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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Pues bien, caballero— dijo a Felipe—, inclusive después de lo que me acabáis de<br />

decir, os pido la mano de la señorita de Taverney. Si no fuese más que un cobarde<br />

calculador, como suponíais hace un momento, si me casase por mi conveniencia, sería<br />

tan miserable que tendría miedo del hombre que posee mi secreto y el de la reina. Pero<br />

es necesario que la reina sea salvada; es indispensable.<br />

—¿Es que la reina está perdida— preguntó Felipe— porque el señor de Taverney la ha<br />

visto estrechar el brazo del señor de Charny y levantar al cielo los ojos brillantes de<br />

felicidad? ¿Es que la reina está perdida porque yo sé que os ama? ¡Oh! No es una razón<br />

para sacrificar a mi hermana. No lo permitiré yo.<br />

—Caballero, ¿sabéis que la reina está perdida si ese matrimonio no se realiza? Esta<br />

misma mañana, mientras se arrestaba al señor de Rohan, el rey me ha sorprendido<br />

arrodillado ante la reina.<br />

—¡Dios mío!<br />

—Y la reina, interrogada por el rey, celoso, ha respondido que me arrodillaba para<br />

pedirle la mano de vuestra hermana. He aquí por qué, si no me caso con vuestra<br />

hermana, la reina está perdida. ¿Lo comprendéis ahora?<br />

Un doble ruido— un grito y un gemido— cortó la frase de Oliverio. Se había oído uno<br />

en el tocador y el otro en el pequeño salón.<br />

Oliverio corrió hacia donde se había oído el gemido; vio en el tocador a Andrea de<br />

Taverney, vestida de blanco como una prometida. Había estado escuchando y acababa<br />

de desvanecerse.<br />

Felipe acudió a donde se había oído el grito, en el salón pequeño. Vio el cuerpo del<br />

barón de Taverney, al que esta revelación del amor de la reina por Charny había<br />

fulminado con la ruina de todas sus esperanzas.<br />

El anciano, herido por una apoplejía fulminante, había exhalado su último suspiro.<br />

La predicción de Cagliostro acababa de cumplirse.<br />

Felipe, que lo comprendía todo, inclusive la vergüenza de esta muerte, abandonó<br />

silenciosamente el cadáver y volvió al salón, hacia Charny, que contemplaba temblando<br />

y sin atreverse a tocarla, a la joven, fría e inanimada.<br />

Las dos puertas abiertas dejaban ver a los dos cuerpos, paralelamente, simétricamente<br />

colocados, por decirlo así, en el lugar donde les había herido la revelación.<br />

Felipe, con los ojos enrojecidos y el corazón agitado, tuvo aún el valor de tomar la<br />

palabra para decir al señor de Charny:<br />

—El señor barón de Taverney acaba de morir. Después de él, yo soy el jefe de la<br />

familia. Si la señorita de Taverney sobrevive, os la entrego en matrimonio.<br />

Charny miró el cadáver del barón con horror y el cuerpo de Andrea con desesperación.<br />

Felipe, aterrorizado, se mesaba el cabello.<br />

—Conde de Charny— dijo después de haber calmado la tormenta interior—, me<br />

comprometo en nombre de mi hermana que no me oye: ella devolverá su felicidad a una<br />

reina y yo quizás algún día seré lo bastante feliz para poderle dar mi vida. Adiós, señor<br />

de Charny.<br />

Y saludando a Oliverio, que no sabía cómo alejarse sin pasar por encima de una de las<br />

dos víctimas, Felipe levantó a Andrea, la estrechó en sus brazos y dio en esta forma<br />

paso al conde que desapareció por el tocador.<br />

CAPITULO LXXXVI<br />

<strong>DE</strong>SPUÉS D<strong>EL</strong> DRAGÓN, <strong>LA</strong> VÍBORA<br />

Es hora ya de que volvamos a los personajes de nuestro relato que la necesidad y la<br />

intriga, más que la verdad histórica, han relegado al segundo plano.

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