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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Cerca de él se vino a colocar un hombre de larga barba, uno de los servidores alemanes<br />

de Cagliostro, el que Bálsamo empleaba como chambelán en las misteriosas recepciones<br />

de la antigua casa de la calle dé Saint-Claude.<br />

Este hombre calmó la impaciencia de Beausire diciéndole en voz baja:<br />

—Esperad, esperad, ya vendrán.<br />

—¡Ah!— exclamó el hombre inquieto—, ¿sois vos?<br />

Y como la frase ya vendrán, no le tranquilizaba, al parecer, y continuaba gesticulando<br />

más de la cuenta, el alemán le dijo junto al oído:<br />

—Señor Beausire, vais a armar tanto alboroto que la policía nos verá... Mi amo os había<br />

prometido noticias y os las envía.<br />

—¡Dádmelas, amigo mío!<br />

—Más bajo. La madre y el niño se encuentran bien.<br />

—¡Oh!— exclamó Beausire transportado por la alegría en forma imposible de<br />

describir—. ¡Ha dado a luz, está salvada!<br />

—Sí, caballero, pero alejaos, os lo ruego.<br />

—¿Es una niña? —No, caballero, un muchacho.<br />

—¡Tanto mejor! ¡Oh, amigo mío, qué feliz soy, qué feliz soy! Dad las gracias a vuestro<br />

amo; decidle que mi vida, que todo lo que yo soy le pertenece...<br />

—Sí, señor Beausire, sí, se lo diré cuando lo vuelva a ver.<br />

—Amigo mío, ¿por qué me decíais hace poco?..., pero tomad estos dos luises.<br />

—Caballero, no acepto nada sino de mi amo.<br />

—¡Ah! Perdón, no os quería ofender.<br />

—Tal creo, caballero. Pero me estabais diciendo...<br />

—Os preguntaba por qué hace poco, habíais dicho: "Vendrán". ¿Me queréis decir<br />

quiénes vendrán?<br />

—Me refería al cirujano de la Bastilla y la dama Chopin, partera, que han asistido al<br />

parto de la señorita Olive.<br />

—¿Vendrán aquí? ¿Por qué?<br />

—Para hacer bautizar el niño.<br />

—¡Voy a ver a mi hijo!—exclamó Beausire saltando como un loco—-. ¿Decís que voy<br />

a ver el hijo de Olive? ¿Aquí, dentro de poco?....<br />

—Aquí, dentro de poco, pero moderaos, os lo suplico, porque de no ser así, dos o tres<br />

agentes del señor de Crosne, que reconozco ocultos tras los andrajos de estos mendigos,<br />

os descubrirán y se darán cuenta de que estáis en comunicación con un prisionero de la<br />

Bastilla. Os perderéis y comprometeréis a mi amo.<br />

—¡Ohl—dijo Beausire con respeto y agradecimiento—; antes morir que pronunciar una<br />

sílaba que pueda molestar a mi bienhechor. Me ahogaré si es preciso, pero no añadiré<br />

nada más. ¡No vienen!...<br />

—Paciencia.<br />

Beausire se acercó al alemán.<br />

—¿Ella es feliz, allá abajo?— preguntó juntando las manos.<br />

—Perfectamente feliz— respondió el otro—. Pero... He ahí un coche que llega.<br />

—Sí, sí.<br />

—Y se detiene...<br />

—Se ve algo blanco, encajes...<br />

—El faldón del niño.<br />

—¡Dios mío!<br />

Y Beausire se vio obligado a apoyarse en una columna para no vacilar cuando vio salir<br />

del vehículo a la partera, el cirujano y un carcelero de la Bastilla, como testigos en la<br />

ceremonia.

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