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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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CAPÍTULO XCI<br />

LOS INTERROGATORIOS<br />

Mientras el señor de Crosne tenía esta conversación con Cagliostro, el señor de Breteuil<br />

se presentaba en la Bastilla, por orden del rey, para interrogar al cardenal de Rohan.<br />

Entre ambos enemigos la entrevista podía ser tormentosa. El señor de Breteuil conocía<br />

la altivez del de Rohan. Se había vengado demasiado terriblemente de él para descuidar<br />

en lo sucesivo los procedimientos corteses. Se condujo por ello en forma atenta, mas el<br />

cardenal negóse a contestar.<br />

Insistió el guardasellos y el cardenal manifestó que se atenía a las medidas que pudieran<br />

acordar el parlamento y sus jueces.<br />

El señor de Breteuil tuvo que retirarse ante la inquebrantable voluntad del acusado.<br />

Hizo llamar a la señora de La Motte, que estaba ocupada en escribir sus Memorias, la<br />

cual acudió en seguida.<br />

Explicóle claramente él su situación, recibiendo de la condesa la respuesta de que tenía<br />

pruebas de su inocencia y que las facilitaría cuando llegase la ocasión, a lo que replicó<br />

el señor de Breteuil que ello era lo más urgente.<br />

Fue detallando toda la fábula que había imaginado; eran siempre las mismas<br />

insinuaciones contra todos, la misma afirmación de que las falsas afrentas emanaban de<br />

no sabía dónde. También declaró que habiéndose hecho cargo del proceso el<br />

parlamento, no diría absolutamente nada sino en presencia del señor cardenal y una vez<br />

conociese los cargos que se acumulaban contra ella.<br />

El señor de Breteuil manifestó entonces que el cardenal la culpaba de todo.<br />

—¿De todo?— preguntó Juana—. ¿Inclusive del robo?<br />

—En efecto.<br />

—Decidle al señor cardenal— respondió fríamente Juana— que le requiero para que<br />

deseche a la brevedad tan mal sistema de defensa.<br />

Esto fue todo. Pero el señor de Breteuil no estaba satisfecho. Le faltaban algunos<br />

detalles íntimos. Para corroborar sus argumentos, necesitaba conocer la causa de lo que<br />

había podido inducir al cardenal a tanta temeridad para con la reina y a la reina para dar<br />

pruebas de tanta cólera contra el cardenal.<br />

Le hacía falta la explicación de todas las declaraciones recogidas por el señor conde de<br />

Provenza las cuales eran ya rumor público.<br />

El guardasellos era un hombre de talento y sabía actuar sobre el temperamento de las<br />

mujeres. Le prometió todo a la señora de La Motte si acusaba a alguien.<br />

—Tened cuidado— le dijo—; no diciendo nada, acusáis a la reina; si persistís en esta<br />

actitud, seréis condenada por lesa majestad. ¡Es la vergüenza y el vilipendio!<br />

—Yo no acuso a la reina— contestó Juana—. Pero, ¿por qué me acusan a mí?<br />

—Acusad entonces a alguien— insinuó el inflexible Breteuil—. No tenéis otro medio<br />

de salvaros.<br />

Ella se encerró en un prudente silencio y la entrevista no dio ningún resultado.<br />

Se difundió, sin embargo, el rumor de que habían surgido pruebas, que los diamantes<br />

habían sido vendidos en Inglaterra donde el señor de Villette había sido detenido por los<br />

agentes del señor de Vergennes.<br />

El primer asalto que Juana tuvo que sostener fue terrible. Careada con Reteau, a quien<br />

debía creer su aliado hasta la muerte, le oyó confesarse humildemente falsario, autor del<br />

recibo de los diamantes y de la carta de la reina, para lo cual dijo haber falsificado las<br />

firmas de los joyeros y la de Su Majestad.<br />

Interrogado por qué motivo había cometido estos delitos, respondió que a petición de la<br />

señora de La Motte.

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