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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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En aquel momento aparecieron en un extremo de la galería, la señorita de Taverney, de<br />

vestido blanco, como una prometida, y de rostro blanco como un espectro, y Felipe de<br />

Taverney, su hermano, que le daba la mano.<br />

Andrea caminaba con pasos rápidos, turbada la mirada, el pecho jadeante; la mano de su<br />

hermano le daba la fuerza, el coraje y la dirigía.<br />

La muchedumbre de cortesanos sonrió al paso de la novia. Todas las damas ocuparon su<br />

sitio detrás de la reina y todos los hombres se alinearon tras del rey.<br />

El bailío de Suffren, teniendo de la mano a Oliverio de Charny, se dirigió al encuentro<br />

de Andrea y de su hermano, saludóles y se confundió en el grupo de sus amigos y<br />

parientes.<br />

Felipe continuó su camino sin que su mirada hubiera hallado la de Oliverio, sin que la<br />

presión de sus dedos advirtiese a Andrea que ella debía levantar la cabeza.<br />

Llegado frente al rey, estrechó la mano de su hermana y ésta, como una muerta<br />

galvanizada, abrió sus grandes ojos y vio a Luis XVI que le sonreía con bondad.<br />

Saludó la infeliz en medio de los murmullos de los asistentes que de esta manera<br />

aplaudían su belleza.<br />

—Señorita— dijo el rey tomándole la mano—, habéis tenido que esperar el fin de<br />

vuestro luto para casaros con el señor de Charny; tal vez, si yo no os hubiese pedido<br />

apresurar el matrimonio, vuestro futuro esposo, a pesar de su impaciencia, os hubiese<br />

permitido tomar un mes más de plazo; porque según me han dicho sufrís y esto me<br />

aflige; pero yo debo asegurar la felicidad de los gentileshombres que me sirven como el<br />

señor de Charny; si vos no os hubieseis casado hoy, yo no hubiera podido asistir a la<br />

ceremonia teniendo en cuenta que mañana parto de viaje por Francia con la reina. Por<br />

eso tendré el placer de firmar vuestro contrato hoy y de veros casada en mi capilla.<br />

Saludad a la reina, señorita, y dadle las gracias, porque Su Majestad ha sido muy buena<br />

para vos.<br />

Y al tiempo que decía; esto acompañó a Andrea hasta donde estaba María Antonieta.<br />

Esta se había puesto de pie, con las rodillas temblorosas y las manos heladas. No se<br />

atrevió a levantar los ojos y vio solamente algo blanco que se aproximaba y se inclinaba<br />

hacia ella. Era el vestido de boda de Andrea.<br />

El rey entregó la mano de la prometida a Felipe, dio la suya a María Antonieta y en voz<br />

alta, dijo:<br />

—A la capilla, caballeros.<br />

Toda aquella muchedumbre pasó detrás de Sus Majestades.<br />

La misa comenzó en seguida. La reina la escuchó sobre su reclinatorio, con la cabeza<br />

hundida entre sus manos. Rogó con toda su alma y todas sus fuerzas; elevó al cielo<br />

votos tan ardientes que el soplo de sus labios consumió la huella de sus lágrimas.<br />

El señor de Charny, pálido y hermoso, sintiendo sobre su persona el peso de todas las<br />

miradas, permaneció tranquilo y valiente como si hubiera estado a bordo, en medio de<br />

torbellinos de llamas y entre tormentas de metralla inglesa; sólo que sufriendo más.<br />

Felipe, con la mirada dirigida hacia su hermana, a la que veía estremecerse y vacilar,<br />

parecía presto a ofrecerle ayuda con una palabra, un gesto de consuelo o de amistad.<br />

Pero Andrea no se hizo traición a sí misma; permaneció con la cabeza alta, respirando<br />

continuamente el frasco de sales, vacilante como la llama de un cirio, pero de pie y<br />

tratando de vivir por la fuerza de su voluntad.<br />

Ella no dirigía súplicas al cielo, ni hacía votos para el porvenir; no tenía nada que<br />

esperar ni temer; no era nada para los hombres ni para Dios.<br />

Mientras el sacerdote hablaba, mientras se sentía el tintineo de la campana sagrada,<br />

cuando se cumplía a su alrededor el misterio divino, se decía Andrea:

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