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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Vamos, vamos —interrumpió María Antonieta, llenando de chocolate la taza de<br />

Felipe—; vos sois un soldado, como habéis dicho, y como tal acostumbrado al fuego;<br />

arded gloriosamente con el chocolate, porque no tengo tiempo de esperaros.<br />

Y se echó a reír, pero Felipe tomó la cosa en serio, como un lugareño lo hubiera hecho;<br />

solamente que lo que éste hubiera hecho por presumir de gran señor, Felipe lo cumplió<br />

por heroísmo.<br />

La reina no le perdía de vista y siguió riendo.<br />

—Tenéis el mejor carácter.<br />

Se levantó. Sus azafatas le habían traído un hermoso sombrero, un manto de armiño y<br />

guantes.<br />

Felipe se puso el sombrero bajo el brazo y siguió a las damas.<br />

—Monsieur de Taverney, no quiero que me dejéis —dijo la reina—. Es más, hoy, por<br />

cortesía, quiero acaparar a un americano. Tomad mi derecha.<br />

De Taverney obedeció. Andrea se colocó a la izquierda de su soberana.<br />

Cuando la reina descendió la gran escalera, cuando los tambores redoblaron, cuando el<br />

clarín de los guardias de Corps y el entrechocamiento al presentar armas resonaron en el<br />

palacio, extendiéndose sus ecos por los vestíbulos, esta pompa real, este respeto de<br />

todos, esta adoración dirigida al corazón de la reina la compartía De Taverney en su<br />

camino, y este triunfo llenó de vértigo la cabeza ya turbada del joven. Un sudor de<br />

fiebre brilló en su frente y sus pasos vacilaron.<br />

Y sin el frío que le golpeó los ojos y los labios, seguramente se hubiese desvanecido.<br />

Era para este joven, después de tantos días tristemente pasados entre penalidades y en el<br />

exilio, un retorno demasiado súbito a las grandes alegrías del orgullo y del corazón.<br />

Mientras que al paso de la reina, resplandeciente de belleza, se inclinaban las frentes y<br />

se presentaban armas, se vio a un viejecito al cual la preocupación hizo olvidar la<br />

etiqueta.<br />

Permanecía con la cabeza levantada, la mirada fija sobre la reina y sobre De Taverney,<br />

en lugar de bajar la frente y los ojos.<br />

Cuando la reina se alejó, el viejecito salió de su fila y se le vio correr todo lo que le<br />

permitieron sus temblorosas piernas.<br />

IX<br />

<strong>EL</strong> BASSIN <strong>DE</strong>S SUISSES<br />

Todos conocen ese rectángulo glauco y morado en la bella estación, blanco y estriado<br />

en el invierno, que se llama todavía hoy el Bassin des Suisses.<br />

Una avenida de tilos que extendían alegremente al sol sus brazos rojizos bordeaban cada<br />

ribera del estanque; esta avenida estaba llena de paseantes de todos los rangos y de toda<br />

edad que acudían a gozar del espectáculo de los trineos y de los patinadores.<br />

Los vestidos de las damas ofrecían esa abigarrada mezcla del lujo un poco decadente de<br />

la antigua corte y la desenvoltura un poco caprichosa de la nueva moda.<br />

Los altos peinados, los mantos prestando sombra a las frentes jóvenes, los sombreros de<br />

fieltro en su mayoría, los abrigos de pieles y el vuelo de los vestidos de seda, formaban<br />

una mezcla bastante curiosa con los vestidos rojos, los redingotes de un azul cielo, las<br />

libreas amarillas y las holgadas levitas blancas.<br />

Criados en azul y rojo emergían de toda esta multitud como amapolas azulinas que el<br />

viento hiciese ondular sobre las espigas o los tréboles.

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