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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Haced que caiga en el cadalso la cabeza de un Rohan, señora— dijo—; no será la<br />

primera vez que la Bastilla haya visto este espectáculo. Pero ya que tales son vuestras<br />

intenciones os declaro que nada me importaría el patíbulo si he de veros en esto<br />

marcada con el estigma de los ladrones y falsarios. ¡Venid, abate, venid!<br />

Volvió la espalda a Juana después de pronunciar estas palabras fulminantes y salió con<br />

el limosnero, dejando rabiosa y desesperada a aquella desgraciada criatura que no podía<br />

hacer el menor movimiento sin hundirse más y más en el fango mortal que no había de<br />

tardar en cubrirla por completo.<br />

CAPITULO XCIII<br />

<strong>EL</strong> BAUTIZO D<strong>EL</strong> PEQUEÑO BEAUSIRE<br />

La señora de La Motte se había equivocado en todos sus cálculos. Cagliostro no erró en<br />

ninguno de los suyos.<br />

Apenas ingresado en la Bastilla, comprendió que se le daba pretexto para contribuir<br />

abiertamente a la ruina de aquella monarquía que, desde hacía tantos años, socavaba<br />

sordamente por medio del iluminismo y los trabajos ocultos.<br />

Seguro de no poder ser acusado de nada, como víctima llegada al desenlace más<br />

favorable desde su punto de vista, cumplió religiosamente su promesa con todos.<br />

Preparó los materiales de la famosa carta de Londres, que, al ser conocida, un mes<br />

después de la época que estamos hablando, fue el primer golpe de ariete sobre las<br />

murallas de la vieja Bastilla, la primera hostilidad de la revolución, el primer choque<br />

material que precedió al del 1 de Julio de 1789.<br />

En esta carta, en que Cagliostro, después de haber pulverizado al rey, a la reina y al<br />

cardenal como agiotistas públicos, hacía lo propio con el señor de Breteuil,<br />

personificación de la tiranía ministerial, nuestro demoledor, se expresaba así:<br />

"Sí, lo repito libre, después de haberlo dicho cautivo: sin el menor delito se pasan seis<br />

meses en la Bastilla. Cuando se me pregunta si volveré a Francia alguna vez, yo<br />

respondo: Seguramente, cuando la Bastilla sea convertida en un paseo público. ¡Dios lo<br />

quiera! Tenéis todo lo que os hace falta para ser felices, franceses: suelo fecundo, dulce<br />

clima, buen corazón, alegría encantadora, genio y facultades para todo; sin rivales en el<br />

arte de agradar, sin maestros en los demás, no os falta, amigos míos, más que una sola<br />

cosa: estar seguros de poderos acostar tranquilamente en vuestros lechos a pesar de<br />

vuestra irreprochable conducta."<br />

Cagliostro había cumplido también su palabra a Olive. Esta, por su parte, le fue<br />

religiosamente fiel. No se le escapó ni una palabra que pudiese comprometer a su<br />

protector. No tuvo otra confesión funesta que para la señora de La Motte y expuso de<br />

una<br />

manera clara e irrecusable su participación inocente en una mistificación dirigida, según<br />

ella, a un gentilhombre desconocido que se le había designado con el nombre de Luis.<br />

Durante el tiempo que había transcurrido para los cautivos bajo los cerrojos, y en los<br />

interrogatorios, Olive no había podido volver a ver a su querido Beausire, pero no se<br />

hallaba abandonada por él como vamos a ver, puesto que tenía de su amante el recuerdo<br />

que deseaba Dido cuando decía soñando: "¡Ah! Si me fuese dado ver jugando en mis<br />

rodillas a un pequeño Ascanio".<br />

En el mes de mayo del año 1786, un hombre esperaba en medio de los pobres, en los<br />

peldaños de la portada de Saint-Paul, calle de Saint-Antoine. Estaba inquieto, vacilante,<br />

miraba, sin poder apartar los ojos, en dirección a la Bastilla.

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