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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Hizo una señal a Olive, que bajó del vehículo en medio de una gran gritería y una<br />

silbatina considerable.<br />

Pero para ciertos actores los silbidos no representan nada cuando le podían haber sido<br />

lanzados proyectiles.<br />

Olive, que había subido a la carroza, cayó en los brazos de Beausire, que, estrechándola<br />

hasta casi ahogarla, no la dejó en una legua, inundándola de besos y lágrimas y no<br />

respiró hasta llegar a Saint-Denis donde cambió los caballos sin haber sido molestado<br />

por la policía.<br />

Mientras tanto, Juana, al ver a todas estas personas libres, felices, festejadas, se<br />

preguntaba por qué era ella la única que no recibía noticias.<br />

—¿Pero y yo?— exclamó—. ¿Por qué refinamiento de crueldad no me notifican mi<br />

sentencia?<br />

—Calmaos, señora— dijo Hubert entrando—; calmaos.<br />

—Es imposible que no sepáis nada— contestó Juana—. ¡Vos sabéis!<br />

—¡Señora!...<br />

—Si no sois un desalmado, contadme; ved lo que estoy sufriendo.<br />

—Nos está prohibido a nosotros, oficiales de la prisión, revelar las sentencias cuya<br />

lectura corresponde a los escribanos del tribunal.<br />

—¡Pero, entonces, es tan espantosa que no os atrevéis!— exclamó Juana con<br />

irrefrenable desesperación.<br />

—No— dijo—; calmaos, calmaos.<br />

—Hablad, entonces.<br />

—¿Seréis complaciente y no me comprometeréis?<br />

—¡Os lo prometo, os lo juro!<br />

—Pues bien, el señor cardenal ha sido absuelto.<br />

—Ya lo sé.<br />

—El señor de Cagliostro ha quedado excluido de la causa...<br />

—¡Lo sé, lo sé!<br />

—A la señorita Olive se le ha retirado la acusación.<br />

—¿Qué más? ¿Qué más?<br />

—El señor Reteau de Villette ha sido condenado...<br />

Juana se estremeció.<br />

—¡A las galeras!<br />

—¿Y yo?— gritó ella con furia.<br />

—Paciencia, señora, paciencia. ¿No me lo prometisteis?<br />

—¡Ya tengo paciencia! ¡Hablad!... ¿Qué harán de mí?<br />

—Seréis desterrada— dijo con débil voz el conserje apartando los ojos.<br />

Un destello de alegría brilló en los de la condesa, pero se apagó con la misma rapidez<br />

que había aparecido.<br />

Dio un grito, fingió desvanecerse, y cayó en los brazos de sus huéspedes.<br />

—¿Qué hubiese sido— dijo Hubert al oído a su mujer— si le hubiese dicho la verdad?<br />

"El destierro— pensaba Juana simulando un ataque de nervios— es la libertad, es la<br />

riqueza, es la venganza, es lo que he soñado... ¡Triunfé!"<br />

CAPITULO XCVII<br />

<strong>LA</strong> EJECUCIÓN<br />

Juana continuaba esperando que el escribano prometido por el conserje viniese a leerle<br />

la sentencia.

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