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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Qué desea Vuestra Majestad?<br />

—Nada, caballero, nada, sino que el rey sepa bien...<br />

—Y que vea el señor de Provenza, ¿verdad, señora?<br />

—¡Gracias, señor de Crosne, gracias! ¿Pero qué se le hará a esta mujer?<br />

—¿Es esta mujer a la que se le atribuye todo lo ocurrido?— preguntó a su vez el señor<br />

de Crosne.<br />

—Vos tendréis ya todos los hilos del complot.<br />

—Casi, señora.<br />

—¿Y el señor de Rohan?<br />

—El señor de Rohan no sabe nada todavía.<br />

—¡Oh!— dijo la reina ocultando la cabeza entre sus manos—. Me estoy dando cuenta<br />

de que en esta mujer estriba todo el error del cardenal.<br />

—Conforme, señora; pero si en el señor de Rohan es un error, tiene que ser un crimen<br />

en otra persona.<br />

—Buscad bien, caballero; tenéis el honor de la casa de Francia entre las manos.<br />

—Confiad, señora, que está en buen lugar— respondió el señor de Crosne.<br />

—¿Y el proceso?<br />

—Prosigue su trámite. Todos niegan; pero espero un momento oportuno para presentar<br />

este elemento de prueba que se halla en la biblioteca.<br />

—¿Y la señora de La Motte?<br />

—No sabe que hallé a esta joven y acusa al señor de Cagliostro de haber sugestionado al<br />

cardenal hasta hacerle perder la razón.<br />

—¿Qué dice a eso él señor de Cagliostro?<br />

—El señor de Cagliostro, al que he hecho preguntar, me ha prometido visitarme esta<br />

misma mañana.<br />

—Es un hombre peligroso.<br />

—Será un hombre útil. Picado por una víbora como la señora de La Motte, absorberá el<br />

veneno y nos proporcionará el contraveneno.<br />

—¿Esperáis revelaciones suyas?<br />

—Estoy seguro de ello.<br />

—¿Qué queréis decir, caballero? Contadme todo lo que pueda tranquilizarme.<br />

—He aquí mis razones, señora; la condesa de La Motte vivía en la calle de Saint-<br />

Claude.<br />

—Lo sé, lo sé— dijo la reina sonrojándose.<br />

—Sí; Vuestra Majestad le hizo el honor de ser caritativa con ella.<br />

—Y ella me lo ha pagado bien, ¿no es eso?... Continuad...<br />

—Y el señor de Cagliostro, precisamente, frente a su casa.<br />

—¿Suponéis?...<br />

—Que si existe un secreto de cualquiera de estos dos vecinos, no lo es para el otro...<br />

Pero perdón, Majestad. Es la hora de la cita con el señor de Cagliostro, en París, y por<br />

nada del mundo querría perderme estas explicaciones...<br />

—Id, caballero, y recibid una vez más la seguridad de mi agradecimiento.<br />

Cuando partió el señor de Crosne la reina exclamó sollozando:<br />

—He aquí una justificación que empieza. Voy a leer mi triunfo en todos los rostros.<br />

¡Pero el del único amigo al que desearía probar que soy inocente, no lo veré!<br />

Mientras tanto el señor de Crosne volaba hacia París y entraba en su residencia, donde<br />

esperaba al señor de Cagliostro.<br />

Este sabía todo desde la víspera. Había ido a casa de Beausire, cuyo refugio conocía,<br />

para incitarle a que dejase Francia, cuando en la carretera, entre dos agentes, le vio en la<br />

calesa. Olive estaba oculta en el fondo, avergonzada y llorosa.

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