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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Había enviado a su casa a mi ayuda de cámara, madame, lo mismo que mi reducido<br />

equipaje, pero monsieur de Taverney ha hecho volver al criado con la orden de<br />

presentarme primero en palacio, ante el rey o ante Vuestra Majestad.<br />

—¿Y vos habéis obedecido?<br />

—Y ha sido una suerte, madame, pues así he podido abrazar a mi hermana.<br />

—Hace un tiempo soberbio —exclamó la reina con un movimiento de alegría—.<br />

Madame de Misery, mañana se habrá fundido el hielo. Necesito un trineo<br />

inmediatamente.<br />

La primera dama salió para transmitir la orden.<br />

—Y servidme aquí el chocolate —agregó la reina.<br />

—¿Vuestra Majestad no almorzará? —preguntó De Misery— Anoche Vuestra Majestad<br />

no cenó.<br />

—Os engañáis, mi buena Misery; nosotras cenamos ayer; preguntádselo a mademoiselle<br />

de Taverney.<br />

—Y muy bien —afirmó Andrea.<br />

—Lo que no me impedirá tomar el chocolate —agregó la reina—; de prisa, de prisa, mi<br />

buena De Misery; este bello sol me atrae; y habrá mucha gente en el Bassin des Suisses.<br />

—¿Vuestra Majestad se propone patinar? —preguntó Felipe.<br />

—Sin duda vais a burlaros de nosotras, monsieur americano, vos que habréis recorrido<br />

lagos inmensos, sobre los cuales se hacen seguramente más leguas que nosotros damos<br />

pasos aquí.<br />

—Madame —respondió Felipe—, aquí Vuestra Majestad se divierte con el frío y el<br />

camino; allá significan la muerte.<br />

—He aquí el chocolate; Andrea, os invito a tomar una taza.<br />

Andrea enrojeció de placer y se inclinó.<br />

—¿Lo veis, monsieur de Taverney? Soy siempre la misma, la etiqueta me da horror<br />

como en otro tiempo. ¿Os acordáis de entonces, o habéis cambiado?<br />

Estas palabras estremecieron el corazón del joven, porque a veces el disgusto de una<br />

mujer es una amenaza para los propios intereses.<br />

—No, madame; no he cambiado, por lo menos de corazón.<br />

—Entonces, si habéis guardado el mismo corazón —dijo la reina sonriendo—, como<br />

vuestro corazón era bueno, vamos a agradecer eso a nuestro modo: una taza para<br />

monsieur de Taverney, madame de Misery.<br />

—Oh, madame —repuso Felipe impresionado—, Vuestra Majestad no pensará hacer tal<br />

honor a un soldado oscuro como yo.<br />

—Un antiguo amigo —exclamó la reina—, he ahí todo. Hoy me vienen a la memoria<br />

todos los recuerdos de mi juventud; hoy me siento feliz, libre, orgullosa, loca... Hoy me<br />

acuerdo de mis primeros paseos por mi Trianón querido, y las escapadas que hacíamos<br />

Andrea y yo. Mis rosas, mis fresas, mis verbenas, los pájaros que trataba de reconocer<br />

en mis parterres, todo, hasta mis jardines queridos en los que siempre había una flor<br />

nueva, un fruto sabroso, y De Jussieu y ese original Rousseau, ya muerto... Este<br />

hermoso día... Os digo que me vuelve loca. ¿Pero qué os pasa, Andrea? Habéis<br />

enrojecido; ¿qué ocurre, Felipe? ¿Estáis pálido?<br />

El rostro de los dos jóvenes había soportado mal la prueba de este recuerdo cruel. Pero a<br />

las primeras palabras de la reina recuperaron su valor.<br />

—Es que me he quemado —dijo Andrea—; excusadme, madame.<br />

—Y yo, madame —dijo Felipe—, no puedo todavía hacerme a la idea de que Vuestra<br />

Majestad me honre como a un gran señor.

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