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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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terminados esos preparativos avisar al señor de Taverney padre, que tenía que hablarle.<br />

El anciano volvía de Versalles moviendo las flacas piernas lo mejor que podía para<br />

sostener su grueso vientre. El barón, desde hacía tres o cuatro meses engordaba, lo que<br />

le producía un orgullo fácil de comprender teniendo en cuenta que el grado sumo de la<br />

obesidad era en él signo de una satisfacción completa.<br />

Y la satisfacción completa, en el señor de Taverney, era una frase que tenía muchos<br />

sentidos.<br />

El barón volvía, decíamos, muy orondo de su paseo al palacio, después de haber tomado<br />

parte en el escándalo del día. Había sonreído al señor de Breteuil contra el señor de<br />

Rohan; a los señores de Soubisse y de Guemenée contra el señor de Breteuil; al señor de<br />

Provenza contra la reina y al señor de Artois contra el de Provenza, a cien personas<br />

contra otras tantas. Traía su provisión de maldades, de pequeñas infamias. Volvía feliz<br />

con la cesta llena.<br />

Cuando se enteró por el ayuda de cámara de que su hijo quería hablarle, en lugar de<br />

esperar la visita de Felipe, atravesó el descansillo para ir al encuentro del viajero, y<br />

penetró, sin hacerse anunciar, en la habitación.<br />

Felipe no contaba con manifestaciones de gran sentimiento por parte de su padre, pero<br />

tampoco esperaba demasiada indiferencia.<br />

Pero Felipe se quedó asombrado, cuando oyó al barón que exclamaba con risa jubilosa:<br />

—¡Ah, Dios mío! Se va, se va...<br />

Felipe se detuvo y miró a su padre con estupor.<br />

—Yo estaba seguro— continuó el barón—. Lo hubiese apostado. Bien representado,<br />

Felipe, bien representado.<br />

—¿De veras, señor?— dijo el joven—-. ¿Qué está bien representado?<br />

El anciano se puso a canturrear saltando con una sola pierna y sosteniendo su vientre<br />

con ambas manos. Al mismo tiempo guiñaba repetidamente los ojos a Felipe para que<br />

despidiese al ayuda de cámara.<br />

Al comprenderle, Felipe obedeció. El barón empujó a Champagne hacia afuera, cerró la<br />

puerta tras él y volviendo hacia donde estaba su hijo, díjole en voz baja:<br />

—¡Admirable! ¡Admirable!<br />

—Me prodigáis unos elogios, señor, cuya razón no se me alcanza— respondió<br />

fríamente Felipe.<br />

—¡Ah! ¡Ah!— rió el anciano contoneándose.<br />

—Si esa hilaridad nace de mi marcha, señor...<br />

—¡Oh!— exclamó el anciano barón—. No vale la pena que disimules ante mí; ya sabes<br />

que no me dejo engañar... ¡Diablos!<br />

Felipe se cruzó de brazos preguntándose si su padre no empezaba a volverse loco.<br />

—¿En qué pretendo engañaros?<br />

—En lo que a tu partida se refiere, ¡pardiez! ¿Piensas acaso que creo en ella?<br />

—¿No lo creéis?<br />

—Te repito que Champagne ya no está aquí. No te molestes. Por otra parte reconozco<br />

que no te quedaba otro camino que seguir y es el que tomas; está bien.<br />

—¡Señor, me sorprendéis hasta tal punto!...<br />

—Sí, es bastante sorprendente que lo haya adivinado, pero ¡qué quieres, Felipe!, no hay<br />

persona más curiosa que yo, que busco cuando siento curiosidad. Ni hay tampoco<br />

hombre más feliz que yo cuando encuentro lo qué buscaba. Por eso he averiguado que<br />

tú simulas partir y te felicito por ello.<br />

—¿Que yo simulo?— gritó Felipe intrigado.<br />

El anciano se acercó, y palmeando al joven, le dijo:

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