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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Que se libertase a Olive.<br />

Que el príncipe de Rohan se declarara culpable de haber ofendido temerariamente a la<br />

Majestad Real y que, en virtud de esa confesión, fuera desterrado y despojado de todos<br />

sus cargos y dignidades.<br />

Esta petición llenó al parlamento de indecisión, y de terror a los acusados. La voluntad<br />

real aparecía con tal fuerza, que si se hubiera vivido un cuarto de siglo antes, cuando los<br />

parlamentos habían empezado a sacudir el yugo y a reivindicar sus prerrogativas, las<br />

conclusiones del procurador del rey, hubieran sido excedidas por el celo y el respeto de<br />

los jueces por el principio, todavía venerado, de la infalibilidad del trono.<br />

Pero sólo catorce consejeros se adhirieron por completo a la opinión del procurador<br />

general y desde entonces se produjo una división en la asamblea.<br />

Se procedió a un último interrogatorio, formalidad casi inútil con tales acusados, puesto<br />

que tenía por finalidad provocar confesiones antes de la sentencia y era ocioso pedir paz<br />

ni tregua a los encarnizados enemigos que luchaban desde hacía tanto tiempo.<br />

Todos estos querían menos la propia absolución que la condena de la parte contraria.<br />

La costumbre era que el acusado compareciese ante sus jueces sentado en una pequeña<br />

silla de madera, asiento humilde, bajo, vergonzoso, deshonrado por el contacto de<br />

acusados que, desde este asiento, habían pasado al cadalso.<br />

Allí fue a sentarse el falsario Villette, que pidió perdón con lágrimas y súplicas.<br />

Declaró todo lo que ya sabemos, o sea que se reconocía culpable de falsedad en<br />

complicidad con Juana de La Motte. Hizo presente que su arrepentimiento y sus<br />

remordimientos eran ya para él un suplicio capaz de desarmar a los jueces.<br />

Pero esto no interesaba a nadie; no era y no parecía sino un bribón. Despedido por el<br />

tribunal se dirigió lagrimeando a su celda de la Conserjería.<br />

Tras él, hizo su aparición en la sala la señora de La Motte conducida por el escribano<br />

Fremyn.<br />

Su presencia produjo viva impresión en la asamblea.<br />

Acababa de sufrir el primero de los ultrajes que le estaban reservados; se la había hecho<br />

pasar por la escalera pequeña como a los delincuentes vulgares.<br />

El calor de la sala, el ruido de las conversaciones, el movimiento de las cabezas que<br />

ondulaban en todas direcciones, empezaron por turbarla; sus ojos vacilaron un momento<br />

como para habituarse al rebullir de aquel conjunto.<br />

Entonces, el mismo escribano que la tenía sujeta por la mano, la condujo con bastante<br />

viveza al banquillo, colocado en el centro del hemiciclo.<br />

Al ver este asiento infamante que se le destinaba, orgullosa de llamarse Valois y de<br />

tener en sus manos el destino de una reina de Francia, Juana de La Motte palideció y<br />

dirigió una mirada de ira, como para intimidar a los jueces que se permitían tal ultraje;<br />

pero hallando en todas partes firmes voluntades y curiosidad en lugar de misericordia,<br />

contuvo su furiosa indignación y se sentó para que no pareciese que caía sobre el<br />

banquillo.<br />

Notóse en los interrogatorios, que ella daba a sus respuestas la mayor vaguedad, a fin de<br />

que los adversarios de la reina pudieran obtener la máxima ventaja para defender su<br />

punto de vista. No precisó más que sus afirmaciones respecto a su inocencia y obligó al<br />

presidente a dirigirle una pregunta sobre la existencia de las cartas que decía tener del<br />

cardenal dirigidas a la reina, así como las que la reina hubiese escrito al señor de Rohan.<br />

Todo el veneno de la serpiente iba a verterse en esa contestación.<br />

Juana comenzó protestando de su deseo de no comprometer a la reina y añadió que<br />

nadie mejor que el cardenal podía contestar la pregunta.<br />

—Invitadle— dijo— a que presente las cartas o las copias para que se lean y así poder<br />

satisfacer vuestra curiosidad. En cuanto a mí, no podría afirmar si las cartas son del

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