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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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poco hacia los más altos peldaños del favoritismo. He aquí la completa satisfacción que,<br />

desde hacía algunas semanas engordaba al señor de Taverney.<br />

Cuando Felipe hubo descubierto este nuevo cenagal de infamias, se estremeció al verse<br />

arrastrado al mismo por el único ser que debiera haber hecho causa común con él en<br />

defensa del honor; pero el golpe había sido tan violento, que quedó aturdido, silencioso,<br />

en tanto que el barón charlaba a más y mejor.<br />

—¡Has hecho una obra maestra, has despistado a todo el mundo! Esta noche, cincuenta<br />

ojos me han dicho: "Es Rohan". Otros cien aseguraban: "Es Charny", Doscientos me<br />

han dicho: "Son Rohan y Charny". Ni uno solo, fíjate bien, ni uno solo me ha dicho: "Es<br />

Taverney". Te repito que es una obra maestra y en su virtud lo menos que puedo hacer<br />

es felicitarte... Por otra parte todo esto os honra a los dos. A ella porque te ha escogido y<br />

a ti porque la tienes a tu albedrío.<br />

En el momento en que Felipe, furioso por este último golpe, fulminaba con una mirada<br />

terrible al inexorable anciano, mirada preludio de una tormenta, el ruido de una carroza<br />

se oyó en el patio del palacio y ciertos rumores y determinadas idas y venidas extrañas<br />

atrajeron hacia afuera la atención de Felipe.<br />

Se oyó a Champagne exclamar:<br />

—¡La señorita! ¡Es la señorita!<br />

Y muchas voces que repetían:<br />

—¡La señorita!...<br />

—¿Cómo la señorita?— asombróse Taverney—. ¿De qué señorita se trata?<br />

—¡Es mi hermana!— murmuró Felipe, casi sobrecogido de asombro cuando reconoció<br />

a Andrea que bajaba de la carroza a la luz de la antorcha del portero.<br />

—¡Vuestra hermana!— repitió el anciano—. ¿Andrea?... ¿Será posible?<br />

Champagne venía a confirmar lo anunciado.<br />

—Señor— dijo a Felipe—, la señorita, vuestra hermana, está en el tocador cercano al<br />

gran salón. Os espera allí.<br />

—Vamos a su encuentro— exclamó el barón.<br />

—Es conmigo con quien quiere hablar— dijo Felipe saludando al anciano—. Si os<br />

parece, iré primero.<br />

En aquel momento, otra carroza se detenía ruidosamente en el patio.<br />

—¿Quién diablos llega ahora?— murmuró el barón—. Es una noche de aventuras...<br />

—¡El señor conde Oliverio de Charny!— gritó el portero a los criados.<br />

—Conducid al señor conde al salón— ordenó Felipe a un criado—. El señor barón le<br />

recibirá... Yo voy al tocador a hablar con mi hermana.<br />

Los dos hombres bajaron lentamente la escalera.<br />

"¿Qué vendrá a hacer aquí el conde?", preguntábase Felipe.<br />

"¿Qué habrá venido a hacer aquí Andrea?", pensaba el barón.<br />

CAPITULO LXXXV<br />

<strong>EL</strong> PADRE Y <strong>LA</strong> PROMETIDA<br />

El salón del palacio estaba situado en el primer cuerpo de la casa, en el piso bajo, y a la<br />

izquierda el tocador, con una salida hacia la escalera que conducía a las habitaciones de<br />

Andrea.<br />

A la derecha, había otro salón más reducido por el cual se pasaba al grande.<br />

Felipe llegó primero al tocador donde le esperaba su hermana.<br />

Tan pronto como hubo abierto la doble puerta del tocador, Andrea se echó a su cuello y<br />

le abrazó con una alegría a la que no estaba acostumbrado, desde hacía mucho tiempo,<br />

este triste amante, este desgraciado hermano.

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