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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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En cuanto a ellas, continuaron en el mismo sitio en que se apearon, y hasta que el coche<br />

de alquiler no hubo desaparecido, no se dirigieron hacia el palacio.<br />

VI<br />

UNA CONSIGNA<br />

En el momento en que se pusieron en camino, las ráfagas de un viento fuerte trajeron al<br />

oído de las viajeras los tres cuartos que sonaban en el reloj de la iglesia de Saint-Louis.<br />

—¡Dios mío, las doce menos cuarto! —exclamaron al unísono.<br />

—Mirad, todas las verjas están cerradas —agregó la más joven.<br />

—No me inquieta ese detalle, querida Andrea; si la verja estuviera abierta, entraríamos<br />

por el patio de honor; vayamos de prisa, de prisa, por los reservados.<br />

Y se dirigieron hacia el lado derecho del castillo.<br />

Todo el mundo sabe que hay en este lado un pasaje particular que conduce a los<br />

jardines, al que llegaron en seguida.<br />

—La puertecilla está cerrada, Andrea —dijo, inquieta, la mayor.<br />

—Vámonos, madame.<br />

—No, llamemos. Laurent debe esperarme. Le he prevenido que quizá llegaríamos tarde.<br />

—Entonces, llamemos.<br />

Y Andrea se acercó a la puerta.<br />

—¿Quién va? —preguntó una voz desde el interior, sin esperar que llamasen.<br />

—¡Oh!... No es la voz de Laurent —dijo, espantada, la joven.<br />

—No, en efecto.<br />

La mujer se aproximó a su vez.<br />

—Laurent —murmuró a través de la puerta.<br />

Ninguna respuesta.<br />

—Laurent —repitió la dama,<br />

—Aquí no hay ningún Laurent —replicó rudamente la voz.<br />

—Pero —dijo Andrea, con insistencia— seáis Laurent o no, abrid.<br />

—Yo no abro.<br />

—Pero, amigo mío, ¿no sabéis que Laurent tiene la costumbre de abrirnos?<br />

—Yo no tengo nada que ver con Laurent. Cumplo mi consigna.<br />

—¿Quién sois, pues?<br />

—¿Quién soy?<br />

—Sí.<br />

—¿Y vos? —dijo la voz.<br />

La pregunta fue un poco brutal, pero no se podía porfiar. Había que responder.<br />

—Somos dos damas del séquito de Su Majestad. Nos albergamos en el castillo y<br />

queremos entrar en nuestra casa.<br />

—Muy bien. Yo, señoras, como soy un suizo de la primera compañía Salischamade,<br />

haré todo lo contrario de Laurent y os dejaré en la puerta.<br />

—¡Oh! —murmuraron las dos mujeres, mientras la una apretaba con indignación la<br />

mano de la otra.<br />

Después, haciendo un esfuerzo para dominarse, dijo:<br />

—Amigo mío, comprendo que observéis vuestra consigna; sois un buen soldado y yo no<br />

quiero haceros faltar a ella. Hacedme sólo el favor de avisar a Laurent, que debe estar<br />

cerca de ahí.<br />

—Yo no puedo abandonar mi puesto.<br />

—Enviad a alguien.<br />

—No hay nadie.

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