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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Queréis saber justamente a qué hora volví de París, entonces?<br />

—Claro.<br />

—Nada más fácil, Sire.<br />

La reina llamó a madame de Misery, la cual apareció en el acto.<br />

La azafata volvió a entrar.<br />

—¿Qué hora era cuando yo volví de París ayer? —preguntó la reina.<br />

—Alrededor de las ocho, Majestad.<br />

—Creo —dijo el rey— que os equivocáis, madame de Misery, debéis informaros.<br />

La azafata, rígida, impasible, se volvió hacia la puerta y llamó:<br />

—¡Madame Duval!<br />

—¿Madame?<br />

—¿A qué hora Su Majestad regresó de París anoche?<br />

—Quizá fuesen las ocho, Majestad —contestó la segunda azafata.<br />

—Debéis engañaros, madame Duval —dijo madame de Misery.<br />

Madame Duval se inclinó hacia la ventana de la antecámara y gritó.<br />

—¡Laurent!<br />

—¿Quién es ese Laurent? —preguntó el rey.<br />

—Es el guardián de la puerta por la cual Su Majestad entró ayer —dijo De Misery.<br />

—Laurent —gritó madame Duval—, ¿a qué hora regresó ayer Su Majestad la reina?<br />

—Hacia las ocho —respondió el portero desde la terraza.<br />

El rey bajó la cabeza. Los esposos quedaron solos.<br />

Luis XVI era tímido y hacía grandes esfuerzos para disimular su timidez.<br />

Pero la reina, en lugar de sentirse triunfante por la victoria que acababa de obtener, dijo<br />

fríamente:<br />

—Veamos, Sire; ¿qué deseáis saber ahora?<br />

—No, nada —dijo el rey cogiendo las manos de su mujer—. ¡Nada!<br />

—Sin embargo...<br />

—Perdonadme, madame. Yo no sé lo que me ha pasado por la cabeza. Ved mi alegría;<br />

es tan grande como mi arrepentimiento. Vos no me queréis menos por ello, ¿no es así?<br />

Callad; por mi fe de gentilhombre que me moriría de desesperación.<br />

La reina retiró su mano de la del rey.<br />

—¿Qué hacéis, madame? —interrogó Luis.<br />

—Una reina de Francia no miente —respondió María Antonieta.<br />

—¿Y bien? —preguntó el rey asombrado.<br />

—Quiero deciros que no he entrado ayer a las ocho de la noche.<br />

El rey dio un paso atrás sorprendido.<br />

—Quiero deciros —continuó la reina con la misma sangre fría— que he entrado esta<br />

mañana a las seis.<br />

—¡Madame!<br />

—Y que sin el conde de Artois, que me ha ofrecido un asilo y albergado por piedad en<br />

una de sus casas, estaría en la puerta como una mendiga.<br />

—¡Ah! Vos no habéis entrado —dijo el rey con gesto sombrío—. Entonces, ¿yo tenía<br />

razón?<br />

—Sire, llegáis, y os pido perdón por ello, a una solución aritmética, pero no a una<br />

conclusión de hombre galante.<br />

—¿Por qué, madame?<br />

—Para aseguraros de si yo había entrado pronto o tarde, vos no tendríais necesidad de<br />

cerrar vuestras puertas ni de dar vuestras consignas, sino únicamente encontrarme y<br />

preguntarme: «¿A qué hora habéis vuelto, madame?»<br />

—¡Oh! —dijo el rey.

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