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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Me niego, señora, me niego.<br />

La reina se preparó desde aquel instante, con una espantosa opresión en el corazón, a<br />

acudir a la súplica. Andrea vino a ponerse en su camino, en el momento en que ella se<br />

levantaba indecisa, temblorosa, abatida, sin acertar con la primera de las palabras que<br />

iba a pronunciar.<br />

—Al menos, señora— dijo ella reteniéndola por el vestido, porque creía que iba a<br />

partir—, hacedme el gran favor de nombrarme al hombre que me aceptaría por<br />

compañera; he sufrido tantas humillaciones en mi vida, que el nombre de ese hombre<br />

generoso...— Y sonrió con una ironía punzante—: será el bálsamo que en lo sucesivo<br />

colocaré sobre las heridas de mi orgullo.<br />

La reina vaciló; pero tenía necesidad de llegar hasta el fin.<br />

—El señor de Charny —dijo con un tono triste e indiferente.<br />

—¿El señor de Charny?— exclamó Andrea con inusitada agitación—. ¿El señor<br />

Oliverio de Charny?<br />

—Oliverio, sí— asintió la reina contemplando a la joven con asombro.<br />

—¿El sobrino del señor de Suffren?— siguió interrogando Andrea cuyas mejillas se<br />

tiñeron de rojo y cuyos ojos resplandecieron como estrellas.<br />

—El sobrino del señor de Suffren— respondió María Antonieta, cada vez más<br />

sobrecogida por el cambio notado en los rasgos de Andrea.<br />

—¿Era con Oliverio con quien me queríais casar? ¿Con él, señora?<br />

—Con el mismo.<br />

—¿Y él..., consiente?<br />

—Os pide en matrimonio.<br />

—¡Oh! Acepto, acepto— dijo Andrea loca de alegría—. ¡Era el que yo amaba..., y me<br />

quiere a mí como yo le quería a él!<br />

La reina retrocedió lívida y temblorosa; se dejó caer abatida en un sillón. Andrea le<br />

besaba el vestido y humedecía las manos con sus lágrimas.<br />

—¿Cuándo partimos?— habló ésta al fin, cuando la palabra ocupó el sitio de los gritos<br />

ahogados y de los suspiros.<br />

—Venid— dijo la reina, que sentía que la vida se le escapaba y quería salvar su honor<br />

antes de morir.<br />

Se levantó, apoyándose en Andrea, cuyos labios ardorosos buscaban sus mejillas<br />

heladas. Y mientras la joven se aprestaba para la partida, murmuró sollozando<br />

amargamente la infortunada soberana que disponía de la vida y del honor de treinta<br />

millones de súbditos:<br />

—¡Dios mío!... ¿No es bastante sufrimiento para un solo corazón? ¡Pero es preciso que<br />

os dé las gracias, Dios mío, porque salváis a mis hijos del oprobio y me concedéis el<br />

derecho de morir bajo la capa de la realeza!<br />

CAPITULO LXXXIV<br />

DON<strong>DE</strong> SE EXPLICA POR QUE ENGORDABA <strong>EL</strong> BARÓN<br />

Mientras la reina decidía de la suerte de la señorita de Taverney en Saint-Denis, Felipe,<br />

con el corazón destrozado por todo lo que había sabido y por todo lo que acababa de<br />

descubrir, apresuraba los preparativos de la partida.<br />

Felipe tenía motivos más poderosos que ningún otro para alejarse de Versalles<br />

rápidamente; no quería ser testigo del deshonor probable e inminente de la reina, su<br />

única pasión.<br />

Se le vio por eso más decidido que nunca, hacer ensillar sus caballos, cargar sus armas,<br />

amontonar en su valija lo que más corrientemente se necesita para la vida ordinaria y

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