EL COLLAR DE LA REINA
El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848 El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848
—Bien... ¿y después?—Después, no pudiendo pagar Vuestra Majestad, porque el señor de Calonne le había negado el dinero, devolvió el estuche a los joyeros Boehmer y Bossange. —¿Por conducto de quién?. —Por conducto mío. —¿Y qué hicisteis vos? —Yo— respondió Juana lentamente, porque sentía el peso de las palabras que iba a pronunciar— yo entregué los diamantes al cardenal. —¡Al cardenal!— exclamó la reina—. ¿Y por qué, en lugar de entregarlo a los joyeros? —Señora, porque estando interesado el señor de Rohan en este asunto, que complacía a Vuestra Majestad, le hubiese disgustado si no le hubiera dado ocasión para terminarlo por sí mismo. —Pero, ¿cómo obtuvisteis el recibo de los joyeros? —Me lo envió el señor de Rohan. —¿Y esa carta que según habéis dicho enviaba yo a los joyeros? —El señor de Rohan me rogó que se la entregara. —¡Entonces el que ha intervenido en todo es el señor de Rohan!— exclamó la reina. —Ignoro lo que quiere decir Vuestra Majestad. No sé tampoco en qué ha intervenido el señor de Rohan— contestó con aire distraído la condesa. —¡Digo que el recibo de los joyeros, entregado por vos a mí, es falso! —¡Falso!— exclamó cándidamente Juana—. ¡Oh, señora! —¡Digo que la pretendida carta de aceptación del collar que se supone firmada por mí, es falsa! —¡Oh!— volvió a exclamar Juana, más asombrada, al parecer, que la primera vez. —¡Digo, en fin— prosiguió la reina—, que seréis careada con el señor de Rohan para aclarar debidamente este asunto. —¡Careada!— repitió Juana—. Pero Majestad, ¿qué necesidad hay de carearme con el cardenal? —El mismo lo ha pedido. —¿El? —Os ha buscado por todas partes. —Pero, señora, es imposible. —Quería demostraros que le habíais engañado, según dijo. —¡Oh! Si es por esto, soy yo quien pide el careo. —Tendrá lugar, señora, estad segura de esto. ¿De manera que negáis saber dónde está el collar? —¿Cómo puedo saberlo? —¿Negáis haber ayudado al cardenal en ciertas intrigas?... —Vuestra Majestad tiene el derecho de hacerme caer en desgracia, pero no le cabe el de ofenderme. Yo soy una Valois, señora. —El señor cardenal ha sostenido ante el rey calumnias que yo espero tendrán una base sólida. —No comprendo a qué puede referirse. —El cardenal ha declarado haberme escrito. Juana miró a la reina de frente y no contestó. —¿Me oís?— interrogó la reina. —Oigo, sí, Majestad. —¿Y qué tenéis que responder? —Responderé cuando se me caree con el señor cardenal. —Si conocéis la verdad, ayudadnos.
—La verdad es, señora, que Vuestra Majestad me abruma sin motivo y me maltrata sin razón. —Esto no es una respuesta. —Aquí no puedo dar otra, señora. Y Juana miró de nuevo a las dos damas. La reina comprendió, pero no cedió. La curiosidad no se impuso sobre el respeto a sí misma. En las reticencias de Juana, en su actitud, humilde e insolente a la vez, percibía la seguridad de un secreto averiguado. Este secreto tal vez la reina hubiera podido adquirirlo por la dulzura. Pero rechazó este medio como indigno de ella. —El señor de Rohan ha sido encerrado en la Bastilla por haber querido hablar demasiado— dijo María Antonieta—; tened cuidado, señora, de que no os ocurra lo mismo por querer callar. Juana se clavó las uñas en las manos, pero sonrió. —A una conciencia pura, no le importa la persecución. ¿Acaso la Bastilla me hará confesar un crimen que no he cometido?— fue su respuesta. La reina miró a Juana irritada. —¿Hablaréis? —No tengo que decir nada sino a vos, señora. —¿A mí? ¿No estáis hablando conmigo acaso? —No con vos sola. —¡Ah! Deseáis hablar a puerta cerrada. Teméis el escándalo de la confesión pública después de haber herido con él escándalo de la sospecha pública. Juana se irguió: —No hablemos más— dijo —. Lo hacía por vos. —¡Qué insolencia! —Sufro respetuosamente las injurias de mi reina— rectificó Juana sin inmutarse. —Esta noche dormiréis en la Bastilla, señora de La Motte. —Conforme, señora. Pero antes de acostarme, según acostumbro, rogaré a Dios para que conserve el honor y la alegría a Vuestra Majestad— contestó la acusada. La reina se levantó furiosa y pasó a la habitación próxima, golpeando las puertas con fuerza. —¡Después de haber vencido al dragón— exclamó— aplastaré a la víbora! "Conozco de memoria lo que piensa— se dijo Juana—; me parece que he ganado". CAPITULO LXXXVII DE COMO EL SEÑOR DE BEAUSIRE, CREYENDO HABER CAZADO LA LIEBRE, FUE CAZADO POR LOS AGENTES DEL SEÑOR DE CROSNE La señora de La Motte fue encarcelada, como había anticipado la reina. Ninguna compensación podía parecer más agradable al rey, que odiaba instintivamente a esta mujer. El proceso sobre el asunto del collar se instruía con celeridad. Fue un clamor en toda Francia. En las alternativas del mismo la reina pudo apreciar quiénes eran sus partidarios y quiénes sus enemigos. Desde que había sido encarcelado, el señor de Rohan pedía insistentemente un careo con la señora de La Motte. Esta petición le fue concedida. El príncipe vivía en la Bastilla como un gran señor vive en una casa que ha alquilado. Excepción hecha de la libertad, todo cuanto pidió le fue concedido.
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—Bien... ¿y después?—Después, no pudiendo pagar Vuestra Majestad, porque el señor<br />
de Calonne le había negado el dinero, devolvió el estuche a los joyeros Boehmer y<br />
Bossange.<br />
—¿Por conducto de quién?.<br />
—Por conducto mío.<br />
—¿Y qué hicisteis vos?<br />
—Yo— respondió Juana lentamente, porque sentía el peso de las palabras que iba a<br />
pronunciar— yo entregué los diamantes al cardenal.<br />
—¡Al cardenal!— exclamó la reina—. ¿Y por qué, en lugar de entregarlo a los joyeros?<br />
—Señora, porque estando interesado el señor de Rohan en este asunto, que complacía a<br />
Vuestra Majestad, le hubiese disgustado si no le hubiera dado ocasión para terminarlo<br />
por sí mismo.<br />
—Pero, ¿cómo obtuvisteis el recibo de los joyeros?<br />
—Me lo envió el señor de Rohan.<br />
—¿Y esa carta que según habéis dicho enviaba yo a los joyeros?<br />
—El señor de Rohan me rogó que se la entregara.<br />
—¡Entonces el que ha intervenido en todo es el señor de Rohan!— exclamó la reina.<br />
—Ignoro lo que quiere decir Vuestra Majestad. No sé tampoco en qué ha intervenido el<br />
señor de Rohan— contestó con aire distraído la condesa.<br />
—¡Digo que el recibo de los joyeros, entregado por vos a mí, es falso!<br />
—¡Falso!— exclamó cándidamente Juana—. ¡Oh, señora!<br />
—¡Digo que la pretendida carta de aceptación del collar que se supone firmada por mí,<br />
es falsa!<br />
—¡Oh!— volvió a exclamar Juana, más asombrada, al parecer, que la primera vez.<br />
—¡Digo, en fin— prosiguió la reina—, que seréis careada con el señor de Rohan para<br />
aclarar debidamente este asunto.<br />
—¡Careada!— repitió Juana—. Pero Majestad, ¿qué necesidad hay de carearme con el<br />
cardenal?<br />
—El mismo lo ha pedido.<br />
—¿El?<br />
—Os ha buscado por todas partes.<br />
—Pero, señora, es imposible.<br />
—Quería demostraros que le habíais engañado, según dijo.<br />
—¡Oh! Si es por esto, soy yo quien pide el careo.<br />
—Tendrá lugar, señora, estad segura de esto. ¿De manera que negáis saber dónde está el<br />
collar?<br />
—¿Cómo puedo saberlo?<br />
—¿Negáis haber ayudado al cardenal en ciertas intrigas?...<br />
—Vuestra Majestad tiene el derecho de hacerme caer en desgracia, pero no le cabe el de<br />
ofenderme. Yo soy una Valois, señora.<br />
—El señor cardenal ha sostenido ante el rey calumnias que yo espero tendrán una base<br />
sólida.<br />
—No comprendo a qué puede referirse.<br />
—El cardenal ha declarado haberme escrito.<br />
Juana miró a la reina de frente y no contestó.<br />
—¿Me oís?— interrogó la reina.<br />
—Oigo, sí, Majestad.<br />
—¿Y qué tenéis que responder?<br />
—Responderé cuando se me caree con el señor cardenal.<br />
—Si conocéis la verdad, ayudadnos.