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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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entrar en su casa; sigámosle hasta allí y señalémosle rescate. Conducir a Beausire a<br />

París no nos producirá más que cien libras, como una detención corriente; quizás nos<br />

riñan por entorpecer la prisión con un personaje tan poco importante. Hagamos con<br />

Beausire una especulación personal.<br />

Y comenzaron a cazar las perdices y las liebres como Beausire, ayudando a los perros<br />

cuando era una liebre y ojeando la alfalfa cuando se trataba de perdices, no perdiendo en<br />

lo más mínimo de vista a su hombre.<br />

Beausire, viendo que unos extraños se metían en sus dominios se asombró primero y<br />

después se irritó. Mostrábase receloso a propósito de nuevas amistades. Encargó a un<br />

guardia que fuese a preguntar a los dos caballeros por qué cazaban allí.<br />

El guardia le contestó que no los conocía y manifestó su propósito de interrumpirles la<br />

caza, como así lo hizo. Pero los dos forasteros le contestaron que cazaban con su amigo.<br />

Y designaban a Beausire, El guardia les condujo hasta donde él estaba.<br />

—Señor de Linville—dijo—.estos caballeros afirman cazar con vos.<br />

—¡Conmigo!— exclamó Beausire irritado—. ¿De veras?<br />

—¡Ah!— exclamó uno de los agentes en voz baja—. ¿Os llamáis señor de Linville, mi<br />

querido Beausire?<br />

Beausire se estremeció porque ocultaba su nombre en la comarca.<br />

Asustado, miró al agente y a su compañero y creyendo reconocer sus rostros, para no<br />

complicar las cosas despidió al guardia tomando la caza de estos caballeros a cargo<br />

suyo.<br />

—¿Les conocéis pues?— preguntó el guardia.<br />

—Sí, acabamos de reconocernos— contestó uno de los agentes.<br />

Beausire se halló entonces en presencia de los dos cazadores.<br />

—Ofrécenos de comer en tu casa, Beausire— dijo el más listo de ellos.<br />

—¡En mi casa! ¡Pero!...— objetó Beausire.<br />

Estaba completamente aturdido; más que acompañarles, dejábase llevar.<br />

Cuando los agentes divisaron la casita, alabaron su situación, su elegancia, la arboleda,<br />

la perspectiva, como era propio de personas de buen gusto.<br />

Era un vallecito arbolado cortado por un riachuelo; la casa se levantaba sobre un talud<br />

que daba al levante. Un mirador, especie de torrecilla sin campana, servía de<br />

observatorio a Beausire para dominar la campiña, en los días de tedio, cuando se ajaban<br />

los pensamientos de color de rosa y veía un alguacil en cada campesino inclinado sobre<br />

el arado.<br />

Esta habitación alegre era sólo visible desde un lado; por los otros estaba oculta por el<br />

follaje y los accidentes del terreno.<br />

—¡Qué bien escondido se está aquí dentro!—comentó uno de los agentes.<br />

Beausire estremecióse por la broma y entró el primero en su casa entre los ladridos de<br />

los perros que había en el patio.<br />

Los agentes, muy ceremoniosos, le siguieron.<br />

CAPITULO LXXXVIII<br />

LOS TÓRTOLOS SON METIDOS EN <strong>LA</strong> JAU<strong>LA</strong><br />

Al entrar por la puerta del patio, Beausire lo hacía guiado por una idea: quería hacer<br />

bastante ruido para prevenir a Olive con objeto de que estuviese sobre aviso. Sin saber<br />

nada del asunto del collar, sabía lo suficiente en lo que se refería al asunto del baile de<br />

la Ópera y el de la cubeta de Mesmer como para temer que Olive apareciese ante los<br />

desconocidos. Obraba razonablemente, porque era joven que leía novelas frívolas en el

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