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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Oh —exclamó la reina riendo—, acabáis de deslucir vuestra bella acción.<br />

—Hermana mía —dijo el conde de Artois con cierta seriedad—, vos debéis tener<br />

también necesidad de dinero, como buena reina de Francia. Yo pongo a vuestra<br />

disposición la mitad del dinero que espero.<br />

—Mi buen hermano —repuso María Antonieta—, a Dios gracias no necesito nada por<br />

ahora.<br />

—Pero no esperéis demasiado tiempo para aprovechar mi ofrecimiento.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque si esperáis demasiado, yo podría estar en una situación difícil.<br />

—En ese caso trataré de descubrir algún secreto de Estado.<br />

—Querida hermana, tenéis frío; lo veo en el color de vuestras mejillas.<br />

—Ya monsieur de Taverney vuelve con mi trineo.<br />

—¿Entonces no tenéis necesidad de mí, hermana?<br />

—No.<br />

—Pues disculpadme, os lo ruego.<br />

—¿Por qué? ¿Creéis que me aburrís?<br />

—No, pero necesito salir.<br />

—Adiós, entonces.<br />

—Hasta después.<br />

—¿Cuándo?<br />

—Esta noche.<br />

—¿Qué ocurre con esta noche?<br />

—No es que ocurre, sino que ocurrirá.<br />

—¿Qué ocurrirá?<br />

—Que habrá mucha gente en el juego del rey.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque el ministro traerá a monsieur de Suffren.<br />

—Pues, hasta la noche.<br />

Con estas palabras el joven príncipe saludó a su hermana con la gentileza que le era<br />

natural y desapareció.<br />

De Taverney padre había seguido con los ojos a su hijo cuando se separaba de la reina<br />

para ocuparse del trineo, pero en seguida su mirada vigilante se dirigió a la reina. La<br />

animada conversación de María Antonieta con su cuñado despertó algunas inquietudes,<br />

pues su diálogo recortaba aquella familiaridad demostrada en otro tiempo a su hijo por<br />

la reina.<br />

Al fin se contentó con hacer un gesto amable a Felipe cuando éste terminó los<br />

preparativos para la partida del trineo, y el joven, queriendo, como le había dicho la<br />

reina, ir a abrazar a su padre, al que no había abrazado desde hacía diez años, éste le<br />

despidió con un ademán, diciéndole:<br />

—Más tarde, más tarde; vuelve después de tu servicio y hablaremos.<br />

Felipe se alejó, pues, y el barón vio con alegría que el conde de Artois había pedido<br />

licencia a la reina, la cual, seguida de Andrea, subió al trineo, como dos grandes<br />

archiduquesas.<br />

—No, no —dijo la reina—; yo no quiero ir de esta manera. ¿Es que vos no patináis,<br />

monsieur de Taverney?<br />

—Perdonadme, madame —respondió Felipe.<br />

—Dadle patines al caballero —ordenó la reina, y después, volviéndose hacia él,<br />

agregó—: No sé quién me dijo que patináis tan bien como Saint-George.<br />

—Antes —dijo Andrea—, Felipe patinaba bien.<br />

—¡Y ahora no tenéis rival! ¿Verdad, monsieur de Taverney?

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