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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Contra la costumbre de la corte, el secreto había sido fielmente guardado a Luis XVI y<br />

al conde de Artois. Nadie supo a qué hora ni cómo debería llegar monsieur de Suffren.<br />

El rey había convocado una reunión para la noche, y a las siete entró en compañía de los<br />

príncipes y las princesas. La reina llegó trayendo de la mano a mademoiselle Royale9,<br />

que sólo tenía siete años.<br />

La asamblea era numerosa y brillante.<br />

Durante los preliminares, en el momento en que cada uno escogía su sitio en el salón, el<br />

conde de Artois se acercó a la reina y le dijo.<br />

—Mirad bien a vuestro alrededor.<br />

—Ya lo hago.<br />

—¿Qué veis?<br />

La reina paseó sus ojos entre la gente que la rodeaba, trató de distinguir los grupos, se<br />

fijó en los vacíos, y no viendo más que amigos por todas partes y por todas partes<br />

servidores, y entre los cuales estaban Andrea y su hermano, dijo:<br />

—No sé; veo rostros muy agradables, sobre todo rostros amigos.<br />

—No miréis lo que hay, querida hermana; mirad lo que no hay.<br />

—Es verdad.<br />

El conde de Artois la miró riendo.<br />

—Todavía ausente —repuso la reina—. ¿Le estoy haciendo huir todavía?<br />

—No —dijo el conde de Artois—; solamente que la burla se prolonga. El conde ha ido<br />

a esperar al oficial real monsieur de Suffren en los límites de Fontainebleau.<br />

—Entonces yo no veo por qué os reís.<br />

—¿No veis por qué me río?<br />

—Si ha ido a esperar al oficial real de Suffren, ha sido más gentil que nosotros, y es el<br />

primero que le verá, con lo cual le felicitará antes que nadie.<br />

—Sí, claro —admitió el joven príncipe, riendo—. Pero tenéis una idea muy ambigua de<br />

nuestra diplomacia; monsieur de Provenza ha ido a esperar al oficial real a<br />

Fontainebleau, pero nosotros tenemos a alguien que le espera en la posta de Villejuif.<br />

—¿Es verdad?<br />

—De suerte —continuó el conde de Artois— que se resfriará en su puesto de guardia,<br />

mientras que por una orden del rey, monsieur de Suffren llegará directamente a<br />

Versalles, donde le esperamos.<br />

—¡Maravillosamente ideado!<br />

—No del todo mal, y estoy bastante contento de mí mismo. Haced, pues, vuestro juego.<br />

Había en la sala de juego unas cien personas de la más alta condición. De Conde, De<br />

Penthievre, De la Tremouille, las princesas... Sólo el rey advirtió que el conde de Artois<br />

hacía reír a la reina, y para añadirse a la conspiración le miró con una expresión<br />

significativa.<br />

La noticia de la llegada del comendador de Suffren no se había dado, según hemos<br />

dicho, y, sin embargo, no se podía eliminar como una especie de presagio que planeaba<br />

sobre todos.<br />

Se percibía que alguna incógnita iba a desvelarse de un momento a otro, una novedad<br />

que se iba a saber repentinamente; era un interés desconocido que se extendía por todo<br />

aquel mundo en que el menor acontecimiento tomaba importancia desde el momento en<br />

que el dueño fruncía las cejas para desaprobar o se callaba para sonreír.<br />

El rey, que tenía la costumbre de jugar una apuesta de seis libras, para moderar el juego<br />

de los príncipes y de los cortesanos, no se dio cuenta de que colocaba sobre la mesa el<br />

oro que tenía en el bolsillo.<br />

La reina, de lleno en su papel, tuvo la diplomacia de atraer la atención de los que la<br />

rodeaban con el ardor ficticio que puso en su juego.

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