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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Era necesario hacerle saber al lector todo esto antes de relatarle la entrevista entre el<br />

señor de Cagliostro y el señor de Crosne. Ahora podemos introducirle en el gabinete del<br />

jefe de policía.<br />

CAPITULO XC<br />

<strong>EL</strong> GABINETE D<strong>EL</strong> JEFE <strong>DE</strong> POLICÍA<br />

El señor de Crosne sabía de Cagliostro todo lo que un hábil jefe de policía puede saber<br />

de un hombre que vive en Francia, lo que no es poco decir. Sabía todos sus nombres<br />

pretéritos, sus secretos de alquimista, su magnetismo y adivinación; conocía su<br />

pretendido don de ubicuidad, de regeneración perpetua y le consideraba como un gran<br />

señor charlatán.<br />

El señor de Crosne era un hombre bien templado, conocedor de todos los recursos de su<br />

cargo, en buenas relaciones con la corte, insensible al favor, intransigente en lo relativo<br />

a su orgullo; un hombre que no sucumbía ante el primer recién llegado.<br />

A individuo semejante no le podría ofrecer Cagliostro, como al señor de Rohan, luises,<br />

calientes todavía, surgidos del horno hermético; ni el cañón de una pistola como<br />

Bálsamo al señor de Sartines. Tampoco Bálsamo tenía otra Lorenza que pedir, pero<br />

Cagliostro tenía que ajustar cuentas. He aquí por qué el conde, en lugar de esperar los<br />

acontecimientos, se había creído en el caso de solicitar una audiencia al magistrado.<br />

El señor de Crosne se daba cuenta de las ventajas de su posición y se. aprestaba a hacer<br />

uso de ellas. Cagliostro comprendía que estaba atascado y se aprestaba a salir del apuro.<br />

Esta partida de ajedrez, jugada al descubierto, tenía un recurso que uno de los jugadores<br />

no sospechaba, y este jugador, forzoso es confesarlo, no era el señor de Crosne.<br />

Este no conocía en Cagliostro, como hemos dicho, más que al charlatán; como adepto le<br />

era desconocido. Eran tantas las piedras que la filosofía había sembrado en el camino de<br />

la monarquía, que muchos habían tropezado con ellas porque no las veían.<br />

El señor de Crosne esperaba de Cagliostro revelaciones sobre el collar y los manejos de<br />

la señora de la Motte. Esta era su desventaja. Tenía el derecho de interrogar y de arrestar<br />

y en esto consistía su superioridad.<br />

Recibió al conde como hombre que se da cuenta de su importancia, pero no quiere ser<br />

descortés con nadie aunque se trate de un alquimista.<br />

Cagliostro se mantuvo alerta. Y la única debilidad que juzgó oportuno dejar sospechar<br />

fue la de aparecer como un gran señor.<br />

—Caballero— le dijo el jefe de policía—, me pedisteis una audiencia. Llego ex profeso<br />

de Versalles para concedérosla.<br />

—Había pensado, señor de Crosne, que podríais tener interés en preguntarme acerca de<br />

lo que ocurre y sabiendo que sois persona de mérito y conociendo la importancia de<br />

vuestras funciones, he acudido a vos.<br />

—¿Preguntaros?— dijo el magistrado afectando sorpresa—. ¿Acerca de qué, caballero,<br />

y con qué carácter?<br />

—Señor— contestó claramente Cagliostro—, os veo demasiado ocupado con la señora<br />

de La Motte y la desaparición del collar.<br />

—¿Lo hallasteis acaso?—preguntó el señor de Crosne casi burlón.<br />

—No— dijo gravemente el conde—. Pero si no he hallado el collar al menos sé que la<br />

señora de La Motte vivía en la calle de Saint-Claude.<br />

—Frente a vuestra casa, caballero; también yo lo sabía— dijo el magistrado.<br />

—Entonces si sabíais lo que hacía la señora de La Motte, no hablemos más del asunto.<br />

—Al contrario— replicó el señor de Crosne con aire indiferente—, hablemos.

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