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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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levantando un enorme jarrón de porcelana en el que vegetaba un rosal marchito, se<br />

golpeó con él muchas veces la cabeza.<br />

El jarrón se rompió y quedó un fragmento en manos de la furiosa mujer. Se le vio correr<br />

la sangre por las heridas de la frente que se había abierto con los golpes. La conserje se<br />

echó llorando en sus brazos. La sentaron en un sillón y la inundaron de agua perfumada<br />

y de vinagre. Después de varias convulsiones, desvanecióse.<br />

Cuando volvió en sí, él abate pensó que se ahogaba.<br />

—Esta reja— dijo— intercepta la luz y el aire. Esta pobre mujer no puede respirar aquí.<br />

Entonces, la señora Hubert, olvidándolo todo, corrió a un armario situado cerca de la<br />

chimenea, sacó una llave que servía para abrir la reja y pronto el aire y la vida entraron<br />

a oleadas en la habitación.<br />

—¡Ah!—dijo el abate—. Yo no sabía que esta reja podía abrirse con ayuda de una llave.<br />

¿Por qué tantas precauciones, Dios mío?<br />

—¡Es la orden!— contestó la conserje.<br />

—Sí, lo comprendo— reconoció el abate con acentuada intención—; esta ventana no<br />

está sino a siete pies aproximadamente del suelo y da al muelle. Si algunos presos se<br />

escapasen del interior de la Conserjería, pasando por vuestra sala, hallarían la libertad<br />

sin haber encontrado un carcelero ni un centinela.<br />

—Precisamente— dijo la conserje.<br />

El abate notó, con el rabillo del ojo que la señora de La Motte había oído, entendido e<br />

inclusive estremecido y que ante las palabras del abate levantó los ojos hacia el armario,<br />

cerrado únicamente con una aldaba, en el que el conserje guardaba la llave.<br />

Fue suficiente para él. Su presencia ya no parecía ser necesaria y se despidió.<br />

Sin embargo, volviendo sobre sus pasos, como los personajes del teatro que hacen una<br />

falsa salida, dijo:<br />

—¡Cuánta gente en la plaza! La multitud pugna tan encarnizadamente por acercarse a<br />

este lado del palacio, que no hay un alma en el muelle.<br />

Él conserje asintió.<br />

—Es verdad— dijo.<br />

—No es fácil que la sentencia sea acordada esta noche, ¿verdad?— interrogó el abate<br />

como si la señora de La Motte no pudiese oírle. Y sin embargo le oía muy bien.<br />

—Supongo que no se acordará antes de mañana por la mañana.<br />

—Pues bien— añadió el abate—, tratad que repose un poco esta pobre señora de La<br />

Motte.<br />

—Nos retiraremos a nuestra habitación— dijo el buen conserje a su mujer— y<br />

dejaremos aquí a la señora en el sillón, a no ser que desee irse a la cama.<br />

Juana, incorporándose, halló la mirada del abate que espiaba su respuesta. Hizo como<br />

que se dormía.<br />

Entonces el abate desapareció y el conserje y su mujer marcháronse también, después de<br />

haber cerrado suavemente la reja y colocado la llave en su lugar.<br />

Tan pronto como estuvo sola, Juana abrió los ojos.<br />

"El abate me aconseja huir —pensó—. ¿Se me puede indicar más claramente la<br />

necesidad de la evasión y los medios para conseguirlo? Amenazarme con una condena<br />

antes de la sentencia de los jueces, es propio de un amigo que me impulsa a recobrar mi<br />

libertad.<br />

"Para huir no tengo que dar más que un paso; abro el armario, después la reja y estoy en<br />

el muelle desierto.<br />

"¡Desierto, sí!... No hay nadie; hasta la luna se oculta en el cielo.<br />

"¡Huir!... ¡La libertad! ¡La felicidad de hallar de nuevo mis riquezas.!, la felicidad de<br />

devolver a mis enemigos todo el mal que me han hecho!"

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