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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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A veces un grito de admiración surgía de en medio de la asamblea. Era que Saint-<br />

Georges, el valiente patinador, acababa de ejecutar un círculo tan perfecto, que si un<br />

geómetra lo midiese no encontraría defecto alguno.<br />

Mientras que las orillas del estanque estaban llenas de tal cantidad de espectadores, que<br />

se prestaban calor por contacto y ofrecían de lejos el aspecto de un tapiz multicolor,<br />

sobre el cual flotaba una especie de vapor, el de los alientos en el ambiente frío, el<br />

mismo estanque, convertido en un espejo de hielo, presentaba el aspecto más variado y<br />

sobre todo más movido.<br />

Aquí un trineo que tres grandes perros adornados como las troikas rusas hacen volar<br />

sobre el hielo. Estos perros vestidos con terciopelos blasonados, con la cabeza cubierta<br />

de plumas flotantes, se parecen a los quiméricos animales de las intrigas de Callot o de<br />

las pinturas negras de Goya.<br />

Su dueño, monsieur de Lauzun, perezosamente sentado en el trineo forrado con piel de<br />

tigre, se inclina hacia un costado para respirar con holgura, lo que no haría si siguiese la<br />

dirección del viento.<br />

Aquí y allá, algunos trineos de modesto aspecto buscan la soledad. Una dama<br />

enmascarada, sin duda por causa del frío, está en uno de estos trineos, mientras que un<br />

hermoso patinador, vestido con una hopalanda de terciopelo con adornos de oro, se<br />

inclina sobre el respaldo para dar un impulso más rápido al trineo que él mismo empuja<br />

a la vez que dirige.<br />

Las palabras entre la dama y el patinador de la hopalanda de terciopelo se cambian en<br />

voz muy baja, y nadie se atrevería a criticar una cita secreta dada bajo la bóveda de los<br />

cielos y a la vista de todo Versalles.<br />

Lo que se dicen poco importa a quienes les están viendo, y poco les importa a ellos que<br />

les vean, ya que no les oyen. Resulta evidente que, aun en medio de toda esta gente,<br />

viven una vida de soledad, pasan entre la multitud como pájaros viajeros. ¿Adonde van?<br />

A ese mundo desconocido que toda alma busca y que se llama felicidad.<br />

De repente, en medio de estas sílfides que se deslizan más que andan, se produce un<br />

gran movimiento, estalla un rumor que lo llena todo.<br />

La reina acaba de aparecer en la orilla del Bassin des Suisses, ha sido reconocida y<br />

todos se apresuran a ofrecerle su puesto, mientras ella les hace a todos el ademán de que<br />

no se muevan.<br />

El grito de «¡Viva la reina!» repercute, y después, obtenido el permiso, los patinadores<br />

que vuelan y los trineos empujados forman, como movidos por un resorte eléctrico, un<br />

gran círculo alrededor del lugar donde la augusta visitante se ha detenido.<br />

La atención general está fija en ella.<br />

Los hombres se acercan con deferencia y las mujeres se acomodan con respeto; cada<br />

una encuentra el medio de mezclarse casi con los grupos de caballeros y altos oficiales<br />

que se presentan para ofrecer sus cumplidos a la reina.<br />

Entre los principales personajes que el público ha reconocido, hay uno que, en lugar de<br />

seguir el impulso general de presentarse delante de la reina, abandona su trineo y<br />

desaparece acompañado de su séquito.<br />

El conde de Artois, que se encontraba entre los más elegantes y expertos patinadores, no<br />

fue de los últimos en franquear el espacio que le separaba de su cuñada, yendo a besarle<br />

la mano y diciéndole:<br />

—¿Veis cómo nuestro hermano el conde de Provenza huye de vos?<br />

Diciendo estas palabras señaló a la Alteza Real que a grandes pasos iba por el soto lleno<br />

de escarcha en busca de su carroza, detenida en un recodo del camino.<br />

—No desea que le haga reproches —dijo la reina.

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