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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Dormís muy a gusto, madame —dijo el rey, tomando asiento cerca del lecho después<br />

de arrojar en torno una mirada investigadora.<br />

—Sí, Sire. He leído hasta muy tarde, y si Vuestra Majestad no hubiera venido a<br />

despertarme, todavía dormiría.<br />

—¿Cómo es, madame, que ayer no quisisteis recibirme?<br />

—¿Recibir a quién? ¿A vuestro hermano el conde de Provenza? —dijo la reina con una<br />

presencia de espíritu que atajaba las sospechas del rey.<br />

—Sí, a mi hermano; él quiso saludaros y se le echó.<br />

—¿Es posible?<br />

—Diciéndole que estabais ausente.<br />

—¿Se le dijo eso? —preguntó fríamente la reina—. Madame de Misery.<br />

La primera dama de cámara apareció en la puerta con una bandeja de oro con las cartas<br />

dirigidas a la reina.<br />

—¿Su Majestad me ha llamado?<br />

—Sí. ¿Por qué se le dijo ayer a monsieur de Provenza que yo estaba ausente del<br />

castillo?<br />

Madame de Misery, para no pasar delante del rey, dio la vuelta y tendió la bandeja con<br />

las cartas a la reina, la cual reconoció la letra de una de las cartas.<br />

—Responded al rey, madame de Misery —continuó la reina con la misma indolencia—.<br />

Decid a Su Majestad lo que se le contestó ayer a monsieur de Provenza cuando llegó a<br />

mi puerta. Yo no me acuerdo.<br />

—Sire —dijo De Misery mientras la reina abría el sobre de la carta—, monseñor el<br />

conde de Provenza se presentó ayer para ofrecer sus saludos a Su Majestad y se le dijo<br />

que Su Majestad no recibía.<br />

—¿Quién dio la orden?<br />

—La orden la dio la reina.<br />

—¡Ah! —murmuró el rey.<br />

La reina había abierto la carta y leído estas dos líneas: «Vos habéis regresado ayer de<br />

París y entrado en el castillo a las ocho de la noche. Laurent os ha visto.»<br />

Después, siempre con el mismo aire negligente, la reina abrió media docena de billetes,<br />

de cartas y de peticiones que dejaba, una vez leídos, sobre el edredón.<br />

—Y bien —dijo ella, levantando la cabeza hacia el rey.<br />

—Gracias, madame —dijo éste a la primera dama de cámara.<br />

Madame de Misery se alejó.<br />

—Perdón, Sire —dijo la reina—. Aclaradme un punto.<br />

—¿Cuál?<br />

—¿Soy o no soy libre de ver a monsieur de Provenza?<br />

—Perfectamente libre, madame..., pero...<br />

—Su manera de ser me fatiga. Por otro lado, es muy cierto que no me quiere. Yo<br />

tampoco le aprecio. Esperaba su molesta visita, y me acosté a las ocho para no recibirle.<br />

¿Qué pensáis, pues, Sire?<br />

—Nada, nada.<br />

—Se diría que dudáis.<br />

—Pero...<br />

—Pero, ¿qué?<br />

—Os creía ayer en París.<br />

—¿A qué hora?<br />

—A la hora en que pretendéis que os acostasteis.<br />

—Es cierto que iba a París. ¿Pero acaso no se vuelve de París?<br />

—Todo depende de la hora a que se regrese.

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