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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Nada.<br />

"¡Dios mío!— pensó inquieta la reina—. ¿Fracasaré?"<br />

Y un estremecimiento mortal recorrió sus venas.<br />

"Tratemos de tentarla— se dijo—. Si este medio fracasa, tendré que acudir a las<br />

súplicas. ¡Oh, suplicarle para que haga esto, para que acepte al señor de Charny!<br />

¡Bondad del cielo, hay que ser muy desgraciada para llegar a tal extremo!"<br />

—Andrea— prosiguió María Antonieta dominando su emoción —, acabáis de expresar<br />

vuestra satisfacción en unos términos que me sacan la esperanza que yo había<br />

concebido. —¿Qué esperanza, señora?<br />

—Si como parece, estáis decidida, no vale la pena que hablemos... ¡Ay! ¡Era para mí<br />

una ilusión placentera que huye! Todo ha quedado ahora en una sombra. No pensemos<br />

más en ello.<br />

—Pero en fin, señora, si esto os tenía que producir una satisfacción, explicadme...<br />

—¿Para qué? Os habéis retirado del mundo, ¿verdad?<br />

—¿Y ratificáis lo hecho?<br />

—Sí, señora.<br />

—¿Con gusto?<br />

—Con mi mejor voluntad.<br />

—¿Y ratificáis lo hecho?<br />

—Más que nunca.<br />

—Ya veis que es una cosa superflua el que hable. Pero Dios es testigo de que por un<br />

momento he creído que os iba a hacer feliz.<br />

—¿A mí?<br />

—Sí, a vos, ingrata, que me acusáis.<br />

Pero hoy, que entrevisteis otras alegrías, debéis conocer mejor que yo vuestros gustos y<br />

vuestra vocación. Renuncio...<br />

—En fin, señora, hacedme el honor de contarme.<br />

—¡Oh, es una cosa sencilla! Quería haceros volver de nuevo a la corte.<br />

—¡Yo!— exclamó Andrea con una sonrisa llena de amargura—. ¿Yo volver a la<br />

corte?... ¡Dios mío! ¡No! ¡No señora; jamás..., aunque esto implique una desobediencia<br />

a Vuestra Majestad!<br />

La reina se estremeció. Un dolor inexplicable embargó su corazón. Ella, poderoso<br />

navío, se estrellaba ante un átomo de granito.<br />

—¿Os negáis?— murmuró.<br />

Y para ocultar su turbación escondió la cara entre sus manos.<br />

Andrea, creyéndola abatida, acercóse a ella y se arrodilló como para dulcificar con su<br />

respeto el golpe que acababa de darle a la amistad o al orgullo.<br />

—Veamos— dijo—, ¿qué hubieseis hecho de mí en la corte? ¡De mí, triste,<br />

insignificante, pobre, maldita que ni siquiera he sabido inspirar, miserable de mí, a las<br />

mujeres la vulgar inquietud de la rivalidad ni a los hombres la vulgar simpatía de la<br />

diferencia de los sexos!... ¡Ah, querida soberana, dejad a esta religiosa no aceptada aún<br />

por Dios que la encuentra demasiado defectuosa, Él, que ha sentido los dolores del<br />

cuerpo y del corazón! Dejadme en mi miseria y en mi soledad... Dejadme.<br />

—¡Ah!— dijo la reina levantando su mirada— la situación que venía a proponeros<br />

suponía un mentís a todas las humillaciones de que os quejabais. El matrimonio de que<br />

se trataba os convertía en una de las más grandes damas de Francia.<br />

—¿Un... matrimonio?— balbuceó Andrea estupefacta.<br />

—¿Os negáis?— interrogó la reina, cada vez más desanimada.<br />

—¡Oh! Sí; me niego. ¡Me niego!<br />

—Andrea...— aventuró María Antonieta con suplicante acento.

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