores —dijo De Cagliostro, irguiendo por encima de la mesa su rostro<br />

deslumbrante de vigor y de inteligencia—; ese honor lo reclamo yo.<br />

—¿Reclamáis el derecho de primogenitura sobre el Tokay? —replicaron a coro los<br />

invitados.<br />

—Naturalmente —dijo el conde con calma—, ya que fui yo quien precintó la botella.<br />

—¿Vos?<br />

—Sí, yo, y precisamente el día en que Montecuccoli ganó la gran batalla a los turcos: en<br />

el año 1664.<br />

Una gran carcajada acogió las palabras que De Cagliostro acababa de pronunciar con<br />

una gravedad imperturbable.<br />

—Según estas cuentas, monsieur —dijo madame du Barry—, tenéis alrededor de los<br />

ciento treinta años, porque supongo que tendríais por lo menos diez años, pues de otro<br />

modo os habría sido imposible llenar de vino una botella tan grande.<br />

—Tenía más de diez años cuando llevé a cabo esa operación, madame, ya que, al día<br />

siguiente, tuve el honor de recibir de Su Majestad el emperador de Austria el encargo de<br />

felicitar a Montecuccoli, quien, con la victoria de Saint-Gothard, había vengado la poca<br />

fortuna de D'Especk en Eslavonia, en la jornada en que los infieles derrotaron<br />

brutalmente a los imperiales, mis amigos y mis compañeros de armas, allá por 1536<br />

Con la misma frialdad que De Cagliostro, habló el conde de Haga:<br />

—Es lógico que tuvieseis entonces más de diez años, dado que tomasteis parte en tan<br />

memorable batalla.<br />

—¡Una horrible derrota, señor conde! —dijo De Cagliostro, inclinándose.

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