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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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CAPITULO XCIV<br />

<strong>EL</strong> BANQUILLO<br />

Después de largos debates, había llegado el día en que iba a dictarse la sentencia del<br />

tribunal del parlamento por las conclusiones del procurador general.<br />

Los acusados, excepción hecha del señor de Rohan, habían sido trasladados a la<br />

Conserjería, para que estuvieran más cerca de la sala de audiencias, que se abría cada<br />

mañana a las siete.<br />

Ante los jueces, presididos por Aligre, la actitud de aquéllos continuó siendo la misma<br />

que durante la instrucción.<br />

Olive, franca y tímida; Cagliostro, tranquilo, superior.<br />

Villete, avergonzado, con la cabeza baja y llorando.<br />

Juana, insolente, con la mirada centelleante, siempre amenazadora.<br />

El cardenal, sencillo, pensativo y abúlico.<br />

Juana se había acomodado en seguida a las costumbres de la Conserjería cautivando con<br />

sus mejores halagos y con sus pequeños secretos al conserje del palacio, a su mujer y a<br />

su hijo.<br />

De esta manera consiguió hacer, su vida más dulce y las comunicaciones más libres.<br />

Los debates no enseñaron nada nuevo a Francia. Continuaba tratándose del collar<br />

robado con igual audacia.<br />

Decidir cuál de las dos personas era culpable: a esto se reducía el proceso.<br />

Pero el espíritu que animó siempre a los franceses y que les empujaba sobre todo en<br />

aquella época a los extremos, les había hecho injertar otro proceso sobre el que se<br />

tramitaba.<br />

Tratábase de saber si la reina había tenido razón en hacer arrestar al cardenal y acusarle<br />

de temerarias descortesías.<br />

Para quien intervenía en la política de Francia, este anexo al proceso era la verdadera<br />

causa. ¿El señor de Rohan había creído poder decirle a la reina lo que le había dicho,<br />

obrar en su nombre como lo había hecho? ¿Había sido el agente secreto de María<br />

Antonieta, agente que se retractaba en cuanto el asunto había producido escándalo?<br />

En una palabra, en esta causa incidental, ¿el cardenal había obrado de buena fe, como<br />

un confidente íntimo de la reina?<br />

Si él había obrado de buena fe, la reina era culpable de todas esas intimidades, acaso<br />

inocentes, que había negado y que la señora de La Motte insinuaba. Ante la opinión,<br />

que no tiene miramiento alguno, las intimidades no son inocentes cuando hay que<br />

ocultarlas al marido, a los ministros y a los súbditos.<br />

Tal era el proceso que las conclusiones del procurador general querían encaminar hacia<br />

su fin. El procurador general tomó la palabra.<br />

Era el representante de la corte, hablaba en nombre de la dignidad real menospreciada,<br />

ultrajada y abogaba por el inmenso principio de la inviolabilidad real.<br />

El procurador general entraba en el verdadero proceso sólo con respecto a ciertos<br />

acusados y recogía el proceso incidental en cuanto se refería al cardenal. No podía<br />

admitir que en el asunto del collar la reina tuviera a su cargo un solo acto reprobable. Y<br />

si no tenía ninguno, todos caían sobre el cardenal.<br />

Por ello pidió inflexiblemente:<br />

Que se condenase a galeras a Villette.<br />

Que se condenase a Juana de La Motte, a ser marcada, golpeada con el látigo y a<br />

reclusión perpetua en un hospicio.<br />

Que se sobreseyera la causa para Cagliostro.

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