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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Beausire vio al conde que cruzaba en la posta y le reconoció. La idea de que el<br />

misterioso influyente señor le fuera de alguna utilidad, cambió su modo de pensar en lo<br />

relativo a la actitud a adoptar.<br />

Renovó a los agentes la propuesta que les había hecho para una evasión. Estos<br />

aceptaron cien luises que él tenía y le dejaron a pesar de los lloros de Nicolasa.<br />

Mientras tanto, Beausire, abrazando .a su querida, le decía al oído:<br />

—Espera; voy a tratar de salvarte.<br />

Y empezó a recorrer rápidamente la carretera en el sentido que seguía Cagliostro. Este<br />

se había detenido. No tenía necesidad de ir en busca de Beausire si éste volvía.<br />

Esperólo, pues, durante media hora en el recodo del camino y pronto vio llegar pálido,<br />

sofocado, medio muerto, al desgraciado amante de Olive.<br />

Beausire, al ver la carroza detenida, lanzó un grito de alegría.<br />

—¿Qué ocurre, hijo. mío?— preguntó el conde ayudándole a subir.<br />

Contóle el infeliz toda la lamentable historia.<br />

—Está perdida— comentó.<br />

—¿Qué queréis decir?— exclamó Beausire.<br />

Cagliostro le contó lo que él no sabía, la intriga de la calle de Saint-Claude y la de<br />

Versalles.<br />

Beausire se desesperó.<br />

—Salvadla, salvadla— dijo cayendo de rodillas en la carroza—, y os la daré si es que<br />

todavía la amáis.<br />

—Amigo mío— replicó Cagliostro—, estáis en un error; yo no he amado nunca a la<br />

señorita Olive. No me guiaba otro fin que el de sustraerla a la vida de corrupción que<br />

vos le hacíais compartir.<br />

—Pero...— dijo Beausire sorprendido.<br />

—¿Esto os asombra? Debéis saber que yo soy uno de los síndicos de una sociedad de<br />

reforma moral que tiene por objeto arrancar del vicio a todo aquel que ofrece<br />

posibilidades de regeneración. Yo hubiese curado a Olive apartándola de vuestro lado;<br />

he aquí por qué la saqué de vuestra compañía. ¡Que ella os diga si jamás oyó de mis<br />

labios una galantería!<br />

—Razón de más, caballero; ¡salvadla, salvadla!<br />

—Voy a intentarlo, pero esto depende de vos, Beausire.<br />

—Pedidme la vida.<br />

—No os pediré tanto. Volved a París conmigo y si seguís punto por punto mis<br />

instrucciones, tal vez salvaremos a vuestra querida. No pongo más que una condición..<br />

—¿Cuál, caballero?<br />

—Os la diré en mi casa de París.<br />

—¡La acepto de antemano, pero quiero volverla a ver!<br />

—He aquí, precisamente, en lo que estoy pensando; antes de dos horas la volveréis a<br />

ver.<br />

—¿Y podré abrazarla?<br />

—Creo que sí; mejor dicho, le diréis lo que os voy a decir yo.<br />

Cagliostro tomó con Beausire el camino de retorno hacia París.<br />

Dos horas después, era ya de noche, se habían unido a la calesa.<br />

Y una hora más tarde, Beausire compraba por cincuenta luises, a los agentes, el derecho<br />

de abrazar a Nicolasa, pudiendo deslizar así en su oído las recomendaciones del conde.<br />

Los agentes admiraban este amor apasionado y se prometían ya cincuenta luises en cada<br />

parada.<br />

Pero Beausire no volvió a aparecer más y la carroza de Cagliostro le llevó rápidamente<br />

hacia París, donde se preparaban tantos acontecimientos.

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