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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sin ninguna duda, una pensión para vos. Un ascenso para el caballero de la Motte, a<br />

poco que este caballero se recomiende a sí mismo.<br />

—Mi marido es modelo de hombre honorable. Y jamás ha faltado a los deberes de su<br />

servicio.<br />

—No obstante, madame... —dijo la dama de caridad, echándose la manteleta sobre el<br />

rostro.<br />

Juana de la Motte seguía con ansiedad cada uno de sus movimientos, y la vio registrar<br />

su bolsillo, del que sacó el pañuelo bordado con que se protegió el rostro cuando<br />

cruzaba en trineo los bulevares. Después sacó un pequeño rollo de una pulgada de<br />

diámetro por tres o cuatro de longitud, y lo dejó sobre el secrétaire, diciendo:<br />

—La oficina de las buenas obras me autoriza, lo mismo que a mademoiselle, a ofreceros<br />

este pequeño socorro.<br />

Juana de la Motte miró con rapidez el rollo.<br />

«¿Dos monedas de tres libras? —se preguntó—. Quizá cincuenta libras, quizá ciento.<br />

Incluso puede haber ciento cincuenta, o trescientas, que nos caerían como llovidas del<br />

cielo. Sin embargo, para cien libras es más bien corto el rollo, y para cincuenta quizá<br />

demasiado largo.»<br />

Mientras se hacía estas reflexiones, las dos damas habían pasado a la primera estancia,<br />

donde el ama Clotilde dormía en una silla cerca de una vela, cuya mecha roja y<br />

humeante se alargaba en el centro de una capa de sebo derretido. El olor acre y<br />

nauseabundo irritó la garganta de la dama de caridad que había dejado el rollo en el<br />

secrétaire. Se llevó la mano vivamente al bolsillo y sacó un frasquito de perfume. A la<br />

llamada de Juana, el ama Clotilde se despertó, y cogiendo con cuidado el resto de la<br />

vela, la levantó como un faro por encima de los oscuros escalones, guiando a las dos<br />

damas, a las que a la vez iluminaba y manchaba.<br />

—Hasta la vista, hasta la vista, señora condesa —dijeron, y se precipitaron por la<br />

escalera.<br />

—¿Dónde podré tener el honor de agradeceros esto? —preguntó Juana de Valois.<br />

—Ya os lo haremos saber —dijo la mayor de las damas, descendiendo lo más<br />

rápidamente posible, y el rumor de sus pasos se alejó hacia los pisos inferiores.<br />

Juana de Valois volvió a entrar en su casa, impaciente por comprobar si sus cálculos<br />

sobre el donativo eran justos. Pero al atravesar la primera estancia tropezó con un objeto<br />

que había en el suelo. Se inclinó rápidamente para recogerlo y corrió a la lámpara.<br />

Era una cajita de oro, redonda, plana y grabada con sencillez. Contenía algunas pastillas<br />

de chocolate perfumado, pero aunque fuese tan plana era evidente que tenía un doble<br />

fondo, cuyo resorte tardó algún tiempo en localizar. Entonces lo hizo funcionar y<br />

apareció un retrato de mujer, severo y resplandeciente de belleza femenina y de<br />

imperiosa majestad.<br />

Un tocado alemán, un collar magnífico, parecido al de una orden, le daban a su<br />

fisonomía un asombroso aire extranjero.<br />

Una cifra compuesta de una M y de una C entrelazadas en una corona de laurel ocupaba<br />

la parte inferior de la caja. Juana de la Motte supuso, gracias al parecido de ese rostro<br />

con el de su bienhechora, que era un retrato de madre o abuela, y su primer impulso fue<br />

correr a la escalera para llamar a las damas. La puerta de la calle se había cerrado.<br />

Corrió después para llamarlas, pero ya era tarde.<br />

En la extremidad de la calle de Saint-Claude, desembocando en la calle de Saint-Louis,<br />

un cabriolé fue lo único que ella vio desaparecer rápidamente.<br />

Sin la esperanza de poder llamar a las dos protectoras, examinó una vez más la caja,<br />

prometiéndose hacerla llegar a Versalles; después, cogiendo el rollo abandonado sobre<br />

el secrétaire, dijo:

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