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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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monsieur: había deseado comer pronto porque monsieur de La Perouse, que se marcha<br />

esta tarde, no deseará retrasarse.<br />

—Monseñor, el caballero de La Perouse está en este momento con el rey; trata de<br />

geografía y cosmografía con Su Majestad. El rey no dejará marchar tan pronto a<br />

monsieur de La Perouse.<br />

—Es posible...<br />

—Es seguro, monseñor. Y pasará lo mismo con monsieur de Favras, que está en casa<br />

del señor conde Provenza, sin duda comentando la obra de Carón de Beaumarchais.<br />

—¿Las bodas de Fígaro?<br />

—Sí, monseñor.<br />

—¿Sabéis que sois muy ilustrado, monsieur?<br />

—En mis ratos perdidos, leo, monseñor.<br />

—Tenemos a monsieur de Condorcet, que, en su calidad de geómetra, podría ser<br />

puntual.<br />

—Sí, pero se enfrascará en un cálculo y, cuando lo haya resuelto, se encontrará con<br />

media hora de retraso. En cuanto al conde de Cagliostro, como se trata de un extranjero<br />

y vive en París desde hace poco tiempo, es muy probable que no conozca aún la vida de<br />

Versalles y se haga esperar.<br />

—Veo —dijo el mariscal— que habéis nombrado a todos mis convidados excepto a<br />

Taverney, y con un orden de enumeración digno de Homero y de mi fiel Rafté.<br />

El maestresala se inclinó.<br />

—No he hablado de monsieur de Taverney porque es un viejo amigo que se conformará<br />

con lo que se disponga. Creo, monseñor, que son éstos los ocho cubiertos de esta tarde,<br />

¿no?<br />

—Perfectamente. ¿Dónde comeremos?<br />

—En el comedor grande, monseñor.<br />

—Nos helaremos.<br />

—Hace tres días que está calentándose, monseñor, y he regulado la temperatura a<br />

dieciocho grados.<br />

—Muy bien, pero ya suena la media.<br />

El mariscal miró el reloj.<br />

—Son las cuatro y media.<br />

—Sí, monseñor, y un caballo está entrando en el patio; llega mi botella de vino de<br />

Tokay.<br />

—Desearía ser servido de esa manera veinte años más —dijo el viejo mariscal,<br />

volviendo a su espejo mientras el maestresala corría al office.<br />

—Veinte años más —dijo una alegre voz que interrumpió al duque en el preciso<br />

momento en que se miraba al espejo—. ¡Veinte años! Querido mariscal, os lo deseo,<br />

pero entonces, duque, yo tendré sesenta y seré ya muy vieja.<br />

—¿Vos, condesa? —exclamó el mariscal—. ¡Vos la primera que llega! Dios mío, seguís<br />

tan bella y lozana como siempre.<br />

—Decid, más bien, que estoy helada.<br />

—Pasad al tocador, os lo ruego.<br />

—¿Una conversación privada entre los dos, mariscal?<br />

—Entre los tres —respondió una voz cascada.<br />

—De Taverney —exclamó el mariscal. Y añadió al oído de la condesa—: ¡Peste de<br />

aguafiestas!<br />

—¡Puaf! —murmuró madame du Barry con una carcajada.<br />

Los tres pasaron a la estancia contigua.

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