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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Madame —dijo Felipe—, puesto que Vuestra Majestad tiene confianza en mí, trataré<br />

de merecerla.<br />

Felipe se había calzado ya los patines, afilados como láminas de acero. Subiendo a la<br />

trasera del trineo, lo impulsó vivamente y la carrera comenzó, ofreciéndose en seguida<br />

un curioso espectáculo.<br />

Saint-George, el rey de los gimnastas; Saint-George, el elegante mulato, el hombre de<br />

moda, el hombre superior en todos los ejercicios gimnásticos, intuyó un rival en ese<br />

joven que osaba lanzarse cerca de él a la carrera.<br />

Entonces se puso a girar alrededor del trineo de la reina con reverencias tan respetuosas<br />

y tan ágiles que jamás ningún cortesano en los salones de Versalles lo había ejecutado<br />

con mayor seducción: trazaba alrededor del trineo círculos cada vez más rápidos y más<br />

justos, enlazando uno con el anillo siguiente, maravillosamente soldados el uno al otro,<br />

de suerte que cada nueva curva, preveía siempre la llegada del trineo, el cual dejaba<br />

atrás, y después de un golpe vigoroso de patines, volvía a ganar gracias a una elipse el<br />

terreno que había perdido.<br />

Ninguno, ni siquiera con la mirada, podía seguir esta maniobra sin quedar maravillado,<br />

embobado.<br />

Entonces Felipe, espoleado por el juego de su adversario, tomó una resolución<br />

temeraria: lanzó el trineo con una rapidez tan vertiginosa que por dos veces Saint-<br />

George, en lugar de encontrarse delante de él, acabó su círculo detrás, y como la rapidez<br />

del trineo hacía lanzar a mucha gente gritos de espanto, y temiendo que los gritos<br />

pudieran asustar a la reina, dijo:<br />

—Si Su Majestad lo desea, me detendré o frenaré un poco.<br />

—Oh, no, no —replicó la reina con el ardor que ponía en todo—. Yo no tengo miedo;<br />

más de prisa si podéis, caballero, más de prisa.<br />

—Gracias por vuestra entereza, madame, sujetaos bien.<br />

Y como su recia mano se afirmase de nuevo al triángulo del respaldo, el movimiento fue<br />

tan vigoroso que el trineo dio un salto.<br />

Se habría dicho que acababa de levantarlo en el aire.<br />

Entonces, alargando al trineo su otra mano, esfuerzo que había desdeñado hasta<br />

entonces, arrastró la máquina como un juguete en sus manos de acero.<br />

Desde ese momento cruzaba cada uno de los círculos de Saint-George, con círculos más<br />

grandes todavía, por lo que el trineo se movía como si fuera una pluma, girando y<br />

volviendo a girar ampliamente como si se tratase de simples huellas sobre las cuales<br />

Saint-George rajaba el hielo; a pesar del volumen y del peso, el trineo de la reina se<br />

había convertido en un patín: giraba, volaba, remolineaba como un danzarín.<br />

Saint-George, más fino y más correcto en sus evoluciones, empezó a inquietarse.<br />

Patinaba desde hacía una hora, y Felipe, viéndole sudoroso y notando los esfuerzos de<br />

sus temblorosas piernas, resolvió vencerle por la fatiga.<br />

Cambió de marcha, y abandonando los círculos que le proporcionaban el trabajo de<br />

levantar cada vez el trineo, se lanzó hacia delante en línea recta, y el trineo partió más<br />

rápido que una flecha.<br />

Saint-George, de un solo golpe, se le reunió pronto, pero Felipe había escogido el<br />

momento en que el segundo impulso multiplica el arranque del primero, y deslizó el<br />

trineo sobre una capa de hielo todavía intacta, y con tanta rapidez que le dejó atrás.<br />

Saint-George se lanzó para alcanzar el trineo, pero Felipe, reuniendo todas sus fuerzas,<br />

se deslizó sobre el extremo del patín, que pasó delante de Saint-George y clavando las<br />

manos sobre el trineo con un movimiento hercúleo, le hizo dar una vuelta y lo lanzó de<br />

nuevo en sentido contrario, mientras que Saint-George, agotado por su supremo

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