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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Tened cuidado— le dijo en voz baja el carcelero Guyón, que no había olvidado su<br />

papel de hombre escrupuloso—. Me parece, mi querido señor, que vuestro nombre no<br />

suena bien en determinados sitios; hay peligro en escribir en los registros públicos en<br />

una fecha que prueba a la vez vuestra presencia y vuestras relaciones con una acusada.<br />

—Gracias por vuestro consejo, amigo mío— contestó Beausire con altivez—; sois una<br />

persona honrada y esto vale dos luises de oro que os ofrezco; pero renegar del hijo de<br />

mi mujer...<br />

—¿Es vuestra mujer?—exclamó el cirujano .<br />

—¿Legítima?— interrogó el sacerdote.<br />

—¡Que Dios le devuelva la libertad y al día siguiente Nicolasa Legay se llamará de<br />

Beausire como su hijo y como yo!<br />

—Mientras tanto os arriesgáis— repitió Guyón—; creo que os buscan.<br />

—No seré yo quien os delate— dijo el cirujano.<br />

—Ni yo— afirmó la partera.<br />

—Ni yo— agregó el sacerdote.<br />

—Y aun cuando fuera traicionado— continuó Beausire con exaltación de mártir—, yo<br />

sufriría hasta ser puesto en la rueda por haber tenido el consuelo de reconocer a mi hijo.<br />

—Si fuese puesto en la rueda— dijo en voz baja a la partera Guyón, que gustaba de la<br />

réplica—, no sería por declararse padre del pequeño Toussaint.<br />

Tras esta broma, que hizo sonreír a la dama Chopin, se procedió formalmente al registro<br />

y reconocimiento del joven Beausire.<br />

Beausire escribió su declaración en términos magníficos, aunque algo ampulosos, como<br />

suelen ser siempre los relatos de los que se enorgullece su autor.<br />

La releyó, la puntuó, la firmó y la hizo rubricar por las cuatro personas presentes.<br />

Después, habiéndolo leído y comprobado todo de nuevo, besó a su hijo, deslizó diez<br />

luises debajo de su faldón, suspendió un anillo de su cuello destinado a la parturienta, y<br />

altivo como Jenofonte durante su famosa retirada, abrió la puerta de la sacristía,<br />

decidido a no usar la menor estratagema para escapar de los esbirros si los hallaba tan<br />

desnaturalizados como para detenerle en aquel momento.<br />

Los grupos de mendigos no habían dejado la iglesia. Si Beausire hubiera podido<br />

mirarles con ojos más firmes, habría podido reconocer entre ellos al famoso Positivo,<br />

autor de su desgracia, pero nadie se movió. La nueva distribución que llevó a cabo<br />

Beausire, fue recibida con la frase de: "¡Dios os proteja!" constantemente repetida y el<br />

feliz padre se escapó de Saint-Paul con todas las apariencias de un gentilhombre<br />

venerado, mimado, y bendecido por los pobres de su parroquia.<br />

Por lo que respecta a los testigos del bautizo, también se retiraron y subieron al coche,<br />

maravillados por la aventura.<br />

Beausire les contempló desde la esquina de la calle de Culture-Sainte-Catherine; les vio<br />

subir en el coche, envió dos o tres besos a su hijo y cuando su corazón quedó<br />

suficientemente desahogado, cuando el vehículo desapareció ante sus ojos, pensó que<br />

no había que tentar a Dios ni a la policía y logró llegar a un lugar de asilo conocido sólo<br />

por él, por Cagliostro y por el señor de Crosne.<br />

También el señor de Crosne cumplió la palabra dada a Cagliostro y no había inquietado<br />

a Beausire.<br />

Cuando el niño entró de nuevo en la Bastilla y la dama Chopin hubo contado a Olive las<br />

sorprendentes aventuras que habían ocurrido, ésta, poniendo el anillo de Beausire en su<br />

dedo mayor y teniendo entre sus brazos toda llorosa a su hijo, a quien ya se buscaba una<br />

nodriza, dijo:<br />

—No; Gilberto, discípulo del señor Rousseau, sostenía que toda buena madre debe criar<br />

a su hijo y yo lo haré con el mío; al menos quiero ser siempre una buena madre.

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