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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Palabra de honor, que, sin acudir a este expediente, todo quedaría descubierto. Haces<br />

las cosas a tiempo. Mañana la cosa sería demasiado tarde. Vete en seguida, hijo mío,<br />

vete en seguida.<br />

—Señor— dijo Felipe en un tono frío—, os aseguro que no comprendo una sola<br />

palabra.<br />

—¿Dónde ocultarás tus caballos?— prosiguió el anciano sin responder directamente—.<br />

Tienes una yegua que es fácilmente reconocible; ten cuidado de que no se la vea aquí<br />

cuando se te crea en... A propósito, ¿a dónde simularás ir?<br />

—Me dirijo a Taverney Maison-Rouge, señor.<br />

—Bien..., muy bien... Simulas ir a Maison-Rouge... Nadie podrá comprobarlo... ¡Oh,<br />

muy bien!... Sin embargo debes ser prudente, hay muchos ojos fijos en los tuyos.<br />

—¿En los míos?... ¿Los de quién?<br />

—Ella es impetuosa— continuó diciendo el anciano—, tiene impulsos capaces de<br />

echarlo todo a perder. ¡Ten cuidado! Se más razonable que ella...<br />

—Verdaderamente— exclamó Felipe con sorda cólera—, imagino, señor, que os estáis<br />

divirtiendo a mi costa, y me exponéis, apenado como estoy, a que os falte al respeto.<br />

—Sí, al respeto. Te dispenso de él. Ya eres lo suficiente grande para solventar nuestros<br />

asuntos, y te desenvuelves tan bien que eres tú el que me inspiras respeto. Tú eres el<br />

Geronte y yo el Aturdido. Vamos, déjame tu dirección para poder avisarte en el caso de<br />

que ocurriese algo anormal.<br />

—En Taverney, señor— respondió Felipe, creyendo que su padre recobraba al fin el<br />

buen sentido.<br />

—¡Otra vez con esas!... ¡En Taverney, a ochenta leguas! ¿Te imaginas que si tengo<br />

alguna indicación importante que darte con urgencia, me divertiré en ir matando correos<br />

en el camino de Taverney, para que parezca verosímil? ¡Tú tienes imaginación, qué<br />

diablos! Cuando se ha hecho por estos amores lo que has hecho tú, se es hombre de<br />

recursos. Elige una dirección más próxima.<br />

—¡Una casa en el parque, amores, imaginación! ¡Señor, estamos jugando a los enigmas,<br />

sólo que os guardáis las palabras para vos!...<br />

—¡No conozco un animal más discreto que tú!— exclamó el padre con despecho—; ni<br />

considero otras reservas más ofensivas que las tuyas. No parece sino que temes ser<br />

traicionado por mí. ¡Sería curioso!<br />

—¡Señor!— dijo Felipe exasperado.<br />

—¡Bueno, bueno! Guarda tus secretos para ti; guarda el secreto de tu casa alquilada en<br />

el antiguo pabellón de caza.<br />

—¿Yo he alquilado el pabellón de caza?<br />

—Guarda el secreto de tus paseos nocturnos con tus dos adorables amigas.<br />

—¡Yo..., he paseado!— murmuró Felipe palideciendo.<br />

—Guarda el secreto de esos besos que aparecen como la miel y el rocío sobre las flores.<br />

—¡Señor!— rugió Felipe ebrio de furia y de celos—. ¡Señor! ¿Os callaréis?<br />

—Bueno. Como ya te he dicho, sé todo lo que tú has hecho. ¿Dudabas de ello? Esto<br />

debería inspirarte confianza. Tu intimidad con la reina, tus entrevistas, tus paseos por<br />

los baños de Apolo. ¡Dios mío!, son nuestra vida y la fortuna de todos. No tengas miedo<br />

de mí, Felipe... Confía en mí.<br />

—¡Señor, me inspiráis horror!—exclamó Felipe.<br />

En efecto, sentía realmente horror por ese hombre que le atribuía toda la felicidad de<br />

otro y que, creyendo acariciarle, le flagelaba con la dicha de su rival.<br />

Todo lo que el padre había sabido, lo que había adivinado, lo que los mal intencionados<br />

cargaban en la cuenta del señor de Rohan y los mejor informados en la de Charny, el<br />

barón lo atribuía a su hijo. Para él era Felipe el que la reina amaba y empujaba poco a

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