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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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De Suffren se volvió, diciendo:<br />

—Acercaos, monsieur de Charny.<br />

La reina se estremeció. Este nombre despertaba en su memoria un recuerdo demasiado<br />

reciente para que se le hubiese borrado. Un joven oficial se destacó del grupo que<br />

encabezaba De Suffren y apareció ante el rey.<br />

La reina había hecho un movimiento para ir al encuentro del joven, entusiasmada con el<br />

relato de su bella acción, pero al oír el nombre que dio al rey monsieur de Suffren, se<br />

detuvo, palideció y murmuró algunas palabras. Mademoiselle de Taverney, también<br />

pálida, miró con inquietud a la reina.<br />

El oficial de Charny, sin ver nada, sin fijarse en nada, sin que su rostro expresase otra<br />

emoción que el respeto, se inclinó delante del rey, quien le dio su mano a besar;<br />

después, modesto y trémulo y bajo las miradas ávidas de la asamblea, se volvió hacia el<br />

círculo de oficiales, los cuales le felicitaron ruidosamente y le estrujaron con sus<br />

abrazos.<br />

Siguió un momento de silencio y de emoción, en el cual se vio radiante al rey, risueña e<br />

indecisa a la reina, a De Charny con los ojos bajos, y Felipe, a quien la emoción de la<br />

reina no había escapado, inquieto e inquisitivo.<br />

—Vamos, vamos —dijo al fin el rey—, venid, monsieur de Suffren, para que podamos<br />

hablar; me muero de deseos de escucharos y de demostraros lo mucho que he pensado<br />

en vos.<br />

—Sire, tantas bondades...<br />

—Vos veréis mis cartas, señor oficial del rey; veréis cada fase de vuestra expedición,<br />

prevista o adivinada de antemano por mi solicitud. Venid, venid.<br />

Después de dar algunos pasos llevándose a De Suffren, se volvió de pronto hacia la<br />

reina, diciéndole:<br />

—A propósito, madame: he hecho construir, como vos sabéis, un barco de diez cañones,<br />

y he cambiado de acuerdo con vos el nombre que debe llevar. Pero en vez de llamarle<br />

como habíamos dicho... ¿No es así, madame...?<br />

María Antonieta, recobrada la serenidad, cazó al vuelo el pensamiento del rey.<br />

—Sí, sí; le llamaremos El Suffren, y yo seré la madrina con el señor oficial del rey.<br />

Los gritos, hasta entonces contenidos, se hicieron oír con violencia: «¡Viva el rey! ¡Viva<br />

la reina!»<br />

—¡Y viva El Suffren! —agregó el rey con regia delicadeza, porque nadie podía gritar:<br />

«¡Viva monsieur de Suffren!» en presencia del rey, mientras que los más minuciosos<br />

observadores de la etiqueta podían gritar: «¡Viva el barco de Su Majestad!»<br />

—¡Viva El Suffren! —repitió la asamblea, con entusiasmo.<br />

El rey hizo un gesto de agradecimiento por habérsele comprendido tan bien, y se llevó<br />

al oficial, cogiéndole del brazo.<br />

XII<br />

<strong>EL</strong> SEÑOR <strong>DE</strong> CHARNY<br />

Cuando salió el rey, todos los que estaban en la sala de los príncipes se agruparon<br />

alrededor de la reina.<br />

Una indicación del comendador de Suffren bastó para que su sobrino le esperase, y<br />

después de un saludo continuó en el grupo donde le vimos antes.<br />

La reina, que había cruzado con Andrea varias miradas significativas, no perdía de vista<br />

al joven, y cada vez que le miraba se decía: «Es él, no hay duda».<br />

Mademoiselle de Taverney le respondía con un gesto tan expresivo que era como si le<br />

dijese: «Sí, madame, es "él"; claro es "él"».

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